Nov 29, 2009 01:57
Capítulo dedicado a mi super neechan Kitsune-chian. T.T te quiero neechan! T-T
Global Mpreg
9: Sacra promessa meinem Geliebten
La muerte y tú. Presentamos a la narradora.
Primero los colores.
Luego los humanos.
Así es como acostumbro a ver las cosas.
O, al menos, así intento verlas.
† Un pequeño detalle †
Morirás
Sinceramente, me esfuerzo por tratar el tema con tranquilidad, pero a casi todo el mundo le cuesta creerme, por más que yo proteste. Por favor, confía en mí. De verdad puedo ser alegre. Amable, agradable, afable… y eso sólo son las palabras que empiezan por “a”. Pero no me pidas que sea simpática, la simpatía no va conmigo.
† Respuesta al detalle anteriormente mencionado †
¿Te preocupa?
Insisto; no tengas miedo.
Si algo me distingue es que soy justa.
Por supuesto, una introducción.
Un comienzo.
¿Qué habrá sido de mis modales?
Podría presentarme como es debido pero, la verdad, no es necesario. Pronto me conocerás bien, todo depende de una compleja combinación de variables. Por ahora baste con decir que, tarde o temprano, apareceré ante ti con la mayor cordialidad. Tomaré tu alma en mis manos, un color se posará sobre mi hombro y te llevaré conmigo con suma delicadeza.
Cuando llegue el momento te encontraré tumbado (pocas veces encuentro a la gente de pié) y tendrás el cuerpo rígido. Esto tal vez te sorprenda: un grito dejará su rastro en el aire. Después, sólo oiré mi propia respiración, y el olor, y mis pasos.
Casi siempre consigo salir ilesa.
Encuentro un color, aspiro el cielo.
Me ayuda a relajarme.
A veces, sin embargo, no es tan fácil, y me veo arrastrada hacia los supervivientes, que siempre se llevan la peor parte. Los observo mientras andan tropezando en la nueva situación, la desesperación y la sorpresa. Sus corazones están heridos, sus pulmones dañados.
Lo que a su vez, me lleva al tema del que estoy hablándote esta noche, o esta tarde, a la hora o el color que sea. Es la historia de uno de esos perpetuos supervivientes, una nación menuda que sabía muy bien qué significa la palabra abandono.
La nación eternamente joven.
Dachau - 1945
Esa mañana, todo le había caído como un balde de agua fría. Lo que parecía ser la solución a sus problemas de pobreza, una salida para su nación, se había convertido en uno de los mayores errores de la humanidad.
Yo caminaba, esparciendo colores y cargando almas sobre mi hombro. A pesar de que todo había terminado y que yo al fin tendría un poco de paz y tranquilidad (mentira, tendría trabajo como todos los días por el resto de la esternidad, solo que ahora sería otra vez un rango establecido) pude notar una de esas almas que tiempo atrás había logrado escapar de mí.
Caminaba con la vista fija en las baldosas oscuras del campo de Dachau. A su alrededor, otras personas con el mismo uniforme verde turquesa oscuro corrían de un lado para otro, abordando sus autos, camiones, o lo que pudieran para escapar. La noche anterior se habían encargado de llevar a “los indeseables” que habían logrado capturar a otros campos de concentración, o al menos eso les habían dicho. Ludwig (que así se llamaba la nación) sabía que ocurriría una de dos: o los matarían en el camino por algún lugar desolado, o tendrían suerte de ser encontrados por los aliados y liberados.
Aún así, pensaba en sus ciudadanos, que habían quedado como los malos de la película. No importaba qué, habían nacido en su tierra, eran parte de él y le importaban.
Pero también estaban “los otros”, venidos de otras tierras y cuyos hijos habían nacido en Alemania. ¿Acaso ellos no valían igual? ¿Acaso sólo le importaban aquellos que compartían sus rasgos arios?
Siguió caminando hasta que las baldosas se habían convertido en tierra y podía sentir que los prisioneros escondidos salían de los lugares más recónditos del campo, observándolo. El uniforme que antes se había burlado del pijama con rayas ahora era señalado por dedos esqueléticos e insultado en diferentes idiomas. Reconoció su propio idioma, algo de italiano, uno que otro polaco y lo que creyó entender como ruso.
-Esto es de verdad espantoso. - escuchó que le decían. Se volvió y encontró a su hermano observándolo de reojo, sentado en una gran zanja mientras en la mano apretaba la cruz de hierro. Ludwig se acercó a éste para luego observar la gran zanja llena de cuerpos de personas exterminadas la semana pasada. El olor putrefacto no pudo con él, fue suficiente en comparación del sentimiento de culpa que le embargaba. De verdad que de un principio, en 1933, no fue su idea exterminar a ninguno de ellos… a ninguno de esos seis millones.
† Un detalle sobre Gilbert Weilschmith †
Muchos años atrás,
me hizo una oferta que yo no podía rehusar.
-¿De quién fue la idea?- murmuró Ludwig mientras permanecía de pié al lado de Gilbert. El albino cerró los ojos para recordar nombres.
-Obviamente empezó con el austriaco ese que nunca visitó uno de estos campos… Hitler. - silencio por unos segundos, habían más nombres. Y sí, te diré que Herr Führer nunca, repito, nunca visitó uno de esos campos. Sino quizás lo habría pensado dos veces. Oh, aquí vienen los nombres. - Himmler, Eichmann… no me obligues a recordarlos West, no tengo buena memoria.
