Sam estaba derrumbado en el suelo. Dean yacía entre sus brazos, con el rostro tranquilo y relajado. Era como si estuviera dormido. Una lágrima calló sobre ese rostro inexpresivo, Sam la recogió con el dedo índice, demorándose más de lo necesario en aquel contacto. Fue en vano dado que en pocos segundos, más lágrimas caían sobre la cara del rubio.
No podía más. Se sentía estallar.
- No quiero que te marches. -Susurró Sam.- Y no quiero que me dejes sólo. Esto no es justo -Sam dio un largo suspiro antes de volver a hablar, antes de confesar- , no tenías que marcharte. No, aún no. No podías irte sin saber… sin decirte que… que… que…
No podía decirlo. Las palabras se agarraban a su garganta y se oponían a salir y ser pronunciadas. Cerró los ojos fuertemente, tomando todo el valor que había ido acumulado durante años.
- Que eres tú lo que más quiero. Y sin ti, la vida es un cero.
Fue pronunciarlas y sentirse totalmente vacío. Ya no había nada.
Nada.
Ningún secreto oculto durante años.
Ninguna frase a medio terminar.
Ninguna situación embarazosa que había que corregir de inmediato.
Ya no quedaba nada. Absolutamente nada.
Cero.
El llanto hacia que Sam se agitara, y con él, el cuerpo carente de vida de Dean.
Una sombra desde la oscuridad giró sobre sus talones para irse, dejando ver el reflejo de lo que parecía una tela blanca iluminando la oscuridad.
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Hacia mucho tiempo que no veía a la niña oscura. Sus visitas, siempre eran incómodas e inquietantes, pero ahora se notaba su falta. Dean echo un rápido vistazo a su brazo derecho, viendo de refilón la larga cicatriz que iba de la muñeca hasta el codo. Se curaba, lentamente, pero escocia. Levantó la vista a la entrada de la caverna, y se sumergió de lleno al recordar la sensación de calidez que sentía cuando Sam le curaba los golpes y las heridas hechas durante la caza. Casi se le imaginó sentado a su lado, retirando con sumo cuidado los restos de tierra y polvo que estaban pegados a la sangre. Se obligó a dejar de pensar. Los ojos le picaban demasiado.
Fue cuando la vio.
La niña oscura estaba balanceándose en sus pies, sin apartar los ojos almendrados de él. Su aspecto indicaba a Dean que se encontraba meditando algo.
- ¿Sabes cuál es el mayor poder que existe, carne?
Dean frunció el ceño. Después de sus charlas, había descubierto lo mucho que le gustaba a la niña divagar, comenzar a hablar sin dejar claro a donde quería llegar. Parecía que esta iba a ser otras de esas amenas charlas.
- Sorpréndeme.
- Las palabras, carne, las palabras.
La niña oscura se aproximó a él y sacó un puñal de empuñadura plateada. Lo colocó a la altura de sus ojos, dejando a Dean deleitarse con los brillos rojizos que el reflejo de las antorchas producían en su filo.
- Es un verdadero problema que aquí no tengamos tinta, ¿no crees? -comentó ella como sí tal cosa.
- ¿Qué?
Con un ágil movimiento, la niña oscura hizo un tajo, de izquierda a derecha, en el cuello del rubio.
¿Qué se siente cuando a uno le rebanan el pescuezo? Gran pregunta, Dean aún no sabía por qué no lo había probado antes. Le había cosido los párpados, arrancado el corazón, atravesado la piel con pequeños punzones y apenas unas horas le había hecho cortes por todo el cuerpo. Pero aún no le habían degollado. ¿Qué se siente? Nada en especial, aparte de que la frase “se ahogó en su propia sangre” tomó sentido para él.
Mientras la sangre manaba del cuello por la maltrecha camisa que llevaba, la niña oscura le observó sin un ápice de misericordia en sus ojos. Tras unos segundos que parecieron una eternidad, ella colocó su mano derecha sobre la herida, a modo de cuenco. Cuando comenzó a rebosar, situó la mano libre sobre la herida. Dean sintió el mismo frío que la vez anterior, pero también como el dolor empezaba a remitirse. La niña oscura retiró la mano y Dean notó que ya no manaba la sangre.
