Número: 076/100.
Título: Ciclo sin fin [2/2].
Fandom: Magi: The Labyrinth of Magic.
Claim: Sphintus Carmen/Titus Alexius.
Extensión: 2533 palabras.
Advertencias: Semi-AU. Sobrenatural.
Notas: Para la Tabla Corazón Delator de
minutitos y el
quinesob Sphintus añoraba Heliohapt, por eso le sorprendió encontrarse en Sindria el día en que cumplió veintitrés años. Sin embargo, no le iba nada mal. Bajo la tutela de Sinbad y con la ayuda del príncipe exiliado Sharrkan, los clientes comenzaron a llegar con más frecuencia y pronto se encontró nuevamente como el médico real, aunque sin las condiciones casi tiranas bajo las que vivía en su país natal.
-¿Acaso no se está bien en Sindria? -le preguntó una noche Sharrkan, ya cuando había pasado el revuelo por la llegada del príncipe de Heliohapt, expulsado de su país por la misma razón que aquél doctor tan raro, que siempre trae una serpiente en el cuello y habla solo. Lo había invitado al mejor bar de Sindria y al contrario que él en sus primeros días en una tierra extraña, parecía la mar de feliz. Pedía botellas y botellas de vino, abrazaba a las mujeres y reía como si no hubiese perdido el trono de una de las naciones más poderosas y antiguas del mundo.
-Sí -contestó Sphintus, aunque Sharrkan no parecía escucharlo realmente y se limitaba a darle palmadas en el hombro, que lograban sacudirlo por su fuerza y entusiasmo-. Me gusta mucho Sindria.
-¡Ah, a mí también! ¡Ese mar azul, tanto tiempo libre para practicar con la espada! ¡Y las mujeres! ¡Aquí hay mujeres de todo tipo! Diría yo, las mejores del mundo, ¿no crees? -Sharrkan acercó su copa para brindar con él, que no tuvo más opción que imitarlo, aunque no solía beber mucho y ya sentía la cabeza un poco embotada-. Sí, sí, claro que sí. Me sorprende que no tengas a una bonita chica a tu lado, con tanto tiempo que llevas aquí.
-Bueno, en realidad...
-¡Pero te entiendo! ¿Cómo quedarse con una cuando hay tantas? -era imposible hablar con él y Sphintus no volvió a intentarlo. Probablemente si se lo explicaba, lo olvidaría al día siguiente, como se hace con todo lo que sucede cuando uno ha tomado demasiado.
Pero Sharrkan tenía razón en algo. Había muchas chicas y muchas de ellas habían tratado de acercarse a él, sin ninguna otra intención que conocer al misterioso Doctor Muerte y quizá poder ir más allá, salir, comprometerse y demás. Pero ninguna había logrado mucho. Sphintus no estaba interesado y nadie podía entender por qué, ni siquiera él.
Esa noche, una vez Sharrkan decidió quedarse para el "servicio especial", Sphintus se disculpó alegando tener mucho trabajo por la mañana y partió hacia su casa entre quejas de Lo aburrido que era y sobre La diversión que se perdía y aunque eso no lo impulsó a quedarse, si lo hizo preguntarse por enésima vez qué andaba mal con él. Si ya lo tenía todo (salvo a su familia y a su tierra, que extrañaba más que nada en el mundo), ¿por qué no podía encontrar a una buena mujer, casarse y seguir el cauce natural de las cosas?
Seguramente a sus padres les haría muy felices saberse con nietos, que podrían ver una vez el Rey actual falleciera, levantando así su orden de exilio. Pero él no podía darles esa alegría, ni en ese momento ni probablemente nunca.
-¿Qué sucede, Sphintus? ¿Te sientes mal? -preguntó Titus, cuando lo vio tenderse sobre su cama, con un brazo cubriéndole el rostro, por demás descompuesto, aunque no por la bebida, que lo hacía sentir mareado, sino más bien porque luchaba por contener las lágrimas que los recuerdos de sus padres y sus expectativas siempre incumplidas, habían hecho aflorar.
