2. Rutina

Feb 28, 2009 02:18

Desde temprano te preparabas para ir al trabajo. Un buen baño, una larga sesión de cepillarte el cabello, planchar el uniforme de la oficina, todo el ajetreo para llegar hasta la oficina. Seguido a esto, te esperaba todo un día de ir y venir de gestiones en el edificio y, fuera de ese, más veces de las que te gustaría.

La hora del almuerzo transcurría a toda velocidad, entre charlas, comidas y chistes con tus compañeras de trabajo. Eras la única que se mantenía callada, al menos la mayoría de las veces, escuchando. No eras de compartir tus problemas con los demás, suficiente que te preocuparas tú como para cargarlos en la cabeza de alguien más, como si también les importara.

Por la tarde, después de concluida la jornada laboral, te escapabas con Janny, la mejor de tus amigas del trabajo. Iban hasta el Café de la esquina a continuar la plática de la comida o sacar temas de conversación nuevos. Con ella sí eras más suelta, después de todo, te hacía sentir muy identificada.

Y el café, un rústico lugarcito en medio de la ruidosa ciudad. Era casi un mundo aparte cuando al entrar, te topabas con la decoración, muy bien elaborada en maderas de diferentes árboles como el ébano, el pino, el roble y el fresno, el último, aportando un suave aroma a campo, que era ligeramente opacado por la cafeína que se adueñaba del salón muy de a poquito.

También la clientela era más o menos la misma. Y cada quien tenía sus días de visita, excepto ellas, que eran fieles diaria y puntualmente. La dueña del lugar, una mujer algo avanzada de edad y con algunos problemas respiratorios, sabía qué servirles y siempre les tenía lista la charola con facturas varias y la tetera humeante. Tu amiga y tú le saludaban con sonrisas resplandecientes, para sentarse en la mesilla del fondo, junto a la ventana, donde podrían comentar acerca de los transeúntes.

Fue el día que cumpliste cuatro años de visitar aquel Café-Bar de la esquina, que al llegar con tu amiga a la puerta del mismo, notaste que estaba cerrado. Te resultó de lo más extraño, ya que nunca antes la amable mujer había cerrado, incluso con la más fiera de las tormentas. Mas por alguna razón, el local estaba cerrado, y todo en su interior a oscuras. Golpearon un poco, pero nadie contestó.

Entonces se les acerca un señor diciendo que la propietaria de ese negocio había fallecido esa mañana causa de un edema pulmonar. Sin podérselo creer, se miraron un momento. ¿Qué sería de ahora en más de su rutina? Era como un ritual privado, de la que la señora fue partícipe todos los días durante los últimos cuatro años. Definitivamente extrañarían eso.

Días después, ambas fueron al funeral. Les pesaba la muerte de aquella señora, a la que nunca tuvieron la cortesía de preguntar su nombre. Fue toda una odisea averiguar los datos de la mujer, a la que cariñosamente apodaron "la tía Nona". Su rutina sería de ahí en más llevar una flor todos los días al cementerio, a tía Nona.

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