TÍTULO: Sigue adelante (4/?)
FANDOM: Supernatural. Porque nunca se tiene suficiente.
PAREJA: Sam y Dean. Wincest.
RATING: Será NC-17. Por ahora, PG-13
ADVERTENCIAS: Wincest. Sam y Dean. ¿Hace falta más advertencia? Madurez en la lectura, por dios.
SPOILERS: Temporada 1. Situado en la temporada 2, antes de Croatoan.
PALABRAS: Roughly 2900 (parte IV)
RESUMEN: Sam se pone a pensar una noche, en su hermano, en lo que es tenerlo allí, en cómo es... y empiezan todos sus dolores de cabeza. Porque a él no le pone su hermano. Y punto.
NOTAS: El formato está costando mucho. Así que disculpas por cualquier cosa rara que se vea - probablemente es mía, pero podría ser culpa del word.
(Ahora)
-Tienes razón, no me copias. No podrías estar a la altura.
Sam abre los ojos, y Oregón se redibuja a su alrededor, a oscuras y desierto. Mira a Dean, que le sonríe, enseñando los dientes, sin dejar de mirar la carretera. Mira al exterior, sin reconocer realmente dónde están. Mira el reloj, que marca las diez y un minuto, lo que siempre le ha parecido una hora preciosa, pero que ya le cansa, ¡maldito tiempo y su paso de caracol!
Ignora el comentario de su hermano, fuera de contexto después de minutos de silencio, y espera a ver alguna marca de carretera. Alguna indicación. El brillo de las luces del motel al final.
-¿No tardamos mucho? -insiste, con una mueca exasperada.- No puede ser que esté tan lejos.
Dean se encoje de hombros.
-Está un poco más adelante. Un par de millas.
Un par de millas, acepta con el gesto torcido. Un par de millas.
Son más bien cinco. Seis. Cinco minutos más.
En silencio. En silencio incómodo. En silencio incómodo que ni siquiera sirve para que Sam se relaje. Va con los ojos entrecerrados, mirando por su ventanilla y controlando su respiración. La rabia sigue dentro de él. La rabia y la impaciencia y las ganas de no volver a ver nunca al gorila aquel, junto con una agridulce sensación de pérdida por no haberle partido la cara cuando tenía ocasión. Sin excusa ni motivo (Dean se mete en problemas solito, y casi siempre por la misma razón, una razón con un par de tetas y un culo), siente que debería de haber saltado a la ofensiva, al menos para liberar adrenalina. Al menos para desahogarse.
Se frota las sienes y no consigue bloquear con sus manos la visión de Dean mirándole. Mirándole.
-Estoy bien -gruñe, el tono restallando como un látigo.- Tengo dolor de cabeza, ¿vale?
-Vale -repite Dean.
Y lo deja estar. Porque eso es lo que hace Dean.
Pero le sigue mirando.
Cinco minutos en silencio irritante... y muy largos.
Dean se queda viendo la tele mientras Sam entra al lavabo. Dientes, cara, insistir en los ojos, con agua helada, y por fin salir, en pijama, para encontrar a su hermano comiendo porquerías, bocabajo en la cama, con aire de perfecta inocencia. Una mala mirada, un gesto cansado y a su cama, dándole la espalda, de perfil, a cerrar los ojos y no pensar en nada más.
Un día horrible, que puede acabar lo más rápido posible, si consigue dormirse rápido, rápido. Un día horrible, que debería de olvidar rápido, para que mañana pueda ser un día mejor. Ojos cerrados, bien cerrados, puño tenso, apretando las sábanas contra su pecho, y el ruido de la tele de Dean de fondo, molestando, no dejándole escuchar sus pensamientos; justo lo que necesita. Duérmete, Sam, duérmete...
Intentando no fijarse en ello, escucha cómo Dean se levanta y va al lavabo, aún comiendo algo de maíz y condimentos rojo titilante. Intentando que no traspase a su cerebro, traduce todos los ruidos de su hermano a las acciones de cada noche. Intentando levantar todas las murallas que pueda a su alrededor, piensa en la comodidad de lo conocido y en la tranquilidad de poder contar siempre con detalles inmutables, no importa lo mal que vaya todo lo demás.
Intentando ni enterarse de que lo piensa, se pregunta si el pijama de Dean estará limpio. Si lo lavaron en la última colada. Si a su hermano le faltará algo, ¿debería de ir a ver, darle conversación, reírse un rato?
No. Estás molesto y enfadado con él (aunque no es con él) porque no puedes dejar de pensar lo desatendido que te tiene, sentimentalmente hablando. Aunque a la vez no querrías que se enterase de que tienes necesidades sentimentales que dependen de él, claro. Eres así de raro, estás así de jodido. Pero no. No vas. Y no, no puedes imaginártelo en pijama, ni cómo huele ese pijama, sucio o limpio.
