Jun 29, 2010 13:23
La Princesa esperó tumbada en cama a que el carcelero se durmiese. Esta noche tenía muchas ganas de salir. Carcelero Tres era su favorito, porque siempre se quedaba dormido pronto.
En cuando escuchó los ronquidos, asomó la cabeza entre las sábanas y fingió un estornudo. Nada pasó, el carcelero estaba profundamente dormido.
La Princesa Encarcelada tenía un gran secreto que nadie sabía. Bajo su cama había una trampilla que daba a los Túneles de las Ventanas. A través de ellas, podía ver a la gente del castillo.
Por suerte, es fácil guardar un secreto cuando nadie te habla.
Con un rápido movimiento, la Princesa se metió bajo la cama y se sumergió en las frías entrañas del palacio. Caminó atravesando pasillos y bifurcaciones, pensado a dónde ir.
Se decidió por la Señora Triste, a la que mucha gente llamaba Reina. A ella tampoco le hablaba nadie. Antes la Señora Triste venía a verla, cuando era la Señora Alegre. Pero un día dejó de hacerlo. Se convirtió en la Señora Triste, y nunca más volvió.
La niña se acercó al cristal del Salón Comedor, en el que cenaban el Señor Enfadado y la Señora Triste.
Los observó durante unos minutos, hasta que ella se giró en su dirección, como si supiese que la niña estaba allí. Asustada, la Princesa Encarcelada corrió por los pasillos hasta que llegó a la ventana del Hombre Malvado.
Con mucho, mucho cuidado de no producir ningún sonido, se asomó para ver qué hacía. El Hombre malvado sonreía, sonreía mucho. Cuando él sonreía, el resto de las personas del Castillo del Silencio acababan llorando.
La Princesa Encarcelada miró a través del espejo la imagen que miraba el Hombre Malvado en su espejo. Una imagen en la que ella moría, en la que todo moría.
La Princesa encarcelada caminó sin hacer más ruido que las ratas que la acompañaban. Muy triste se metió entre las sábanas. Algo malo iba a pasar.
relato,
cuento