Los errores en cuestiones culturales o geográficas son por mi cero conocimiento del mundo.
Título: El largo camino
Personajes: República Dominicana (Gregorio Duarte ©
know), Haití (René Ogé ©
karasuhimechan) // Guatemala (Efraín de la Vega ©
sariachian), Honduras (Luis Ángel Morazán del Valle ©
makotohayama), Puerto Rico (Blanca Ruíz ©
la_tamy), Perú (Miguel Alejandro Prado ©
kuraudia), México Norte (Juan Pedro Sánchez), México Sur (Itzel Sánchez) y Argentina (Martín Hernández), de
roweinClasificación: R por violencia
Advertencias: AU, zombis, sinsentidos. Muerte de un personaje secundario.
V
Una mañana después de casi dos semanas de la llegada de Gregorio y René al cuartel, Pedro arribó a la casa junto con un desconocido. El tipo era más alto que el, rubio y de ojos verdes. Efraín se acercó a ambos y saludo al recién llegado, agradeciéndole a Pedro el haber ido por él. El mexicano asintió y se alejó sin decir más. El rubio le sonrió y murmuró algo a lo que el mexicano simplemente bufó por lo bajo.
El científico y el recién llegado se encerraron por casi dos horas en aquella sala en la que Efraín solía pasar su tiempo. Mientras estaban dentro, Blanca comentó, como si fuera cualquier cosa, que aquel muchacho era la persona enviada por la gente de los laboratorios del sur, y su trabajo era dar constancia de dos cosas: la primera, si valía la pena invertir tiempo y recursos en su zombi consciente; la segunda, si era cierto que había alguien inmune al virus. Cuando la puerta se abrió y ambos hombres salieron para unirse a los demás, todos se reunieron en la sala.
-Él es Martín Hernández -dijo Efraín presentando al recién llegado-. Estará con nosotros durante los siguientes días y nos guiará con la gente del sur.
-Mucho gusto -agregó el rubio.
-Ya todos saben por qué se encuentra aquí -continuó el científico-, así que no creo que sea necesario dar explicaciones. Espero colaboración por parte de todos -añadió y dirigió una mirada significativa a Gregorio, quien giró los ojos con fastidio.
Martín miró a René.
-Había escuchado de personas inmunes al virus -dijo con seriedad-, pero no de zombis con consciencia. Sos una parte muy valiosa para la investigación.
-Espera, espera -se apresuró Gregorio, dando un paso al frente-, ¿hay otras personas inmunes? ¿En dónde? Y si las hay, ¿por qué me tienen a mí aquí y no van por una de ellas?
Martín lo miró en silencio por unos segundos, analizándolo. Finalmente, respondió:
-Porque han sido casos aislados y su inmunidad no es total. Sólo ralentizan el proceso. Vos sos Gregorio, ¿cierto? Efraín ya me ha informado de tu situación. La otra persona inmune que se ha encontrado en los años recientes es una niña de diez años que actualmente se encuentra en Reino Unido y está más vigilada que la familia real misma. Podés irte, claro, pero creo que vos necesitás tanto de nosotros como nosotros de vos.
Gregorio no respondió. Martín asintió y se dirigió a Efraín.
-Como Martín estará en el equipo -continuó éste-, debe conocerlos a ustedes también. Miguel, médico del grupo -dijo señalándole-, Luis Ángel -éste asintió-. Blanca, hacker. Itzel y Pedro, a quien ya conoces -Martín sonrió un poco-. Bienvenido.
Después de las presentaciones, cada quien regresó a sus actividades cotidianas. Martín se instaló en una habitación y regresó al estudio (¿se le podía llamar así?) de Efraín, pues aún tenían mucho de qué hablar y él debía contactar con su gente en el sur. No volvieron a verlo hasta la hora de la cena.
A pesar de su presencia, las cosas no cambiaron en el interior de la casa. Los silenciosos seguían en su mutismo, los locos continuaban dementes y los ausentes continuaban entrando y saliendo cuando lo deseaban. A estos últimos en particular, Gregorio los envidiaba. Nunca había sido una persona de un único lugar: él odiaba el encierro, necesitaba salir, cambiar de sitio. Era un nómada nato. Extrañaba su libertad y poder andar por donde quisiera con su motocicleta. Y por Dios que también extrañaba coger. Un buen par de tetas era lo que requería para liberar tensiones y ni siquiera eso podía tener. Su situación estaba bien jodida.
