031. Amanecer

Jan 16, 2007 19:17


Reto: Tabla 100 drables - Amanecer.

Rating: PG

Pairings, spoilers...: OC

Comentarios: Dadme una canción y moveré el mundo. O algo.

El sol, que sale tarde, que sale perezoso, los encuentra en un rincón tranquilo y apartado, cálido, oscuro. Él la besa, sonriente, inmensamente sonriente, y luego le arregla el pelo, que le ha deshecho en más de un lugar.
-Te quiero -le murmulla, tan flojo que ella tiene que mirarlo y reírse, encantada.
-Corre -le anima.- Vete ya, o todo el pueblo nos va a ver.
-Falta mucho para que se despierten -protesta él. Remolón, la besa de nuevo.- ¿No puedo acompañarte?
-No te preocupes por mí -lo tranquiliza, con una caricia en la mejilla.- Estoy enseguida en casa.
-Te estaré mirando -la avisa.
Ella asiente y le enseña los dientecitos, blancos y adorables, en una mueca feliz.
-Hasta luego -le dice, antes de empujarlo fuera.- Baja a verme esta tarde.
-No lo dudes -asegura él. Le lanza un beso disimulado.- Hasta luego, preciosa.
Y sale del rinconcito encantador. Y camina en una nube, un rato.
Y luego se despierta, un poco más, y razona.
A ver. ¿Con quién había ido él al pueblo?
El pueblo, en sí, es un desierto poblado, súbitamente, por bancos, tazas de ponche, jóvenes y no tan jóvenes que se refugian del frío tras paredes o en graneros, bajo mantas o muy juntos, y, la elección general, junto a la hoguera que resplandece apagadamente, ascuas tan sólo. Hay restos de alcohol por algunos rincones, y otros residuos de la fiesta, y se distrae con conocidos que duermen, a la intemperie, la recuperación de lo que ha sido una maratón de excesos. Los farolillos y las guirnaldas de decoración, de aspecto algo decadente, por la mañana, lo aturullan, por la necesidad de esquivar las que, deshechos los nudos, han bajado hasta alturas probablemente asesinas, si chocara realmente con ellas. Una fantasía, muerte por ahorcamiento con una banderola con los colores McKay le hace sonreír, cínico. Otra fantasía, esta más agradable, hace que se gire, parándose de repente, al amparo de una esquina. Fantasía... bueno, de aquella manera. Un proyecto de futuro, más que una fantasía. E implica a la muchacha que se esconde en su rinconcito, y que tarda, tarda, prudente, hasta que por fin sale y corre a su casa, sólo dos edificios más allá, entra, cierra, mira por la ventana un momento. Un saludo, disimulado, que sólo ella vea, y desaparece.
Y él se lo vuelve a preguntar. ¿Con quién ha ido al pueblo? O, bueno, ¿Con quién ha estado en el pueblo?
El inglés. Chris. La escocesa -su prima-, Andrea.
¿Tiene que buscar a alguno de los dos? Andrea tiene novio. Debería de ser él quién se preocupara de ella, ¿no? Y padre. De buen seguro la han llevado a casa. Y el inglés, Chris, tiene cama en el pueblo. Solo o, más probablemente, por sus avances de la noche anterior, acompañado, habrá vuelto a su cama y estará durmiendo a pierna suelta desde hace horas.
Así, ¿por quién tiene que preocuparse? ¿Con quién vuelve? ¿Es que es el último de Balnakiel que queda por allí?
Pasea un poco por el pueblo, para asegurarse. Sí, todo conocidos, pero ninguno para él. Ninguno para acompañar, o que le acompañe. Y casi ninguno en estado lo suficientemente consciente para hacerlo, en todo caso.
Pausadamente, rodea la hoguera, alrededor de donde muchos duermen, o al menos descansan, bajo mantas. Como cada fin de fiesta, no es muy sorprendente. Es agradable ver que no sólo los jóvenes alocados prefieren acabar así las fiestas. El amanecer junto a la hoguera es casi una tradición que sólo los reumáticos parecen descartar por completo. No le sorprende, por ejemplo, ver a algunos de sus primos. O a sus tíos. O a los vecinos. No, ninguna sorpresa. Un saludo, una inclinación de cabeza, y sigue andando.
Le sorprende algo más ver al novio de Andrea sin ella. Pero, por lo que recuerda, vagamente, el chico ha perdido la conciencia mucho, mucho antes del amanecer, sin mucho aguante para el alcohol, como siempre. No es remarcable.
Sigue paseando, hacia las afueras, entrando en calor antes de tomar el camino a casa. Cruza los brazos, inspira lentamente, observa cómo sale el sol. Se despereza e imagina a su chica ya en la cama, en camisón, cayendo rendida enseguida, o quizás reviviendo un poquito la noche, antes de entregarse al sueño reparador. Y se estira, y se sorprende medianamente por encontrarse tan bien, tan descansado, a pesar de todo, y se decide a volver a casa. Por qué no. El mar está precioso, a esas horas...
-Iain.
Un pequeño susto, por la irrupción en la quietud general. Se gira.
-Andrea.
Para nada en su mejor momento, ella se encoge de hombros, bajo el plaid que la envuelve. Está despeinada, con los ojos rojos, de sueño, y tiene una expresión entre cansancio y aburrimiento que no le sienta demasiado bien.
-¿Vas a casa?
Asiente.
-Te acompaño -la informa. Se acerca y le pasa un brazo por los hombros.- Creía que ya habrías vuelto, con los tíos.
Ella sacude la cabeza.
-No sé cuándo se han ido -explica, con un bostezo.- Los he estado buscando, pero no sé. Igual están tomando café con tus padres.
-Igual -coincide él, y los dirige lentamente hacia el camino a Balnakiel.- ¿Ha estado bien, la fiesta?
La primera respuesta que recibe es un encogimiento de hombros.
-No tanto como la tuya, eso es seguro -le dice al cabo de un momento, con una sonrisa que pretende chincharlo.
-Eso es seguro -coincide.
-No la he visto mucho, hoy, por cierto -se queja ella. Caoimhe, entiende él, sin duda alguna.- ¿Está bien?
-Increíble -responde, automática, rápidamente, levantando risas en su prima.- A parte, sí, está bien. Por la tarde bajaré a dar una vuelta con ella, si quieres venir...
-Oh, no -interrumpe ella.- No más arrumacos tuyos, por Dios. No los quiero ver nunca más. O al menos hasta el día de tu boda.
Él saca la lengua y le da un golpecito en la cadera con la suya, pero la verdad es que lo hace todo bastante complacido. Eso de los arrumacos le ha sonado bien, sí señor

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