La hora del desafío: "Otros destinos"

Apr 09, 2013 19:40


Ya fui y ya regresé.

Tailandia merece su propia entrada porque jamás en mi vida pensé que podría existir un lugar en donde las contradicciones convivan de semejante forma, como si nada.

Pero en tanto la entrada llega, vamos por los desafíos planteados.

Melisa_Ram propuso algo bastante particular: "Significado de la vida para una taza con el asa rota."

Confieso que de no haber estado en Bangkok, quizás no habría sabido qué responder. ¿No es curioso que pidiera eso justo cuando yo estuve allá?

Cambié lo de asa rota por asa faltante, como un defecto de fábrica digamos. Y llegamos a esto.

Para Melisa_Ram, que sin duda sabe lo que "desafío" significa. ¡Gracias por lanzarlo!

Otros destinos
por Enia

Cuando sintió el abrupto golpe, se dio cuenta que el viaje por mar había terminado.

Llevaban encerrados en ese espacio reducido mucho tiempo. El bamboleo del mar había mecido la desesperación de la ignorancia, sumiéndolos a todos en un sopor entre desesperado y resignado. Más resignado y más desesperado que el que ya tenían cuando los metieron a todos juntos allí, sólo porque no eran perfectos. Porque no llegaron perfectos a este mundo.

El traqueteo y ruido de cascos sobre piedra le indicó que, efectivamente, estaban en tierra. Se preguntó si ahora vendría el final. Se preguntó cuál sería. Se preguntó por qué se preguntaba y se dio cuenta que era porque no tenía nada mejor que hacer. Nunca tuvo nada mejor que hacer.

No quiso mirar a sus compañeros de viaje.

Nadie tenía ánimos de charla.

Al inicio del viaje, algunos intentaron especular acerca de dónde irían a parar. Qué harían con ellos. Cómo terminarían. Lanzaron ideas locas que hablaban más de esperanzas vanas que de realidades posibles.

En su caso, la única realidad era que nadie iba a quererla. Estaba incompleta. Imperfecta. Y aún si alguien decidiera intentar corregirla, siempre sería defectuosa. Nunca sería adecuada.

Ella había nacido para estar entre reyes. Ahora, no era más que basura en un carretón lleno de más basura, rumbo a un destino desconocido. O a su destrucción total.

Se percató que volvían a detenerse y los ruidos y gritos en un lenguaje que desconocía, le indicaron que ya no habría más viaje. Ya estaban allí.

Sintió que su compañera de viaje de la izquierda se acercaba a su lado, quizás pensando que eso iba a evitar que todos notaran lo que estaba mal con ellas. ¡Cómo si no resultara terriblemente obvio!

Con un orgullo, se mantuvo erguida. Nadie iba a mirarla por primera vez, cuando abrieran el compartimento, luciendo derrotada. Presentaría su mejor aspecto. Aún si era un aspecto deforme.

Entonces, el encierro dio paso a la luz y el aire, y todo fue confusión.

Muchas manos, muchas personas, muchos comentarios que seguía sin entender. La apartaron, la aferraron para luego dejarla a un lado sin muchos miramientos. Se sintió vapuleada y menospreciada, pero se negó de desanimarse. Aún cuando veía a sus compañeros de viaje ser elegidos, uno tras otro, para desaparecer sin siquiera un indicio de qué sucedería, decidió que si ese era el final, lo enfrentaría con dignidad.

Terminó arrumbada en un rincón. Una parte de ella afirmaba que era mejor así, que aunque olvidada al menos aún existía. Otra gritaba que eso era peor que desaparecer para siempre. Ambas partes tenían razón y ambas estaban equivocadas. Al fin y al cabo, ¿qué sentido tenía existir, si no podía existir para el propósito que fue creada? Pero aún así, ¿acaso el propósito debía ser única? ¿No había alternativa alguna?

Antes de que pudiera encontrar respuesta a las preguntas, un individuo bajito se asomó para mirar. Su mano, callosa y curtida, con cortes en distinto grado de cicatrización, la cogió y sus dedos, ásperos, la sostuvieron mientras la observaba.

La hizo girar, mirándola desde todos los ángulos, evaluándola con detenimiento. Permitiéndole ver el lugar en donde estaba, lo que había sucedido a muchas otras como ella, que habían hecho ese viaje a su lado y no habían llegado mucho más lejos de donde estaba en ese momento.

