Título: La historia de los espejos.
Fandom: Harry Potter.
Pairing: Sirius/James (OBVIO)
One-shot
Advertencias: Slash.
Nota 1: Dios mío, creí que nunca terminaba este fic. Desde febrero o así cargando con él y ya perdí la cuenta del número de borradores que tengo. Sólo me queda el consuelo de que tal vez algún día pueda sacar otro fic de todo ese montón de borradores. Que dificil es escribir fic últimamente, sobretodo de este pairing, que me gusta tanto y por lo mismo me intimida.
Nota 2: Regalo atrasadiiiiiiiisimo para
ivethy más puntual para
joanne_distteEspero les guste <3333
La historia de los espejos
Ve al cuartel, cumple la misión, regresa al cuartel y después ponte tan borracho como puedas en el primer bar que encuentres camino a casa, para que nada más llegar a ella te puedas quedar dormido sin pesadillas y sin nudos en la garganta, sintiendo el peso del espejo de James sobre el pecho diciéndote que todo va a estar bien.
Sirius cumplía sus propias consignas al pie de la letra día tras día. La parte de emborracharse era la más importante, si no lo hacía no podía dormir y eso desacomodaba por completo la rutina. Para él la guerra había comenzado como el partido de quidditch más importante de su vida; el peligro era adrenalina de la más adictiva y tras la euforia de cada batalla se sentía tan satisfecho que hasta por momentos estaba casi seguro de que ganarían la guerra, sin embargo últimamente todo eso parecía demasiado lejano. Continuaba saliendo casi ileso de cada enfrentamiento, pero algo en los rostros de los mortífagos, incluso en los de los enmascarados, parecía burlarse de Sirius. Podían seguir ganando batallas, pero Sirius sentía que estaban ya casi en una guerra perdida.
Y más importante que cualquier otra cosa, estaba el hecho de que James ya no estaba con él, y así la guerra era guerra y ya no un juego del que podrían salir victoriosos con tan sólo dejarse la piel en la batalla.
James llevaba ya una semana bajo el encantamiento Fidelius condenado a permanecer en casa, pero antes de eso, Dumbledore ya lo había tenido recluido por más de dos meses y sin misiones asignadas. Sirius cada vez veía a James menos. En la Orden, Sirius era siempre el que más misiones cumplía. Parecía como si Dumbledore lo saturara de trabajo a propósito, como si tratara de mantenerlo alejado de James. De todos modos, en las reuniones de la Orden, Sirius se sentía muy orgulloso de sus cicatrices, sus golpes y sus historias de batalla. Despreciaba a los que se sentaban con un montón de hojas sobre la mesa a recitar largos discursos sobre sus investigaciones, que por supuesto, eran inútiles. También estaba Remus, que parecía no haberse metido en ninguna batalla desde hace mucho tiempo y alegaba estar en una misión secreta, pero cuando James le había preguntado sin más a Dumbledore que era lo que Remus hacía, había dicho que estaba de espía con los licántropos.
¿Si Dumbledore se lo había contado a James, por qué no lo había hecho Remus? Comenzar a desconfiar de Remus había sido simplemente el principio del fin.
En ocasiones, aunque fuera de madrugada, luego de una misión, Sirius se saltaba el ritual de la borrachera y salía disparado en motocicleta a casa de James. Siempre abría él. Tenía el mismo aspecto demacrado y agobiado de Sirius, pero además lucía amargado. Decía sentirse inútil. Algo de apagado y muerto tenían sus ojos y hasta sus labios parecían desacostumbrados a sonreír. Sin embargo bastaba solamente que Sirius le empujara con fingida dureza al entrar y James recomponía el gesto.
Sirius creía que luego de lo que había pasado aquella última vez que James había estado en su departamento, algo se rompería entre ellos dos pero fue todo lo contrario. Lo malo había sido que justo entonces el partido se terminó y la guerra comenzó.
****
Era la misma historia de siempre; los mortífagos elegían al azar una población muggle como blanco de sus ataques, el espía llegaba demasiado tarde con la información y entre los aurores mal entrenados del ministerio y la gente de la Orden, trataban de controlar la situación. La batalla se había prolongado casi hasta la mañana siguiente y Sirius y James dejaron el lugar a toda velocidad en la motocicleta cuando ya sólo quedaba una espesa humareda donde antes se desarrollaba el enfrentamiento. Sirius le había dicho a James que lo llevaría a casa, pero al final terminó por arrastrarlo hasta su departamento.