Sólo... sólo que sí que puede. Dean sale, apaga la tele, aburrido, y se sienta en la cama. Quieto, un momento, y luego el chirriar, ¿se habrá acostado?
-Sam. Sam. -Y, cuando no contesta:- Eh, Sammy.
Mierda.
No contesta. Pero se gira, para mirarlo de reojo.
-Que si quieres algo para el dolor de cabeza, tío.
-No -dice, muy flojito.- Estoy bien.
Dean asiente, frunce los labios, le sonríe. Se levanta y se sienta en la cama de Sam. Lo cual es tan raro, tarde y a oscuras, que Sam está tentado de girarse hacia él a ver qué le pasa. Si no fuera porque la tentación de girarse hacia el otro lado es igual de fuerte.
-Eso está bien -escucha la voz de Dean, casi un suspiro. La mano abierta de Dean, grande y torpe, frota nariz y ojos, como si le picaran, como si tuviera sueño.- Siento haberte obligado a salir, hoy -sigue, después de una pausa.- No he entendido que no tenías ganas.
Sam sacude otra vez la cabeza, y ahora sí que se gira. Es estúpido estar hablando con su hermano dándole media espalda.
-Era para bien -lo justifica.- Supongo.
-Claro que sí -sonríe Dean.- No pierdo la esperanza de convertirte en un chaval normal.
Sonrisa de medio lado, y se acomoda, tumbado de espaldas.
-Y eso se consigue llevándome a bares de carretera y ligándote la chica que, evidentemente, más problemas te va a traer, ¿no?
-Bueno -concede Dean- siento que mi opinión sobre la diversión no pase por la biblioteca.
-La mía no pasa por la biblioteca -corrige Sam.- Igualmente, no pasa nada, tío. Siento haberte hecho salir pronto de allí.
Antes de, quiere decir. Pero es demasiado grosero. Aunque la grosería sea para Dean como un cumplido en la mayoría de ocasiones.
-Oh, no pasa nada -asegura, su sonrisa traviesa y los ojos brillantes.- Conseguí tres teléfonos. Y tú evitaste la pelea. Con lo que la noche ha sido un éxito completo, lo mires como lo mires.
Sam alza las cejas y asiente, el sueño empezándole a pesar.
-Nos vamos mañana -le recuerda.- Si tienes que usar esos teléfonos, yo me iría dando prisa.
Un ruido reflexivo, y Dean se levanta de la cama de Sam, para ir a la suya.
Pausa, durante la cual Sam no deja de observar a Dean, que, por la cara, tiene algo que decir y no sabe cómo. Duda, duda un poco más, y por fin lo deja correr, se mete en la cama, se tapa. Pausa. Y, por fin:
-Sam.
Se gira, de perfil, mirándolo.
-¿Qué?
Una mueca, que dice nada, los labios apretados, sacándolos un poco, los ojos elocuentemente cerrados.
Pausa.
-Joder, Sam.
Sam se muerde el labio inferior, impacientándose.
-Dilo o duérmete, Dean.
-No -corta, rápidamente.- Dilo tú.
Sam lo mira, sin entenderlo.
-¿Decir el qué?
-Lo que coño te pase.
No. No quiere ir por ahí.
-Buenas noches, Dean.
-Sam.
-Buenas noches, Dean.
-¡Sam, joder! ¡Sam! ¡Venga ya! ¡Siempre quieres hablar, y yo no; hoy que te doy el gusto, no pases de mí, ¿no?!
Sam inspira lentamente.
-No quiero hablar siempre. No quiero hablar hoy. Hay muchos días que no quiero hablar.
-Ya -concede.- Pero hoy quiero yo.
-No.
-Ya. ¿Qué te pasa?
-Dean, no. Buenas noches.
Giro a la izquierda, para darle la espalda, que sabe que va a conseguir poco. Dean también se revuelve, por los sonidos de su colchón. Más ruidos, y luego silencio, y luego pasos descalzos, que se alejan de él, que se vuelven a acercar, por el otro lado. Dean, recortado contra la habitación, hombros caídos, acercándose a la cama hasta que Sam lo tiene delante y, entonces, abajo, en cuclillas. Una sonrisa, la luz directamente en los ojos, lo más brillante en la oscuridad. Y afecto, tanto afecto que Sam tiene que moverse, tiene que toser, tiene que incorporarse y mirar a Dean, norte con norte, arriba con arriba, antes de que el mareo lo venza.
-Ey -dice su hermano mayor, grave y alegre, las arrugas de su gesto, alrededor de la boca, y los ojos, una sonrisa completamente sincera, líneas oscuras y definidas.- ¿Quieres un vaso de leche?
