Casi no llego, pero al final logré tener el "Naranja" listo para hoy. Es el más largo de todos hasta ahora y no tiene en relidad mucho sentido porque más que nada lo fui escribiendo sobre la marcha, so sorry :S
Naranja
Por Lyneth
Una vez se había relajado. Se había olvidado por un momento de que el mundo que conocía estaba a punto de acabarse y se había dejado llevar por las luces refulgentes y la comida apetitosa y la calidez de la inconciencia de unos cientos de personas felices. Se había dejado creer, por un segundo, que no existía nada -ni guerra, ni sufrimiento, ni personas con vidas y recuerdos falsos que ya no la esperaban- más allá del vuelo de su vaporosa falda y el ritmo cadencioso de la música de salón y la porción de suelo en donde sus zapatos dejaban marca al deslizarse, guiados por pies torpes y un cuerpo aturdido ante la cercanía de otro mucho más robusto, mucho más seguro.
Pero luego, de un golpe súbito, toda aquella brillante ilusión se deshizo como si nunca hubiera sido más que un reflejo en el agua y volvió a dejar lugar al caos, a la confusión, al miedo. A la realidad, en fin.
Terminaron escondidos en un lugar oscuro en el que alguna época habían pasado las vacaciones y celebrado la navidad, pero que ahora, sin esperanza ni compañía, era imposible siquiera imaginarlo habitable. Con el estómago revuelto y sin saber qué hacer, qué decirse, habían improvisado unas camas en la sala para intentar dormir.
Y en la penumbra todo había caído sobre ella, de golpe, más claro que nunca. No era la primera vez que se enfrentaba la muerte, y ya desde hacía mucho tiempo atrás, cuando había mirado a Harry a los ojos y le había dicho “vamos contigo”, había sido perfectamente conciente de que iba a ser un camino tortuoso y difícil. Sin embargo no era hasta ahora, en donde la habían pescado con la guardia tan baja, en donde se sentía tan sola, que se daba verdadera cuenta de que ya no existía un lugar en el mundo en el que estuviera a salvo y eso hacía que creciera en su pecho una angustia imposible de expresar, un bulto amorfo y cambiante que le impedía respirar y no le dejaba ver nada más.
Aquella vez, él le tomó la mano. Hermione no sabe aún si fue porque escuchó su respiración agitada en la oscuridad, porque percibió algún sollozo ahogado que ni siquiera ella recuerda o simplemente porque tenía tanto miedo como ella y buscaba recordarse (recordarle, recordarles) que no estaban solos.
Y entonces así, a su lado, un poco más abajo porque él descansaba en el piso, susurró: “Cuando todo esto termine, iremos juntos a ver un partido de los Cannons”, y en ese momento eso significó una promesa de que aquellos días oscuros terminarían y que ellos estarían ahí para celebrarlo tranquilos, felices, vivos. Y juntos.
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Ahora, casi un año después, significa algo completamente diferente, más parecido que nada a alguna de sus peores pesadillas.
A su alrededor se extiende un mar naranja. Uno no creería que un equipo que no ha ganado un partido en casi doscientos años pudiera tener una gran cantidad de fanáticos y sin embargo ahí están, llenando el ambiente de color con su presencia avasallante. No son sólo las camisetas, los banderines, las caras pintadas, son también los cantos y los gritos y las risas estridentes que salen de las bocas de aquella gente y parecen inundar el aire con el mismo tono anaranjado, pintándolo con una magia más allá de su comprensión, volviéndolo algo de su misma esencia y atrapando a todo el que, como ella, no era más que un simple transeúnte desprevenido a quien habían arrastrado a aquel cataclismo atardecido.
Casi cuando está a punto de rendirse y abandonarse a los designios de la marea aclamante, distingue un llamado (¡Por aquí!) y se deja arrastrar hasta un punto pasando unas boleterias, milagrosamente lleno de oxígeno.
- ¡Merlín!- exclama agotada- ¡Pensé que moriría!
- Oh, vamos, no seas tan blanda.
En oposición a ella, Ron es la imagen misma de la felicidad, un niño de once años en una dulcería. Un sombrero con una doble “C” corona su cabeza, binoculares de complejidad descomunal penden de su cuello y en su mano carga algo así como todas las banderas anaranjadas del mundo.
- ¿Era esto realmente necesario? Sabes que no me gusta el Quidditch.