Sirius y James ya casi nunca hablaban o al menos no sostenían conversaciones largas. Se comunicaban a base de miradas y roces. La guerra los había vuelto tal vez más parcos, pero no por eso menos unidos. Se sacaban las sonrisas a empujones y mientras sobrevolaban la ciudad en la Harley de Sirius, era casi como estar de nuevo en el colegio montados en escobas, sólo que Sirius tenía la impresión de que ahora ya eran hombres.
-Tómate tu cerveza y llévame a casa-masculló James apenas entrando.
-No te voy a llevar a ningún sitio. Estoy cansado-replicó Sirius esquivando las cajas que se acumulaban por el pasillo antes de llegar a la cocina. No había desempacado aunque ya llevaba meses ahí, los muebles estaban vacíos y sobre las sillas del improvisado comedor se acumulaban montones de ropa tanto sucia como limpia. Si necesitaba algo, simplemente escarbaba en las cajas y sacaba lo que buscaba. No le importaba el desorden porque no le gustaba estar ahí, se sentía solo.
-Canuto, estoy hablando en serio. Llévame a casa.
-Regrésate tú sólo. No es como si te fueras a perder.
-Yo también estoy cansado, imbécil-le hizo ver James con el entrecejo fruncido.
-Entonces quédate-había propuesto Sirius sacando una cerveza de mantequilla de un refrigerador totalmente desprovisto de cualquier otro alimento. Aquel departamento no era su casa, era sólo su cuartel.
James se recargó en la pared de la cocina y Sirius alargó el brazo para pasarle a él también una cerveza.
-Extrañaba esto-dijo James dando un trago a su cerveza. Sus ojos castaños atravesaron el cristal de sus gafas y se clavaron con intensidad en los de Sirius.
-¿El qué?-preguntó Sirius con el entrecejo fruncido encaminándose al cuarto donde tenía la cama.
-Esto-contestó encogiéndose de hombros. Siguió a Sirius- Las cervezas, la motocicleta, dormir juntos.
-Ya. Las cosas sí que han cambiado desde que dejamos Hogwarts-había afirmado Sirius tumbándose en la cama de sabanas revueltas que estaba al centro de la habitación. Era un cuarto sin ventanas, oscuro y de paredes desnudas y sucias. Sirius se quejó al contacto del colchón contra la herida aun sin cicatrizar que tenía en la parte baja de la espalda.
-¿Te das cuenta? Al final todo ha cambiado, pero siempre seguimos estando tú y yo-murmuró James tirándose a su lado sosteniendo por el cuello de la botella su cerveza de mantequilla.
-Y entonces es como si nada hubiera cambiado-acompletó Sirius sintiendo la piel fría de los brazos de James cerca de la suya, pero no lo suficiente como para tocarse.
No era sólo la guerra, muchas cosas eran ahora diferentes. La gente solía decir que era Lily la que lo tenía tan cambiado, pero James comenzó a parecer realmente maduro luego de que murieron sus padres. Dejó de ser un niño mimado para pasar a ser un huérfano rico sin familia, y cuando cerró por fuera la casa de sus padres dejando dentro de ella una época que jamás volvería, Sirius pudo ver que algo se moría en su mirada. Después James había echado a andar hacia él con los hombros encogidos y el corazón por los suelos, y Sirius lo alcanzó pasándole un brazo por los hombros; James siempre había sonreído mucho, pero esa sonrisa que Sirius le logró arrancar, seguro fue la más valiosa.
-¿Sabías que sigo cargando ese estúpido espejo?-soltó James luego de un largo silencio en el que Sirius se estaba quedando ya casi dormido. Fijo estaba por cumplir el día completo sin dormir. Sirius dejó caer al piso la botella ya vacía de su cerveza.
-Mi madre se enojaría si te escuchara hablar así. No es ningún estúpido espejo, es toda una jodida reliquia familiar-le corrigió Sirius con los ojos cerrados escuchando con atención la respiración de James.