Titus se sentó al borde de la cama. Últimamente no hablaban mucho, pues Sphintus tenía mucho trabajo con los pacientes que atendía, además de cerciorarse de que la corte real estuviese sana; en especial Sinbad. Sabía que ya no era el único dentro del mundo de Sphintus y aunque le alegraba, en noches así, donde no sabía qué le sucedía, no podía evitar sentirse impotente y desesperado.
-No te preocupes. Sólo recordaba a mi familia -Sphintus apartó su mano para poder observarlo, apenas una vaga presencia a los pies de la cama, compuesta de un rukh brillante y hermoso, cantante de la más dulce de las melodías-. Además estaba pensando en chicas.
-Ah, sí -dijo Titus y su voz sonó un poco enfadada; no le gustaban ese tipo de lugares-. Fuiste a una casa de citas, ¿verdad?
-Sí -dijo Sphintus, incorporándose en la cama para poder verlo mejor y con una sonrisa divertida en los labios, pues Titus solía ser muy mandón y también bastante exagerado con cosas morales-. Pero no me interesan las chicas, pensé que había quedado claro.
-Algún día, tal vez. Todavía eres demasiado joven.
-No sé, creo que preferiría besar a Kukulkan que a una chica, ¿me hace eso raro? Supongo que sí -dijo Sphintus, acariciando la piel escamosa de su serpiente, eternamente aferrada a su cuello, incluso por las noches-. O a ti, ya que estamos en ello.
Titus no lucía tan mal bajo la luz de la luna y con el alcohol haciendo estragos en su cabeza. O al menos, eso quería pensar.
-¿Así que soy la última opción?
-Bueno... -Sphintus no sabía qué decir, esperaba que Titus le siguiera el juego y en su lugar parecía molesto. Su rostro, casi siempre impasible o sereno, se había contraido, sus labios temblaban, tenía el ceño fruncido y los ojos anegados de furia-. Titus...
-Porque tú eres mi primera opción.
Y entonces, Titus se inclinó para besarlo.
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Las explicaciones llegaron después, aunque en realidad no eran necesarias. Titus lo quería y después de su sorpresa inicial, Sphintus descubrió que él también. No estaba solo y nunca lo había estado, aunque a los ojos de los demás era así.
-Me gusta tu cabello -dijo Sphintus una mañana, nada más abrir los ojos. Titus se encontraba a su lado, tendido en el lecho como si fuese real, tan real que bastaría con que Sphintus extendiera su mano para tocarlo. Pero eso no era del todo correcto, porque su tacto era diferente al de un ser humano, mucho más cálido pero etéreo, como tocar la brisa proveniente del mar o de una gran tormenta.
-Me gustaría poder decir lo mismo -dijo Titus, aunque el rubor había acudido a sus mejillas, en un proceso que ninguno de los dos podía llegar a entender. Sino tenía un cuerpo físico, ¿cómo podía hacerlo? ¿De dónde venía la sangre capaz para lograrlo?-. Me gustaría tener un cuerpo real. Estar vivo. Estar a tu lado.
-Lo estás. Ambas cosas. Siempre lo estuviste, ¿recuerdas? Y ahora que lo pienso, creo que debe de ser alguna clase de fetiche el que ahora estemos juntos, cuando me conociste cuando apenas era un niño -Sphintus trató de aligerar la tensión con su broma, pero esa mañana Titus no estaba para esas cosas. Solía ponerse melancólico en ciertas épocas, aunque Sphintus nunca había sabido explicar por qué-. Estamos juntos y eso es lo que importa, ¿no es así?
Antes de que Titus pudiera responderle, Sphintus lo atrajo hacia él en un abrazo, que para cualquier otra persona parecería una locura, porque en el lugar donde Titus estaba para ellos sólo habría vacío y silencio. Justo lo que la muerte dejaba a su paso.
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Hacer el amor era toda una experiencia para ellos y por supuesto nada tenía de convencional, ni por el género de sus caricias ni por la manera de prodigarlas. Pero eso no les quitaba la satisfacción, normal en cada pareja en el mundo, de descubrirse el uno al lado del otro al terminar su encuentro y con el rostro sereno, tan sereno como el del hombre a punto de morir.
