Título:
Los fantasmas también tienen pesadillas.Fandom: SHINee.
Pairing: 2min y parejas secundarias.
Resumen: Los fantasmas del pasado no son tan incorpóreos como parecen, pueden materializarse en cualquier momento para hacerte partícipe de sus propias pesadillas.
Advertencias: lenguaje malsonado, sexo explícito, algo de violencia y esas cosas que pueblan siempre mis fanfics, vaya xD.
Notas: Co-escrito con
allalabeth_sanCopyright:
Los fantasmas también tienen pesadillas - (c) - lurque | LOS FANTASMAS TAMBIÉN TIENEN PESADILLAS |
Capítulo 1
El aeropuerto era uno de los lugares favoritos de Taemin porque en él podía realizar uno de sus pasatiempos favoritos, si es que se le podía llamar así a sentarse a observar a las personas que pasaban a su alrededor e imaginar cuál era su historia. Muchos de los personajes de sus libros habían nacido contemplando a la gente que le rodeaba, la mayor parte del tiempo en los momentos más inesperados: en el metro, en el parque, en el supermercado, caminando por la calle simplemente; la inspiración venia sin previo aviso y del mismo modo se marchaba. A base de olvidar ideas maravillosas se obligó a llevar consigo un cuaderno donde apuntarlas, siempre, aunque sus anotaciones eran caóticas, pues ordenado nunca había sido un calificativo que le acompañara.
Lee Taemin tenía veinticinco años, vivía en Seúl y había estudiado Filología coreana en la Universidad de Seúl, no en la Nacional; su nota media no se lo había permitido. No tenía intención alguna de convertirse en profesor por más que sus padres le insistieran para que se preparara las oposiciones, pues aunque había logrado que le publicaran un libro, no había cosechado el éxito suficiente como para darle un nombre conocido que le permitiera vivir de sus obras.
No obstante, no sabía hacer otra cosa. No servía para otra cosa más que para trabajar en sus historias. Desde niño había vivido en sus mundos de fantasía con criaturas increíbles y magia por todas partes. Harry Potter había sido la primera novela que había leído en su vida, sin sospechar por aquel entonces que se convertiría en su guía. Con el tiempo y una madurez cosechada a base de golpes duros y pérdidas irremplazables, Taemin había comenzado a nutrirse de novelas de género más adulto, de carácter más serio. En concreto, se había aficionado a las de misterio y todo lo que escribía desde hacía varios años conllevaba tramas enrevesadas con personajes que no eran lo que aparentaban, quizás como reflejo de sí mismo y de sus amigos más cercanos.
A su último protagonista le había otorgado el nombre de Onew en honor a su buen amigo Jinki, la persona a la que había ido a recoger al aeropuerto de Incheon ese día. Jinki y él habían compartido la época más oscura de sus vidas, colaborando mutuamente en la autodestrucción de cada uno para renacer de sus cenizas posteriormente abusando de un complejo de fénix inventado. La depresión formaba parte de Jinki, los vicios también, y como ambos eran artistas, se entendían sin necesidad de palabras. Taemin escribía, Jinki dibujaba. En cuanto reunía un poco de dinero se marchaba de viaje a pintar paisajes, ciudades, personas o cualquier cosa que llamara su atención hasta que se veía obligado a regresar a Seúl para vender su arte. A decir verdad, a Taemin no le gustaban los cuadros de su amigo y Jinki siempre le sacaba carencias a sus personajes y a sus tramas narrativas; eran el principal crítico del otro y sabían utilizar la opinión ajena para favorecer sus creaciones en lugar de desanimarse o enfadarse.
El reproductor de música de su teléfono móvil, al que había bautizado como Aleatorio-nim hacía muchos años, no estaba acertando mucho con su elección de canciones, por lo que buscó una que le apeteciera escuchar por sí mismo y, de paso, consultó la hora. Todavía era temprano para que el avión de Jinki aterrizara, por lo que decidió ir al Starbucks a por un frapuccino de vainilla y algún dulce que lo complementara. Esperó la cola con paciencia en lo que continuaba escuchando música a través de sus auriculares bailando de manera estática; pidió lo que deseaba cuando llegó su turno, esperó a que le sirvieran y luego llevó su bandeja a la primera mesa libre que encontró. Sonrió al sentir la explosión de saliva en su boca ante la comida que tenía delante y le dio el primer sorbo a su frapuccino deleitándose con su sabor.
