Feb 23, 2010 05:19
A veces siento tanto la monotonía y pienso en el clásico dicho de los franceses existencialistas de mitad de siglo pasado: "métro, dodo, boulot". Puede que sea a causa de los impedimentos de crecimiento que existen en países subdesarrollados como la Argentina o simplemente una falencia mia de no estar jamás satisfecho. Tal vez la combinación de ambas situaciones, u otras cosas que no quiero nombrar, no lo sé. La cuestión es que el agotamiento o el cansancio están siempre a la órden del día. Allí, esperando.
Es difícil abstraerse de los problemas de todos los días; la falta de tiempo, el sueño, los dolores de cabeza, cuello y espalda; la cintura y las piernas pidiendo la cama; todos reclamando cosas; que una traducción, que una lectura, que una película, que un desayuno, que una cena, que una corrida al colectivo para ahorrar 5 minutos que luego podré usar para comprar un café con unas facturas y así calmar al estomágo para que aguante unos minutos más para el almuerzo, ver la tarde soleada por la ventana o la tarde lluviosa, por qué no, siempre ahí, lejos de uno, mientras el cuerpo está encerrado y la mente vuela, por aquí y allá, sin cesar, sin rumbo. Porque la mente no tiene rumbo, sólo tiene palpitaciones que son los recorridos que el corazón le permite transitar.
Es cierto, todos los días una parte de mi muere, y luego renace. A veces mejor, otras peor. Tomándose intervalos mayores o menores. Siempre presentes, nunca ausentes. Me pregunto si alguna vez la sonrisa podrá dibujarse todos los días, en lugar de aparecer inconstante, como pidiendo permiso entre toda la mierda que flota por la ciudad, desdibujándose entre gritos de furia e íra desatada. Con la voz gastada y los ojos cerrados, buscando una salida al cuarto de las paredes amarillas, encontrando una luz dormida en los laureles de un tiempo pasado, la añoranza de aquello que fue o pudo ser, y que efectivamente nunca será. Esa secuencia de hipótesis que se arma y desarma, que te come vivo por dentro y te convierte en un despiadado por fuera.
Y así nuestra participación está sujeta a conseguir la invitación al baile de máscaras de gente disfrazada de relojes. Algunos caros, otros baratos. Dando la hora, bien o mal, pero informándola al fin. Esperando. No sé qué. Simplemente esperando en esa estación:
- ¿Y si nos colgamos?
- No podemos.
- ¿Por qué?
- Porque estamos esperando a Godot.
-Ah, tenés razón.
noche,
escribir,
lluvia