Título: Un nuevo comienzo (Capítulo I)
Autor:
malumalu2 Disclaimer: Siguen insistiendo, pero nosotras sabemos la verdad.
Género: Fic (Con todo lo que conlleva)
Nota: Muerte de un personaje principal (pero eso ya lo sabéis)
Nota 2: Si el principio os suena es lógico. Lo posteé en ABECEDARIO
Nota 3: Todos los comentarios, sugerencias y preguntas serán bienvenidos. Aunque tengo bastante claras algunas líneas generales no acabo de ver el cuerpo completo.
Un nuevo comienzo
Hace frío. Un frío húmedo y penetrante que invita a cualquier cosa menos a permanecer en la playa arrasada. El viento arrastra las nubes oscuras, las deshace en jirones, evitando la lluvia pero haciendo que el frío parezca mucho más agudo. Justin, sentado entre dos rocas, resguardado de lo peor, contempla el mar. Aburrido, triste, con la inequívoca sensación de haber sido desterrado. Nadie le ha preguntado si quiere estar aquí, si deseaba abandonar su hogar en la cálida California para terminar en un helado pueblucho del sur de Inglaterra. Tal vez no lo sea, un infame pueblucho. Pero a él, a sus 17 años, se lo parece. Sobre todo después de haber vivido en lugares como NY o San Francisco. Incluso Seatle con sus infinitos días de lluvia le parece más apetecible. No tiene amigos, ni ganas. Solo este perrillo tranquilo y fiel que rescató hace un mes y hoy, por fin repuesto de sus heridas, le acompaña. Su madre se opuso al principio, sin mucha convicción. Necesita todas sus energías para enfrentarse con su condición de recién divorciada y escribir esa novela que les sacará de todas sus penurias. Afortunadamente sus abuelos se ocupan de Molly, su hermana de siete años. Nadie se fía mucho de que el contrariado muchachito cuide de la pequeña ni él está por la labor de hacerse responsable de ese duendecillo trasto que se ríe de él y le vuelve loco. Así que va a clase a regañadientes y pasa las tardes vagando tristemente por los alrededores del pueblo, los brezales, el páramo, la playa, que no se parece ni lejanamente a las que él conoce, los campos como estampas de una novela.
Desde hace unos días, no sabe decir cuántos, un nuevo interés hace que sus largas horas sean un poquito menos monótonas. Desgrana los minutos esperando, deseando, rogando para que el desconocido aparezca. Aún no ha visto su cara, solo su solitaria figura caminando por la arena húmeda. Alto, esbelto y elegante. Demasiado para ese olvidado lugar del mundo. Con un halo de romántica y desesperada tristeza. O eso piensa él cuando le ve caminar deprisa como si huyese de algo, tal vez de sí mismo, sin reparar demasiado en lo que le rodea.
Ahí está. El viento agita el pelo oscuro y le obliga a esconder el rostro en el cuello alzado del abrigo. Las manos ocultas en los bolsillos. El paso largo, rápido y flexible. Justin lo encuentra, sin saber por qué, muy sexi, muy atractivo, aunque lo único que conoce de él es su silueta. Inesperadamente el hombre varía su rutina, se aleja de las agitadas aguas y se acerca a las rocas desde donde el chico le observa curioso.
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Encender un cigarrillo en medio de la playa castigada por el viento es misión imposible. Brian busca la protección de las grandes rocas justo al borde de la arboleda y es en ese momento cuando un ladrido familiar atrae su atención a tiempo para evitar la violencia del encontronazo con ese cuerpecillo conocido que se lanza emocionado a su encuentro. No sabe si alegrarse o no. Desearía olvidar y, sin embargo, son muchas las cosas que se lo impiden. Olvidar la muerte de Michael, su propia vulnerabilidad, el inmenso vacío que ahora mismo le rodea.
- Astro, ¿dónde te habías metido?- Justin está a punto de replicar que ese no es el nombre de su perro. Y al mismo tiempo piensa que tal vez está a punto de perder a su pequeño amigo. Astro-Rusty gime suavecito y lanza lametazos al rostro del desconocido que le esquiva con cariño.
- ¿Es tuyo?- Brian consigue dejar al cachorro en el suelo y el animalito se sienta a sus pies, entre los dos, sin decantarse por ninguno. Mira al muchachito que ha aparecido como salido de la nada y, aunque muchas de sus capacidades parecen adormecidas por lo que el doctor llama su “estado depresivo” no puede dejar de apreciar su belleza, su incontestable atractivo. Y su radar gay, aun a medio gas, lee con claridad en esos ojos intensamente azules.