Al alzar la mirada hacia delante, el pasado le dio un bofetón en pleno rostro y, como un bobo, se quedó mirando a la persona que estaba sentada frente a él a varias mesas de distancia, todavía con la pajita en la boca pero sin beber. La persona en cuestión ya le estaba mirando para cuando Taemin se dio cuenta de su presencia.
Llevaba tres años sin ver a Choi Minho, su ex. Estuvieron juntos durante los últimos dos años de universidad para Minho, los dos primeros para él; la época más feliz de su vida. El comienzo de su relación fue difícil porque eran dos chicos, tenían que mantenerlo en secreto y luchar no sólo contra los prejuicios de la sociedad coreana en general, sino contra los suyos propios en particular; el auténtico noviazgo tardó seis meses en comenzar. Minho fue su primer beso, su primera vez, su primer amor y muchas otras primeras veces. Casi perdió a todos sus amigos por no ser capaz de despegarse de él, casi fue descubierto por su familia en incontables ocasiones y muchos otros casi.
Sólo había una persona a la que le había confiado el secreto: Kim Jongin, su mejor amigo de toda la vida. Jongin no sólo le conocía a él como la palma de su mano, también había conocido a Minho a ese nivel, lo que había facilitado que mediara entre ellos en cada una de sus discusiones. No habían sido muchas porque no era fácil colmar la paciencia de Minho ni lograr que él abandonara su actitud pasiva, pero una vez ocurría, el temperamento de ambos era tan fuerte como el choque de dos nubes cargadas de electricidad. Si no hubiera sido por Jongin, probablemente su relación se habría terminado mucho antes.
Pero también había sido por Jongin que se había terminado.
Poco antes de cumplir los dos meses, Jongin y Minho hablaron con él para confesar que habían compartido algo más que palabras en la intimidad y, por si no fuera suficiente para eliminar la poca fe que le quedaba en la humanidad, Minho admitió que ya no estaba seguro de sus sentimientos por él y Jongin confesó que llevaba mucho tiempo enamorado de Minho en secreto, sin decir nada por el bien de la pareja, aguantando verles felices, siendo el confidente de ambos y arreglando sus peleas.
Le rompieron el corazón.
Taemin llegó a la conclusión de que si Minho ya no le quería con toda su alma, no tenía sentido forzarlo a que volviera a amarle con la misma intensidad. Seguir juntos solo les haría más daño del que se habían hecho en los dos meses que continuaron juntos desde la confesión, meses envenenados de un rencor que acabaría por destruir todo lo bonito que habían compartido. Taemin rompió con él y les pidió un tiempo alejado para superarlo, sin embargo, continuamente comprobaba las redes sociales para ver qué decían, qué hacían o dónde habían estado. Fue así cómo se enteró de que apenas un mes después de que cortaran, empezaron a salir formalmente y ese fue el momento definitivo para echarlos de su vida por completo.
Muchas veces se había lamentado por no haber luchado más por Minho, pero siempre había predominado el sentimiento de que no le tocaba hacerlo porque la persona traicionada había sido él; no veía justo tener que ser quien arreglase la situación y eso terminó por condenar su relación.
Desde entonces no había vuelto a ver a ninguno de los dos. A veces se enteraba de cosas relacionadas con Jongin porque Moonkyu o Wonsik comentaban algo de pasada sobre él, pero Minho había desaparecido por completo de su vida.
Ahora que volvía a tenerlo enfrente, aunque fuera con todos esos metros de distancia, su corazón continuaba palpitando furioso a pesar de que, al menos físicamente, Minho había cambiado mucho: llevaba el pelo corto y sin teñir, vestía con ropa elegante y formal que hablaba de poder adquisitivo y en general tenía un aire maduro que le hacía verse más atractivo que nunca.