-O al menos…
-Eso quiero pensar. - Dijo en un suspiro. A pesar de ser una nación, no estamos hablando de un pedazo de tierra amorfo, sino de una persona, que al igual que tú respira, crece, muere…- ¿Nos justificaría de alguna forma?
-No.
-La lista de quienes nos odian será grande. - sentenció Gilbert luego de dos minutos y veintisiete segundos enteros de silencio.
-Polonia para empezar…
-Estonia, Holanda, Checoslovaquia, Letonia, Serbia, Islas Channel, Francia, Bielorusia, Ucrania, Noruega, Lituania, Bélgica, Rumania, Japón...
-Italia y Austria también. - soltó Ludwig.
-Si... - Gilbert se levantó, sacudiéndose el polvo de los pantalones y acomodándose la gorra militar sobre la cabeza.- Las consecuencias van a ser enormes, pequeño West.
-Quizás…
-No, en verdad van a serlo. Al menos para mí.
Pudieron escuchar sonidos de tanques disparando, bombas y demás artillería a no más de un kilómetro del campo.
-Los americanos son ruidosos…
El bullicio se acrecentó, haciendo que los prisioneros volvieran a esconderse y dejaran a ambos hermanos completamente solos.
Hubo unos cuantos minutos en los que se escuchaba el griterío de los soldados americanos capturando a algunos agentes nazis, ordenándoles ponerse de espaldas contra la pared.
-Una vez, Francis me comentó algo que le había escuchado decir a Arthur sobre Alfred.- comenzó Gilbert rompiendo el silencio entre él y su hermano, mientras escuchaban a los americanos dando algunas órdenes en inglés.
-¿Qué?
-Cuando entra en guerra…se convierte en el peor monstruo que pueda existir… y es incluso peor que Iván.
Una sombra se interpuso entre ambos hermanos.
-Pero si los héroes somos buenos.- dijo Alfred para luego taparse la nariz con la mano.- ¡Vaya qué peste! ¡Toda Alemania tiene ese olor a sangre podrida!
-No has venido aquí para ser catador de olores.
-Es verdad.- dijo bajando la mano y sonriendo.
† Alfred F. Jones †
Nación: Estados Unidos de América
Siempre se pregunta
“¿Por qué Inglaterra me mira con esos ojos tan tristes?”
-De todas formas ya se acabó.
-Not yet…
No estoy segura si la nación de cabellos rubios oscuros y ojos azules dijo algo más en el idioma universal. Solo sentí que otra vez tendría trabajo. Me giré, dejando atrás a las tres personas dispuesta a hacer mi trabajo.
Disparos, miles de ellos eliminando a los últimos nazis que quedaban en los alrededores de Dachau. Más heridas para Alemania, más personas muertas… más trabajo para mí.
-Ahora si se acabó, Alemania. Eso es por las cincuenta veces que molestaste a Arthur.
† Arthur Kirkland †
Nación: Inglaterra
Cercano y distante.
Así se sentía respecto a la nación que más había amado.
Al único que le había mostrado su verdadera forma.
* * *
A pesar de todo, Alfred le había dejado marcharse. No porque le tuviera lástima, sino porque sabía que el verdadero infierno lo viviría Ludwig cuando caminara por su tierra, destrozada bajo los ataques de los aliados.
De la misma forma que había recorrido Dachau, lo hizo en Berlín, con la única diferencia de ver soldados rusos en vez de americanos.
Se sentó en una de las que quería pensar que eran rocas y no los escombros de una casa antes habitada y con personas. Sintió una gran mano presionando su cabeza. Esa mano que es incluso más pesada que la mía.
-Eeeeeh… Alemania está triste. - dijo con ese tono infantil propio de él. Siempre actuando como un niño, debido a que su corazón se congeló en alguna parte de su historia, negándose a crecer.- Es divertido.
-No molestes Rusia…
-No estás en condiciones de quejarte, ¿o si?- le dijo mirándole desde arriba con los ojos violáceos refulgiendo. Incluso a mí me atemorizan esos ojos.
† Iván Braginski †
Nación: Rusia
Un corazón congelado por el dolor.
Lágrimas que se negaron a salir.
Los hombros cansados de ayudarme a cargar tantas almas.
-Si comparamos lo que hiciste con las cosas que hice…o más bien me obligaron a hacer…
-No lo intentes. Si quisieras comparar las atrocidades cometidas en mi casa, tendrías que juntar todas las atrocidades cometidas en el mundo incluida ésta, juntarlas y entonces recién compararlas conmigo.
-No hay punto de comparación Rusia. Tú eres peor que yo.
-Pequeña diferencia, lo mío lo mantengo en mí. No como tú.
Otro de los silencios a los que Ludwig se había acostumbrado en ese día. Y luego murmuró lo poco que sabía en ruso, lo poco que sabía en cualquier otro idioma.
-Pachemu? (¿Por qué?)
-Patamu chto… ya jachu… ili ya magu. (Porque… yo quiero… y puedo.)
Presionó la gran mano contra la gorra de Ludwig, bajándola y tapando sus ojos, para luego acercarse a su oído.
