Número: 071/100.
Título: Sin título [1/4].
Fandom: Kuroko no Basuke.
Claim: Kise Ryouta/Kuroko Tetsuya.
Extensión: 1688 palabras.
Advertencias: Sobrenatural!Semi-AU.
Notas: Para la Tabla Sorpresa de
30vicios y el
quinesob 03. Cita a ciegas.
Kuroko siempre se ha considerado un hombre sensato, si bien sus amigos y familia insisten en que tiene un sentido del humor retorcido y quizás un tanto cruel. Desde que era pequeño, nunca le costó trabajo acatar las reglas; era un niño tranquilo, callado y al que siempre se le veía absorto tras las páginas de un libro. Y aunque el género y el tamaño de los volúmenes crecieron junto a él, ofreciéndole mil historias en las cuales sumergirse, él nunca cambió su temperamento. Reglas tales como: limpia tu habitación, guarda las cosas que hayas usado y siempre pide las cosas por favor, quedaron impregnadas en él a manera de hábitos, que conservaría hasta el día de su muerte.
Sin embargo, una tarde, en su habitual recorrido a casa por medio del subterráneo, una de esas reglas le pareció de lo más inverosímil. No hables con extraños, Tetsuya, ¿me escuchas? Podrían hacerte daño, le había dicho su abuela cuando tenía cinco años y Ogiwara Shigehiro lo había convencido de ir a jugar basketball al otro lado de la calle, lejos de la protección de su abuela. No hables con extraños y si uno te habla, dile a tu madre o dímelo a mí, sabes que aquí estoy cuando me necesites.
Sí, la abuela siempre había estado presente hasta el día su muerte, cuando él ya tenía dieciséis y ya no hacía falta hablar de extraños peligrosos que se llevan a los niños a sus camionetas para hacerles quién sabe qué. Así que no había nadie que lo que protegiera en ese momento, nadie a quien correr, con los ojos anegados en lágrimas, balbuceando sobre un hombre malo, que en realidad era él.
Debido a su bajo perfil, casi siempre pasaba desapercibido, no sólo en lugares concurridos como el subterráneo, sino también en fiestas, fotografías y eventos importantes, por lo que era imposible que alguien se le acercara, mucho más a su edad. ¿Quién querría raptar a un joven de 25 años, claramente lejos de su infancia, llena de los mimos de su abuela y un montón de libros? La respuesta era nadie; el interesado era él. El extraño era él, aunque no tenía intenciones de acercarse al objeto de su interés, avistado por casualidad al levantar la mirada del libro que leía.
Es bastante atractivo, pensó Kuroko, bajando los ojos hacia su lectura. Me pregunto cómo se llama. Era la primera vez que lo veía en esa ruta, pues al ser bastante metódico (aunque nunca como su viejo amigo Midorima), solía tomar el tren a la misma hora, abordar el mismo vagón y sentarse también en el mismo lugar. Además, estaba seguro de que alguien como él no podía pasar desapercibido en una multitud.
Él tenía el cabello rubio, natural a juzgar por su primera impresión y los ojos a juego, dorados como los rayos del sol, enmarcados por largas pestañas, de una forma tan peculiar que resultaba atractiva, pero también graciosa. Muchas otras ocupantes del vagón lo habían percibido, así que al menos la culpa de espiar no recaía únicamente en él. Seguramente las demás también se preguntaban por su nombre, de dónde venía y a dónde iba, tal vez si podían acompañarlo; Kuroko en cambio, se contentaba con verlo. Probablemente sería la única vez, porque Tokyo esa una ciudad grande y las personas desaparecen con rapidez.
¿En qué trabajará? No creo que pegue mucho en la decoración de un despacho de abogados o algo así, se ve un poco tonto, la verdad. Atractivo pero tonto, pensó de nuevo, alzando la vista y en ese momento, los ojos dorados que había estado admirando segundos atrás se posaron en él, como si hubiera leído sus pensamientos y se sintiera ofendido ante ellos (incluso hizo una mueca, aunque quizá Kuroko sólo se la había imaginado). En realidad, ¿qué importa? Jamás lo volveré a ver.
Era lo más lógico de suponer, por eso Kuroko no volvió a levantar la vista y se convenció de que la mirada que sentía sobre él era producto de su imaginación o quizá de una larga jornada de trabajo, con un montón de niños con demasiadas energías y siempre demandantes de atención.
¿Por qué habría de suponer que ese encuentro (aunque fue sólo de miradas) era especial?
.
No pensó que era especial ni siquiera unas semanas después, cuando la presencia del rubio desconocido se convirtió en una constante en el vagón en el que iba, siempre a la misma hora y en el mismo lugar. Por supuesto, de vez en cuando se preguntaba por él, pues debía tener un horario similar al suyo para poder encontrarse todos los días a la misma hora, pero no llevaba mucho trabajando en lo que fuese que hiciera. A Kuroko no se le pasó por la mente que el joven rubio lo estuviera espiando o siguiendo, ni que tuviera un interés particular en él, aunque ya habían jugado a intercambiar miradas en más de una ocasión, pero tampoco hizo nada por detenerlo. Su vida era una rutina y no había razón para creer que un extraño fuera a destruir esos días de paz.
