Una hora exacta

Nov 09, 2007 05:38

I)Cerré las persianas y quedó encendida la lámpara iluminando mi habitación. Quité las cosas que estaban sobre la cama y luego me senté a escribir. Mientras escuchaba una bella canción, me puse a pensar en cómo me fui a acostar ayer; me había acostado y tenía, como hoy, la lámpara prendida. Entonces, completamente recostado, miré el techo blanco de mi cuarto y, por último, estiré mis brazos como si fueran a atarme o estacarme en mi propia cama. Recuerdo claramente haber tenido ese pensamiento. Sin embargo, no duré mucho así ya que volví a retraer mis brazos hacía mi cuerpo, más precisamente, a mi corazón para continuar observando el techo. Por ese entonces surgió en mi mente la idea de relatar mi estado al día siguiente; en realidad, levantarme y escribirlo en ese momento. Pero no tenía intención o, mejor dicho, voluntad para hacerlo. Más allá de eso, apagué la lámpara y la oscuridad arribó a mi habitat. Tal vez creerán que no podía ver nada en ella, no obstante podía ver claramente cada elemento que se me antojara observar. Por lo tanto, puedo afirmar que hay noches que puedo ver en la oscuridad; en cambio, hay otras que no quiero ni puedo. Extraño, ¿no es cierto?
N)Hay veces que nada ni nadie me satisface. De hecho, ni yo mismo me simpatizo. Entonces pienso lo fácil que me estoy irritando últimamente. Digamos que cualquier excusa es buena para evitar contacto con alguien. Hay quienes dirían que le busco la quinta pata al gato. Y es muy cierto lo que escribo ya que se la busco y de distintas maneras posibles. Aunque, por otro lado, puede que sea un mecanismo de defensa, bastante bizarro, que se activa en mi. Es como si en lugar de cagarte a puteadas, cerrara la comunicación. Y la verdad, estoy pensando en instalar el cagarte a puteadas.exe
A)Tengo varios libros sin leer en mi biblioteca, alrededor de 15 o 16, y lo simpático del asunto es que para mi no tengo libros. ¿Por qué? Simplemente no hay nada que en este momento quiera leer. Tengo antojo de Macedonio Fernandez; de Abaddón, el exterminador para completar con todo Sábato; de alguna novela de Don Leopoldo Marechal como Megafón o la guerra; o alguna novela de Alan Pauls para ser más moderno. Sin embargo, no puedo saciar mi hambre literaria y deberé conformarme con algo que no haya leído o sino, releer alguna novela que nunca viene mal. Quién sabe, veremos quién me acompaña en mi próximo viaje en bondi hacia palermo.
D)Y, finalmente, marcho al país de los sueños; allí, podré callarte a besos y, al mismo tiempo, pasear por todo tu bello cuerpo que tanto deseo poseer. Así es, poseer. Desde el principio hasta el final; desde el final hasta el principio. ¿Cuál de las dos comisuras se llamarán primero? Para eso, deberé partir. Allí, a lo lejos. Muy lejos. Porque la distancia duele. No sólo hablo de la distancia "métrica" sino de toda clase de distancia. El más profundo sentido de la palabra: distancia.

literatura, soledad

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