-Si sigues poniendo esa cara, asustarás a todos.
Gregorio puso los ojos en blanco y miró a René. El zombi se sentó a su lado.
-¿Qué quieres?
-Nada. Sólo estoy aburrido -respondió-. Como ahora tienes amigos humanos y vivos con los cuales charlar, ya no conversas conmigo.
-Deja tus celos para otro momento -se burló el dominicano. Rene frunció el ceño.
-Ya quisieras tú que fueran celos -respondió. Hizo una pausa que ninguno de los dos interrumpió por casi un minuto-. Yo también comienzo a hartarme de estar aquí encerrado, ¿sabes? -dijo finalmente, para sorpresa de Gregorio-. Pero no tengo nada más que hacer. Irme no es una opción. No me pueden comer otros zombis y no sentiría dolor si es que me atraparan humanos, pero eso significa perder lo poco que me queda de… vaya, de humano.
Gregorio abrió la boca para comentar algo al respecto, pero nada salió de sus labios. Su relación con el zombi seguía tan extraña como siempre, y se sentiría aún más si intentaba darle alguna palabra de aliento. Las cosas entre ambos no sucedían así. En el tiempo que llevaban conociéndose habían acordado, sin acordar nada realmente, que su relación se basaría en el sarcasmo y la ironía, en insultarse mutuamente y echarse una mano de vez en cuando.
-¿Necesitas más sangre? -preguntó a falta de algo mejor qué decir. René negó en silencio.
-Puedo aguantar un par de días más antes de querer comerme a todos -comentó.
-Yo preferiría que no sucediera eso -añadió el humano.
-¿Y la mordida? -preguntó el haitiano. Gregorio le miró fingiendo no saber a qué se refería-. Vamos, no pienses que soy idiota. Mis funciones cerebrales siguen al cien por ciento, así que dime. Cada vez hueles menos como humano y más como un no-muerto.
Gregorio tragó en seco. Miró a su alrededor y al constatar que no había nadie más a su alrededor, casi haciendo malabares, descubrió su hombro, dejando expuesta la herida que, finalmente, había adoptado una coloración entre el marrón y el morado oscuro, casi negro. Eran los síntomas que normalmente se presentaban en la primera hora: a él le habían tomado poco más de un mes. El tiempo que tenía antes de convertirse en un monstruo era incierto, así que todas sus esperanzas para erradicar la enfermedad de su organismo, o al menos para aplazarla lo más posibles, estaban en las personas que les llevarían a Argentina.
-Empieza a preocuparte en serio cuando empieces con la fiebre y el vómito, o peor aún, con el entumecimiento del cuerpo -murmuró René-. Aunque no sé cómo vaya a ser tu proceso de zombificación.
Gregorio no respondió. Él también se hacía esa pregunta.
-¿Duele? -cuestionó.
-Ya te dije que tu caso es distinto -respondió el zombi y desvió la mirada.
-Pregunté si duele -insistió Gregorio. René suspiró.
-Para el resto de las personas, sí. Duele. Ya sabes, la herida, y después comienza el dolor en las articulaciones, no te puedes mover, sólo puedes gritar de dolor. Y nadie a tu alrededor te ayuda, sólo huyen de ti. Te da fiebre y alucinas, tienes unos escalofríos terribles. Vomitas, defecas. Tu cuerpo se muere. Después de horas de agonía, tu cuerpo finalmente se paraliza y entras en coma -René le miró con aquellos ojos verdes que le ponían los pelos de punta-. Todo sucede en un día. La próxima vez que te levantas ya eres un zombi.
*
El día de partir hacia Argentina llegó finalmente. Viajarían en un avión privado que llegaría a una pista, también privada. No podían arribar así como si nada al aeropuerto internacional, así que llegarían casi clandestinamente a una zona igual de clandestina. En Misiones o algo así había dicho Martín. Lo mismo harían desde México (saldrían desde Pachuca). Habría vigilancia estricta en la zona, algunos militares serían enviados por parte del gobierno mexicano para vigilar la llegada y la salida del avión. Como era de suponer, el problema principal estaba con René, así que él, Martín y Pedro partieron a primera hora con la intención de llegar antes que los militares, quienes deberían llegar entre tres y cuatro horas antes que el avión (que tenía planes de aterrizar a entre las 18 y 19 horas).
