Número: 004/100.
Título: Tokyo bajo los cerezos [2/?]
Fandom: Kuroko no Basuke.
Claim: Kagami Taiga/Momoi Satsuki.
Extensión: 2394 palabras.
Advertencias: Sin editar.
Notas: Para la Tabla Freud 2 de
minutitos La reunión se lleva a cabo en el salón principal de la casa de los Kagami, que regresó a sus manos gracias al poder concedido a su hijo por el nuevo gobierno estadounidense. Junto con la de Momoi, es una de las casas más grandes del distrito, por lo que logra acomodar a las cuarenta familias presentes sin ningún problema, si bien éstas se distribuyen de acuerdo a sus alianzas o desavenencias, quedando grupos compactos que, sin embargo, realizan la misma acción: mirar con curiosidad a su alrededor, tratando de detectar el más mínimo detalle que pueda revelarles la personalidad del hombre con el que están a punto de tratar y al que sólo conocen por rumores. De él depende su destino.
Kagami llega puntual a la cita, seguido de dos oficiales más: uno rubio y el otro de cabello negro, que permanecen de pie mientras él toma asiento en la tarima ubicada en un desnivel frente a los presentes, en silencio y de rodillas mientras el pelirrojo pone en orden las cosas a su alrededor. Si alguien se siente sorprendido por su juventud o su marcado aspecto japonés, nadie dice nada, a pesar de que se esperaban a alguien más parecido al joven rubio de pie a su derecha, con toda la pinta de ser un aprovechado.
-Buenos días -dice Kagami, inclinándose para ofrecer una reverencia que todos responden, por lo que alrededor de Momoi se escuchan los susurros de las diversas telas que portan sus vecinos y amigos-. Gracias por su asistencia. No pretendo abrumarlos con cuestiones políticas o económicas en este preciso momento, pues es un tema que prefiero tratar de manera individual con cada uno de ustedes, pero me pareció importante presentarme. Mi nombre es Kagami Taiga y soy el oficial a cargo de este distrito a partir de hoy y hasta que el gobierno lo considere necesario. Además de mí, el gobierno japonés ha designado a los oficiales Kise Ryouta y Himuro Tatsuya para brindar su apoyo en caso de que se requiera -dice y señala primero al joven rubio y después al de cabello negro, que también les dirigen reverencias al escuchar sus nombres-. ¿Alguien tiene algo que agregar? De no ser así, permítanme explicarles el motivo de nuestra presencia.
La sala permanece en silencio, aunque Momoi atisba por el rabillo del ojo a algunas personas moviendo los labios. Básicamente, Kagami planea reunirse con cada uno de ellos, quienes antes de la guerra eran sumamente ricos, para tratar el estado de sus negocios, fábricas e inversiones, pues muchas de ellas pasarán a manos del actual gobierno, mientras que otras sólo tendrán que pagar algún impuesto o producir de manera gratuita para Estados Unidos, dependiendo de la situación y giro de sus organizaciones. Para esto, Kagami ya ha designado un calendario con fechas que ofrece a los presentes, pidiéndoles que elijan la que más les convenga, momento en el cual recibirá al dueño o primogénito de la familia para acordar los términos de sus transacciones.
-Estamos dejando atrás tiempos difíciles, tiempos en que vivíamos con miedo y sé que la incertidumbre asusta a muchos, pero debemos pensar que este momento es decisivo para Japón y para su progreso. No podemos quedarnos atrás. Debemos modernizarnos, debemos trabajar juntos, salir adelante juntos y así llegaremos a crear la nación que deseamos -Momoi nota que Kagami no parece muy convencido al decirlo, pero que aun así sus palabras resultan creíbles. La gente necesita pensar que se está sacrificando por algo y no hay nada mejor que hacerle creer que lo hace por su país, tan lastimado a manos de los hombres que, como Kagami, sueltan discursos tan hipócritas al aire libre-. Si me disculpan, Kise y Himuro se harán cargo de la elección de las fechas. Nuevamente gracias por su asistencia.
Kagami se pone de pie y al hacerlo parece dejar atrás su porte serio, dando lugar a uno más desorientado, cómico incluso, aunque Momoi no ríe mientras lo observa. Su cuerpo se pone en tensión cuando se da cuenta de que el hombre escudriña la multitud de personas postradas a sus pies, aunque sin buscar a nadie en particular, hasta encontrarla, en medio de un grupo a la izquierda y usando su mejor kimono de color azul eléctrico con pétalos blancos en las mangas y las piernas.
Kagami la reconoce inmediatamente. Sus ojos se dilatan de manera casi imperceptible y las comisuras de sus labios tiemblan mientras ella le sostiene la mirada, desafiante, pero sobre todo furiosa, como delatan sus manos fuertemente cerradas en puños a sus costados. Y él también debe ver esto, es seguro, porque desvía la vista tras unos segundos, no sin antes haberse despedido una vez más y dado instrucciones a Kise y Himuro, que se apresuran a cumplir sus órdenes.