Taemin se percató de que todavía tenía la pajita en la boca y aprovechó para beber más; su frapuccino ya no sabía ni la mitad de bien que antes. Sus piernas estaban dispuestas a sacarlo de allí, pero su orgullo le impidió moverse de su asiento. Desvió la mirada y continuó desayunando como si volver a ver a un fantasma de su pasado no le hubiera quitado el apetito.
*
Lo último que había esperado Minho esa mañana fue toparse de frente con un fantasma de su pasado y, a pesar de todo, no había podido hacer nada más que quedarse mirándolo embobado. Se había quedado con el café americano en la mano, hacia la mitad de la trayectoria desde la mesa hasta sus labios, pues su cerebro no pudo concentrarse en otra cosa que no fuera ordenar a sus sentidos recopilar hasta el último detalle de la imagen que tenía a pocos metros de distancia.
La última vez que había visto a Taemin todavía quedaban en su rostro retazos de la adolescencia, no sólo en los rasgos faciales en sí, sino en la expectación y la fascinación con las que contemplaba el mundo, en la ingenuidad que lo caracterizaba, en la forma en la que alzaba la barbilla inconscientemente y se emocionaba por todo. La persona sentada unas mesas más allá ya no era el chico recién salido de la adolescencia que recordaba, sino un hombre que había terminado de crecer, que le miraba con sorpresa pero sin fascinación y tampoco había rastro de inocencia en esa cara que había terminado de definir sus ángulos, finos y elegantes, pero un paso más cerca de la masculinidad que de la ambigüedad absoluta que lo había marcado en su momento.
Sin embargo, la diferencia más notable residía en el color de su cabello: rubio platino. Llamativo, imposible de pasarlo por alto, tanto que había levantado la vista de su tableta al percibir, por el rabillo del ojo, la mata de cabello de semejante color artificial llegar y sentarse. La familiaridad del rostro había sido como un golpe bajo en sus entrañas que le había hecho olvidar sus grupos de mercado y porcentajes de venta en un mero segundo.
Taemin, con una frialdad que nunca creyó posible en él, recuperó la compostura mucho más rápido que él y volvió a su frapuccino y a la música. Sin embargo, el movimiento rítmico del pie bajo la mesa no se debía a la melodía que escuchaba a través de sus auriculares, sino a una manía; lo hacía siempre que se ponía nervioso. En su momento le había parecido adorable, luego no tanto, cuando se dio cuenta de que Jongin canalizaba sus emociones mucho mejor que él.
El recuerdo de Jongin devolvió a su cerebro la capacidad funcional y colaboró en que su corazón dejase de latirle como si tratara de salir de su pecho. La persona que tenía delante no se parecía en nada a Jongin, casi tan poco de lo que se había parecido su Taemin en su momento. Pero había sido él quien había roto todo contacto con ellos, destrozando a Jongin con su total desaparición, y nunca había tenido claro si podría perdonarle eso. Era normal que hubiera cortado con él por completo, al fin y al cabo, fue él quien dejó de sentirse encandilado por Taemin, tan enamorado que respirar algo que no fuera su pareja resultaba físicamente doloroso. Unos primeros meses de relación que ahora calificaba como ridículos y un amor infantil de los que aparecen en los cuentos y nunca llegan a buen puerto, eso había sido su noviazgo con Taemin. Y se lo habían advertido, sus amigos le habían repetido millones de veces que no iban a llegar a ninguna parte juntos porque acababan de descubrir su sexualidad, los dos, y era su primera relación; estaba totalmente destinada al fracaso. Poco a poco se había ido desencantando, especialmente después de darse cuenta de que había idealizado las relaciones de todos sus amigos y que estas también se hundían. Jongin había estado ahí, a su lado, permitiéndole compartir sus dudas e inseguridades, esas a las que Taemin parecía ajeno. Inevitablemente, había comenzado a pensar que todo el tiempo que su novio dedicaba a ensimismarse en sus historias y en sus mundos, era tiempo que no estaba empleando en conocerle a él, en verlo tal y como era.
Jongin, en cambio, había estado ahí. Siempre atento, brindándole el apoyo y la comprensión que necesitaba en el momento en que lo necesitaba. Su amistad había continuado el proceso natural hacia el amor, y no culpaba a Taemin en absoluto. Simplemente no habían estado destinados a nada más de lo que habían tenido y se terminó cuando dejó de ser suficiente para cubrir sus necesidades.