-Te quiero.
Titus dudó antes de responder.
-Yo también.
Los años seguían pasando y sabía que el tiempo jugaba en su contra.
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-No estés nervioso. Todo saldrá bien -le aconsejó Titus a Sphintus, el día en que, debido a la muerte del Rey, fue capaz de volver a su patria tras dos décadas de exilio. Por supuesto, sólo iba de visita. Tenía su vida en Sindria, sus pacientes, sus amigos y a Titus, sólo volvía al hogar por la nostalgia, por ver a sus padres una vez más y enmendar viejas disputas.
-No estoy nervioso -dijo, cuando por fin llegó a la puerta de su vieja casa, seguro de que no habría nadie cuando tocase a la puerta, seguro de que ya era demasiado tarde. Pero la puerta se abrió y aunque Sphintus debía sentirse feliz, la sonrisa resbaló de sus labios al ver el semblante de su padre y después el de Titus.
Él era el siguiente.
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Y algún día, pronto quizá, Sphintus sería el siguiente también.
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Sphintus comenzó a preocuparse por eso cuando cumplió cincuenta años y se dio cuenta de que su condición ya no era la misma, que empezaba a dolerle la espalda, a cansarse más rápido y a tener menos sueño por las noches. Por supuesto, no le tenía miedo a la muerte, su profesión consistía en tratar con ella todos los días y él mismo la amaba, si podía creerse que Titus era su representante. Además, en los últimos años había ayudado a muchos de sus pacientes terminales a cruzar al más allá, sosteniendo sus manos mientras Titus desprendía el rukh de su cuerpo y lo unía con el todo y con la nada a la vez.
-¿Sostendrás mi mano cuando me suceda? -le preguntó a Titus, el día en que vio a su madre morir, a una edad bastante avanzada pero que no por eso la había vuelto inmune a la muerte.
Titus, que no quería pensar en eso, desechó su pregunta con un gesto de la mano.
-Falta mucho para eso. Lo pensaré cuando suceda, puede que me vaya yo primero, ¿sabes? Nada está asegurado.
Salvo la muerte, pensaron ambos.
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Pero Sphintus vivió mucho tiempo, sobrepasó incluso al propio Sinbad, que dejó en sus manos durante un tiempo el destino de Sindria. Vivió mucho, mucho tiempo, de manera que los habitantes de la isla se convirtieron en sus hijos y luego en los nietos que no había podido tener de manera natural y que lo iban a visitar todos los días para pedirle consejo, para venerarlo o sólo para admirarlo, tan viejo era. Sabía que algún día moriría, pero mientras eso sucedía, su situación le causaba gracia.
Solía bromear diciéndole a Titus que no se le daba eso de ser rey y que ya estaba lo suficiente viejo y cansado para andar en esos trotes, pero amaba su vida. Y lo amaba a él como el primer día, aunque otra de sus bromas consistía en decirle que ahora el pervertido era él, porque lucía gris y arrugado, mientras que Titus conservaba toda su belleza, eterna juventud de la muerte.
-Nunca fuiste demasiado atractivo, de cualquier manera -le decía Titus, sólo para hacerlo reír, aunque él mejor que nadie sabía cuántas horas, minutos y segundos le quedaban-. No te quiero por eso, ya lo sabes.
-Ya sé, lo sé mejor que nadie.
Tanto como Titus sabía que sólo le quedaban unos meses más de vida.
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La muerte es diferente para todos. A algunos les llega de repente, en accidentes, fallas biológicas o golpes del destino. Para otros es un proceso más lento, que se va en interminables horas en cama, con el deterioro lento y doloroso que esto supone. Sphintus era uno de estos enfermos, lo que prolongaba no sólo el sufrimiento del reino, sino el de Titus también.
-¿Será pronto? -le preguntó, ignorando a las demás personas en su habitación, que desde mucho tiempo atrás habían decidido que su rey hablaba solo debido a la demencia causada por la vejez.
-¿De verdad quieres saberlo? Porque yo desearía no saberlo.