Antes de irse, Efraín reunió a todos en la sala para asegurarse de que todo estuviera en orden. Sus equipos de cómputo habían sido empacados media semana antes; serían enviados a Argentina junto con algunos otros objetos previamente seleccionados (el trabajo realizado por Itzel). Artículos personales y nada que pudiera ponerles en la mira de cualquiera convirtiera de su ya arriesgada misión en algún aún más imposible.
-Todo está listo -dijo Efraín-. Pedro se encargó de contactar con su gente y enviarán el cargamento ilegal hasta Argentina.
Luis silbó.
-Todas esas armas -comentó-. ¿Planea continuar con el negocio allá? -preguntó. Fue Itzel quien contestó.
-Eventualmente -todos le miraron-. Pero en realidad todo ese armamento es parte del pago porque nos lleven con vida a todos hasta Argentina. Hoy en día una buena arma vale más que cualquier otra cosa. Nosotros tenemos armas, ellos tienen una zona segura. Todo sea por largarnos de este lugar.
Efraín asintió. Posó su mirada en Miguel.
-¿Las cuestiones médicas?
-En orden -respondió el peruano.
-Excelente -sonrió Efraín. Buscó entre los documentos que tenía sobre la mesa y tomó un sobre manila, abriéndolo con cuidado-. Pedro estuvo trabajando en esto -agregó sacando lo que había dentro: identificaciones falsas-. Hay uno para cada uno -y las repartió. Incluso Gregorio obtuvo una-. Nos tomamos la libertad de buscarte en el sistema de República Dominicana para obtener la fotografía y algunos datos -añadió.
-¿Es todo entonces? -preguntó Blanca con cara de fastidio-. De verdad que ya me quiero largar de aquí.
-Itzel, necesito que lleves a Gregorio a la bodega -dijo Efraín-. Aún no puede usar su mano muy bien pero no está de más que elija algo de lo que tenemos guardado.
-Sígueme -le dijo la chica a Gregorio y éste le siguió.
Ella le llevó por una puerta que, hasta ese momento, había permanecido cerrada bajo llave. Subieron algunas escaleras y finalmente Itzel se detuvo frente a una puerta de metal, protegida con una reja del mismo material. De su bolsillo sacó un juego de llaves y buscó la indicada para abrir.
-Aquí es nuestro almacén de armas -dijo.
Itzel se hizo a un lado y dejó que Gregorio se asomase al interior. El chico silbó por el asombro.
-Elige la que quieras usar, como puedes ver, tenemos muchas -agregó ella-. Sólo no tomes más de tres... hasta cuatro es una buena cantidad. Tener suficiente no es razón para usarlas a lo bestia. Elige bien porque una vez lo hagas, la llave pasará a uno de los socios de mi hermano.
-¿Tienen más armamento? -preguntó Gregorio mirándole de reojo.
-Más o menos el doble de lo que ves aquí está empacado y oculto en un cargamento que llegará a Argentina -respondió ella encogiéndose de hombros-, seguramente mucho después de que lo hagamos nosotros.
Gregorio entró en la habitación y se sorprendió de la cantidad de armas que había dentro. Amontonadas una sobre otras, algunas en cajas, otras más colgadas del techo. Desde revólveres pequeños hasta armas mucho más grandes, de ésas que sólo el Ejército puede utilizar. Era como una escena de película.
-Tenemos pistolas automáticas y semiautomáticas; rifles también automáticos y semiautomáticos, un fusil francotirador, cartuchos de todo tipo -explicó la chica con total naturalidad-. En la esquina de allá -añadió señalando hacia el lugar mencionado- hay granadas. Ten cuidado cuando estés por ahí. Si puedes evitarlo, mejor. Creo que en algún lugar hay una bazuca y un par de lanzallamas. Sírvete.