Después de que consiguiera su rojiza tinta, ella giró sobre sus talones y avanzó hasta la pared de la caverna. Dean la observó analizarla, como si estuviese buscando un hueco marcado anteriormente. Cuando lo hubo encontrado, mojó el dedo índice de la mano libre en la sangre que llevaba en la otra. Escribió una única palabra.
- Estarás de coña. -Exclamó Dean.
Ella volvió la cabeza parcialmente, alzando una ceja con expresión interrogante.
- No. No lo estás.
- Deja de hablar, carne, y ven aquí. -Le espetó ella, como si la voz de Dean fuera el zumbido de una mosca, molesto y constante.
- No puedo, niña gótica.
Ella volvió a mirarle interrogante, por lo que Dean rodó los ojos y movió los brazos haciendo sonar las cadenas metálicas que lo mantenían amarrado a la pared. La niña oscura torció levemente la cabeza antes de levantar un poco el labio, formando una pequeña sonrisa.
- Esas cadenas no existen. Nunca han estado ahí. -Dean la miró confuso.- Piensa, carne, ¿qué hay más divertido que torturar con armas blancas?
Era otra de las preguntas retóricas que la niña hacía, así que Dean calló esperó.
- Jugar con vuestras mentes. Recuerda que te lo advertí, en el Infierno, nada es lo que parece…
- Espera, espera… a ver sí lo he entendido. Me estás queriendo decir que las cadenas existen porque yo creo que existen…
Automáticamente, Dean chocó de bruces contra el suelo. Si no hubiese estado en el Infierno, es bastante probable que se hubiese roto la nariz del golpe, pero con lo estaba, tan sólo sangró un poco. El Infierno es así de chulo.
- Vaya, no vas a ser tan rubio como pensaba, después de todo.
Dean dedicó a la niña oscura una mirada cargada de cierto odio que ella se limitó a ignorar olímpicamente. Se levantó pesadamente, sintiendo como la herida del brazo se abría a causa del esfuerzo. Se mordió el labio par mitigar el dolor mientras se acercaba a la niña y a su pared escrita.
- Muy bien, carne, vas a salir del Infierno. -Dijo la niña.- Tan sólo tienes que poner la mano ahí encima y pensar en las cosas que hay en la superficie. Cosas que te ataban a ese mundo.
- ¿Así de fácil? -No quería sonar desconfiado, pero estaba delante de un demonio que le estaba dando la llave para terminar con su estancia en el Infierno.- ¿Nada de recitar alabanzas en lenguas muertas? ¿Ningún sacrificio de vírgenes?
- No. Las vírgenes no nos suelen llegar. -Se vio obligada a añadir algún tipo de explicación ante la mirada del rubio.- Mira, carne, aquí las cosas pueden ser difíciles o fáciles. La mayoría, por no decir todos, cree que se sale de aquí a través de los caminos difíciles. Es una vieja creencia que yo respeto, pero que me parece estúpida. Así que opto por los fáciles. Ahí tienes la puerta a Kansas Dorothi, haz chocar tus zapatos rojos y lárgate con Totó de una vez por todas.
Puede que ni los métodos ni las formas fueran del gusto de Dean, pero había algo en la forma de hablar de la niña oscura que le llevó a pensar que no le mentía. Colocó su mano sobre la sangre aún fresca y pensó en su mundo.
Pensó en cabellos castaños y largo.
Pensó en ojos grises.
Pensó en manos grandes que pudieran cubrirle el cuerpo de suaves caricias.
Pensó en labios depositando castos besos sobre sus labios.
Pensó en…
¿Sabes lo que se siente cuando juegas a aguantar la respiración en la piscina? Quieres ganar y resistes hasta el último aliento, hasta que te das cuentas que es imposible seguir ahí y, además, ya has ganado a Jimmy Summers y le has dejado por los suelo, por lo que nadas hasta la superficie. Ahora, recuerda la angustía que sufres por el camino. Recuerda el momento en el que rompes la barrera que separa el agua del aíre. Recuerda la primera bocanada que tomas, larga y profunda.
¿Lo tienes?
Pues Dean también.
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Había pasado varios minutos desde que el alma de Dean Winchester había desaparecido, pero la niña oscura seguía mirando el lugar que el rubio había ocupado antes. Ahora tan sólo quedaba ella y la palabra de la pared.
Ponía SALIDA.