Y aquí está el primer One-shot, correspondiente al color Rojo.
No estoy particularmente enamorada de él, menos que menos del final (que me parece un tanto abrupto, no lo sé) pero me pareció una buena manera de comenzar con esta serie. Es resumen, la primera mañana después de la batalla de Hogwarts:
Rojo
Por Lyneth
Si debemos decir que comenzó con un color, podemos decir que fue el rojo.
Por nada en especial, tal vez porque era el color de las frazadas que los elfos domésticos habían tendido la mañana anterior en la habitación de los chicos de séptimo. Tranquilos en su labor, dos por cada cama, cada uno acomodando prolijamente las colchas en las puntas y siguiendo el ritmo de sus apacibles vidas como si el mundo no estuviera a punto de acabarse.
Rojo porque estaba amaneciendo y el cielo salía de su oscuridad poco a poco, casi como si le costara creerlo, asomándose despacio desde detrás del Bosque Prohibido y acariciando con luz ambarina cada árbol, cada escombro, a cada una de las torres altas y resplandecientes. Era curioso, pero bajo aquella iluminación tímida, acompañada por la melodía silenciosa de la espera (por una carta, por una familia, por reporteros, políticos y gente que festejara o simplemente por la mañana) la gente que deambulaba insomne tras la gran batalla parecía congelarse, quedar atrapada en movimientos mínimos y continuos como los retratos que franqueaban las escaleras, cubrirse de un aire melancólico e irreal casi como si fueran fantasmas. Y mientras tanto el castillo, que durante siglos y siglos había mantenido su imponente porte y magnitud inquietante y ahora era sólo un herido de guerra más, parecía cobrar vida y gritar: “Aquí estamos, mírennos. Lo hemos logrado.”
El lago negro era un espejo de luz, era el recipiente en el que el brillo agotado del sol se detenía por un segundo a cerciorarse de que, efectivamente, el mundo seguía funcionando y siendo un lugar donde la calidez y la protección del nuevo día eran bien recibidas. Luego, unas ondas concéntricas se dibujaban en su superficie (tal vez porque el calamar gigante se movía o porque el tiempo se recordaba a si mismo que ya era hora de volver a transcurrir) y la luz escapaba, salía disparada y rebotaba en los escombros, se reflejaba en los vitrales partidos que la separaba y enviaba un rayo hacia los jardines, otro hacia el vestíbulo, otro a través de las escaleras.
La luz, en fin, escalaba con agilidad por las grietas de los ladrillos milenarios y se colaba por las ventanas de las torres, atravesando como si nada las cortinas de las lujosas camas a dosel. Un rayo llegó hasta Harry y cuando despertó, molesto, algo aturdido y sin estar muy seguro de donde se encontraba, lo primero que vio fue el haz de luz que le pegaba en los ojos, adoptando una tonalidad rojiza al pasar las cortinas de las camas de Gryffindor. Por eso, podemos decir que comenzó con el rojo.
Todo fue bastante tranquilo, al principio. Tardó varios segundos en despertarse completamente y preguntarse en dónde se hallaba, y luego fue poco a poco reconociendo el tacto cómodo y la calidez de las sábanas bajo su cuerpo y ese olor característico, muy distinto al de la tienda de campaña en la que había pasado la mayor parte de los últimos meses: una mezcla de chocolate, ropa sucia amontonada en el suelo y pólvora de snap explosivo. Luego distinguió la figura de los leones tallados en las columnas de su cama y finalmente la respuesta llegó junto con el dolor indiferente de cada uno de sus músculos, producto de una noche de sueño tranquilo tras mucho tiempo -meses, o tal vez siglos- de vagar con un ojo cerrado y el otro abierto en medio de una guerra. Una guerra que ya había terminado.
Ahí fue cuando todo comenzó a precipitarse y millones de emociones que el cansancio le había permitido ignorar la noche anterior se agolparon en su interior. El alivio, sí, la gratitud, la sensación de victoria y algo que se parecía mucho a la felicidad, pero también enojo y culpa y ganas de gritar por todo lo doloroso e injusto junto con algo más, un sentimiento confuso y latente que de pronto se paraba ante él y señalaba hacia adelante. Una duda viva que susurraba en su oído: “Todo terminó. ¿Y ahora qué?”
- Eh, Harry
Se incorporó lentamente y corrió el cortinaje.
Sentado en el piso, apoyado contra el respaldo de la cama frente a él, estaba Ron. Llevaba el mismo sweater viejo y lleno de tierra del día anterior, los mismos pantalones que había rasgado, según tenía entendido, al deslizarse en la Cámara de los Secretos. Un par de vendas le cubrían las manos y un ungüento verde traspasaba su cuello, conectándose en la línea de su mandíbula con una cicatriz casi curada que cruzaba su mejilla.
- Hola, Ron.
Se miraron un segundo. Antes, este tiempo les bastaba para entender sin ningún lugar a dudas lo que el otro quería decir. Para compartir chistes privados en las clases de pociones, sus pensamientos sobre la profesora de adivinación, su opinión sobre las jugadas de Raveclaw en el partido contra Slytherin, sólo era necesaria una mirada. Ahora, acordaron con los ojos que pronto sería hora de darse cuenta y hablar por días con la voz rota de lo que habían pasado y de lo que pasarían, y de lo que estaban pasando, solos, en ese mismo momento. Por eso, Ron se incorporó pasándose una mano por el pelo enredado y, con una media sonrisa, como si el tiempo no hubiera pasado y en lugar de unos estropajos lánguidos y sucios fueran dos estudiantes traviesos, le preguntó:
- ¿Bajas a desayunar?