Gregorio se internó en el almacén. Tras observar a su alrededor con detenimiento, optó por tomar dos rifles automáticos y un fusil. Teniendo particular cuidado en que Itzel no se diera cuenta, tomó dos pistolas y las ocultó entre sus ropas. Una vez tuvo las armas, regresó junto a la chica, quien le ignoraba totalmente. Al mostrárselas ella asintió y lo guió hasta donde guardaban las municiones. Tomó un morral que se encontraba por ahí y lo llenó con las municiones necesarias para cada tipo de arma. Después le entregó el morral a Gregorio y sin más, salió de la bodega. El chico salió detrás de ella.
-Para ser alguien que sólo usa armas blancas -dijo él de pronto-, sabes bastante sobre armas de fuego, ¿o me equivoco?
Itzel le miró de reojo y llevó una mano al cinto, de donde colgaba el machete. Ahora que lo pensaba, Gregorio jamás la había visto sin él.
-No saber cómo usar un arma de fuego podría ser la diferencia entre morir mañana o vivir un poco más.
-Eres muy reservada, sabes -añadió Gregorio. Aquélla era la primera vez desde que había conocido al grupo, que hablaba por tanto tiempo con Itzel.
-Soy cautelosa -respondió ella.
-Quizá demasiado.
-Nunca se puede ser demasiado cauteloso -Gregorio notó que el agarre en el mango del machete se había hecho más fuerte-. Todos somos cautelosos, por si no lo has notado -agregó relajándose un poco-. Tú también lo eres, por eso tomaste dos pistolas. Porque más vale prevenir que lamentar. Y haces bien. Tenemos que cuidarnos incluso de aquellos a quienes consideramos cercanos. Nunca está de más dormir con un arma debajo de la almohada.
Gregorio se detuvo un momento. Y él que podía jurar que la chica no había notado nada cuando tomó las dos pistolas. Sonrió un poco. Definitivamente aquella mujer, y su hermano, eran dos personas de las que debía cuidarse. Aun sin saber cómo eran los gemelos realmente ni estar completamente al tanto de sus habilidades en el combate y exterminio de zombis, era realmente consciente del error que significaría tenerlos de enemigos.
-Sigue siendo cauteloso, Duarte -añadió Itzel mirándole sobre el hombro-. No importa cuántas armes portes ni a cuántos seas capaz de matar, eso de nada te servirá si actúas con cautela.
Gregorio se obligó a pensar que aquello era un simple consejo y no una amenaza.
*
-¿Cómo se supone que René entre en el avión con todos estos vigilantes? -preguntó Luis Ángel en voz baja cuando bajaron de la camioneta.
La pregunta vino porque custodiando el avión había al menos diez soldados armados hasta los dientes. Todos se preguntaban lo mismo. Efraín esperó a que Martín se reuniera con ellos y les diera la información más reciente: habían completado con éxito la operación y tanto René como Pedro se encontraban ya dentro del avión. Él había hablado personalmente con el hombre a cargo de la revisión (un tipo enviado por la SEPAZO, es decir, la Secretaría de Protección Anti Zombi, creada en México años atrás), y todo estaba en orden. Las ventajas de tener un buen contacto respaldándole, dijo.
En teoría la revisión para entrar y salir de un país debían realizarse una serie de exámenes médicos avalados por la institución pertinente, pero de eso también se había encargado Pedro con ayuda de Miguel. Itzel llevaba su machete oculto en la maleta, así que no hubo que dar explicaciones a nadie, y todas las armas estaban cuidadosamente distribuidas en el resto del equipaje. Aunque sabían que había quienes tardaban hasta tres horas en las revisiones de rigor antes de sus viajes aéreos, la suya no duró más de media hora. Y aquello tenía que ver, en parte con los contactos de Martín, pero también con un pequeño soborno dado por Pedro antes de su llegada.
Una vez estuvieron en el avión, que por dentro tenía espacio para ellos y hasta más, la tripulación (el piloto, copiloto y una azafata que le sonrió a todos) se presentó con ellos, indicándoles que viajarían por aproximadamente diez horas y que no harían escalas. El avión se puso en marcha y en cuanto se estabilizó en el aire, Martín se puso de pie, caminó por el pasillo y se perdió por una puerta. Al regresar, lo hizo junto con René. El chico había permanecido oculto dentro de una caja que se había subido al avión mientras Martín distraía al enviado de la SEPAZO y Pedro le obsequiaba un arma al soldado encargado de revisar el equipaje.
