015. Azul

Jan 16, 2007 18:31


Reto: Tabla 100 drables - Azul.

Rating: PG

Pairings, spoilers...: OC

Comentarios Completamente out of touch, yo.

Deja que su madre le arregle el pelo, mientras Iain se acerca. Iain es su primo, rubio, ojos azules, guapo como una mala cosa, no exento de chulería. Para Samhain, coincide que también es su medio pareja.
Hace viento, que le revuelve la falda, que le revuelve los rizos, y hay unas nubes oscureciendo el cielo, amenazantes, si bien se mantienen aún lejos. Samhain lluvioso, debería de garantizar fertilidad, y ser por tanto una cosa buena, según dicen los ancianos. Para ella, en cambio, esas nubes son una molestia en el horizonte, capaces de estropear el trabajo de semanas.
Samhain. Una gran fiesta cada año, que este año han multiplicado en esplendor y esfuerzo. Samhain, una de las noches más mágicas, y la primera ocasión de lucirse realmente ante su rey.
Iain llega y besa a tía y prima, con un golpe suave en la cadera de la última.
-Buenas -saluda, afable, apreciando fingidamente a madre e hija.- Tía, cada año estás más guapa. And, tú no te quedas atrás, y me vas a dar la noche, seguro, espantando a todos los sosos del pueblo. ¿Crees que podrás poner cara de enfadada, para que te tengan miedo y yo pueda tener algo de paz?
Andrea le sonríe, sin mucha concentración, y su madre le vuelve a colocar bien el pelo.
-Tú tampoco estás mal -dice, sin mirar ni siquiera la ropa del chaval, ni qué bien le queda el azul del tartán McKay a la cara y cómo le brillan los ojos; se lo conoce perfectamente.- Pero eso ya lo sabes, ¿verdad?
-Ahá -concede él.- Estoy increíble. ¿Estás lista, And, vamos bajando?
Un retoque más de la cintura, que le queda grande se ponga como se ponga; siempre le ha ido holgada. Unos pellizcos en las mejillas. Una sonrisa tímida a Iain, que la coge del brazo y le reafirma la apreciación, devolviéndole una mueca tranquilizadora y comprensiva. Coge su yegua, con la crin trenzada especialmente para la ocasión. Y salen, Iain y ella, hacia el pueblo.
Porque él sabe cómo se siente ella de nerviosa, e intuye por qué, o quizás porque tiene otras cosas en la cabeza, como todos los preparativos realizados, o todas las conversaciones cruciales, o los últimos adelantos en la preparación de la lucha, salen hacia el pueblo y recorren una buena parte de él completamente en silencio. Es cómodo, como siempre con Iain, y ella se concentra tan sólo en los pasos de la yegua, lo cual no es mucho esfuerzo, y poco a poco se deja adormilar por el paisaje, conocido y tan cercano.
En su adormecimiento, los sueños toman la mayoría de sus pensamientos, y su imaginación vuela por sí misma, hacia la fiesta, hacia el pueblo. El pueblo, que tan bonito han dejado, con lazos y guirnaldas del azul cielo, verde hierba, no sin el característico deje, de nuevo, de azul, de su tartán. El pueblo, con todos los muchachos, las muchachas, las faldas, los juegos, la música. El pueblo, y ella bailando, con su novio, que la admira, que pide permiso a Iain e Iain, claro está, cede, porque su relación es lo bastante oficial, y luego ella bailando con su padre,o con Iain, o con otro...
A media voz, casi sin confesárselo a sí misma, en su sueño, baile con quien baile, siempre hay una interrupción, inflexión gloriosa, que se acerca de espaldas, solemne, grave, pide permiso con un gesto deferente y la toma por la cintura, un baile europeo, un baile completamente diferente, mirándola a los ojos, prometiéndole todo lo que haya de necesitar jamás, embelesado y prendido de los ojos de ella.
No lo admitiría, y no se lo confiesa, porque es violento. Desea, activamente, ciertamente, a su príncipe, a ese Tearlach de rostro desacostumbrado (dicen que se parece a la línea familiar, que es ciertamente hijo de su padre, nieto de su abuelo, que no hay duda alguna, a pesar de los rumores entorno al nacimiento del padre) que apareció un día en su costa y que está montando una organización bastante efectiva a su alrededor. Desea, no por el poder, no por la riqueza, pero desea. Se imagina siendo su amante, siendo la escogida. Y se ruboriza, y es ridículo que se ruborice de sus propios pensamientos, sobre todo cuando le son tan agradables que no los censura sino que, más bien, se los autopromociona. Pero no deja de imaginarlo. Él, con sus casacas raras, elegantes, continentales, apretándose contra su vestido, contra su falda, quitándole poco a poco el plaid, deshaciéndose de su vestido y metiéndola en sus sábanas de, dicen, pura seda.

tabla_100

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