Jun 22, 2010 15:13
El Carcelero Número Tres se despertó como cada tarde. Se vistió con calma. Era un hombre tranquilo con un trabajo tranquilo. Sus cien kilos de peso le habían valido para hacerse con el puesto, cuidar a un niñita de nueve años.
Tras almorzar, subió a la torre a hacer el tercer turno del día.
Entró en el último piso de la torre, pensando en la suerte que tenía. Su trabajo no podía ser más sencillo. ¿A dónde iba a escapar una pequeña de nueve años encerrada en una celda?
Abrió la puerta, despidió al Carcelero Número Dos y se sentó en el Sillón de los Carceleros.
La niña estaba escribiendo en la Segunda Estancia. Lo hacía muy a menudo. Su celda, digna de su rango, se dividía en tres estancias. La Primera Estancia, donde estaba el dormitorio, la Segunda Estancia, donde la Princesa Encarcelada tenía sus juguetes y donde comía, y la Tercera Estancia, que era la sala de aseo, y la de castigo.
El sillón de los Carceleros se movía dependiendo de la estancia en la que la Princesa quisiese estar.
Las horas pasaron rutinarias y aburridas. Las doncellas, con un mutismo absoluto, prepararon el baño y la cena de la pequeña. Pero nadie habló a la niña. Hacer lo que estaba prohibido sólo puede llevar a una cosa: la muerte.
Tan obediente como siempre, la Princesa se fue a dormir en la mitad de su turno.
-Pobre cría, sin poder salir de aquí nunca-pensó el carcelero Número Tres. Pero enseguida se arrepintió. Seguramente eso había pensado su predecesor, el estúpido que había pensado que podía sacar a la Princesa del castillo antes de que nadie se diese cuenta. Pobre idiota.
Sin más se dedicó a descansar la vista mientras la Princesa dormía.
PD: os recuerdo que este relato está en fase experimental, y que aún intento encontrarle el tono. ^^
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