Es inesperado, es de noche, es tarde y ya están en la cama, así que Sam sacude la cabeza, con un gesto de incomprensión, antes de darse cuenta de que sí, sí quería un vaso de leche.
Dean se encoge de hombros, se levanta un poco, vuelve a sentarse en la cama, con Sam sentado y a su nivel. Manos sobre las piernas, cruzadas casualmente, y una mirada curiosa, atenta.
-Bueno -acepta, y mira un instante hacia las bolsas, hacia la habitación, en derredor, pausa y luego Sam, de nuevo, intensamente.- Dime.
Sam cambia el peso de un lado a otro de la cama, se remueve, baja la vista. No tiene nada que decir. No tiene nada que quiera decir. ¿Bromea? Él no ha empezado esa conversación.
Pero Dean lo sigue mirando, sin presión, sin impaciencia, mirando, observando, esperando. Y Sam empieza, de verdad que sí, empieza a protestar y a pedirle que deje el tema, empieza a redactar en su mente alguna frase que convenza a Dean, alguna excusa, alguna obviedad innegable como que es tarde, que tiene sueño, que ha sido un día largo, que no quiere, no pueden hablar de eso. Cualquier cosa. Y abre la boca, y empieza a hablar una, dos, tres veces. Sin saber realmente qué decir, sin tener fuerzas.
La paciencia de Dean, el aire de interés casual, lo desarman. Sabe que Dean sabe. Sabe que Dean sólo espera. Sabe que sabe cómo hacerlo hablar. Y sólo tiene que esperar.
Dios, es Sammy, Sammy, y Dean sabe. ¡Quiere hablar de ello, necesita ayuda! Es... es Sam, por Dios, y Dean... Dean tiene que ayudarlo. Irracional e injustamente, lo espera de él. Lo da por sentado. Lo quiere tomar, rápido. Consuelo.
La culpa... la culpa es de la práctica. ¿Cuántos años lleva consiguiendo paz de espíritu tan pronto como le explica algo a Dean? Aunque él no haga nada. Aunque no haga falta que haga nada más que escuchar. ¿Cuántos? ¿Cuántos...?
Todos. Menos Jess. La universidad. Todos los demás.
Toda la vida acostumbrándose a ello. Sammy en problemas, Sammy mal, tímido, demasiado estudioso, con pocos amigos, cuando volvían a cambiar de colegio, y Dean, protector y grandote, serio, agresivo, Metallica sonando a su alrededor y chupa tras chupa de cuero, acercándose, hablándole, haciendo que todo se arreglara. Diciéndole lo justo para que él se sintiera capaz de arreglar todos sus problemas. Estando ahí, solucionándolo todo sólo por estar ahí.
Sammy. Se siente Sammy cuando deja de balbucear, cierra la boca y alza los ojos para mirar a Dean. Dean.
-No es nada -empieza, lentamente, pero con la certeza de que puede seguir esa conversación.- Estoy... No estoy bien, Dean. -Un fruncimiento de cejas para que continúe cuando Sam hace una pausa, pero Dean no lo interrumpe.- Es una tontería. -Risa incómoda, diminuta.- Supongo... Supongo que de hecho no es nada. Pero últimamente... supongo que echo de menos a Jess.
-Hmmm. -Otro movimiento de cejas, y está completamente serio. Completamente centrado.- ¿Últimamente?
Sam asiente, se encoge de hombros, se hunde un poco.
-Últimamente -repite.- Es como... es como si... Bueno, lo he superado, ¿eh? Tanto como se superan estas cosas. La quiero, y la echo de menos. Pero. Pero... no sé. Ya no es...
-Como si no pudieras vivir sin ella. ¿No? -Un silencio, una mirada significativa y Dean asiente, pensativo.- Sigues adelante. ¿Dónde está el problema?
Me siento solo suena patéticamente falso incluso a sus propios oídos. ¿Por qué herir a Dean con una mentida que desprestigia toda su relación, cuando está casi en el mejor momento? No. No lo va a decir. Y eso lo deja sin saber qué decir. Porque la quiero sustituir por ti, sólo que infinitamente mejor, infinitamente diferente, le parece, cuanto menos, un poco excesivo. Mira a Dean, mordiéndose el labio inferior, y se encoge de hombros.
-No es culpabilidad -murmura, casi para sí.- Es que... supongo que estaba acostumbrado a tener a alguien que...
Eso suena tan horrible que se le sube todo el calor a la cara, de golpe, y se corta a media frase.
Dean lo mira, sorprendido por su silencio, y luego por su expresión.
-¿Qué? ¿Qué pasa, Sam?
-No es eso -se responde a sí mismo, entre dientes.- No necesito sustituirla.
Dean tuerce el gesto, lo observa, se frota las palmas de las manos contra las piernas.
-Tío, si se trata de chicas... No sé. No es tan complicado. Quiero decir que... tiene arreglo.