-¿Acaso conoces a Kagami-san, Momoi-san? -le pregunta Kuroko una hora después, mientras salen del recinto acompañados de sus familiares y amigos. Kuroko es uno de sus amigos de la infancia (el otro, Aomine, no está a la vista, pese a que normalmente se distingue de la multitud), por lo que tiene derecho (o al menos se siente con el) de preguntarle ese tipo de cosas sin molestarse con cortesías o rodeos.
-No. ¿Por qué lo preguntas?
-Me pareció que lo veías con cierto enfado el día de hoy -dice Kuroko, inclinando ligeramente la cabeza para que el secreto quede entre ambos. Es el hijo de una familia que posee una casa editorial y cuyos ingresos, a diferencia de la mayoría de los presentes, se mantuvieron siempre constantes, pues el gobierno siempre necesitaba publicidad para la guerra, pero cuya situación resulta incierta ahora.
-No soy la única -dice Momoi, dirigiendo una mirada a su alrededor tan sólo para encontrar caras largas y personas abiertamente hostiles, sentimiento que ella comparte-. Hablan del progreso y del bienestar del país como si ellos pudieran dárnoslo. Sin embargo, no se les ocurre que estaríamos mejor sin su presencia y por supuesto, sin sus bombas.
-Te comprendo -dice Kuroko, quien no fue reclutado en el ejército de su país debido a la fragilidad de su cuerpo y que en su lugar se ocupó de ayudar en el negocio familiar, escribiendo columnas patrióticas e imprimiendo, así como distribuyendo ejemplares de su periódico de casa en casa, para así mantener a todos informados de las gloriosas victorias de Japón mientras estas duraron-. Pero no podemos hacer nada al respecto.
-Me sorprende que tú digas algo así -dice ella, frunciendo el entrecejo y desviando la vista-. Esperaba algo más de quien defendió tan fehacientemente a Dai-chan cuando confesó que no quería unirse al ejército. No sirvió de nada, tienes razón -dice ella, adelantándose a sus palabras-. Pero al menos trataste de hacer algo.
-¿Estás tratando de hacer algo, Momoi-san? -pregunta él, a escasos metros de donde sus caminos se bifurcan. Él tendrá que seguir a su familia a su casa de dos pisos, mientras que Momoi seguirá derecho hacia la alguna vez solariega mansión que pertenece a sus padres, al tener estos fábricas textiles.
Momoi aprieta los labios. No es un gesto bonito, pero ella nunca se ha cuidado de lucir así, además, Kuroko y ella se conocen desde hace tanto tiempo que ya le es difícil fingir ser toda una "señorita" frente a él.
-Esto no es tan fácil como pasar información de una persona a otra -dice Kuroko, deteniéndose en medio de la calle, por lo que muchas personas tienen que esquivarlo, no sin antes darle codazos o advertencias a su paso-. No es como lo que solíamos hacer.
-Lo sé, pero no puedo quedarme sin hacer nada. No es justo.
-Momoi-san.
-Tengo que irme, nos vemos después Tetsu-kun.
Momoi se une a sus padres antes de que Kuroko tenga la oportunidad de abrir los labios (aunque sabe que nada puede detener a su amiga una vez ésta se ha propuesto algo) y se alegra de que no le pregunten el motivo de su tardanza. Necesita tiempo para pensar y el silencio es necesario para ello.
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Momoi no se pone en marcha inmediatamente, pues aunque está decidida a hacer algo en contra de la nueva forma de gobierno, sabe que Kuroko tiene razón, por lo que pasa largas noches en vela sopesando la mejor estrategia para eliminar a su rival o, en el peor de los casos, causarle cierto daño. No físico, por supuesto, matar nunca ha sido la solución a ningún conflicto, aunque la mayoría piense lo contrario. No, más bien está pensando en algún tipo de daño moral o político, lo suficiente como para revocar su presencia, que cada día le recuerda los horrores que todavía sufren las personas de Hiroshima, Nagasaki y sus alrededores.
¿Quizá algún chisme o secreto vergonzoso? Ha funcionado antes. Ella misma traficó con la información de más de un "hombre respetable" en tiempos de guerra y a cambio recibió dinero o bien productos necesarios para su familia, de aquellos que empezaron a escasear nada más los Aliados implementaron su bombardeo estratégico. Puede volver a hacerlo, puede buscar información, comprar información y venderla, puede investigar, pero ahora está sola y eso lo vuelve aun más peligroso, porque no hay una red de informantes que pueda escudarla, en la que pueda esconderse si las cosas se salen de control y en el peor de los casos podría morir, acusada de traición, cuando en realidad está intentando hacer algo por su país.
Vale la pena, se dice a sí misma una mañana, cuando una de sus sirvientas le informa que la familia de al lado ha sido despojada de todos sus bienes por el sencillo crimen de apoyar a su país fabricando municiones y armamento.