-Ya, porque seguro ella aprobaría el uso que le has venido dando todo este tiempo-rebatió James dando un último trago a su cerveza para luego dejarla sobre el piso. Se terminó de tumbar en la cama y apoyó la cabeza en el hombro de Sirius.
-¿Lo traes ahora?-preguntó Sirius abriendo los ojos y girando la cabeza hacia James, de modo que casi chocaban.
James sacó el espejo del bolsillo de su pantalón y se lo pasó a Sirius, que lo miraba entre sonriente y admirado. No podía creer que James aún lo conservara. Los espejos tenían su historia. Sirius los había encontrado en uno de los muchos baúles repletos de artefactos mágicos que ocupaban una habitación completa en casa de sus padres. En ocasiones, cuando sus padres castigaban a Regulus o a él encerrándolos en una oscura y estrecha habitación por horas, se comunicaban por los espejos para hacerse más llevadero el tiempo que duraba el castigo. Luego vino Hogwarts, Regulus tomó sus propios caminos y los castigos ya no eran eso, sino casi reconocimientos por una obra que James y él articulaban por días. Sirius le dio el espejo a James cuando iban en tercer año, le dijo muy solemne “Antes los usaba con mi hermano, pero supongo que tú lo eres más”. Cuando tenían castigos separados, eran de lo más útiles, pero ya no los habían vuelto a usar desde que habían terminado el colegio. Sirius se imaginaba que James había dejado guardado su espejo en el fondo de algún viejo baúl en casa de sus padres.
Era pequeño, cuadrado y sucio, pasaba por un espejo cualquiera. Sirius contempló su reflejo en él, divertido.
-Yo también llevo el mío conmigo.
A continuación Sirius se desabotonó la camisa apartando un poco a James pues le estorbaba. Sobre el pecho, colgando de una fina cadena, estaba el espejo de Sirius. Lo curioso era que alrededor del espejo, la piel de Sirius estaba llena de lo que parecían arañazos, rasguños e incluso cortadas algo profundas.
-¿Qué te has hecho ahí?-le preguntó atónito James incorporándose sobre un codo.
-Llevo el espejo todo el tiempo y a veces, ya sea por estar en un combate o lo que se te ocurra, los bordes del espejo terminan lastimándome-le explicó Sirius como si aquellas cicatrices fueran la cosa más normal de mundo, cuando había partes donde casi tenía la piel en carne viva. Quiso volver a cerrarse la camisa, pero James se lo impidió.
-¿Estás loco? ¿Has pensado que te podrías hacer daño de verdad con eso?-exclamó James apartando el espejo y pasando las yemas de los dedos sobre las heridas de Sirius, éste se quejaba y apretaba los dientes.
-Como si me importara-masculló Sirius con los ojos cerrados, mientras James seguía contemplándolo absorto. Mitad horrorizado, mitad maravillado.
-¿No te parece un poco ridículo que no tengas ninguna herida grave por la guerra y ese espejo te esté dejando la piel en carne viva?
-No lo entiendes-replicó Sirius-No me importan las heridas, porque para mí el espejo eres tú.
James se quedó callado mirando con los labios entreabiertos a Sirius. Sonrió, cerró los ojos y volvió a sonreír. Finalmente bufó. Sirius abrió los ojos.
-¿Qué?
-Nada-murmuró James sacudiendo la cabeza.
-No me crees-adivinó Sirius sonriendo de lado. Se incorporó también sobre la cama.
-No es eso.
-¿Entonces? ¿Necesito sacarte la respuesta bajo tortura?-jugueteó Sirius empujándolo y subiéndose a horcajadas sobre él. James se echó a reír.
-Siempre puedes intentarlo-lo provocó James con una sonrisa traviesa en los labios.
-No me hagas hacerlo-lo desafío Sirius sujetándole los brazos.
James suspiró, alzó una ceja y jugó un rato a forcejear con él, pero Sirius lo tenía muy bien sujeto. Después los dos se quedaron quietos y James por fin contestó:
-Es sólo que ni siquiera esperaba que tuvieras aún el espejo.
-Y yo pensaba lo mismo de ti-confesó Sirius sin aminorar la presión alrededor de las muñecas de James.-¿Por qué lo sigues llevando encima?
-Porque me puedo quedar horas esperando a que aparezca tu cara en el espejo.
