Número: 095/100.
Título: Magia blanca [28/30].
Fandom: Umineko no Naku Koro ni.
Claim: Ushiromiya Kinzo/Beatrice Castiglioni.
Extensión: 709 palabras.
Advertencias: Spoilers del EP7 Requiem.
Notas: Para la Tabla 24 Horas de
30vicios y el
quinesob 09:00 (AM) Confiando en...
Estaban tomando un poco de té con galletas cuando escucharon el estrépito, un ruido potente como de algo pesado cayendo al suelo. Al principio, los sirvientes se sobresaltaron y uno que otro derramó el té sobre la mesa de la cocina, cubierta con un mantel exquisito que era mejor lavaran antes de que los amos se dieran cuenta. El ruido pasó y pronto el mar reclamó su lugar como música de fondo, pero pronto otros sonidos le siguieron, alguien arrastrando algo, risas, pasos apresurados. Cuando la fuente del sonido llegó a la sala de estar, todos los sirvientes no pudieron evitar contener un suspiro de resignación, asombrados a la vez de no haberlo pensado antes.
Ushiromiya Kinzo era un amo extravagante, que se aparecía un día sí y otro no, con intervalos irregulares de tiempo entre visitas, pero con la misma cara sonriente, tan diferente de la que les mostró el día en que fueron contratados, amenazadora, seria como una máscara, un rostro que decía que podría matarlos si le daban motivos para ello. Por supuesto, ellos habían jurado no decir ni una sola palabra -a pesar de que sospechaban lo suficiente- y se habían contentado con conocer la parte amable de su amo, la que, en días como ese, inesperado como una tormenta, llevaba regalos tan extravagantes como él a la señora.
En dicha ocasión, una pesada caja de madera era causante de todo el alboroto y mientras algunos se asomaban para ver mejor la sala de estar, las risas y las rápidas palabras en inglés que intercambiaban sus amos, les indicaron que llevaba una cuna enorme para ella, a pesar de que, según el doctor, no llevaba ni tres meses de gestación.
-¿No te gusta, Bice? -preguntó el hombre y su voz potente alcanzó a los sirvientes, que todavía tomaban su té y otros que limpiaban el que se había derramado.
-¡Kinzo! No debiste, todavía falta bastante -la señora, ahora que lo pensaban, también era todo un caso. Cuando el señor no estaba, parecía perdida en pensamientos y recuerdos, seria pero con buen sentido del humor, noble, elegante; sin embargo, cuando Kinzo aparecía se deshacía en sonrisas, en gritos, en palabras-. ¿Al menos sabes cómo armarla? Podemos pedirle a uno de los sirvientes que nos ayude... Aunque todavía no es necesaria.
-¡Claro que lo es! Quiero llenar la habitación del bebé lo más pronto posible y no necesito ayuda de nadie para armar esto, ya verás, no es tan difícil, confía en mí -nuevos sonidos de algo siendo arrastrado le siguieron a dicha afirmación y posteriormente se escuchó el sonido de la madera golpeando el suelo, más risas y advertencias de Bice, luego un murmullo, el de Kinzo al leer las instrucciones de armado.
-La señora es feliz, ¿no lo creen? -comentó uno de ellos, el primero que había sido contratado.
-Ojalá lo fuera siempre, ¡es tan hermosa! Pero sólo se ríe así cuando el señor viene -una de las muchachas que trabajaban allí dejó escapar un suspiro, sin duda anhelante de que una historia de amor así le sucediese a ella.
-En ese caso debería de ser el señor quien venga más a menudo -le reprimió la cocinera, que también le tenía gran afecto a Bice y le daba lecciones de cocina siempre que se las pedía-. ¡Ah, debe ser tan duro tener que esperar a que su esposa lo deje venir...!
-¡Shh! -la advirtió el mayordomo, llevándose un dedo a los labios, aunque en realidad las risas que provenían del cuarto del bebé ahogaban toda su conversación-. No debemos de hablar de eso, se supone que no sabemos nada.
-¡Oh, es verdad! -la mujer se había puesto roja de la vergüenza y para compensar su falta murmuró-: ¡Pero qué tarde es! Debería de avisarles ya sobre el almuerzo...
Pero su idea fue mal recibida nuevamente, lo cual la asustó aún más.
-¿Qué sucede?
-Déjalos -le pidió la joven sirvienta-, que estén solos un poco más. ¡Se oyen tan felices!
Era cierto. Las risas parecían no detenerse y el retrato de una familia feliz, a pesar de que no podían observarla, llegaba a sus mentes con claridad, contagiándolos a su vez de la misma alegría que sus amos sentían y que se había visto incrementada por la inminente llegada de un tercer miembro a la familia y a la casa.