-¿Adónde irán? -pregunta ella, deteniéndose a medio camino de su elaborado peinado y mirando a la chiquilla, que no puede pasar de los diez años. Llegó a casa un día en medio de la guerra pidiendo empleo para así solventar un poco los gastos de su hogar, tan arruinado como el de todos los obreros. Por supuesto, no podían permitírsela pero decidieron darle una oportunidad y ahí sigue, varios años después, tan responsable y leal como siempre.
-No lo sé -dice la niña-. No le han dicho nada a nadie, ni siquiera a Mayu-chan... Su propia ama de llaves. Sólo sé que tienen una semana para llevarse sus pertenencias. ¿No es eso cruel? ¿Adónde irán? ¿Y por qué ellos, si no fabricaban las balas?
-Es cruel -dice Momoi de manera grave, pero cuando voltea a verse en el espejo para seguirse peinando, puede ver en sus ojos la decisión que hasta unos segundos atrás no estaba ahí-. Pero no durará mucho tiempo. ¿Puedes pasarme la peineta que está ahí, por favor?
-Eso espero -dice la niña, haciendo lo que se le pide.
Momoi asiente. Ya se encargará ella de que así sea.
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Momoi decide que la mejor estrategia es la más simple. Nada de informantes secretos o reuniones a medianoche detrás de la zona escolar, cosas que hacía antes, cuando espiaba por comida o un poco de jabón. Nada de disfraces o connatos de extravagancia, de cualquier modo, preguntar a alguien más siempre puede ser contraproducente. No, lo que planea hacer es acercarse a Kagami y averigüar sus secretos por sí misma, valiéndose de la tan extendida creencia de que las mujeres son tontas. Es una creencia estúpida y ella la detesta, pero si puede usarla a su favor se comportará tan tonta como sea posible; ya lo ha hecho antes.
Así pues, pone en marcha su plan tan pronto lo decide. Primero tiene que saber el itinerario de Kagami, sus horarios, hábitos y costumbres, de manera que pueda abordarlo cuando esté solo o desprevenido, pues sin duda se mostrará más inclinado a confiar en ella de esa manera. Después tendrá que ganarse su confianza, la suficiente como para ser la depositaria de sus secretos y por último tendrá que develarlos. Suena simple, pero no lo es. Además, su plan tiene un gran fallo, que ve inmediatamente y es que confía en que Kagami tenga algo que ocultar, algo que le valga su puesto y quizá la puesta en duda del actual sistema, si no lo hay, todo habrá sido en vano.
No obstante, Momoi no se detiene mucho a pensarlo, no hay recompensas sin riesgos y más vale intentarlo que lamentarse, por lo que empieza a seguir a Kagami en sus horas libres de las clases de té o shamisen. El hombre suele pasar el día en diversos comercios, inspeccionándolos en busca de infracciones o artículos de contrabando, momentos del día en que siempre va flanqueado de sus dos subordinados, impidiendo que Momoi se acerque. Pero tampoco en sus ratos libres tiene suerte, porque al parecer no es la única interesada en ganarse su favor, aunque las demás chicas tengan razones diferentes.
-Al parecer a algunas personas no les importaría tener un yerno traidor -dice su padre un día a la hora de la cena, cuando Momoi le comenta lo que ha visto de manera casual-. Le han pedido a sus hijas que engatusen a alguno de los oficiales, aunque el premio mayor es ese tal Kagami, pues así tendrán asegurada cierta paz en sus años futuros. No les importa que hayan sido ellos los que asesinaron a tantos, no sólo en los bombardeos atómicos sino mucho antes, en su conquista de los territorios del Eje. Lo llaman "salvación"; para mí es una invasión. Sería una estupidez darte a semejante hombre. Sería como darle miel a los cerdos. Prométeme que no te acercarás a él -pide su padre, dejando sobre la mesa el tazón de arroz y los palillos para dirigirle una mirada severa a través de sus ojos color azabache.
-No. ¿Por qué lo haría? Lo detesto -dice ella, imitando a su padre y sosteniéndole la mirada, a pesar de que está mintiendo o al menos en parte.
-Muy bien, pues entonces demos el asunto por zanjado. No quiero oír hablar de ese hombre más de lo necesario. Es suficiente con saber que tengo que rendir cuentas ante él.
Momoi asiente y permanece callada, en lo que su padre piensa es un acto de meditación. Sin embargo, ya está planeando cómo usar la información que ha obtenido para su beneficio y puede que después de todo no sea tan contraproducente el que Kagami esté rodeado de mujeres; así ella pasará desapercibida, justo lo que necesita al menos al principio. Después ya se verá, por ahora será una chica más alrededor de Kagami, inofensiva en apariencia pero letal cuando menos se lo espere.
En eso consistirá su victoria.