- No. Es…, era de un buen amigo. ¿Dónde…?
- Lo rescaté. Lo encontré en una zanja, malherido.- Tiene los labios más deseables que ha visto en mucho tiempo. O lo serían si esta maldita pasividad le abandonase.- Querrás… querrás recuperarlo.
- No. Yo no sabría qué hacer con él. Estoy seguro de que le irá mejor contigo.- Parece que fuera a decir algo más pero el silencio se instala entre ellos. Un cruce de miradas que Justin, turbado, no sabe interpretar.- Debo irme. Cuídalo bien.- Antes de que sea consciente de ello, el desconocido desaparece. No ha regresado a la playa. Se pierde por el sendero entre la arboleda, camino de la carretera. Rusty le ve partir con un gañido bajito pero no se mueve de su lado.
Cuando por fin reacciona, Justin dedica un largo minuto a llamarse idiota, estúpido y aplicarse algunos otros epítetos a cual más cariñoso y expresivo. La mejor de las oportunidades perdida. ¿Y si no vuelve a aparecer y si no vuelve a verle? El encuentro con el perrillo no ha sido de su agrado, está seguro. Puede que le haya alegrado saber que estaba bien, vivo, sano y en buenas manos pero no será algo que quiera repetir.
Enfadado consigo mismo inicia el camino de vuelta. No quiere que se le haga de noche y arriesgarse a perderse en una oscuridad que aun no conoce del todo. Ha tenido ocasiones de comprobar que el campo puede ser engañoso sobre todo para un chico de ciudad nada acostumbrado a este ambiente rural y solitario. Rusty trota alegremente a su lado, feliz y nuevamente olvidado de su antiguo amo.
Camina deprisa, con un nuevo anhelo. Desde que llegó a Inglaterra, al que considera su destierro, no había sentido lo que siente en este momento. Su cabeza bulle. La imagen del desconocido, bellísimo, la llena por completo. Decir que es guapo es casi desmerecerle. Sus dedos juguetean y se agitan ocultos en los bolsillos de la cazadora y esa energía que creía haber perdido para siempre corre por su cuerpo enardeciendo su piel. El corazón le late fuerte haciéndose notar otra vez. Tiene que dibujar ese rostro perfecto, esos ojos dorados pintados de verde, esos labios bellos y sensuales. Sí. Hace más de dos meses que no toca sus lapiceros y ahora se muere por llegar a casa y sacarlos del fondo del armario.
Piensa también en esas manos que ha visto acariciar el cuerpecito del cachorro. Y no solo en dibujarlas. Las imagina cálidas, acogedoras y sabias. Juntas casi podrían abarcar su cintura. Y, aunque no termina de confesárselo, le gustaría sentirlas sobre su piel, despertando sensaciones, guiándole por caminos que aún no son más que un sueño en su imaginación adolescente.
Un destello de culpabilidad intenta atormentarle y lo aparta sin contemplaciones harto de negarse, de no ser fiel a su naturaleza, a lo que siente y desea. No es el momento de pensar en sus padres y su divorcio, ni en las razones que supuestamente les llevaron a esta situación.
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Brian avanza calle arriba, la mirada al frente, el paso rápido. Maestro en disuadir, apenas un saludo educado pero fugaz cuando no es posible evitarlo. Le importa muy poco lo que piensen de él. No está dispuesto a dar cuenta de su vida a cada matrona que se cruce en su camino. Inconvenientes de habitar en una ciudad pequeña y antigua donde todos creen tener derecho a conocer cada movimiento del vecino.
Si hubiese vuelto sobre sus pasos, por la playa, no se habría visto obligado a recorrer la calle, entre compradores tardíos. Pocos, afortunadamente, dado lo desapacible de la tarde. A mitad de camino una voz consigue detenerle. Al otro lado de la calle, Emmett echa el cierre de la galería de arte/tienda de antigüedades en la que pasa sus días. Brian cruza para llegar hasta él.
- ¿No es un poco temprano?