No obstante, ahora que lo volvía a tener tan cerca después de tres años sin tener noticias sobre él, se descubrió a sí mismo deseando escuchar su voz y ver reflejada en ella los cambios que veía en su apariencia. Quizás su voz era más grave, más masculina. Quizás había dejado de hablar con ese tono soñador, como si siempre estuviese al borde de quedarse sin aliento por la emoción. Pero no podía levantarse y preguntar.
Si algo había entendido era que no tenía ningún derecho a intentar conservar una relación con él. Ni siquiera a intercambiar buenos días. Porque había sido un idiota, inmaduro e insensible, y no había llevado las cosas de la forma correcta. Era totalmente comprensible que la prerrogativa de hablarle o no estuviese en manos de Taemin.
Y Minho era plenamente consciente de ello porque a él le habían hecho una cosa parecida. Ahora estaba bien, más o menos, pero el día en el que Jongin había dicho que lo dejaba había sido duro. Había luchado por él con todo lo que tenía, había intentado cambiar, corregir los fallos de su personalidad para volver a ser aceptado y que las cosas fueran como antes. Se había esforzado, arrasado con todo lo que le convertía en sí mismo, olvidado sus principios y creencias, todo con tal de que Jongin volviese a ver en él la persona que quería, la persona con la que compartir sus enfados y sus risas, sus dudas, quebraderos de cabeza e ilusiones. Ni un par de semanas después, mientras Minho seguía intentando recuperarlo, Jongin había comenzado una relación.
¡Cómo había odiado a Luhan! Especialmente al principio, especialmente antes de conocerlo. Había sido un odio visceral, profundo y lleno de enfado. Tan lleno de enfado que su dos mejores amigos se habían visto obligados a llevárselo al gimnasio y forzarlo a descargar frustración en el ring de boxeo. No con Kyuhyun, claro, que nunca había sido del tipo deportivo, sino con Changmin, que hacía años que practicaba boxeo para mantener bajo candado su explosivo temperamento.
Más adelante, Jongin le había presentado a Luhan, con timidez y en busca de una aprobación que Minho entendía. Ellos siempre habían sido cuatro: Jongin, Taemin, Moonkyu y Wonsik, amigos desde la guardería hasta el instituto, luego habían ido cada uno a una universidad diferente y sus diferentes horarios les había dificultado el poder verse a menudo. Incluso si Moonkyu y Wonsik habían intentado mantenerse imparciales, Taemin había quedado como la víctima, Minho como el hijo de puta y Jongin como el traidor. De modo que Minho había pasado a ser el amigo más cercano de Jongin, un hermano más que un novio. Y cuando había mirado a Luhan a la cara, cuando los había visto interactuar, cuando había presenciado la forma tan especial en la que se iluminaban los ojos de Jongin al estar junto a él, Minho no había tenido fuerzas para continuar odiando. Se había encontrado demasiado destrozado por la pena, por la pérdida, como para seguir odiando.
Luhan había resultado ser lo que Jongin necesitaba en su vida. A pesar de la dificultad añadida por ser una relación a distancia ya que Luhan vivía y trabajaba en Beijing, Minho lo admiraba por haber sido capaz de darle todo aquello que él no había podido, que no había sabido cómo o que simplemente no habían encajado de la misma forma. Con la distancia y el tiempo, Minho se había percatado de que era demasiado pasional para Jongin, demasiado vehemente y competitivo, agresivo incluso, porque conseguía lo que quería generalmente cuando quería. Eso le convertía en un ejecutivo brillante, pero no en la otra mitad de Jongin, que lo que necesitaba era calma en la que refugiarse y no más fuego.
Suspirando, obligándose a dejar de mirar a Taemin y de contemplar el pasado, volvió a su tableta con los informes de ventas de la nueva editorial que su jefe estaba pensando comprar. Kang Hodong era uno de los magnates más importantes del mundo de las comunicaciones y Minho tenía la suerte de que el jefazo lo adorase. Por culpa de esa adoración, ahora que se había empeñado en comprar la editorial de Kim Jonghyun, el autor más exitoso del último lustro, era él quién tenía que estudiar sus cifras y trasladarse allí para que el resto de autores, colecciones y similares, fuesen un beneficio para la el conglomerado y no un lastre.
