Número: 006/100.
Título: Tokyo bajo los cerezos [4/?]
Fandom: Kuroko no Basuke.
Claim: Kagami Taiga/Momoi Satsuki.
Extensión: 2178 palabras.
Advertencias: Sin editar.
Notas: Para la Tabla Freud 2 de
minutitos Momoi se presenta a trabajar al día siguiente, no muy segura de cómo va a conseguir la información que necesita, pero, una vez toma asiento al lado de Kagami, que nuevamente trabaja en su habitación con la radio encendida, es él quien le facilita los medios al iniciar una conversación.
-Ayer prometí que no cuestionaría tus motivos -dice él y Momoi voltea a verlo de reojo mientras espera que termine los primeros documentos. Kagami no se ha molestado en levantar la vista, lo único que le indica a Momoi que está atento a su respuesta es que ha detenido su rasgueo sobre las hojas, llenas de su caligrafía, sorprendentemente pulcra para alguien de su talante-. Pero no puedo evitar sentir curiosidad. Tus padres tienen una cadena de fábricas, ¿cómo te las arreglaste para que te permitieran trabajar?
-No les pedí permiso -dice ella; la radio los separa, con una barrera tenue de notas musicales y voces en inglés-. No me lo habrían dado. Estoy aquí por mi cuenta.
-Ya veo -Kagami regresa a sus documentos y la música vuelve a erguirse entre ellos, por lo menos hasta que el hombre le tiende un fajo de papeles, pidiéndole que los guarde en un sobre y escriba la dirección correspondiente, si la conoce o bien que antes la busque en un libro a su lado, que contiene sus principales contactos, con nombre y dirección-. Justo como yo.
-¿A qué te refieres? -pregunta ella, genuinamente interesada y apenas prestando atención a la tarea entre manos; conoce a la persona a quien va dirigida la carta y el contenido de la misma no es más que una cortesía. Kagami tiene que mantener relaciones cordiales con todos aquellos que eligieron las últimas fechas para presentarse ante él-. Pensé que te había enviado tu padre... Oh -Momoi se cubre los labios en cuanto se da cuenta de su indiscreción, pero Kagami no parece molesto.
-Estoy seguro de que eso es lo que se dice -Kagami se encoge de hombros y toma otro documento de la pila a su lado, parece agotado o al menos aburrido, quizá por eso ha empezado a conversar con ella-. Mi padre no quedó en buenos términos con las personas del pueblo cuando se marchó y debo decir que yo tampoco lo estoy, dado mi papel, pero no fue él quien me envió. De hecho, el que haya terminado precisamente en este distrito es una coincidencia extraña. Quizá él haya tenido que ver, pero no estaba de acuerdo en que viniera, mucho menos en que me alistara en el ejército.
-¿Por qué lo hiciste entonces? -inquiere ella. Ambos se han detenido, Momoi a medio camino de poner la carta en el sobre y Kagami tras terminar una frase.
-Quizá por la misma razón que lo hiciste tú -dice él, apartando la vista y Momoi no insiste, sería absurdo pensar en que él le dirá sus motivos cuando no llevan ni tres horas de tratarse propiamente y además, esa no es la información que le interesa. Pero para llegar a ella, tendrá que ganarse la confianza suficiente como para manejar otro tipo de documentos además de cartas de saludo y buenos deseos.
-¿Puedo preguntar en dónde vivías antes? Tu japonés es bastante bueno, pese a que no creciste aquí -dice ella, ese día lleva el cabello suelto, por lo que cuando se inclina hacia adelante para mirar su rostro, una cortina de cabello le cae sobre los hombros, cubiertos por un yukata de color plateado.
-No es bueno en realidad -dice él, señalando con la cabeza el documento que Momoi tiene entre sus manos y al que apenas le echó un vistazo-. Tengo muchas faltas ortográficas y debo admitir que todavía estoy aprendiendo cómo estructurar una oración de manera decente. Se supone que Kise y Himuro me ayudarían con eso, pero se largaron, argumentando que yo soy el jefe. Seguro que andan por ahí, buscando chicas desprevenidas.
-Es verdad -Momoi no puede evitar reírse por lo bajo cuando se da cuenta de las frases tan desastrosas y que apenas tienen coherencia lógica entre sí-. No creo que esta carta cause una buena impresión si la dejas así. ¿Cuántas has enviado ya? Seguramente las suficientes, pero todavía podemos arreglarlo -Sin esperar su respuesta, Momoi toma la pluma de repuesto que descansa sobre la mesita de Kagami y tomando una hoja de papel empieza a redactar las mismas frases pomposas con trazos delicados y firmes-. Puedes usar esta como base para todas las demás. Sólo tienes que cambiar lo nombres -dice cuando termina, tendiéndole la hoja de papel y la pluma.