-Te aconsejo que no lo veas. Es lo último de misericordia que tendré contigo.- dijo para luego acercarse al grupo de soldados rusos, quienes acercaron las extremidades al cuerpo cuando Iván se acercó.- Vlieried!
Otra vez, discúlpenme por tener que ir a trabajar. Iván me explota laboralmente.
No necesitaba saber ruso para entenderlo, los disparos y los pasos ágiles y rápidos de los rusos le avisaban lo que sucedía ahí también.
† Pequeña gran diferencia para tomar en cuenta†
Cuando los rusos llegaron a Berlin,
éste en su mayoría se encontraba habitado por mujeres y niños,
quienes no tenían la mínima esperanza de defenderse o escapar.
Quiso pensar que era justo, que ellos habían apoyado esa estrafalaria idea de ese hombre bajito con bigote pequeño y cabello peinado al lado opuesto del común. Era justo, un judío por un alemán, y sin embargo…
Algo cayó en medio de los escombros cercanos a Ludwig. Era agua, pero no era época de lluvia.
* * *
Nuevos inicios:
En medio de un Berlín destrozado y una Alemania dividida en cuatro, Ludwig descansaba entre las cenizas de lo que pudo ser el centro del tercer Reich, observando algunas casas arder, las cenizas elevarse y volver a caer como la nieve; y ningún ruido que acompañara la tétrica y frágil escena. A su lado derecho en la calzada pudo ver lo que fueran los dibujos de tiza por niños que en la mañana estuvieran jugando rayuela. Acarició el trazo con la mano derecha mientras observaba, ausente, la ciudad muerta.
Cerró los ojos que tanto le pesaban. Creyó tener el vestigio de un sueño, de una época distante la cual el no conocía, o al menos creía no conocer. Otra vez, esa niña de vestido verde, sonriéndole cálidamente. ¿De dónde la conocía?
-Sacro Imperio Romano… despierta… oye… ¡despierta!
-¡ALEMANIA DESPIERTA!
Un golpe en el estómago que le hizo creer que podría vomitar sus vísceras lo despertó. El rostro infantil era reemplazado por uno que era casi igual de infantil… se parecía… entonces…
† Feliciano Vargas †
Nación: Italia
Muy directo.
Una de las pocas personas que no arrastra el dolor por años.
-¡Alemania! ¿¡Estás bien!? - preguntó preocupado de rodillas a su lado. Ludwig terminó de incorporarse para observarle.
-Ah… si… estoy…- no, no lo estaba. Se calló logrando preocupar al otro.- Tú… dime… ¿tú estás bien?
-Un poco herido pero si.- contestó Feliciano para luego abrazar cálidamente a Ludwig.- estaba preocupado…
-¿Por qué?
-¡Porque somos amigos! ¡No quiero perder a alguien que quiero nunca más!
-¿Nunca más?
Otro golpe en su mente.
-¡Te esperaré! ¡Volveremos a vernos! ¡De seguro que sí!
¿Qué era todo eso? En verdad debía estar mal de la cabeza. ¿Recordar ese tipo de cosas justo ahora? Justo ahora que se desmoronaba poco a poco y sentía que todos en el mundo querrían verlo muerto o en el mejor de los casos sufriendo.
-¡Y porque quiero mucho a Alemania!
Algo oprimió su corazón. Si quieres a alguien… entonces no quieres verlo muerto ni sufriendo. Sintió uno de los tantos abrazos a los que se había acostumbrado en ese tiempo, rodeándolo y apaciguando ese sentimiento que le consumía.
* * *
A Ludwig le gustaba mucho la calidez de la casa de Feliciano. Era un lugar tranquilo, cálido, sin muchos problemas y que rápidamente olvidaría los errores de ese país.
¿Lo harían?
Ludwig no podía sino sentirse culpable todo ese tiempo. En las reuniones con otros países, se sentía como aquél que sobraba, aquél que no era bien recibido, aquél que echarían en cualquier momento.
Siempre siendo observado…
Siempre lo miraban desde arriba como si de la peor basura se tratara. A gilbert, por su parte, no le importaba. Relaciones diplomáticas eran sólo eso, no tenía porqué sentir algo por el desprecio de los otros hacia sí, así se tratara de Antonio o Francis, que en un momento fueron sus amigos. Pero para Ludwig, que nunca había guardado cercanía con algún otro país, además de Italia, en sí le preocupaba el rumbo que als cosas habían tomado.
Y sin embargo, en las noches que la tristeza lo consumía, sentía que podía olvidarlo todo con Feliciano a su lado. Le bastaba una cena preparada por él, unos segundos riendo, o un simple abrazo para sentirse bien y olvidar el odio de los demás.
Fue así que, una de tantas noches en las que Feliciano le había pedido a Ludwig que lo abrazara, éste pasó los brazos por la cintura del más pequeño, mientras éste se colgaba de su cuello.
Besó a Feliciano en la mejilla derecha, y cuando se disponía a besarle en la otra no pudo contenerse y se detuvo a medio camino, para besarlo en los labios. Como si de un sueño se tratara, sus sentidos mezclaban las sensaciones, el corazón iría a explotarles en algún momento… y sin embargo querían seguir sintiendo esa dulce tortura dentro de ellos.