Traducido de intenciones abstractas a resultados reales: muchas noches en vela y ni siquiera tiempo suficiente para recibir a Kyuhyun con calma, a pesar de que su amigo acababa de ganar el Red Bull Battlegrounds en Austin y volvía de los Estados Unidos cuarenta mil dólares más rico e infinitamente más orgulloso de sí mismo.
Megafonía le avisó de que el vuelo de Kyuhyun estaba aterrizando por lo que se puso en pie. Agarró con brusquedad la funda de su tableta, tragando saliva con fuerza. Tenía que pasar obligatoriamente por delante de Taemin y una parte de sí mismo quería revelarse ante la racionalidad de sus pensamientos y hablarle, no fuera que volviese a desaparecer por completo durante otros tres años, quién sabía si más. Pero no era justo y procuraba no ser cruel si podía evitarlo.
Tomando aire para darse fuerzas, comenzó a caminar. No se detuvo frente a su mesa pero sí que lo saludó. Un asentimiento con la cabeza, apenas una muestra de que lo reconocía tras los cambios y el rubio, y el nudo en la garganta se hizo más grande cuando todo lo que Taemin le devolvió fue una mirada fría e impersonal, ninguna concesión hacia el hecho de que se habían conocido.
Minho podía aceptar su odio. Era justificado. Le quemase lo mucho que le quemase en la piel, podía entenderlo y lo respetaba.
*
Taemin tardó un par de minutos en relajarse, en recuperar el ritmo habitual de sus pulsaciones y en deshacer el nudo en su estómago. Minho había pasado por su lado buscando contacto visual con él e incluso le había saludado. Su atrevimiento le puso de malhumor y, a la vez, despertó una serie de emociones contradictorias que prefería no identificar. Por lo menos había sido capaz de mantener la indiferencia cuando en su interior reinaba el caos.
Aunque no debería ser así.
Tres años era tiempo más que suficiente para haberse olvidado de él, es más, creía haberlo hecho, pero acababa de comprobar que no era cierto y se sentía fatal por ello. Se comió el dulce de mala gana, enfadado consigo mismo, y se llevó el frapuccino consigo porque no quería permanecer por más tiempo sentado allí, no fuera a ser que a Minho le diese por volver y hablarle. Tan rápido como se le cruzó el pensamiento por la cabeza se llamó estúpido, porque el valor de su ex en los momentos claves había brillado por su ausencia y dudaba mucho de que eso hubiese cambiado con los años.
Comprobó la hora y a pesar de que seguía siendo temprano, decidió pasear por el aeropuerto en dirección a la puerta de salida para esperar a Jinki. Se puso canciones que le animaban a bailar para hacer más amena la espera, haciendo verdaderos esfuerzos por controlar su cuerpo para no dejarse llevar allí mismo, acabando por agitarse levemente en el lugar y mover la boca sin llegar a cantar en voz alta. Después de los libros, la música era su otra gran pasión.
Al cabo de un rato estaba tan aburrido que sacó su cuaderno para tratar de escribir algo, pero todas las palabras que le venían a la mente estaban relacionadas con Minho y no quiso anotar una sola más. Cuando rompieron, Taemin comenzó a escribir un cuaderno para desahogarse, dirigiéndose siempre a él, hasta que se dio cuenta de que haciéndolo sólo estaba dándole importancia y que cuanto más le reviviese, más le costaría olvidarle, pero no podía dejarlo. No podía desahogarse con sus amigos porque no quería obligar a Moonkyu y a Wonsik a posicionarse, no era justo para ellos dos. Por suerte, no mucho tiempo después de la ruptura conoció a Jinki.