Esta vez fue Sirius el que se quedó sin palabras. Entornó los ojos esperando en vano el momento en el que James se echara a reír y gritara: ¡ES UNA BROMA, CANUTO! Entonces James puso su cara más seria y Sirius supo que no mentía.
Los espacios sin James eran incómodos y angustiantes. Así, tan cerca de él, la piel le escocía donde no se tocaban y Sirius nunca había sido tan consciente de sus labios como cuando se dio cuenta de que los de James le parecían de lo más deseables. Se acercó poco a poco, como midiendo el espacio, y James jaló aire cuando el espejo que colgaba del cuello de Sirius, le rozó el pecho. Entonces Sirius lo besó.
Primero James se quedó muy quieto, dejando que Sirius invadiera su boca, demasiado estupefacto como para poder corresponderle. Sirius se separó casi reticente, pero James elevó la cadera, chocaron y Sirius volvió a besarlo. James jadeaba en vez de respirar. Sirius lo soltó y llevó las manos a su nuca. James le terminó de sacar la camisa y rodaron por la cama, con el espejo balanceándose entre ellos dos. Se besaban con torpeza, con prisas, con ansia. Casi desesperados. Sorprendidos de necesitarse tanto. Los besos de James, Sirius no sólo los sentía en los labios, los sentía por todo el cuerpo, el estomago se le encogía y se sentía casi liquido y fundido sobre la piel de James.
James lo buscaba, demandante, sus labios bajaron por el cuello de Sirius hasta las heridas del espejo haciendo que Sirius gimiera con los ojos cerrados y se tensara por algo que ya ni siquiera era dolor. En ese lenguaje sin palabras que habían inventado, James le decía que no se quitara, por favor, nunca ese espejo, pero a Sirius no hacia falta ni que se lo dijera.
Afuera ya era de día.
****
Para James, estar en casa se sentía casi como estar en una prisión. Lily lo miraba mitad angustiada, mitad sumida en su propia depresión. Tan sólo llevaban una semana de encierro absoluto, pero James no veía la hora de que terminase. Sirius era la única persona que los visitaba. Sólo él y Peter podían hacerlo, pero como se suponía que Sirius era el guardián secreto, habían acordado que Peter no se acercara al Valle de Godric para no levantar sospechas. Sirius llegaba casi siempre cargado con juguetes para Harry, pero James a veces tenía la impresión de que poco a poco la amargura de sus padres terminaría por colarse en Harry.
No era sólo el hecho de estar encerrado, era otra cosa la que lo tenía tan mal. No temía por él, sabía que el plan que habían ideado era perfecto para despistar a Voldemort, pero la sola idea de que Sirius pudiera terminar muerto lo volvía loco, peor aún, que terminara muerto por culpa suya.
Cada vez lo veía menos y en esa terrible semana, sus apariciones relámpago primero lo tranquilizaban y luego lo dejaban con la conciencia carcomiéndole. Se le veía cada vez más cansado y abatido. Los ojos de todos los mortífagos estaban puestos sobre él, lo creían seguramente el guardián secreto. Así de expuesto como lo tenía Dumbledore últimamente, cada que escuchaba el motor de la motocicleta acercarse, James sentía que volvía a respirar.
Pero cuando se iba, la tortura volvía a comenzar.
En casa no había nada que hacer. En los ojos de Lily, James no encontraba consuelo alguno, estaban casi tan apagados como los suyos. En los ratos muertos, que eran muchos, se quedaba mirando el espejo, pensando y pensando si Sirius estaría en ese instante en combate, durmiendo o contemplando su reflejo justo del otro lado del cristal. Se acordaba de ese cuarto tan feo en el que Sirius dormía y de las sabanas que no se habían cambiado en meses sobre las que habían terminado cansados y temblorosos, con el mundo aun dándoles vueltas.
Esa noche, era Halloween. La casa estaba en completo silencio, hasta que James oyó que Harry despertó. Echó un último vistazo al espejo antes de levantarse y meterlo en un cajón. No podía soportar mirarlo más, tenía demasiado miedo de llamar a Sirius y que no contestara.
No se le ocurrió, que tan sólo una hora después, fuera Sirius el que desesperado no lo encontrara… al menos no vivo.