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El médico corría por las intricadas calles de Iledum, consciente de que el tiempo apremiaba. La larga túnica ondeaba a su alrededor, dándole un aspecto casi espectral. El hombre iba sumido en sus pensamientos, sin tener consciencia de su aspecto, centrándose en los procedimientos que debía seguir.
Una vez más, el parto de Daina se había adelantado. La mujer se empeñaba en desoír sus consejos, desesperada por engendrar un vástago sano. Con la preocupación dibujada en la cara, el cottar entró por la puerta de la casona, ignorando al criado que lo recibía. Caminó de forma rápida y firme, casi marcial, hasta el cuarto que la familia usaba como paritorio.
El olor a sangre inundaba el aire, un olor que Druin intentó obviar. Daina estaba sola. Cuando se ponía de parto, sólo quería ver a una persona, al doctor. El huesudo y alargado cuerpo de la mujer estaba cubierto de sudor. Una dolorosa contracción hizo gimiese, torciendo su boca en forma de “v” con un gesto de dolor.
Druin se apresuró a acercarse a ella. Mojó un paño en una pequeña jarra de agua templada, y limpió la abultada frente de la parturienta. Dejó la tela fresca en ella, intentando aliviarla un poco.
-Daina, este también se ha adelantado.-habló al fin, sin poder
contenerse a pesar de lo obvio de su afirmación.
-Pero este saldrá bien... lo sé... este vivirá...-contestó la mujer conrespiración entrecortada.
Druin la miró con tristeza a la hembra. Con su edad, este iba a ser su último alumbramiento, el niño en el que había puesto todas sus esperanzas. El médico la ayudó a incorporarse y a ponerse de cuclillas sobre un barreño de agua, rezando a los dioses porque esta vez el parto tuviese un final feliz. Muchas veces durante su carrera se había arrepentido de su especialidad, demasiadas veces las noticias no eran buenas. Dejó atrás todos sus temores, y se centró en ayudar a la
parturienta, encomendándose a la benevolencia de Lorien.
Siete horas más tarde, un fuerte llanto se escuchó en toda la casa. El médico salió feliz del paritorio. Parecía casi imposible, pero tanto la niña como la madre estaban bien. Subió las escaleras con una enorme sonrisa. Era hora de informar al nervioso padre de que todo había ido bien.
-Alai, bonito nombre para una niña.-pensó satisfecho con su trabajo por primera vez en mucho tiempo.