De todas las personas que formaban o habían formado parte de su vida, él era posiblemente la más complicada. No era fácil de tratar, soportar sus cambios de humor, sus momentos autistas ni su depresión constante, pero eso sólo eran unas pocas pegas en comparación a todo lo que ganaba con sus virtudes. Jinki era una persona risueña y despreocupada cuando estaba de buen humor, de sonrisa fácil, divertido como él solo, con una imaginación que a veces superaba la suya de escritor y unas ocurrencias que le hacían romper a reír a carcajada limpia. Se conocieron una noche en la que había salido de copas con sus compañeros de carrera; acabó bebiendo más de la cuenta y comenzó a hablar con un desconocido sobre su vida y su amargura, acabando por contarle todo el tema de la traición de su novio y su mejor amigo. Al día siguiente despertó en una cama que no era la suya, en una habitación que no reconocía y acompañado de alguien que no recordaba. El susto fue tremendo. Sin embargo, no hicieron nada aquella noche; el bueno de Jinki, al ver lo perjudicado que estaba, simplemente se lo llevó a su casa y cuidó de él hasta quedarse dormido sin darse cuenta en la cama, pese a que su intención fuera en un principio dormir en el sofá.
Fue una gran sorpresa descubrir que a Jinki también le gustaban los hombres, se lo contó durante el desayuno del día siguiente como quien hablaba del tiempo; recordaba haberse atragantado con lo que fuera que estuviese bebiendo. A partir de ese momento, que pasaran un tiempo indefinido en casa de uno o de otro se volvió algo normal, y en lugar de consolarle y decirle que todo iría bien, Jinki ahondaba más en su pozo de desesperación corroborando que era cierto que todo era una mierda, le ofrecía alcohol y bebían hasta perder el sentido. Unos meses después, su hígado le dio el primer aviso y se vio obligado a dejar de hacerlo.
La vida junto a Jinki era, por encima de todo, sencilla. No había reglas ni horarios, hacían exactamente lo que les apetecía cuando les apeteía, así que no era extraño que se zamparan todo un banquete de comida a las cinco de la mañana, se despertasen a las tres de la tarde, o una mañana se levantaran con ganas de pintar la casa.
Las paredes de ambas casas estaban todas llenas de dibujos que cambiaban cada cierto tiempo, pero desde hacía ya más de un año, el rostro de Taemin ocupaba una de las del salón, o su sonrisa más bien. Jinki lo había dibujado después de su último gran bajón, para que cuando lo viese, se diese cuenta de la hermosa sonrisa que tenía y que no debía perder. Era una de esas cosas mágicas que hacía, incluso cuando el que estaba peor de los dos era él mismo.
La sonrisa de Jinki apareció entre la multitud en algún momento y, tras ella, venía él. El pelo le había crecido mucho en los dos meses que había estado ausente, llevando ahora una melena que se había teñido de castaño y que le favorecía enormemente. Según pudo contemplar, sus ojeras eran más prominentes que la última vez que le vio, pero sin embargo, los músculos de su cuerpo parecían más tonificados.
Le saludó en la distancia y Jinki ensanchó todavía más su sonrisa y agitó la mano con la que no arrastraba su maleta de viaje.
-¡Hola! -dijo radiante mientras le estrechaba en un abrazo-. ¿Llegaron bien mis cuadros?
-Sí, tranquilo, los tengo todos en casa.
-Bien. ¿Qué te han parecido?
-No sé qué te ha dado con pintar ríos, resultaban un poco repetitivos -dijo con toda la sinceridad del mundo.
En lugar de ofenderse, Jinki sonrió como si le hubiera hecho un cumplido.
-No lo sé, la verdad, pero son preciosos y no podía pintar otra cosa que no fueran ríos. ¿Sabes que en el único en el que me bañé tenía las aguas tan frías que acabé por constiparme y estar en cama casi una semana entera? -le contó y rió despreocupado; no, no lo sabía porque no se lo había contado, era ese tipo de anécdotas que no mencionaba en sus cartas, porque Jinki continuaba utilizando el método tradicional y rechazaba las nuevas tecnologías.
-¿Por qué no me sorprende? -respondió con una sonrisa cariñosa-. ¿Y mi regalo?
-Oh, cierto.
Se agachó para abrir su gran mochila y comenzar a sacar cosas.
-Está bien, es igual, dámelo luego -prefirió al ver que la gente les miraba.
Jinki le observó alzando las cejas pero acabó encogiéndose de hombros.
-Está bien, como quieras -respondió, volviendo a guardar sus pertenencias.
