Número: 006/100.
Título: Magia blanca [29/30].
Fandom: Umineko no Naku Koro ni.
Claim: Ushiromiya Kinzo/Beatrice Castiglioni.
Extensión: 610 palabras.
Advertencias: Spoilers del EP7 'Requiem'.
Notas: Para la Tabla 24 Horas de
30vicios 10:00 (AM) Atacando y defendiendo
El agua le hacía cosquillas en los pies, que ya sentía un poco pegajosos al estar cubiertos de arena. Reía y se quejaba a partes iguales mientras seguía avanzando por la playa, sorteando con maestría conchas y pequeñas basuras provenientes del mar, caminaba sin rumbo y aún así, no se sentía perdida.
-¿A dónde vamos, Kinzo? -inquirió la mujer, tras reír nuevamente, porque la había asaltado el pensamiento de que un cangrejo podría querer atacarla.
-Lejos -respondía él cada vez que preguntaba y la presión de su mano sobre la de Bice nunca vacilaba mientras la halaba hacia rumbo desconocido, sin importarle que su propio traje se mojara, los zapatos carísimos o la falda de ella, larga hasta el piso y ahora llena de arena.
-¡Estás loco! -gritó, cuando se le ocurrió voltear hacia atrás, olvidando por un momento la vista de su espalda, amplia y segura, sólo para encontrarse con que su casa y el pueblo en general donde vivía, se habían reducido a pequeños puntos en el horizonte-. ¡Kinzo! Es una orden de la Bruja Dorada, detente de inmediato.
Adoptando una postura militar, el hombre hizo lo que se le pedía rápidamente, como si fuera magia. Sin embargo, no se contentó sólo con eso, sino que continuó con su actuación hasta el final, adoptando la pose de soldado que espera órdenes. Bice, que ya sentía la garganta un poco irritada de tanto reír, no pudo evitar una leve carcajada ahogada, mientras, siguiéndole el juego, lo inspeccionaba con ojo crítico.
-Descanse, soldado -ordenó, tras rodearlo como si quisiera observar fallas en su atuendo y ciertamente las había, porque sus pantalones estaban húmedos y llenos de arena.
Nada más quedó liberado, Kinzo se apresuró a tomarla nuevamente de la mano, halándola hasta que ambos quedaron sentados en la línea de la marea, donde el mar y la tierra se unían de cuando en cuando. El hombre acalló las quejas de "¡Nos vamos a mojar aún más!" de su amada Bruja y la instó a acostarse, a sentir en profundidad la armonía de ese lugar y la que formaban juntos, momentos robados que le hacían sentir eterno y feliz.
-¿Te vas? -preguntó ella, mientras la primera ola alta subía hasta sus caderas, logrando que sintiera escalofríos, no del todo placenteros. Bice observaba el cielo, las formas fantásticas de las nubes, las posibilidades infinitas de sus formas. Nubes viajeras, como Kinzo. Porque él nunca podía quedarse a su lado, por mucho que ambos lo desearan.
-Lo sabes, entonces. Supongo que eso me hace un poco obvio -él se recargó sobre su codo izquierdo para observarla, su mejor vestido empapado, lleno de arena brillante como azúcar. Una visión de cuento de hadas.
-Soy la gran Bruja Dorada, ¿recuerdas? No hay nada que puedas ocultarme -dirigió sus ojos a él por una milésima de segundo antes de apartarlos, para que él no notara la tristeza en su interior-. Siempre me llevas a algún lugar extraño a hacer cosas más extrañas aún antes de irte. Supongo que lo adiviné -Kinzo estaba a punto de replicar cuando ella lo detuvo con un movimiento de la cabeza, no quería arruinar la mañana con sentimentalismos cuando todo había comenzado tan bien-. ¿A dónde vas ahora?
-Corea. Tengo unos negocios pendientes.
Ella asintió, aunque sabía en realidad que Kinzo iba a la guerra nuevamente, a un país donde se sucedía un conflicto armado que podría arrebatarle la vida. Sin embargo, él ya había decidido y Bice no podía hacerlo cambiar de opinión. Sólo rezar, rezar y esperar en silencio, como había hecho durante tanto tiempo, para verlo de nuevo.
La italiana buscó su mano entre la arena y entrelazó sus dedos. En el cielo, las nubes ya habían cambiado de lugar.