- Antes, prometí que te llevaría a ver a los Cannons. Y aquí estamos, yendo a ver a los Cannons. Soy un hombre de palabra.
Avanzan sorteando a la excitada multitud. Se arman camino esquivando a los magos con el pecho pintado, a los ancianos perdidos, a las porristas adolescentes, a los niños que juegan con las figuras de acción de sus jugadores predilectos y balancean peligrosamente sus helados no derretibles sobre sus hombros. Hermione piensa que si alguno le da en la cabeza se acabó, se va de allí, pero logran llegar a salvo al área de las gradas y ella continúa la conversación.
- Tú lo prometiste. Yo no tengo nada que ver. ¿Tienes idea de lo que podría estar haciendo ahora mismo?
- ¿Tejiendo ponchos para los elfos?- pregunta en tono burlón con una media sonrisa en la cara- He oído que son la moda del próximo invierno.
- Muy gracioso.
- ¿No estás contenta de que salgamos? No nos hemos visto casi nada en los últimos meses.
Una bandeja voladora se choca contra ella, llenando su abrigo de migajas y pedazos de papas fritas. Se sacude discretamente y sigue caminando, ignorando los gritos del hombre que, al parecer, la había ordenado en alguno de los puestos.
- Convengamos que este no es el mejor lugar en el que tener una cita. Si esto fuera una. Que no lo es, porque no es como si fuéramos a estar precisamente solos.
Ni precisamente ni imprecisamente, ni definiendo “solos” en la manera más flexible que pudiera ocurrírsele.
- ¡Eh! ¡Chicos!
El que llama es Bill, estremeciendo el mundo con su voz rasposa y sonora y agitando los brazos hacia ellos. Junto a él, el clan Weasley en su totalidad se despliega y se acomoda, ocupa el lugar en aquel palco del estadio como si hubiera sido hecho especialmente para ellos, como si fuera el lugar en el que están destinados a encajar desde tiempos inmemoriales. Mientras las cabezas pelirrojas se voltean y ellos acortan la distancia hacia el grupo, Ron le dice:
- ¡Los Directivos nos dieron pases vitalicios, Hermione! No podía decirles que no vinieran, ¿te molesta tanto?
- No me molesta…
La avasalla. En cuanto llega se ve rodeada de abrazos y apretones y empujones y besos húmedos y sonoros, se ve invadida por saludos estridentes y risas y chistes y ruidos de golpes y apretujamiento. Con los Weasley siempre es así, todo en manada, todo brusco y lleno y ruidoso.
- Aquí está la señorita estudiante, ¿disfrutando las vacaciones de navidad?
- Sí George, mucho.
- ¿Te quedarás a cenar esta noche con nosotros, cariño?
- Claro, señora Weasley, estaría muy bien.
- “Muy bien”, ¿oíste Bill? Se nota que nadie le ha dicho aún que Ginny cocina.
Golpe. Grito. Chiste. Pelea.
Hermione ama a los Weasley pero a veces no puede evitar sentirse algo sofocada por su forma de ser. Ella, después de todo, fue criada en un ambiente muy distinto, sola con sus padres en su pequeña casa de Oxfordshire siempre en silencio, siempre iluminada con la luz tenue más adecuada para leer.
La primera vez que se había quedado en la Madriguera, en cuarto año, recuerda haberse preguntado cómo era posible que alguien pudiera ser capaz de pensar con tanto ruido y desorden e ir y venir de personas y gnomos y utensilios de cocina voladores. Se lo había comentado a Harry una vez y él se había limitado a sonreírle y a encogerse de hombros. Así se había dado cuenta de que ahí donde ella se sentía incómoda y diferente él encajaba como en un colchón de plumas, se mimetizaba y se dejaba teñir con la tonalidad naranja de las bromas y los juegos. Jamás volvió a tocar el tema.
- ¿Quién es el arbitro de hoy?
- El viejo Reg McGluren.
- ¿McGluren? Vaya, no me extrañaría que perdiéramos, ese tipo siempre nos ha desfavorecido.
Suena el silbato y comienza el partido.
A los Cannons les toca empezar con la quaffle, pero como es de esperarse la pierden a los pocos segundos. Hermione entiende hasta ahí y luego sólo ve un ir y venir de estelas de colores esquivando bludgers y se imagina que algo interesante debe andar pasando, porque toda la gente comienza a hacer “Oooh” y “Ahhh” y a pararse en sus asientos. De pronto hay un silencio cadavérico y luego, un grito uniforme y ensordecedor.