Caminaron hacia la salida hablando de lo que Jinki había visto y experimentado, sintiendo cómo Onew, su personaje, le hablaba en su fuero interno convirtiendo las anécdotas de su amigo en tramas para su nueva novela.
Taemin soltó una gran carcajada antes de mirarle maravillado.
-En serio hyung, ¡eres de lo que no hay! -exclamó con una sonrisa de adoración; como siempre, no se daba cuenta de cuánto le echaba de menos hasta que volvía a estar con él.
Al mirar más allá de Jinki volvió a reconocer a Minho y a su amigo Kyuhyun a lo lejos, ambos observándoles. La sonrisa desapareció de su rostro de inmediato y esta vez logró desviar la vista a tiempo, pero no con el suficiente disimulo para que Jinki no se girase mirar con curiosidad qué era eso que le había chupado la alegría de golpe.
-¿Quienes son? ¿Los conoces?
-No son nadie -se obligó a sonreír-. Venga vamos, he aparcado el coche por allí.
Señaló en dirección opuesta a donde Minho y Kyuhyun parecían esperar por alguien y comenzó a caminar sin dedicarle un último vistazo, pero Jinki sí lo hizo porque la mentira no había colado aunque no fuese a insistir en ello.
Taemin no pudo evitar preguntarse qué habría pensado Minho al verle con Jinki, pero en seguida se regañó a sí mismo porque su opinión debería importarle un bledo a esas alturas. El silencio con su amigo nunca era incómodo, aunque en ese momento prefería que le hablase de cualquier cosa.
-¿Qué pasó con Xyli antes de que te fueras? -se acordó de pronto y aprovechó para entablar conversación.
-¿Qué pasó? -cuestionó fingiendo estar desorientado, como si no supiese de qué le hablaba a pesar de que Taemin le conocía lo suficientemente bien como para saber que se estaba haciendo el tonto porque no le interesaba responder.
-Os liasteis, ¿no?
-Ah, eso -dijo como si acabase de recordarlo-. Sí.
-¿Cómo que sí? -Taemin se obligó a armarse de paciencia porque a Jinki le encantaba dar rodeos cuando no quería hablar de algo-. ¡No me digas sólo eso!
-¿Qué quieres que te diga?
-Por qué lo hiciste, qué sientes, qué crees que pasará ahora que has vuelto -comenzó a enumerar con los dedos-. ¡Anda que no hay cosas que puedes decirme!
-Pareces Kibum -dijo riendo.
Llegaron al coche y Taemin sacó las llaves para abrir. Jinki guardó su equipaje en el maletero antes de sentarse en el asiento del copiloto. El automóvil era viejo y el propietario original era Jinki, pero era él quien le daba uso. Taemin temía que algún día le parase la policía para comprobar los papeles del coche y descubriesen que conducía uno que no le pertenecía.
-¿Y bien? -le apremió tras arrancar y disponerse a salir de los aparcamientos.
-Lo que pasó con Xyli pasó y ya está, no sé -dijo y se encogió de hombros con simpleza.
Ya se esperaba una respuesta como esa de antemano, pero aún así no podía aceptarla. Xyli era su compañero de piso desde el último año; se habían conocido porque ambos contactaron con el mismo casero para irse a vivir junto con otro desconocido, lanzándose a la aventura con tan buena suerte de que habían congeniado de maravilla. Pese a todo el daño que le hizo Jongin, sabía que nadie podría remplazar su puesto de mejor amigo, pero Xyli se había posicionado en una categoría muy similar.
Cuando se conocieron, su nuevo compañero de piso acababa de salir de una relación tormentosa de cinco años con su novio Sujong, así que buscaba piso para empezar de nuevo, aunque en aquel tiempo sólo quería beber y fumar hasta decir basta. Le recordó tanto a sí mismo tras su propia ruptura que no pudo evitar volcarse con él y acompañarle en las noches de juerga desenfrenada. Al contrario que con Jinki, con Xyli sí se había acostado y no sólo un par de veces; ambos fueron el polvo de consuelo del otro hasta convertirse en amigos con derechos oficialmente. Sin embargo, el amor no había surgido entre ellos pero ambos estaban de acuerdo con que era mejor así porque ninguno de los dos estaba realmente preparado para iniciar una relación nuevamente y de ese modo conseguían ahorrarse complicaciones.