-Gracias -dice Kagami, parpadeando rápidamente durante un segundo hasta que su mirada se estabiliza en la carta, que lee con cuidado y quizá de manera un tanto lenta-. Gracias -repite, cuando termina de leer y alza la vista para enfrentar a Momoi, que nuevamente no puede evitar apreciar la manera en que parece al menos cinco años más joven cuando lo hace.
-Es mi trabajo -dice ella, jugando con las tapas del libro que contiene el nombre y la dirección de todos en el distrito, así como de otras personas con nombres extranjeros que no reconoce.
-Mi padre me enseñó japonés de manera oral, pero nunca se molestó en enseñarme a escribirlo. Decía que no iba a necesitarlo. Así que ahora me las arreglo como puedo, aunque con tu ayuda seguramente será mucho más fácil -Kagami sonríe pero Momoi no le devuelve el gesto, por lo que regresa a su tarea de copiar la misiva que ella ha redactado-. Respondiendo a tu pregunta soy de Los Ángeles. Una ciudad costera. Nací y crecí ahí hasta que decidí enlistarme en el ejército, hace cinco años.
-Entonces no debe ser muy diferente de aquí -dice ella, que recuerda las ciudades costeras que visitó cuando niña, con las playas vacías salvo por las embarcaciones y los hombres preparando sus redes, así como descargando la pesca del día. Extrañamente, esos recuerdos siempre tienen el color del amanecer, dorado en el centro del cielo, cuando todo era sencillo y no había nada de qué preocuparse.
-Lo es. Hace calor y todos están bronceados. Escuchan música en las calles, las playas están llenas, hay fiestas todos los días... Es un ambiente muy vistoso, me gustaba. Pero se acabó con la guerra. Todos fuimos enlistados y los que no quisieron se fueron a las universidades, así que Los Ángeles quedó vacía.
-Bueno, no es tiempo para divertirse, ¿verdad? -Momoi suena enfadada, pero Kagami asiente de manera grave.
-Pero algún día lo será otra vez -dice él, soltando un suspiro, mientras en la radio una nueva canción de jazz llena el silencio entre ellos-. Estamos trabajando para ello, ¿no?.
.
Momoi no está muy segura de qué opinión tiene de Kagami, pero ha mejorado. Claro que no lo suficiente como para desistir de su plan, pero le permite sentarse a su lado, con la radio de por medio como único acompañante y escuchar el rasgueo de su pluma mientras avanza a través de las diversas cartas de saludo y cortesía que debe escribir todas las tardes durante dos horas. Después de eso la despide, justo a tiempo para que su madre no le pregunte dónde ha estado (Momoi se ha hecho aficionada a andar por ahí desde que empezó a trabajar como informante para el gobierno por lo que no es raro que llegue tarde a casa después de sus clases), aunque a ella le gustaría quedarse un poco más, pues sabe que una vez ella abandona la habitación las verdaderas cartas son escritas. Las que a ella le interesan y que podrían resultar una arma importante si es que planean derrocar a ese gobierno algún día.
Sin embargo, nunca le deja saber sus intenciones ni trasluce decepción cuando se levanta de su puesto, después de que él le indica que ya ha terminado por hoy. Hacerlo podría levantar sospechas y ella quiere que el cambio resulte natural, casual incluso, pues sabe que Kagami la necesita para redactar correctamente sus ideas y sabe que él lo sabe, por lo que sólo es cuestión de tiempo antes de que se lo pida y no piensa arruinarlo pareciendo demasiado interesada o ansiosa.
Así pues, Momoi abandona la residencia de Kagami a eso de las cinco de la tarde todos los días, ignorante de las miradas que la siguen a través de los corredores, entre las que se encuentra la de Kuroko. A veces va directamente a casa, donde ayuda a su madre con la cena, lee un poco o practica lo que ha aprendido en sus clases de la mañana. Otras se dedica a dar vueltas por el mercado, saludando a sus amigas y conocidas y otras, como esa, visita a Aomine en su casa, aprovechando que está de baja temporal al haber recibido un disparo en la rodilla izquierda.