† Pensamientos en la cabeza de Ludwig †
Como todos los enamorados,
Sentía que el mundo podía derrumbarse…
Y no le importaría.
* * *
El tiempo pasó lentamente, como sólo pasa para aquellos que lo tienen hasta para desperdiciarlo. Pero Ludwig no desperdiciaba ni un segundo al lado de Feliciano, quien hacía esfuerzos sobrehumanos para ser “un amante digno de Alemania”.
Feliciano había aprendido a despertarse temprano, a comer las papas aplastadas con wurst y cerveza (era lo único que Ludwig sabía hacer, y se turnaban para cocinar), incluso había aprendido a dejar de temblar por todo lo que le pasara.
Por su parte Ludwig había dejado de regañarlo por cada vez que se caía, se hacía una herida mínima y lloraba por cuarenta minutos. Simplemente reía ante lo tonto de las situaciones, para luego continuar escuchando el interminable repertorio de ideas graciosas de Feliciano.
Si, completamente diferentes. La pareja perfecta.
Y así, entre alegrías que tapaban tristezas, risas que ocultaban un corazón herido y palabras dulces y traviesos juegos del italiano rompiendo el muro de seriedad del alemán, pasó todo un año.
En su aniversario, mientras intentaba no ponerse nervioso (como era su costumbre cuando de expresar sus sentimientos se trataba), Ludwig le regaló a Feliciano un anillo de compromiso.
† Otras cosas que Ludwig le entregó a Feliciano ese día †
Una de sus pocas sonrisas sinceras.
Una bolita roja destrozada, que antes tenía forma de corazón.
La última luz en su alma.
* * *
Ambos lo sabían. Esa noche tenía que ocurrir. No era pronto, más bien sintieron como que se habían esperado demasiado.
-¿De verdad estás seguro de esto?- preguntó Ludwig mientras yacía al lado de Feliciano, ambos completamente desnudos, descubriendo sensaciones nuevas, sentimientos ocultos y el deseo de sentirse uno con esa persona especial.
-Yo si lo estoy. - contestó con su acostumbrada sonrisa.
Ludwig se sintió un tanto inseguro. Le costaba mucho expresar lo que sentía, temía herir de alguna forma a esa persona que todo ese tiempo sólo le había dado felicidad.
No estaba seguro de cómo había empezado, ni porqué había permitido que las cosas se dieran hasta ese punto. Lo único que sabía era que no se arrepentía de nada.
Hacía esfuerzos sobrehumanos por no marcarle el cuerpo, no morderlo o ni siquiera abrazarlo con fuerza. Apenas y sí se movía.
Se acomodó sobre el cuerpo del italiano, sintiendo la calidez propia de la nación en contraste contra su cuerpo ligeramente frío. Sintió un estremecimiento extraño en el estómago al sentir la piel de Feliciano contra éste, dicha sensación se extendió por todo su cuerpo mientras con las manos, recorría el cuerpo del otro acariciándolo, deseándolo, buscando algún vestigio de inseguridad o dolor en sus gestos. Pero no, se estaba entregando completamente, sin tapujos ni resguardos. Para él estaría bien lo que fuera que Ludwig hiciera.
Ludwig se negó a soltar los labios de Feliciano mientras invadía su cuerpo, quería sentir en ellos algún signo de incomodidad por parte del otro.
Seguía correspondiéndole. Seguía entregándose, sin temor a nada. Los cuerpos se movían en un compás perfecto, los gemidos del uno nacían en su garganta y morían en la del otro, los labios se entrelazaban, se separaban por segundos y volvían a encontrarse. Como si ambos hubieran sido diseñados, el uno para complementar al otro en todo sentido.
† Algo que Ludwig descubrió esa noche †
Su mayor temor en el mundo:
Perder a Feliciano.
-Ich liebe dich Italien.- susurró sobre los labios de Feliciano, cercano al clímax. El italiano le besó suavemente, pasó los dedos por los cabellos despeinados del alemán.
Por algún motivo le encantaba verlo completamente fuera de su acostumbrada perfección. El cabello despeinado, la piel brillante, el cuerpo sin el uniforme perfectamente planchado… la imperfección perfecta.
-Ti amo.
* * *
En medio de la noche, mientras Feliciano dormía profundamente y Ludwig lo contemplaba, por algún motivo notó un pequeño brillo proveniente del cuerpo del italiano. Era la cruz de hierro que le había dado tiempo atrás.
Esa cruz que ahora representaba el recuerdo de una de las peores decisiones de su vida descansaba sobre el cuerpo de Feliciano.
-No importa lo que pase… no puedo escapar de mi pasado.- se dijo a si mismo.
* * *
Fría.
La mañana estaba fría, lo suficiente para despertar a Feliciano quien buscó el calor de Ludwig. No se encontraba.
Tanteó con la mano por encima de la cama, buscando el cuerpo de su amado, mas no lo encontró. En su lugar sintió la textura de algo que reconoció como papel. Lo estiró hacia sí para leerlo.
† Lettera†
Liebe Italien:
Ich bin tot. Es tut mir leid.
Deutschland
Querido Italia
Estoy muerto. Lo siento.
Alemania.
* * *
Un sonido en la casa de Austria logró, increíblemente, perturbar el sueño de Gilbert.
-Mmmh… señorito contesta el teléfono.- murmuró mientras se movía dentro de la cama.