Y estaba en lo correcto. No fue un extraño lo que cambió su vida, fue el tiempo.
.
Un mes después de que el rubio apareciera por su ruta, Kuroko tuvo un contratiempo que logró que se atrasara cinco minutos en su horario para tomar el tren y aunque pudoalcanzarlo a tiempo, ni siquiera su habilidad para pasar desapercibido le fue suficiente para colarse hacia el principio de la fila, por lo tanto, no consiguió sentarse y tuvo que conformarse con un lugar en un rincón, que le impedía leer o corregir las tareas de sus alumnos, cosas que solía hacer para matar el tiempo del transcurso.
En realidad, Kuroko no estaba pensando en el misterioso muchacho en especial cuando éste entró al vagón, dos estaciones después de la suya. Sólo fue cuando lo tuvo a escasos centímetros de él, que volvió a recordar su existencia y la extraña (atracción) curiosidad que le inspiraba. A él lo había empujado un mar de gente, de manera que no había espacio para la intimidad y Kuroko no estaba seguro de cómo sentirse al respecto.
-Lo siento mucho -le dijo el joven, cuando un nuevo pasajero se abrió camino hacia el vagón, empujándolo un poco más contra la pared que Kise ocupaba-. Es hora pico, ya sabes.
-No importa, está bien -respondió Kuroko, maravillado al darse cuenta de que, a pesar de haber jugado a mirarse durante el pasado mes, ambos podían fingir a la perfección ser extraños (que lo eran).
-¿No estoy aplastándote? Puedo moverme si quieres -A Kuroko le tomó un poco de tiempo procesar su pregunta, pues se había detenido a pensar en el matiz de su voz, un tanto diferente de la que imaginaba, aunque bastante agradable, con cierto toque infantil y un modo gracioso de pronunciar las palabras. Debe de ser un hábito que no se puede quitar, pensó, antes de responder-:
-No, está bien. Quédate... ahí.
-Está bien -dijo el otro, aunque lucía un tanto sorprendido por sus palabras y se rascó la mejilla para ocultar su verguenza. A fin de cuentas, el juego de miradas no había quedado olvidado. Y aun así, Kuroko trató de suprimirlo sacando su libro de la mochila que llevaba al hombro, en una serie de maniobras bastante complicadas, que resultaron futiles, porque en ese reducido espacio no podía leer.
-Parece que es imposible -dijo, tras tratar diversas posiciones, sin encontrar la adecuada para leer y olvidarse del joven frente a él, que olía a agua de colonia para después del afeitado.
-Sí, pero en la siguiente estación baja la mayoría de las personas, así que pronto podrás leer -parecía, sin embargo, un poco decepcionado ante tal hecho. Kuroko sólo asintió cortésmente y giró su cabeza para mirar por la ventana, hacia la oscuridad de los túneles que los envolvían, pero también en el reflejo del cristal estaba él.
Sin embargo, su predicción resultó ser cierta. Casi la mitad de los pasajeros abandonaron el vagón en la siguiente estación, dándoles espacio suficiente para separarse y a él, claro, para leer. Kuroko sabía que debía sentirse aliviado, nunca le había gustado que invadieran su espacio personal, lo que incluía claro está, sus pensamientos más íntimos, y aún así, cuando el otro hombre se separó de él, de manera que había al menos 40 centímetros entre ellos, sintió la necesidad de tomarlo por la corbata negra que usaba y halarlo una vez más hacia él.
Y al parecer él también sentía lo mismo, pues no dejaba de mirarlo de reojo, inclinándose quizá más de lo necesario en cada balanceo del tren. ¿De qué le servía a Kuroko su libro ahora? Aunque podía leerlo, las palabras resbalan sobre él y sus ojos seguían vagando hacia el rostro de su acompañante inesperado, al que al parecer no le importaban las apariencias y tampoco apartaba su vista de él.
Abuela, creo que estoy a punto de cometer un error, pensó Kuroko, con el tono que tiene un hombre recién curado de su adicción al ver una botella de vino. No debo hablar con extraños, pero creo que quiero hacer algo más que eso con él, y podía culpar a sus casi tres años de soledad, después de que Kagami Taiga, el chico con el que había estado saliendo en la universidad, se fuera a América persiguiendo una beca en basketball. Podía culpar a sus hormonas, a su educación, excenta del todo de castigos o reprimendas. Podía incluso culpar a Dios, pero el deseo estaba ahí y él también lo había detectado.
Se había inclinado nuevamente hacia él y estaba tan cerca que Kuroko podía ver sus pestañas, imposiblemente largas y oscuras como la noche. Sus ojos transmitían el mismo deseo, pero por lo demás resultaban impenetrables en la materia de su pasado, sus intenciones y por supuesto, su nombre.
-Escucha... -empezó a decir el rubio, tratando de ser lo más discreto posible frente a la multitud, haciendo pasar sus palabras por una charla normal entre amigos, a pesar de que no se conocían, ni siquiera en el más mínimo detalle de su nombre-. ¿Puedo tocarte?
Era la pregunta que sellaba el pacto y Kuroko dijo que sí.