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La ovación fue ensordecedora. Las puertas del Gran Comedor se abrieron y en cuanto puso un pie en el enorme salón abarrotado de gente el primer segundo fue de silencio y luego, una avalancha de aplausos y vítores y coros de su nombre en cada esquina.
Harry se sonrojó hasta la nariz y recuerda haber pensado que no creía que hubiera nada más patético que un héroe que se sonrojaba. No creía haber visto jamás tanta gente junta, ni en sus visitas al ministerio, ni en el torneo de los Tres Magos, ni siquiera en el Mundial de Quiddicht, y el tenerlos a todos hablándole y observándole y estrechándole las manos lo hacía sentir tan pequeño como la primera vez que había visitado el Callejón Diagon con Hagrid, millones de años atrás.
Una hora después -o eso le pareció- llegó a la mesa de Gryffindor, o a la que había sido la mesa de Gryffindor hasta horas atrás y que ahora albergaba alumnos y familias de todas las casas y una improvisada enfermería en donde Madame Pomfrey atendía a las personas con heridas más leves. La señora Weasley fue la primera en distinguirlo entre la masa de extasiados brujas y hechiceros y liberarlo con un fuerte tirón de su brazo, llevándolo hasta donde la familia descansaba.
- ¡Harry, querido! ¿Cómo estás?
- Bien… creo.
Los weasley eran una mancha anaranjada en aquel denso mar de gente. Allí, donde verde, amarillo, azul y negro se mezclaban formando un conjunto gris y confuso, ellos resaltaban. Siempre lo habían hecho.
No sabía como mirarlos a la cara, pero lo hizo y saludó a todos y cada uno de ellos. Secretamente, agradeció que George no estuviera.
- Duerme- le explicó el señor Weasley-. Así es mejor, hay mucho de lo que reponerse. Lo importante es que ya todo terminó.
A un lado, última en la fila, estaba Ginny mordiéndose los labios, resguardándose del fresco de la madrugada con un sweater que por lo largo y lo ancho debía de ser prestado de alguno de sus hermanos. Harry se acercó a ella sintiendo que era necesario que fuera él quien rompiera el hielo, sin tener idea de qué decir.
- Hola.
- Hola.
- Así que…
Así que aquí estamos, otra vez. La guerra terminó. Es muy lindo verte después de todo este tiempo, me alegra que estés bien. Que estés viva. Y quisiera abrazarte, pero no sé como te sentirías si lo hiciera ahora mismo ni sé cómo me sentiría yo porque, ¡demonios! Ahora mismo no estoy seguro de nada. Sólo de que me cuesta creer que todo esto sea real y no sólo otro sueño del que voy a despertarme y, honestamente, no sé con qué estaría más feliz. Te extrañé.
- Así que… Ron y Hermione se besaron, ¿has visto?
Ginny abrió los ojos de par en par y, por un segundo, se quedó observándolo como si fuera un ser de otro planeta. Luego sonrió, casi imperceptiblemente, y dejó que su ceño se frunciera en una mueca entre angustiada y divertida.
- ¿Qué? ¡No! ¡Y he estado hablando con ella toda la última hora!
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La mañana prometida llegó y se extendió en un radiante mediodía. En poco tiempo, el expreso de Hogwarts llegaría con gente de todas partes buscando información, confirmación, pero en aquel momento ellos se las habían arreglado para esconderse a la sombra milenaria de uno de los árboles del jardín, a la vista del lago.
Esa sola imagen, la de ellos tres tumbados en el césped en silencio, podía hacer creer que nada había cambiado desde la última vez, cuando probablemente se hubieran sentado allí a hablar de los exámenes o de Quiddicht o de la comida que les habían servido aquella mañana. Pero la verdad es que ninguno de los tres era ya el mismo que había dejado la escuela un año atrás, con la duda de si volvería a deleitarse alguna vez con el esplendor de las torres de Hogwarts.
En el silencio, ninguno sabía si eso que presentían diferente en el paisaje era algún destrozo traído por la guerra o simplemente que ahora veían todo distinto, pero sí sabían algo y era que después de todo, después de aventuras y riesgos y hazañas que parecían imposibles, seguían juntos.
El primero en hablar fue Ron:
- Eh, Harry, ¿te acuerdas en cuarto? ¿Cuando apostamos si a Neville le gustaban o no los tipos?
Hermione se enderezó de su cómoda postura reclinada contra una rama y lo miró con el ceño arrugado. Antes de que pudiera decir nada, Harry contestó divertido:
- ¿Qué pasa con eso?
Ron se encogió de hombros, con la vista al horizonte, y dejó que una sonrisa pícara bailara en sus labios.
- Que al final Seamus y yo perdimos. De camino a aquí lo vi besuqueándose con Abbot detrás de los invernaderos.
- ¿Qué?
Harry se incorporó de un salto, casi tirando sus anteojos por lo brusco del movimiento.
- ¿¡Hannah Abott?!- preguntaron él y Hermione a un tiempo.
Harry pidió detalles por lo alto, Hermione se olvidó en seguida de su enojo, Ron comenzó a relatar, en su habitual forma teatral, su encuentro con la feliz pareja.
Y de pronto, ahí estaba.
Apareció de la nada en medio de ellos y resonó fuerte y clara. Cruzó el lago y, al llegar a los límites del bosque, asustó a una bandada desprevenida de pájaros que salió volando hacia el horizonte dejando tras de sí una estela de viento y el reflejo de sus pechos en el agua.
Por eso, podemos decir que comenzó con el rojo.
La primera risa de una nueva era.
Bien, que eso es todo por hoy, espero que me digan qué les pareció.
(y ya que estamos aquí, ¿algún alma caritativa quisiera hacerme de beta?)