-Al menos así sabré cuánto tiempo más nos queda. No sé a dónde iré después de esto, por eso quiero pasar mis últimps momentos lo mejor posible. Contigo.
Titus se inclinó hacia él y tomó su mano, frágil y delgada, similar a cuando era un pequeño y todos lo trataban con sumo cuidado por temor a romperlo. Ahora el ciclo se había repetido, pero Titus sabía que cuando abriese lo ojos a su nueva vida, cualquiera que fuese, Sphintus ya no lo vería a él.
-Te quiero, Sphintus. No sé a dónde vas, ni si podremos volver a vernos. Aunque... creo que sí. Tu rukh será parte de mí, ¿sabías? Y yo siempre te llevaré conmigo.
-Más te vale. Nada de enamorarte de otro mientras no estoy.
-No seas tonto, nadie más puede verme. ¿Por qué habría de pasar algo así?
-No lo sé. Para que no estés solo. Porque si viviré en ti, yo no lo estaré. Pero, ¿y tú?
La mano de Sphintus se posó sobre sus mejillas, llenas de la luz del sol que reflejaba el piso del palacio. Era una hermosa mañana para morir y casi todo el reino estaba en vilo por el descenlace.
Las lágrimas anegaron los ojos de Titus y luego cayeron sobre la cama, dejando surcos que nadie notó. Claro que lo estaría, ¿pero qué podía hacer él? Había tantas cosas que desconocía, tantas cosas de las que no estaba seguro, tantas preguntas por hacer. Pero no había nadie para responderlas y su única certeza estaba en la muerte, su medio de vida, con todo e ironía.
-No lo estaré -dijo Titus, inclinándose hacia él hasta que sus frentes se tocaron-. Te lo prometo.
-Te quiero, Titus. Y te doy gracias por todo. No llores, ¿de acuerdo?
-No estoy llorando -mintió.
-Eso dice la persona que jamás había visto un gato en su vida y se echó a llorar a los dos segundos.
-Todavía lo recuerdas -dijo Titus, sonriendo a pesar de las lágrimas. Le gustaban mucho los gatos, pero Sphintus los odiaba y nunca habían podido tener uno sin pelearse.
-Y también te recordaré sonriendo.
-Adiós, entonces.
-Adiós.
El rukh de Sphintus era hermoso y le dedicó una última sonrisa mientras desaparecía, dejando tras de sí el cuerpo vacío, que Titus abandonó inmediatamente. No quería estar en los funerales, no quería presenciar las ceremonias ni escuchar discursos aburridos sobre la grandeza del Rey amable, como le habían llamado en sus últimos años, debido a su intervención siempre certera como médico mago.
Titus vagó por las calles, insensible al tiempo y a las personas a su alrededor. Los funerales pasaron, los días se convirtieron en años y él siguió haciendo su trabajo, imperturbable, sin ninguna opción de escape.
Pensaba que siempre sería así, pero un día, su vida cambió.
-¿Eres un fantasma? -le preguntó una niña, en algún lugar de Magnostadt, donde la gente moría por miles cada minuto, lo que había requerido su atención inmediata. Era la primera que podía verlo y esto lo asombró, a la vez que lo atemorizó.
A la niña no le quedaba mucho tiempo, no al menos que la sacara de allí. Pero, si lo hacía, ¿no estaba condenado a vivir la misma historia? ¿No la perdería algún día, justo como a Sphintus?
-¡Mi nombre es Marga, mucho gusto en conocerle, señor! -la niña le tendió una mano, frágil y pequeña, pero suave, cálida como no la había sentido en años.
-Yo soy Titus Carmen, mucho gusto -dijo, estrechando su mano y con una sonrisa en sus labios de auténtica fascinación. Le recordaba a Sphintus cuando era pequeño, pero a la vez, Marga era totalmente diferente de él.
¿En qué sentidos? Todavía no estaba seguro, pero tenía toda una vida (toda la vida de ella), por delante para descubrirlo. Porque de eso se trataba vivir, aunque fuese doloroso para él o para otros: de encuentros y desencuentros, en un ciclo sin fin.
FIN.