Las cejas de Sam se disparan, arriba, y sus aletas nasales se dilatan. ¿Quiere decir...?
Dean se ríe, con ganas, inclinándose, una risa profunda, que sale directamente del diafragma.
-No así, tío. Por dios, Sammy, ¡eres un monaguillo! -Más risa, y al final una mueca de afecto tan sólido como la risa de Dean, y tan notorio como las vueltas que da el estómago de Sam, sólo por esa mueca.- Qué idiota eres. ¡Nunca te propondría una cosa así! Pagar por eso es inmoral.
Alguna broma sobre la falsedad de las tarjetas de crédito pasa por su mente, y luego alguna broma sobre cómo Dean podría cobrar por ello, pero las descarta las dos, sin ganas de meterse realmente con su hermano.
-¿Entonces?
-No hace falta acumular tanta presión dentro -suspira Dean, y se observa en la oscuridad algo en un dedo, alguna herida a medio curar, que rasca, que pellizca.- Sé que no es como tú eres. Pero... un poco de diversión. Ser Dean un día, ¿no te gustaría? Sólo un día, para jugar. ¿Qué te parece?
Ser Dean un día. Para jugar. Sólo para jugar. Tiene que sonreír, porque de repente ve en el Dean hermético y grandote el adolescente Dean hermético y con granos, y el hermano mayor no tan mayor Dean, que jugaba con él a carreras y a inventarse historias de la gente que veían por la ventana del motel de turno. Tiene que sonreír, tiene que mirar a Dean, un buen rato, y tiene que alargar la mano, que él toma, con una comodidad absoluta, un apretón, un golpe, casi como una palmada.
-No sé -se oye decir, dentro de la niebla de días pasados y momentos importantes que lo envuelve.- Es que te miro y pienso, ¿para qué necesito más?
La mano en la suya no demuestra nada, y la sonrisa de Dean tampoco, pero el gesto de sus ojos (contraerse levemente, y luego abrirse de nuevo, congelados y vidriosos, aparentando nada diferente) saca a Sam de contexto automáticamente, despertándolo como un cubo de agua fría.
Si se lo quería decir, o no, ¡aún no lo tenía decidido!, evidentemente no era así.
Dean recupera la conversación, allá donde Sam la creía completamente muerta.
-Necesites lo que necesites -murmura, y se le curva un lado de la boca, sólo uno, en una sonrisa- no será pagando, créeme. ¿Seguro que no quieres un vaso de leche?
Sam se encoge de hombros, piensa en que se ha lavado los dientes, piensa en que le da mucha pereza volverse a levantar para lavárselos, y acaba por rendirse.
-¿Queda cacao?
El brillo de los ojos y de los dientes de su hermano es evidente mientras se levanta de la cama. Esas sonrisas de Dean que ves con más frecuencia de la que esperarías, cabrón obtuso y lleno de barreras que es, y que salen de una alegría casi de niño, por cualquier cosa, por casi cualquier cosa.
-¿Bromeas? ¡Siempre hay cacao!
Sam lo observa, desde la cama, encender la luz, coger un par de vasos, volver al cabo de un instante con leche y cacao, dos cucharas en la boca. Le pasa uno de cada, Sam se levanta, se sienta, se mueve hacia el borde, se inclina, con cuidado de no derramar nada en las sábanas y mantas. Mientras Dean le echa cacao en polvo en la leche, él aguanta los dos vasos. Mientras Dean coge el suyo, lo remueve y se lo bebe, Sam se queda en silencio, contemplando el polvo hundirse lentamente, sin pensar en nada más.
Hasta la caricia, diminuta, divertida y ligera, de los dedos húmedos de leche de Dean en su cuello, en las puntas del pelo.
-Vamos, Sammy, bébetelo. ¡Que dicen que el chocolate es sustituto del sexo, y tú vas muy falto, campeón!
Mira a Dean, asiente, arruga la nariz sin dejar de sonreírle y por fin coge la cuchara.
Mientras Dean lleva los vasos al lavabo, Sam se vuelve a meter en la cama y se tapa. Mucho mejor. El sueño lo encuentra casi antes de que Dean vuelva del lavabo.
Justo después de haberse resignado al hecho de que su hermano lo ha vuelto a hacer: broma, silencio, divertir la atención. Vestir un problema de inexistencia, hasta que Sam saque el tema al cabo de uno, dos meses, cuando no pueda más.
Lo ha vuelto a hacer. Ignorando lo que le ha dicho, o fingiendo entenderlo de otra manera.
A Sam le da exactamente igual No se enfada en lo más mínimo. De hecho, es mucho más que eso: se siente tan agradecido, tan cómodo, tan tranquilo por esa ficción, que querría besar al maldito Dean.
Y eso no lo perturba en absoluto.