- Llevo toda la tarde solo y con este viento y el frío nadie se arriesga. Veinte minutos no van a suponer la ruina ¿verdad?- Sube bien la cremallera de su cazadora rosa chicle y ajusta la larga bufanda que luce todos los colores del arcoíris. Luego se cuelga sin reparos del brazo de Brian arruinando todos sus propósitos de discreción. Brian no se esconde. Es quién es y a mucha honra. Pero no le gusta ir llamando la atención a diestro y siniestro y menos en un lugar tan pequeño. Pero Emm también es quién es y dejaría de serlo si se enfundase un abrigo de Armani con la elegante sobriedad del negro o el azul marino y borrase de su rostro esa sonrisa dulce, luminosa y siempre acogedora.
Su destino está casi en las afueras. Un caserón de generosas dimensiones con la fachada de piedra, contraventanas y puertas pintadas de un vibrante azul. En cada ventana una jardinera repleta de pensamientos que Debb ha plantado de modo casi compulsivo intentando apartar el dolor. La verja delimita el jardín delantero, ni demasiado grande ni demasiado pequeño. Un conjunto armonioso y bello aunque demasiado rústico para el gusto, urbanita y minimalista, de Brian. Como un pensamiento ajeno a sí mismo la idea de que en algún momento debería volver definitivamente a Estados Unidos pasa por su cabeza.
Cuando cruzan la puerta Vic les dedica una mirada cariñosa sin dejar por ello de atender a su último cliente. Está detrás del alto mostrador. Limpísimas vitrinas desde las que delicatesen varias atraen la atención del comprador. A la derecha, dulces y pasteles de todo tipo. A la izquierda fiambres y pates. También es posible tomar una taza de buen café o de ese té, cargado y oscuro, que tanto aprecian en este país, sentado en una de las cuatro coquetas mesitas instaladas junto a las ventanas que flanquean la entrada.
Debb no está presente. Por la hora estará dentro, preparando la cena. Brian da la vuelta al historiado cartelito colgado de la puerta dando por acabada la jornada y gira la llave cuando el comprador se marcha. Fin. Ya están solos, la familia, incluido el omnipresente fantasma de Michael. O eso es lo que siente, aunque le gustaría poder evitarlo. Olvidar, pasar página, ser capaz de decidir qué hacer con su vida, seguir adelante.
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Inoperable, maligno, agresivo. Esas palabras y otras igual de aterradoras les envolvieron aturdiéndolos, poniéndolos al borde del pánico. Un insidioso dolor abdominal se había convertido, después de mil análisis y pruebas en un tumor en el páncreas. Ninguna esperanza aunque los cinco meses iniciales de supervivencia se alargaron hasta casi un año.
Michael, siempre un poco infantil, siempre algo asustadizo, esta vez justificadamente, se aferró a él, como cada vez que se sentía inseguro. Buscó su apoyo y protección. Y los tuvo. Aunque en lo más íntimo de su corazón le gustaría haber podido huir, esconderse e ignorar lo que estaba pasando. Enfermedad, deterioro, muerte, sus peores pesadillas. No se creía capaz de cuidar de otros pero lo hizo, aún sacrificando su propio equilibrio.
Debb habría podido regresar a EE.UU. a costa de dejar solo a Vic frente a su negocio pero Michael prefirió alejarse de lugares y personas conocidos. Solo contó con sus amigos, con los de siempre: Emmett, el bueno de Teddy y, por supuesto, Brian, su imposible amor. Y juntos viajaron a Inglaterra.
Agotados sus días de vacaciones, Ted regresó a casa, convencido de que no volvería a ver vivo a su amigo.
Emmett, remiso a abandonar a Michael, tuvo la suerte de encontrar trabajo en una de las galerías del paseo.
Para Brian fueron los once meses más duros y aterradores de su vida. Cada tres o cuatro semanas volaba a Pittsburgh para cumplir con sus compromisos profesionales. Cada noche pasaba horas frente al ordenador trabajando o en videoconferencia con Estados Unidos mientras no dejaba de vigilar el sueño de Myke. Le acompañaba en sus sesiones de quimioterapia y en los espantosos efectos secundarios, en los momentos de optimismo y en aquellos en que la depresión le podía. Cuando fue obligado hospitalizarle estuvo a su lado. Tres semanas de no salir apenas de la clínica. Cuando la muerte llegó, los encontró solos en medio de la madrugada. Ni Deb, ni Emmett, ni Vic. El final fue demasiado rápido.
Brian no es capaz de recordar nada de lo sucedido en los días siguientes. Sabe que Emmett tuvo que hacer uso de todo su poder de persuasión para apartarle de aquella cama, para llevarle a casa y obligarle a descansar. Cuando fue consciente de lo que le rodeaba, Michael y Astro habían desaparecido.