-Contéstalo tú.
-Tengo flojera…
-Eres un tonto. - Roderich suprimió un bostezo mientras Gilbert se restregaba los ojos.
-Despierta señorito.
-No…
Gilbert se estiró con pereza mientras estiraba una mano hacia el teléfono.
-El super mega fabuloso Yo está muy ocupado haciendo cosas sucias con Rode, por favor deje su mensaje después del tono, biiiiiip.
-¡Prusia! ¡Te necesito! ¡Alemania desapareció! - escuchó que lloraban del otro lado del teléfono.
-Tonto… West está ahí, ¿no lo ves? Cerca de Francia y Polonia y Austria y…
-¡No! ¡Ludwig no está! ¡Me dejó una nota de despedida!
Gilbert abrió los ojos.
-¡Iremos a buscarlo!- dijo antes de colgar y asumiendo una posición de héroe que hubiera dejado al mismísimo Alfred muy atrás - ¡Al Gilbomovil! (Rode ponte de cuatro y aprende a correr así)
-Chistoso…
† Roderich Edelstein †
Nación: Austria
Alguien duro para expresar sus sentimientos en palabras.
Por eso toca el piano.
* * *
La muerte de una nación:
No debía preocuparse, eso quería pensar. Si él desaparecía, la nación le pertenecería a su hermano y casi nadie notaría el cambio.
Nadie le extrañaría, nadie le echaría en falta… es más, esperaba que eso lograra regocijarlos. Al fin, el país que más problemas le había traído al mundo el último siglo iría a desaparecer del mapa y ya no molestaría a nadie.
No… Alemania no desaparecería, porque a una nación no se la traga la tierra de la nada sólo porque decida terminar con su “inmortalidad”. Simplemente desaparecería Ludwig,
Caminó por los vacíos pasillos de Dachau, recorriendo con la mirada aquél infierno que hacía no mucho más de dos años, estaba repleto de personas, las cuales eran eliminadas al tercer día de llegar.
Escuchó el eco de sus pasos. Sabía que muchos, a pesar de haber concluido la guerra, seguirían pagándolo. Familias desmembradas, destrozadas, rotas, separadas, incompletas. Personas que lloraban al descubrir en las listas el final de sus seres queridos. Niños sin padres, esposas sin hijos ni esposos… y eso sólo de un lado. Los otros, quienes se privaban de llamarse una “Raza Superior” ahora enfrentarían numerosos juicios en los cuales se definiría su destino. Ludwig quería pensar que no tendrían un final parecido al de la “Raza Inferior”. Entendía que me habían dado demasiado trabajo en esos años.
Y un olor penetrante pudo contra él. Un aroma nunca antes sentido y sin embargo le conmovió profundamente, llenando cada espacio de su ser. Estaba alucinando… debía estar alucinando… ¿Rosas?
Es lo que sienten todos cuando sienten mi aroma.
-¿Quién eres?- murmuró tranquilamente.
-Soy mucho… y de lo mucho que soy poco vas a entender. - le respondí mirando su espalda.
-Ya veo… has venido por mí.
-Primero los colores… luego…
-Los humanos.
-Exacto. - ¡qué bien me conocía! Y claro, me había tenido en su tierra por mucho tiempo.
Silencio. El silencio que le recordó ese fatídico día.
-Entonces apresúrate.
-No eres un humano. No como todos. Ustedes se atienen a otras reglas y hay alguien que ha hecho un trato conmigo. ¿O va a hacerlo? - En verdad, el tiempo es confuso para mí. Pasado, presente y futuro me da igual.
-Siempre quise saber… si tenías un rostro debajo de ese manto negro.
Otra vez esa idea. Siempre me imaginan toda huesuda y demacrada. Los años no pasan para mí, ¿cómo irían mis carnes a corroerse con el tiempo? El tiempo es mi mejor amigo.
-¿Quieres saber cuál es mi rostro? Ve y trae un espejo… soy quien tengo que ser.
Escuchó que mis pasos se acercaban a él. No se atrevió a voltear y mirar, temía encontrarse con algo que iría a traumarlo de por vida. Como todos los demás.
Saqué aquello que me había molestado en el bolsillo desde hacía mucho tiempo. No era que en verdad molestase estando ahí, sino quem me exigía, con una voz casi imperceptible, que la regresara a quien le pertenecía. La extendí hacia Ludwig. Sintió algo recorrer el borde interno de su mano derecha.
-¿Y eso?
-Algo que derramaste tiempo atrás, cuando lograste escapar de mí.
† El objeto en la mano de Ludwig †
Un pedazo de tela en el que se encuentra pintada aquella niña durmiendo.
-Su nombre era… ¿cuál era?... no puedo recordarlo. Ni siquiera sé si son mis recuerdos.
-Es Italia. Y tú deberías estar consciente de qué cosas son tuyas y cuales no. - me daba tristeza dejar ese retrato tan bonito pintado por un niño siglos atrás. No porque fuese bonito, sino porque los humanos tienden a dejar parte de su vida, escencia, todo aquello que desconozco en lo que hacen. Por un segundo me hace comprender lo que sienten cuando los llevo conmigo.