Xyli y Jinki no tardaron mucho en conocerse, presentados por él. Eran dos personas totalmente opuestas: allí donde uno era fuego, el otro era hielo, y donde uno era luz, el otro era oscuridad, pero precisamente por eso se complementaban. No obstante, como amigos se llevaban de fábula, pero como algo más... Taemin no lo veía.
No lo veía porque Jinki era demasiado independiente, e incluso en sus rachas de necesidad afectiva no llegaba a reunir la suficiente capacidad de compromiso. Por otro lado, Xyli no sabía amar a medias, cuando lo hacía se entregaba por completo, incluso más que él mismo, y eso que siempre pensó que lo daba todo; había necesitado conocerle para percatarse de que no era cierto.
Cuando Xyli le confesó la misma mañana que el avión de Jinki partió para llevarle a tierras lejanas, que se habían acostado la noche anterior, el primer sentimiento de Taemin respecto a ellos dos fue el de preocupación. Sabía que su compañero de piso se había fijado en el pintor desde hacía algún tiempo y que no era simple atracción sexual. Aquella mañana, Xyli admitió que no sabía si Jinki le gustaba de verdad o tan sólo era la falta de cariño confundiéndole. Por parte de Jinki, sus emociones serían incluso más complicadas de definir.
-¿Le has echado de menos?
-Claro que le he echado de menos, igual que a ti -respondió con una de sus sonrisas para disimular.
-No, igual que a mí no -sacó a relucir su carácter mientras dejaban el aeropuerto atrás, y con él al fantasma del pasado que había vuelto a ver-. ¿No has pensado en él ni un poquito?
Jinki pareció reflexionar la pregunta, como si tratase de buscar las palabras correctas en algún recodo de su mente.
-Lo normal, supongo.
Las respuestas de Jinki sobre sus sentimientos nunca eran concisas sino vagas, como si careciesen de importancia, pero Taemin había aprendido a conocerle y ya sabía cómo tratarle para obtener resultados.
-Pues él sí te ha echado de menos -resopló, porque realmente no quería hacer de celestina de esos dos imbéciles, pero ya había habido algo entre los dos y, si ambos ponían de su parte, realmente podrían llegar a tener algo sólido, aunque su sentido común le indicara que lo más sensato era no alentarles a ello, o al menos quitarse de en medio para no salir perjudicado, opción imposible porque estaba demasiado involucrado con ambos como para no hacerlo.
-Vaya -fue su única respuesta mientras miraba a la carretera como si le hubiera hablado de cualquier otra cosa.
-No te lo va a reconocer, porque ya sabes que es un orgulloso y un cabezota, pero está ilusionado con tu vuelta.
-Tú también eres un orgulloso y un cabezota -le espetó, obligándole a desviar un momento los ojos de la carretera para mirarle sin comprender a cuento de qué venía eso-. Choi Minho no es “nadie”, es tu ex e ignorándolo sólo demuestras que todavía te afecta.
Esa era la faceta de Lee Jinki que más odiaba sin dudas, la observadora, la perspicaz. Porque podía hacerse el tonto todo lo que quisiera, pero no lo era, de hecho era lo suficientemente inteligente como para cambiar de tema de forma sutil por no querer continuar hablando de algo y, peor aún, volver la conversación en contra de la otra persona como acababa de hacer.
Taemin estaba completamente seguro de que nunca le había enseñado una foto de Minho para que pudiera reconocerlo, no estando sobrio al menos.
-No esperaba verle hoy, eso es todo -respondió con simpleza.
-Es guapo -comentó tranquilamente mientras devolvía la mirada a su ventanilla.
-Xyli también lo es -se la devolvió.
-Y tú -dijo volviendo a mirarle con una sonrisa-. Y yo. Todos somos guapos, ¡viva! -exclamó alzando los puños.
Taemin se echó a reír por su ocurrencia y decidió dejar el tema a un lado para que le contase más cosas de su viaje, ya que de eso al menos eso sí parecía estar dispuesto a compartirlo con él.
*
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