Sep 13, 2009 21:41
Final.
Una mañana como cualquiera, Gabrielle servía humeantes tazas de café, alguien veía las noticias matutinas y unos minutos después, en la parte de las noticias menos relevantes, la favorita de Gabrielle, otra mesera comentó qué cruel debía parecer el mundo para terminar ahorcándose con la cuerda de un columpio. La taza de café que Gabrielle sostenía cayó de su mano, temblando hasta hacerse añicos en el piso, salpicando cada gota caliente en su vestido. Todo lo vio tan lento, como si estuviera a punto de morir. Pero la cruel vida la trajo de regreso y la obligó a mirar el televisor. No lo había oído palabra por palabra, pero ella lo sabía. Sabía que el conductor en seguida explicaría cómo Mathew Paddock, un hombre inglés, de dos años exactos mayor que ella, había decidido irse del mundo en el que su cuerpo vivía. Gabrielle ni siquiera se molestó en contener el desesperado llanto. No le importó gritarle al vacío, reclamarle su desesperación, su falta de esperanza, “¿por qué no buscaste más?”, ella lo había hecho y estaba dispuesta a vivir esperando, se preguntó por qué había sido tan egoísta para marcharse sin ella, sin haber podido besarla, ni tocar su mejilla sonrojada por verlo. Y siguió gritando, por eso no escuchó cuando el conductor de noticias comentó que Mathew Paddock cargaba una nota en su bolsillo al morir. El pedazo de papel que mostraba escrito con prisa, casi garabateado: Gabrielle. Ella no pudo imaginar otra cosa que su propia vida desvaneciendo, maldiciendo su sueño, la fantasía que le había robado la mitad de su vida, si no lo hubiera conocido tal vez tendría algo por qué vivir ahora, algo qué buscar. Maldijo al destino, por haber jugado con ella. En eso se invadió mientras un alma perdida la miraba desde la ventana, escondido, notando que los pensamientos de Gabrielle estaban en todas partes excepto donde ella lloraba.
FIN.
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