Si hubiera sido posible, habría temblado.

El hombre asintió y se dirigió con rapidez hacia una puerta, por donde se filtraba la luz del atardecer, llevándola con él.

"Esto es. Esto es el fin", pensó, dejándose derrotar, rindiéndose ante lo que siempre supo que sucedería.

Una taza sin asa, no es una taza. No termina en la mesa de los reyes, no sirve para su propósito, no cuando el resto de los integrantes del juego de té tienen asa. Sólo sirve para ser destruida o para quedar olvidada.

¡Si al menos eso hubiera sucedido en la fábrica! Que su existencia terminara en algún lugar remoto, donde nadie comprendería el valor de la auténtica porcelana de calidad, aún si esa porcelana venía con un defecto... era peor, mucho peor que todo y que nada.

Al salir a la tarde, el aire húmedo la golpeó y el ruido de herramientas, voces, golpes, le llegó con claridad. Había una gran estructura en construcción de un lado, y un río del otro. El hombre caminó por el borde del terraplén y se le ocurrió que iba a tirarla al agua. Esperó sentir el chapuzón helado, hundirse hasta un fondo sucio y encallarse por siempre jamás en quién sabía qué suciedad. Pero el individuo siguió su camino hacia la estructura y trepó con ella con agilidad. Llegó hasta el último peldaño y, metiéndola en un bolsillo lleno de cosas que la taza prefirió no identificar, siguió trepando.

¡Por todos los dioses de la cerámica! ¿Qué pretendía? ¿Lanzarla desde lo más alto?

El trabajador se detuvo finalmente, rebuscó en el bolsillo y la sacó a la luz del sol poniente.

La taza se preparó lo mejor posible para la caída.

Y un segundo después, sintió que la apoyaban con mucho cuidado en una pasta blanda, que la sujetó con firmeza. Desconcertada, observó al trabajador girarla apenas, concentrado, para apartarse levemente y sonreír con felicidad.

Dijo algo que no entendió, la limpió con cuidado y, sin dejar de sonreír, se alejó.

Desconcertada, observó el panorama frente a ella. La ciudad se extendía del otro lado del río. Techos de templos relucientes, lo que parecía un palacio, puentes, calles, gente, río, barcos… desde su posición podía verlo todo.

-¿Dónde estamos?-, se preguntó sin percatarse.

A su lado, un plato de delicado diseño respondió:

-En la cima de Wat Makok.

-¿Y qué se supone que es eso?

-El Templo de la Oliva-. El plato hizo una pausa y agregó, desolado- ¿Puedes creerlo? Yo estaba destinado a la mesa de los reyes, no a esta... ¡pared! Soy un plato, no revestimiento de templos de pacotilla con nombres de cuarta... Habría preferido que me hicieran añicos, en lugar de dejarme aquí, para que todos vean mi deshonra...

La taza dejó de escuchar la retahíla de su vecino y contempló la ciudad a lo lejos, el ajetreo cercano, sintió el aire húmedo del río, el calor del sol poniente.

Este no era un templo de pacotilla. Nadie erigía algo tan grande y se esmeraba en decorarlo, sólo porque sí. Debía ser importante. Debía durar.

-Wat Makok-repitió.

Había más destinos que ser parte de la mesa de los reyes. Mejores, quizás. Y por primera vez desde que emergió a una vida de taza sin asa, se sintió feliz.

Para que se entienda mejor, un poco de historia ilustrada:

Wat Makok fue construido hace varios siglos, cuando Tailandia aún era El Reino de Siam y Bangkok no era su capital. Con el paso del tiempo, este templo fabuloso cambió de nombre un par de veces. Hoy se llama Wat Arun: El Templo del Amanecer y está a la vera del río principal que atraviesa Bangkok, el Chao Phraya.

Este Templo, uno de los más importantes de la ciudad y del país, está decorado con conchas marinas y cerámicas chinas: platos, tazas, tazones, cucharitas... Los barcos iban cargados de arroz a China y para regresar, debían conseguir el nivel de flotación adecuado con algo. Usaban como lastre cerámica que los chinos consideraban defectuosa, de segunda. O figuras de piedras. Y cuando llegaban a Bangkok, las usaban en los templos, para decorar.



Wat Arun desde el río.



Detalle de Wat Arun



Detalle de Wat Arun, en donde puede verse el elefante de tres cabezas o Erawan

¡Besos!
Enia

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