Título: Ahuyentar pesadillas
Personajes: es mi primer fic Tiva (más o menos). Menciones a LJ Gibbs, Leon Vance, Hadar y Eli David.
Advertencias: situado después del capítulo de esta semana 8x09.
Rating: no recomendado a menores de 7 años
Notas de autor: respuesta al reto Twitter de esta semana: grito. Millones de gracias a
lorelai_ncis por haberle dado el visto bueno :)
-¡Llévalo a la casa franca! ¡Ahora!
-¿Hadar? Informe. ¿Leon? ¡Eli!
El grito de Gibbs y su mirada aterrorizada me hizo darme cuenta de que podía haber llegado el fin. El fin del NCIS tal y como lo conocíamos, ya que nuestro director estaba, casi con toda seguridad, muerto. Pero también podría haber llegado su fin.
Sentí una opresión en el pecho que no me creí capaz de sentir nunca más. ¿Y si él estaba muerto? Después de todo lo que había pasado entre nosotros, seguía siendo mi familia. Mi única familia. La última prueba biológica de que yo había surgido a partir de alguien.
Corrimos hasta la casa franca y descubrimos que había volado por los aires. Hadar estaba muerto, y no pude evitar sentir una contradictoria sensación al descubrirlo ya que, aunque ahora no nos tratáramos, en el pasado habíamos confiado el uno en el otro.
El director Vance estaba malherido. Su cuerpo estaba lleno de metralla de la bomba, pero aun así, consiguió mantener la consciencia el tiempo suficiente para decirle a Gibbs que confiaba en él, y que lo dejaba al mando.
¿Y mi padre? ¿Dónde estaba? Olvidé respirar cuando Gibbs informó que su cuerpo estaba en tan malas condiciones como el de Hadar y que no había sobrevivido a la explosión. Resultaba irónico; él no se había preocupado por mí y yo me sentía desgraciada por haber perdido la última oportunidad de hablar con él e intentar comprender por qué no mandó a nadie a buscarme a Somalia. Mi mente pareció apagarse después de eso.
Gibbs hablaba, dando órdenes, pero yo no prestaba atención. No podría prestar atención nunca más. Me había quedado sorda y lo único que podía escuchar era el sonido de los engranajes de mi cerebro, moviéndose cada vez con mayor lentitud, y también el sonido de…
Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiing…
Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing…
Me desperté sobresaltada por el ruido ensordecedor del teléfono, sobre el que me había quedado dormida. Bizqueé un poco para enfocar la vista y vi el nombre del llamante:
-¿Qué tripa se te ha roto, Dinozzo?
- Eres tan dulce y delicada como una patada en el estómago -dijo a modo de saludo el agente-. ¿Has conseguido dormir?
-Precisamente me has despertado con tus botes oportunistas -respondí bostezando-.
-Dotes. Dotes oportunistas. Tantos años en Estados Unidos y aun no sabes hablar adecuadamente.
-Voy a colgar, Tony.
-¡No, espera! Ya en serio, quiero saber cómo estás. Sé que estos días no lo has pasado nada bien, y pensé que tal vez te ayudaría hablar un rato.
-Estoy… agotada, Tony. Pero en el fondo me alegro de que se haya ido.
-¿Sigues soñando que él muere?
Silencio.
-¿Ziva?
-…Sí… No sé por qué, pero cada vez que me dejo vencer por el sueño tengo la misma pesadilla.
-Tal vez necesitas estar acompañada la próxima vez que te duermas.
-¿Conoces a algún voluntario?
Toc, toc, toc.
Me levanté del sofá y fui hasta la puerta a abrirla. Ahí estaba Tony, vestido con un chándal y llevando una mochila que casi no se podía cerrar. Lo miré con las cejas arqueadas.
-¿Cuánto rato llevas ahí?
-Oye Ziva, te tengo que dejar. Estoy de visita -colgó el teléfono y sonrió al verme poner los ojos en blanco-. Pues desde que marqué tu teléfono, mi ninja. ¿Puedo pasar?
-¿Piensas mudarte? -dije sarcásticamente señalando la mochila-.
-Para nada, pequeña. Esto no lleva ropa ni nada parecido. Está lleno hasta los topes de películas.
-Madre mía…
-Algo tengo que hacer para entretenerme mientras tú roncas toda la noche. Porque una cosa tengo clara, loca asesina entrenada. Esta noche dormirás como un bebé, y yo estaré aquí para velar porque sea así -finalizó con una de sus encantadoras sonrisas que tanto odiaba… y al mismo tiempo, amaba-.
Le dejé pasar a casa, con la certeza de que haría todo lo posible para que yo durmiera debidamente y sonreí para mis adentros, agradeciéndole que se preocupara por mí. Aunque nunca se lo diría.