Feb 20, 2011 23:57
Estimada PJ Harvey:
Llevo desde el lunes intentando elegir las palabras adecuadas para escribirte. Sé que jamás leerás esto y aún así quiero que sea lo más perfecto posible, supongo que ese es uno de mis errores, intentar que todo siempre sea inmejorable.
Ya que no me conoces, debería empezar presentándome: me llamo Enar y tengo 24 años. Vivo en Francia, mi trabajo no me hace feliz pero sí me da el suficiente dinero y las suficientes vacaciones para viajar y amar. También sigo estudiando, hago un máster a distancia que me quita el sueño muchas noches y que llena mi vida de estrés y fechas de entrega. Estoy rodeada de muchas personas, quizás demasiadas. Debo confesarte que soy una persona de pocas personas, quiero decir que mis amistades siempre se redujeron a un puzzle de 4 o 5 piezas que encajaban perfectamente. Ahora no consigo encontrar mi sitio aunque tenga miles de piezas a mi alrededor, no puedo decir que se trate de un mal puzzle pero faltan todas esas ranuras que me permitan hablar del pasado, del futuro, del humor, de mi vida y sobre todo, que me permitan hablar de ti.
El fin de semana pasado mis padres y mi hermana vinieron a verme a París, podrá parecerte algo de lo más normal, al fin y al cabo soy su hija y hermana. Sin embargo, mis padres no son para nada viajeros, incluso les costó años decidirse para visitar a mi hermana, y es que su otra hija también es emigrante. Ella vive en Alemania y cuando tiene vacaciones quiere disfrutar del hogar (sí, nosotras tenemos la suerte de haber encontrado ese place called home). Ahora puedes hacerte un poco a la idea de lo increíble que fue el poder reunirnos los cuatro en París, de lo maravilloso que fue estar con ellos, los paseos nocturnos, los museos, la comida, las cervezas... la felicidad. Perfecto. Inmejorable. Claro que, como bien sabrás, estos momentos son perfectos por el hecho de ser finitos y el domingo tuve que decir adiós, otra vez. Creo que empiezo a medir mi vida a través de despedidas.
El domingo llegué a Le Mans, así se llama la ciudad donde vivo, y llovía, mucho, y el tren tenía retraso, y perdí el autobús, y caminé, mucho, y lloré, lloré desconsoladamente como si se me fuera la vida en ello, como si me acabaran de decir que estoy sola, que no hay salida, que la vida es una sucesión de despedidas, de lluvia, retrasos y autobuses que se pierden.
Entonces, al día siguiente, en cuanto me levanté, recibí tu regalo. Let England Shake. Lo guardé y salí a la calle, lo llevé conmigo, por supuesto. Polly, no tuve que esperar ni a que terminara la primera canción para saber que nos habías hecho el mejor regalo que nadie nos podría haber hecho jamás. Te escuché de principio a fin, sentada, viendo a los alumnos subir y bajar, observando las marcas del tiempo de mi abrigo, mis manos, el gris de las nubes que se volvía más oscuro, y luego más claro y luego más oscuro. Me paralizaste con tus palabras y tu música. 40 minutos y 15 segundos sentada en medio de la nada, paralizada de belleza, dejando la vida pasar, disfrutándola desconsoladamente. Así todo vuelve a cobrar sentido, ¿no crees?
Querida Polly Jean Harvey: gracias, de todo corazón, gracias.