Relatos de Hemingway; bajo este tag voy a publicar esas cosas con o sin sentido que vaya escribiendo en mi pequeña Hemingway en momentos de aburrimiento o inspiración repentina. Seguramente, cosas de estas, aunque sea fácil continuarlas, no las vaya a continuar. O puede que en algún momento continúe con ello, ¿quién sabe?
Están completamente en bruto; es decir, el único beteo que pueden tener estas idas de pinza mías es el que yo misma hago cuando lo paso del cuaderno al ordenador, así que cualquier tipo de error será común.
~o~o~o~
Rain estaba fuera cuando vio cómo una enorme nube negra se acercaba al pueblo a una velocidad mayor de a la que se movería una nube normal. Era espumosa, gigante, pero oscura, con rayos brillantes y azulados que la cruzaban de un lado a otro casi espasmódicamente. Sintió cómo el latir de su corazón empezaba a acelerarse, pues sabía perfectamente qué significaba esa nube que se acercaba y le causaba escalofríos.
En el fondo, desde que empezara la Séptima Guerra, en el pueblo llevaban esperando la venida de los Grandes Magos. Los cuentos infantiles que usaban los abuelos para aterrorizar a sus nietos habían cambiado y amenazaban con la llegada de uno de esos malvados magos vestidos con togas negras y moradas que les comerían si no se iban a dormir pronto; en la escuela llevaban años enseñándoles cómo sería la llegada de los Grandes Magos si se llegaba a producir; en las casas no se hablaba sobre ella, por el miedo casi primitivo a invocar la tragedia con las palabras. Y Rain no podía recordar un tiempo en el que las leyendas sobre los Grandes Magos no flotaran en el aire de la aldea.
Porque siempre, siempre, había sido una leyenda. Rain se dio cuenta de que la visión de esa nube significaba que la leyenda era real.
Se levantó del suelo y cogió la cesta de mimbre donde había ido dejando las bayas que había cogido de los arbustos frente al río y, sin mirar atrás, empezó a correr hacia el pueblo. No había nadie en la calle principal, pero eso no le impidió seguir corriendo y entrar como un torbellino en su casa. Sólo estaba su madre y la pequeña Alleine; su padre y sus hermanos todavía no habrían vuelto de la herrería.
-¡Madre! ¡Madre! -gritó, fuera de sí, soltando la cesta de bayas sin cuidado encima de la mesa y yendo hacia su madre sin aliento; algunas frutas cayeron rodando al suelo y se escondieron debajo de los muebles-. ¡Madre! ¡Vienen los Grandes Magos!
La cara de su madre se transformó en una máscara de terror descompuesta y, de repente, empujó a Rain hacia la puerta.
-Vete con el hechicero, Rain. Eres la única que puede ayudarle a proteger el pueblo. Avisad a todos y protegednos.
Rain echó a correr por las calles del pueblo y torció a la izquierda, por un camino que llevaba a lo alto de la colina, donde vivía Tattuin, el hechicero; nadie, excepto los habitantes del pueblo, sabía de su existencia. Cualquier otro en el país le acusaría de usar la magia y le llevaría a la capital para que le quemaran en el cadalso de la plaza principal, pero en aquel pueblo todos consideraban que Tattuin hacía más bien que mal y, además, se encargaba de que Rain no descarrilara y usara sus todavía débiles poderes de mala manera.
Cuando llegó a la cueva donde se ocultaba Tattuin, Rain jadeaba y tenía la cara surcada por gotas de sudor, que brillaban a la luz de un sol huidizo.
-¡Tattuin! ¡Tattuin! -exclamó Rain, entrando en la cueva-. ¡Ya vienen! ¡Los Grandes Magos vienen!
El hechicero, vestido con su toga azul vieja, salió de la cueva corriendo, chocando casi con Rain en su carrera desesperada por saber si la chica decía la verdad. Se quedó parado a la entrada, con la coleta negra ondeando al viento y los ojos entrecerrados, como si quisiera saber cuánto tardaría la nube de los Grandes Magos en llegar al pueblo. Ni un atisbo de emoción se le cruzó por el semblante, como siempre. Impávido, entró en la cueva, donde esperaba Rain, y se acuclilló frente a ella, poniéndole las manos sobre los hombros.
-Rain -dijo, con voz solemne y ojos profundos, insondables, y sin ningún sentimiento en el tono; la niña siempre se había preguntado cómo se las ingeniaba Tattuin para parecer un hechicero sin sentimientos-. Es demasiado tarde. Sólo podemos protegernos a nosotros mismos.
Rain suspiró y se tragó sus lágrimas, sabiendo que a Tattuin no le gustaría que llorara en sus narices. Pensó en su madre, en su padre, en sus hermanos y en cómo sería para ellos morir bajo la nube de los Grandes Magos. Pensó en cómo quedaría el pueblo tras pasar ellos y por su cabeza volaron imágenes de destrucción, humo y llamas que lo único que hicieron fueron avivar sus ganas de llorar.
Suspiró de nuevo y asintió.
-Bien -dijo Tattuin-. Ayúdame con esto, ¿quieres?
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