Ludwig sintió que algo en su interior se rompía en miles de pedazos, que caían y se clavaban en el estómago. Ese recuerdo…
† Erinnerungen/ Memorias †
1: Un Francia joven empuñando la espada en actitud beligerante frente a él.
2: La sensación de mariposas en el estómago.
3: El olor de la pintura sobre el lienzo que tenía un conejo a medio pintar.
Los ojos le ardían, se sentían pesados. Pudo sentirse nuevamente solo en ese campo. Su acompañante se había ido.
-De todas formas… ya no importa…- dijo mientras sacaba el reluciente revólver de su funda en el cinturón.- Un nazi menos… un error menos… ya no es tiempo de dudarlo…
Posó el cañón del revólver a un lado de su sien mientras cerraba los ojos y esperaba que no doliera mucho. No… ¿en qué pensaba en verdad? ¿En qué piensan los suicidas los últimos segundos antes de morir?
† Respuesta †
Piensan por un segundo en las personas que dejarán atrás.
Y también piensan que un día superarán su muerte.
A final de cuentas… no creen ser nada importante.
Primero los colores, luego las personas. Es así como la muerte ordena las cosas. Tres colores marcarían una de las mayores atrocidades de la historia. El negro de la esvástica, el blanco círculo en el que ésta descansaba y el rojo del rectángulo que los contenía.
También habían marcado la memoria de varias naciones, el blanco de la piel de un muerto, el negro corazón lleno de odio y el rojo de herida abierta.
Y ahora, esos colores marcarían el final de Ludwig, el blanco de la nieve, el negro del revólver y el rojo de su sangre.
-¡Alemania!- escuchó que le llamaban.
-Alucino…
-¡West!
-En verdad debo estar mal de la cabeza…
-¡Alemania! ¡No lo hagas!
No era una alucinación. Se giró para encontrarse con Feliciano y Gilbert, ambos corriendo hacia él, cansados y formando una pequeña nube blanca al exhalar.
-¡Alemania! ¡Estás bien! ¡Qué alegría!- dijo Feliciano sin notar el revólver en las manos de Ludwig, acercándose a éste con intenciones de abrazarlo. Se sintió triste al notar que Ludwig hacía un movimiento esquivo.- ¿Qué sucede?
-Italia… vete de vuelta…- le dijo.
-¿Eh? ¿Por qué?
-Yo… debo pagar por las tonterías que hice. Por cada persona muerta…
-¡West no digas tonterías!
-¡Tú también lo sabes! ¡Todo ha sido mi culpa! Debo pagarlo…- dijo reacomodando el cañón del revólver sobre su sien.
-West… baja el arma por favor…
-¡No!
-West… no quieres que saque mi arma secreta.
-¡Inténtalo!
Feliciano abrió los ojos como las pocas veces que podía hacerlo. ¿El arma secreta de Prusia? ¿Qué sería? ¿Le haría daño a Alemania?
-¡No! ¡Prusia no le hagas daño a Alemania! - dijo corriendo, parándose frente a Ludwig y abrazándolo, estirándose cuan alto era.
-¡Aléjate! ¡Vas a mancharte!
-¡No! ¡No voy a dejarte solo, Alemania!
-¡Es hora de que valores tu vida!- dijo Gilbert.- ¡Te dije que bajaras el arma por las buenas, hermanito!
-¡No Prusia! No…
Gilbert sacó su arma secreta, la cual logró hacer que Ludwig soltara el revólver (y de alguna forma deseara en verdad haberse matado minutos antes.)
† Arma secreta de Prusia †
No mayor a 17 x 15 cm
Algo que parecía ser:
Inglaterra ukeando de la peor forma a…
¡¿Rusia?!
* * *
Sentados en una grada de lo que antes fuera una de tantas barracas de Dachau, Felicano se negaba a soltar la mano de Ludwig.
Una forma más de aferrarse a la vida. O de aferrar a alguien a ésta.
-Tú sabes que hay cosas que no son para siempre…- le dijo Ludwig.
-No me digas eso… siento que estás despidiéndote. - contestó con tristeza.
-Sería tarde para hacerlo.-contestó pasando la mano que tenía libre por los cabellos castaños de Feliciano y atraerlo hacia sí.
-Perdón…- dijo finalmente el italiano.
-¿Por qué?
-Por no ser suficiente…
-¿Qué?
-Alemania siempre me estás cuidando. Cuando hago tonterías o estoy en peligro vienes por mí, siempre me sacas de los problemas en los que me meto, sin importarte si eso significará luego un problema para ti. Lo siento…
Ludwig sintió algo en el pecho. Algo le dolía interiormente. Cerró los ojos intentando aclarar esas imágenes en su mente.
-Sería mejor que te alejes de mí.- dijo casi sin pensar. Feliciano pegó un pequeño brinco mientras sujetaba con más fuerza la mano de Ludwig entre las suyas.
-¡No! Todo este tiempo, aunque pasaron cosas malas, ¡también pasaron cosas buenas! Tú, Japón y yo nos divertimos mucho conviviendo juntos, conociéndonos y más que nada… fue muy especial para mí estar cerca de Alemania…
-Incluso Japón debe odiarme. Su país sufrió uno de las peores catástrofes… A pesar de que yo me rendí, él siguió peleando porque creía en mí, al igual que tú o mi hermano… y solo para salir más herido. Si nos divertimos, fue porque ignorábamos el daño que le hacíamos a otros, no éramos conscientes de cuánto estaban sufriendo los demás por nuestra culpa… al menos por mis descuidos…
Ludwig volvió a abrir los ojos para mirar Feliciano, había logrado deprimirlo. Volvió a cerrarlos para suspirar largamente.
