Vida

May 18, 2011 02:34


Así es, he vuelto a casa.

Aquí me he dado cuenta de que mi vida se divide en dos.

Por un lado está el dinero, la entrega de currículums, la necesidad de viajes, de San Francisco, todas esas horas buscando esperada y desesperadamente. En ese lado pondría mi vida en Le Mans: madrugaba, me duchaba y, después de ensayar durante unos minutos ser una persona adulta, me adentraba en la sala de profesores, en la C110, en la F203 y hablaba, blablabla, y les hacía hablar, blablabla, y al final del día ponía notas, preparaba los blablablas del día siguiente. El 26 de cada mes los números aumentaban, podía comprar, planear, viajar.

En el otro lado, alejado de la realidad, están situados los sueños, la traducción (por favor, la traducción), los libros, la vocación. En este lado se sitúa el verano de hace dos años: me acostaba muy tarde, después de pasarme horas reconciliándome con la poesía surrealista, abrazando la negritud, paseando por la Martinica de la mano de Aimé Césaire. Césaire y yo bajando por la rue Paille, en francés y después en gallego, hasta llegar a ese Traducción de Enar en mis manos con el que tanto había soñado.

De alguna manera creo que estos dos caminos en potencia no pueden ir hacia la misma dirección, son opuestos, la elección de uno significa, irremediablemente, la desaparición del otro. Es esta bilateralidad lo que me paraliza (no, me niego a escoger), lo que da sentido a mis ideas y mi presente.
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