- ¡Anotó un tanto!- dice Ron, agarrándose la cabeza como si de pronto temiera no tenerla en su lugar- ¿Lo vieron? ¿Lo viste? ¿Viste eso? ¡Anotaron, anotaron, anot…!
Segunda ola de gritos incrédulos.
- ¡¡¡Anotaron otra vez!!!
Todos se abrazan y lloran y se pellizcan y el relator parece momentáneamente haberse olvidado de comentar lo que pasa. En la primera fila, un hombre se quita la ropa y comienza a correr por las gradas y un grupo de mujeres parece al borde del colapso. Hermione no cree ser capaz de soportarlo mucho más.
Disimuladamente se deshace de la mano de Ron -que la agarraba casi dolorosamente por la emoción- y se para, comenzando a caminar en dirección a los lavabos. Tiene apenas un pie fuera del palco cuando escucha un fuerte “Uhhhhhhhh”
Su curiosidad hace que se de vuelta. El relator, al parecer repuesto, cuenta que el cazador Cannon se cayó de las escoba cuando casi hacía el tercer tanto. Hermione emite un ruidito de extrañeza involuntario y segundos después tiene nueve pares de ojos mirándola atentamente, como si fuera la cura definitiva de la licantropía. Siente una mano aprisionándola con fuerza.
- Tú.no.te.mueves.
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El partido termina doscientos a noventa. Las cosas iban bastante parejas hasta la sorpresiva captura de la snicht dorada, y ahora la ola de fanáticos se abalanza al exterior del estadio soltando gritos de emoción en avalanchas y agitando con orgullo sus estandartes, al ritmo de su música ritual.
Hermione observa el júbilo y la excitación tal y como lo hizo al entrar sólo que ahora, sentada por la fuerza en los hombros de George y Bill, lo hace desde las alturas y tambaleándose peligrosamente en cada estribillo.
- ¡Es increíble!- dice Charlie metros por debajo. Apenas ha dicho más desde que salieron- ¡Increíble!
- Esta chica es un puto amuleto de la suerte- ríe Bill zarandeándola un poco.
- ¡William!
- ¡Lo es, mamá! A partir de ahora te traeremos a cada partido.
- Y si el pequeño Ronnie no le propone matrimonio- agrega George entre dientes- cualquiera de los otros Weasleys solteros lo hará.
Sorpresivamente todos parecen de acuerdo.
Hermione intenta intervenir ahogada por las risas y los chascos y las súbitas exclamaciones del lema de guerra de los Cannons. “Deberíamos comentárselo al directivo, ¿te imaginas lo que nos regalaría?” “¡Palcos privados! ¡Entrevistas con los jugadores!” “Quizá hasta a un jugador. Sería lindo tenerlo ayudando en la tienda de chascos y ninguno hace demasiado en los partidos de cualquier forma.”
- ¡Pero perdieron!- exclama Hermione, tal vez un poco más brusca de lo que pretendía.
Por un segundo todos la miran en silencio. Y para su sorpresa lo que sigue son risas estridentes y palmadas en el hombro y alguna que otra imitación. ¡Pero perdieron!
- Pero perdimos por ciento diez puntos, querida- le informa el señor Weasley, complacido- ¡y sólo porque el Puddlemere atrapó la snicht antes! Es la derrota más digna de los Cannons en el último siglo.
- Y quién dice que esto de tu suerte no es acumulativa. Te seguimos trayendo y cualquier día de estos, ¡triunfamos en la liga nacional!
Todos asienten en aprobación y siguen su júbilo como si nada hubiera ocurrido.
Ginny le lanza una mirada cómplice, algo así como “así es como son las cosas por aquí, forastera”. Y Hermione no entiende y nunca entenderá pero entonces junto a ellos pasa un niño pequeño que, en medio de su juego, le arranca un brazo a una de sus figuras de acción.
- Una vez hice eso con un muñeco de Krum- comenta Ron y todos ríen por lo alto.
Y aunque jamás comprenda aquella complicidad que todos llevan en su forma de viven y respiran, se sabe parte de ella. Y cree que con eso puede arreglarse.
Fin.
Tengo que correr, no sin antes solicitar a algún alma caritativa ahí afuera si quiere ser el Beta reader que obviamente necesito. Sabes que sí :)