-Prusia me dijo que te diera esto…- dijo Feliciano mientras dejaba una cruz de hierro sobre la mano de Ludwig. La que él había portado en su tiempo, se encontraba ahora en medio de los escombros olvidados de una casa en Berlín.
-¿Por qué?
-Del pasado no se puede escapar… Eso lo aprendí de pequeño. Pero tampoco es bueno arrastrarlo. Sino simplemente aceptarlo.
Ludwig miró sorprendido al italiano. Sonrió con suavidad mientras se aferraba a él para besarlo firmemente.
† La promesa de Feliciano †
Si no puedo evitar que te hieran,
al menos puedo sanar tus heridas…
* * *
-Han pasado años y sin embargo no te has olvidado de esto. - me dijo en un susurro mientras sentía cómo iría a quebrarse en muy poco tiempo.
-Un pequeño detalle…- pasé mis manos blancas por el rostro igual de blanco del otro. Gilbert, acostumbrado a sentir las manos de las personas un tanto tibias, se estremeció bajo el toque gélido y sin pulso de la mía. - Morirás como nación.
-Lo sé. Y sin embargo seguiré vivo.
-Vas a dividirte.- dije intentando que Gilbert tuviera en cuenta aquellas cosas a las que se tendría que atener.
† A quien vine a cobrarle †
Gilbert
Precio: Dejar de ser una nación.
Disolución de Prusia, 1947
Motivo: La vida y felicidad de su hermano.
-Una parte a Polonia, otra a Rusia, pero la más importante se queda con Alemania.
-¿Importante? - pregunté
-Mi corazón.- vi un pedazo de su corazón salir por los ojos. Era una lágrima que cayó en mi mano. Estaba tan tibia.... -En verdad espero que el pequeño West siempre sea feliz.
-Eso es algo que ni siquiera yo puedo asegurarte.
* * *
Actualidad.
Han pasado tantos años de eso hasta ahora. Ni siquiera yo estoy segura de cómo pero Feliciano está esperando familia de Ludwig.
Paseaba por una Alemania completamente reconstruida. De esos días, no queda nada, al menos sólo recuerdos, ya no escombros.
La bolita sin forma volvió a ser un corazón. La tierra destrozada ahora daba las más hermosas flores en primavera, sin importar qué tan crudo fuese el invierno, y esa nación no volvió a darme tanto trabajo.
Ludwig y Feliciano, cada uno se esfuerza a su manera por mantener esas promesas que se hicieron. Nunca abandonarse, nunca dejar que algo hiera al otro, siempre contarse todo, siempre tener algo más que dar por el otro...
Y no, Gilbert no murió como mueren las personas. Sólo dejó de ser una nación, pero esa es otra historia.
¿Qué pasó con el pedazo de tela que me encontré y devolví a su dueño?
Así como hay la leyenda del hilo rojo que une a los amantes desde el momento de su nacimiento, ese pedazo de tela es algo así como la materialización de ese hilo.
Porque en verdad hay algo que ni el tiempo puede corroer, ni los años pueden olvidar y ni yo puedo echar al hombro y llevarme.
El amor verdadero.
* * * * *
Otra historia.
Alfred caminaba en dirección a la cocina de su casa con Aaron en brazos. Las grandes ojeras se notaban por debajo de los lentes.
Al pequeño Aaron, que en un principio fuera el bebé más tranquilo del planeta, se le había dado por llorar cada media hora y en la noche. Alfred detestaba despertar a Arthur, suficiente con que él se encargara del pequeño en el día, (además que tenía el sueño terriblemente pesado) por lo que había resuelto despertarse cada tiempo para alimentar al bebé, cambiarle los pañales o simplemente hacerlo pasear por la casa en brazos. Éste último era el motivo mayor por el cual el bebé lloraba.
-Cariño deberías dejar dormir a papá un poco, ¿no crees? - le decía mientras lo alzaba en el aire y el niño reía. Por esa sonrisa él sentía que podía desvelarse todo un año.
El timbre de la puerta sonó en toda la casa. Alfred se dirigió a la puerta principal, para observar tras la gran reja, cruzando su jardín, a tres personas que eran naciones como él, una de ellas sosteniendo en por el cuello a Peter y elevándolo en el aire.
-¿Peter?
-¡Alfred! ¡Ayuda! ¡Auch no me pellizquen!
-Quiénes…- no pudo preguntar. De la nada Arthur había aparecido delante de él.
-¡Qué demonios hacen aquí! ¡No son bienvenidos!
-¡Inglaterra idiota! ¡No me dejes con ellos!
-¡Me llamas idiota en mi hogar! ¡Regresa con Berwald y Tino!
-¡No!
* * *
-¡Yo soy tío Peter! ¡Desde ahora voy a ser tu tío y hermano mayor! - decía Peter a Aaron mientras lo alzaba y giraba con el bebé. Sus maletas se encontraban en la habitación del niño mientras Arthur trataba, en vano, armar una cama decente.
