Angst, cortitos. Les debo uno de H5O
White Collar
Neal le había dicho a Moz una vez que confiaba en Peter hasta el momento en que no pudiera hacerlo. Un poco Zen…, había respondido Moz. Y complicado, pensó Neal.
Poco después de haberse prometido mutuamente no tener más secretos entre ellos frente a la caja de música, Neal le había mentido por primera vez a Peter Burke, a la cara y sin apenas remordimiento alguno.
Desde el momento en que había salido de prisión bajo la supervisión del FBI y con la tobillera como parte de su libertad bajo palabra, Kate se había convertido en el punto en que ninguno de los dos cedería, la muralla que delimitaba hasta que punto podían confiar el uno en el otro; en vida equivalía a la posibilidad de huir, muerta…
Kate siempre sería esa mentira, ese secreto que ponía un mundo de distancia entre Peter y él.
Obligado a volver a casa, a solas con los fantasmas de sus recuerdos y la sensación del revolver en sus manos, la expresión de desdén de Fowler, de preocupación de Diana y, por encima de todo, el desencanto en la mirada de Peter, yendo y viniendo en su cabeza, Neal llegó al punto de quiebre, esa explosión de sentimientos que había contenido dentro de él por casi seis meses.
Buscó alivio en el enigma de las notas dentro de la caja de música, sopesó la fragilidad de la vida en cada bala que colocó cuidadosamente sobre la mesa, bosquejó sus motivos y justificaciones con carboncillo y papel, hasta que sintió que el mundo se le venía encima y no tenía a nadie a su lado para soportar el peso del cielo sobre su cabeza. Lloró en silencio, las mejillas encendidas y mordiéndose los nudillos para no dejar escapar su angustia en gritos.
Lloró hasta que dejó de dolerle el nombre de Kate en medio del pecho.
:_:_:_:_:
Sherlock
Sherlock Holmes era un hombre sencillo, por mucho que el resto del mundo le considerara un enigma envuelto en misterio, aderezado de excentricidad y arrogancia.
Le bastaba poco para sentirse satisfecho, su único problema era que dicha satisfacción era transitoria y requería ser renovada constantemente, lo que le llevaba a buscar distracciones en ciertas cosas que el resto de sus semejantes consideraban excentricidades y que no era más que su espíritu inquisitivo y su necesidad de tener siempre la última palabra.
Eran contadas las personas que podían ver más allá del personaje público y que sabían quien realmente era Sherlock Holmes, aceptándolo y defendiéndole a capa y espada frente a todo el mundo: el Detective Investigador Lestrade, de Scotland Yard y el doctor John Watson.
La relación que llevaba con estos dos hombres - casi media década de trabajar con Lestrade y poco menos de un año de conocer a John Watson - había suavizado un poco la personalidad de Sherlock en lo que se refería a su trato con el resto de sus semejantes, algo que una buena parte de la fuerza policíaca de Londres agradecía de corazón.
Cada uno de ellos tomaba algo de él y se lo devolvían en respeto, comprensión y, ocasionalmente, en el confort de una caricia íntima compartida bajo las sábanas, cuando el mundo se volvía complicado, inclusive para él.
Sherlock Holmes era un hombre sencillo, sin grandes complicaciones.