Número: 091/100.
Título: Magia blanca [27/30].
Fandom: Umineko no Naku Koro ni.
Claim: Ushiromiya Kinzo/Beatrice Castiglioni.
Extensión: 675 palabras.
Advertencias: Spoilers del EP7 Requiem.
Notas: Para la Tabla 24 Horas de
30vicios y el
quinesob 21:15 (PM) *En la oscuridad.
La cuna a su izquierda está vacía, limpia y ordenada debido a que nadie la ha usado. En la oscuridad, su silueta parece de la un monstruo grotesco con un cuerpo gigantesco, dispuesto a acabar con él. A Kinzo, por supuesto, aquello no le importaría. Fundirse en la oscuridad, desaparecer, ¡qué cosa más maravillosa sería! Quizás por eso permanece agazapado en un rincón, como un niño pequeño escondiéndose de su madre al saber que ha hecho una travesura, lejos de la luz de la luna que entra por la ventana e ilumina el suelo y las paredes, llenas de dibujos amistosos, infantiles y a la vez crueles en su felicidad, como si se mofaran de él.
Beatrice llora a lo lejos, su llanto potente apenas es un eco en ese rincón de la casa y el hombre agradece que los sirvientes se la hayan llevado lejos, lejos donde no pueda ayudarle a llorar de esa manera, los dos al unísono, padre e hija clamando su dolor. Él ya no llora, su rostro sereno parece esculpido en piedra, aunque el dolor le ha envejecido al menos diez años. Ha decidido vender la casa, ¿para qué la quiere, de todas maneras? Y salvo la cuna a su lado y unas cuantas sillas en el comedor, nada queda en ella salvo silencio, colores opacos y recuerdos que le gustaría poder regresar. Se han llevado todo para venderlo, salvo algunas cuantas pertenencias de Beatrice que desea conservar, sus libros llenos de separadores en páginas que nunca volvería a retomar, su música en largos discos de vinilo, su perfume, ecencia y maquillaje. Su ropa y su hija. Lo demás no le sirve, lo demás no le importa.
Sólo queda una última cosa y escucha, como si él lo hubiese invocado -ojalá pudiese invocarla a ella, hacerla aparecer en una voluta de humo, sonriente y esbelta-, los pasos de Genji acercándose a su refugio, su escondite como el de un ratón.
-Kinzo-san, ¿qué desea que hagamos con el cuerpo de Beatrice-sama? -cuando Genji se asoma por la puerta, la oscuridad recorta su silueta a la perfección, ocultando sus facciones, aunque Kinzo sabe que están tan impasibles como siempre.
El cuerpo. El cuerpo que tan sólo dos días atrás era cálido contra sus brazos, las mejillas llenas de sangre, el latir del corazón tan rápido como el de un pajarillo enjaulado entre sus brazos. El cuerpo, la verdadera prueba de su muerte, el último sudario de su amor.
-No lo sé, llévatelo, dale un funeral digno... Que nadie se entere -pero él ya no podía ver ese cuerpo, se negaba a hacerlo. No soportaría la visión de los ojos cerrados y las manos sobre el pecho, la falta de respiración, de sonrisa, de mejillas coloradas-. No quiero verlo. Hazte cargo tú.
-Como ordene -el hombre hizo una reverencia y estaba a medio camino de retirarse cuando recordó una segunda pregunta, o más bien, se le ocurrió, dadas las circunstancias-. ¿Y sobre Beatrice-sama...? -se refería a la pequeña, que acababa de dormirse en los brazos de una de las sirvientas, agotada de tanto llorar. Genji creía que, dado el estado emocional de Kinzo, tampoco querría a su hija cerca, al menos no por un tiempo.
-Yo... -el hombre miró la cuna vacía, sin ninguno de sus astutos planes surgiendo en su cabeza como por arte de magia-. Tengo que pensarlo. Mañana al amanecer regresaré a casa, haré los preparativos necesarios y te los haré saber. Mientras tanto quiero que no le falte nada, ¿de acuerdo?
Por su tono de voz, la conversación estaba terminada. Genji se retiró tras afirmarle a su amo que todo se haría de acuerdo a sus deseos y una vez se hubo ido, Kinzo cambió de postura en su escondite, dándole la espalda a la cuna vacía. No sabía que haría con Beatrice todavía, pero en el interior de su mente, la idea de que no necesitaba su llanto constante prevalecía. En la oscuridad, era mejor estar solo que acompañado, acompañado del llanto que le recordaría el que él no podía expresar a los ojos del mundo.