-Ya está tu desayuno…- dijo Alfred tratando de suprimir un bostezo.
-¡Woah! ¡Un famoso desayuno americano! ¡Y no hecho por el tonto de Inglaterra! - decía mientras dejaba a Aaron en brazos de su padre y se sentaba a la mesa. Alfred hizo lo mismo mientras Peter observaba maravillado.- ¡Tú si que sabes vivir!
Alfred sonrió ante el comentario del niño mientras lo veía engullir el cereal con leche en un tazón y los huevos con tocino y pan tostado en un plato en menos de un minuto.
-Vaya… parecería que no comiste en mucho tiempo.
-Mis… hermanos… son unos… idiotas.- dijo Peter entre bocado y bocado.- Irlanda vive comiendo cosas naturales, Gales quema todo y Escocia se comía lo que era para mí. ¡Son unos idiotas!
-¿Esos que vinieron entonces?
-Si, los tres son mis hermanos. También de Inglaterra.
-También de…
-Pero ni a él ni a mí nos quieren. Siempre han andado esos tres juntos. Son tan idiotas. Por eso me trajeron aquí. A propósito Alfred, ¿no quieres ser mi hermano mayor? - dijo Peter poniendo ojos de cachorrito.
-¡Oye tú! ¡No trates de acapararlo!
-¡Ah demonios! ¡No es justo que quieras a Alfred para ti solo!
-¡¿Por qué no?!
-¡Es demasiado genial para ti, anciano!
-¿¡Qué!? ¡Mocoso!
Tanto Arthur como Peter se enviaban rayos con las miradas, iban a empezar una de sus acostumbradas peleas cuando los estómagos de Alfred y del bebé rugieron al mismo tiempo.
-¡Amorcito! ¡Tenemos hambre!- canturreó Alfred mientras tomaba la mano de Arthur. Éste se giró para ir a prepararles algo dentro de la misma habitación.
Alfred dejó al pequeño sentado sobre la silla para bebés para luego acomodar ambos brazos sobre la mesa y tratar de dormir.
-No entiendo…- comenzó el niño mientras observaba al bebé jugar con el cabello de su papá.- Tienes los dulces más geniales del mundo… ¿¡y prefieres la comida de Inglaterra!?
-No sabes lo que se hace por amor…- dijo con la voz cansada, propia de alguien que no durmió por lo menos tres noches seguidas.
-Realmente me impresionas… ¡Eres mi héroe! - dijo Peter mientras reía.
-A propósito… ¿no vivías con Berwald y Tino?- preguntó Alfred casi entre sueños.
Peter tardó en contestar. Era una de esas respuestas que hacen te duela el pecho al decirlas, más que cuando te pillan una mentira, más que cuando te regañan.
-Una cosa fue que el tonto de Inglaterra me abandonara… otra que quienes consideré mi familia me reemplacen… es más doloroso…-murmuró mientras intentaba no llorar, haciendo que Alfred se levantara de la silla en la que estaba y posara una mano en la cabeza del niño, al igual que Arthur, quien dejó lo que estaba haciendo.
Conocía al caprichoso de su hermanito, más nunca le había visto llorar.
Ok, me costó escribirlo.
Antes que nada, la primera parte fué sacada del libro "La ladrona de Libros" de Markus Zusak. Sólo cambié una palabra. Y sí, también tuve que usar su estilo narrativo para esto, era el único que se aclopaba y era un tanto novedoso. En verdad les recomiendo el libro.
De los quichicientos que leí, es el único que logró arrancarme lágrimas. Y me re costó adoptar la narrativa de Markus Zusak (mantengo correo con él T.T lo re adoro). Mala idea eso de acosar a mi escritor favorito en todo el mundo, pero de verdad, si tienen oportunidad de leerlo, ¡no lo duden!
Espero les haya gustado, mis clases ya terminan y tendrán mis actualizaciones un tanto más seguidas. ^^ gracias por todo ese apoyo!
Capítulo 10: Oree-sama no Awesome Liebe! [Prusia x Austria]
El amor de Gilbo es Awesome como él. Pero Roderich parece no notarlo. Descabelladas ideas para enamorar a quien ama. Lo que empezó como una competencia contra Vash (el cuál no lo sabía), terminó como el deporte favorito de Elizaveta: Yaoi al extremo.
Capítulo 11: Jäädytettyä vår (Primavera congelada) [Suecia x Finlandia]
La primavera puede congelarse en el tiempo. Hay cosas que Berwald desearía poder decir, más ahora que Tino está... ¿no es muy pronto?
Capítulo 12: Jeg elska deg (I love You) Dinamarca x Noruega x Islandia
Spot:
*Sale Kiku entogado*
Kiku: T-T malvadas!
Heracles: T¬T da da...
Alfred: Ah! si Kiku está entogado... Yo quiero a Arthur en traje de enfermerita!
Arthur: No otra vez...
Gilbert: Mejor esto! *pic de Rusia con traje de bailarina de ballet en pose super nenacha*
Todos: O____O *shock*
NoA: eh... bueno... si... si quieren... sacarnos del shock... ay que traumático... T.T ayuda! un review por cada centavo para pagarle al psiquiatra que atenderá a esos cuatro y a mi.
Francis: Más dinero para mí y más locos! *3*/
hetalia,
mpreg