-¿Qué has estado haciendo, Dai-chan? -pregunta Momoi una tarde, mientras ambos están sentados en un pasillo que da directamente al jardín. Hace mucho tiempo que la sandía dejó de cosecharse, así que en su lugar se conforman con dos vasos de té, que descansan entre ellos, aunque la situación entre ambos es muy diferente a la de ella y Kagami.
-Aburriéndome -contesta él, que está reclinado hacia atrás y observa el techo, de madera oscura y en donde seguramente hay más de una araña-. ¿Qué más puedo hacer? Apenas y me dejan moverme. Es una estupidez, porque estoy bien, pero si no obedezco podrían amonestarme-. Y tú, ¿qué has estado haciendo? Ya no te pasas tan seguido. ¿Qué, tienes novio? ¿Conseguiste engatusar a Tetsu? A él tampoco lo he visto mucho últimamente.
-No seas grosero, Dai-chan -dice ella, arrugando la frente. Desde que regresó del frente de batalla ha estado bastante cambiado, más grosero, cáustico incluso y aunque ella entiende el daño que le ha causado todo, no significa que pueda soportarlo-. Se supone que soy tu novia. A menos que hayas decidido lo contrario -comenzaron a salir juntos antes de que Aomine se enlistara, mucho después de la primera decepción amorosa de Momoi con Kuroko, pero al igual que su carácter, también su relación ha cambiado.
-No -dice él, impulsándose hacia adelante para sentarse bien-. Lo siento. Estoy de malhumor últimamente.
-Ya lo noté -dice ella, dándole un golpecito juguetón en el brazo que hace a Aomine sonreír-. Y he estado trabajando -confiesa, aunque no tiene intenciones de decirlo todo-. Supongo que ya te enteraste que Kagami tiene un séquito de mujeres trabajando para él.
-Ajá -Aomine ha atrapado su mano al vuelo y ahora juega con sus dedos; no se puede decir que sea del todo romántico, pero resulta dulce, motivo por el cual Momoi accedió a salir con él cuando le confesó sus sentimientos, no mucho después de que Kuroko le hubiera negado los suyos.
-Pues también estoy trabajando ahí. No le digas a mis padres, ¿de acuerdo? No les gustaría.
-¿Con ese imbécil?
-No me gusta -dice ella a la defensiva y sin dejar de notar que Aomine ha apretado sus dedos, aunque de manera inconsciente, causándole daño-. Pero quiero tener dinero para mí. Y me ha tocado un buen trabajo, no tengo que zurcir o cocinar, cosas que sin duda me delatarían en casa, sino que me limito a escribir nombres y direcciones en sobres de correo. Es bastante fácil.
-Ya.
-¿Te molesta?
-Bueno, ningún idiota americano me cae bien, pero entiendo tus razones. No estoy molesto contigo, ¿por qué habría de estarlo? Estoy molesto con él y con todos los que son como él -Aomine suspira, sus pies hace mucho que dejaron de ser lo suficientemente cortos para balancearse en el espacio que lo separa de la tierra del jardín, pero a Momoi le parece un niño durante un momento. Tan enojado como ella, quizá más, dado que él sí ha visto los horrores de la guerra.
-Está bien. Yo también le odio -dice ella, liberando su mano de su agarre con cuidado para posarla en su mejilla, feliz al notar que Aomine no rehuye su contacto sino que parece aliviado por él. Sin embargo, mientras Momoi se acerca al chico con el que ha estado prometida desde hace tres años, sus palabras le saben ácidas en los labios, le causan un malestar difícil de explicar, pero que no la detiene para besarlo, un gesto que se ha vuelto natural con la práctica.
Sí, Aomine suele ser un poco brusco y definitivamente no tiene tacto, pero Momoi lo quiere. Por eso se aferra a su yukata de un tono azul oscuro, ignorando el té derramado a su alrededor, mientras el beso se hace más profundo y húmedo. Momoi no piensa en su madre mientras Aomine pone una de sus manos en su cintura y la otra en uno de sus pechos, apretándolo ligeramente. Su madre consiente dichas visitas aunque no sepa que pasa en ellas (nunca nada más allá de algunos inocentes manoseos por parte de ambos) pero por un instante, las palabras de Kagami regresan a ella.
Tus manos no son bonitas, pero el resto de ti sí. Le dijo la segunda vez que se vieron, sin contexto alguno y también sin ninguna delicadeza. Bueno, piensa ella, mientras sus manos se deslizan perezosamente por el cuello de Aomine. Eso piensas tú.