Al cabo de unas horas, Itzel y Blanca dormitaban en un lado del avión, mientras Efraín, Luis Ángel y Miguel discutían sobre asuntos relacionados con su llegada a Argentina. Martín se encontraba en la cabina del piloto. Y René, René permanecía sentado en la esquina más apartada del avión, aislado de los demás.
Gregorio se acercó a Pedro. El chico miraba por la ventana atentamente, como si afuera hubiera más que nubes y cielo azul. Al notar su presencia, volteó a verle.
-Así que, traficante de armas, eh.
Aunque no esperaba una respuesta, Pedro asintió.
-Desde hace tres años -Gregorio silbó.
-¿Y dijo tu hermana que hay un cargamento lleno camino a Argentina como pago por salir todos del país? -el mexicano asintió-. Así que nuestros amigos sureños no son tan buenas personas como parece, eh. Haciendo tratos por debajo del agua.
-Hoy en día ¿quién no hace tratos por debajo del agua? -preguntó Pedro mirándole y sonriéndole ligeramente-. ¿Quién es bueno y quién es malo? Recuerda que lo que nos importa a todos es sobrevivir, y si para ello debemos hacer cosas que hace diez años se consideraban moralmente incorrectas, entonces que así sea.
-Oye, es la primera vez que hablamos por tanto tiempo -agregó el dominicano, cambiando de tema.
-No lo había notado -respondió el mexicano. Gregorio entonó la mirada.
-Es poco el tiempo que llevo con ustedes, pero he notado que permaneces aislado -dijo-. Tú y tu hermana en realidad. No me lo tomes a mal, y no te sientas invadido, es sólo curiosidad. ¿Por qué la actitud? ¿Y qué hacen ustedes en este equipo? Ustedes llegaron más por casualidad que por otra cosa.
-Todos llegamos por casualidad.
-Sí, pero ustedes, aparentemente, no tienen razones para estar acá.
Pedro le miró por un largo rato, como si estuviera analizando sus palabras y también la manera de responder. Se recostó en el respaldo del asiento.
-¿Sabes qué pienso de los zombis? -preguntó en voz baja. Gregorio no respondió-. Que son criaturas despreciables y asquerosas. Sí, el que viaja con nosotros tiene conciencia, habla, piensa y tiene expresiones humanas, lo que lo vuelve más grotesco e interesante por partes iguales, pero en general los zombis no me gustan. No todos son como René. Quiero matarlos a todos. No por gloria ni por salvar a la humanidad, sino porque yo tuve que volarle la cabeza a disparos a mis amigos y a mi familia cuando ellos se infectaron, y porque Itzel tuvo que desmembrar a su novio cuando intentó morderla -hizo una pausa y sonrió con sarcasmo-. No tengo idea de por qué te estoy diciendo todo esto.
-¿A quién le importa? -le sonrió Gregorio.
Pedro se encogió de hombros.
-Aunque seas un ex sicario psicópata, me caes bien -dijo Duarte.
-Viniendo de ti, no sé si tomarlo como un cumplido o como un insulto -respondió el mexicano. Gregorio rió.
-Deberías hablar un poco más -sugirió-, esa actitud de malvado no te llevará a ningún lugar.
Pedro se acomodó mejor en su asiento, cruzándose de brazos.
-Pero si esa misma actitud de malvado es la que me está llevando a Argentina, con vida -y sonrió.
*
Aquéllas fueron, sin duda, diez horas muy largas. Aunque no fueron incómodas como los dos días viajando por carretera para llegar a la Ciudad de México. Fue un vuelo tranquilo, apenas con turbulencia, que los humanos a bordo aprovecharon para dormitar o para comer en silencio cuando la azafata les sirvió la cena a todos. La joven era atenta y mantenía una sonrisa constante en su rostro, incluso cuando pasaba cerca de donde se encontraba René. Eso sí, le había evitado lo más posible durante el viaje y todos habían sido testigos de su suspiro de alivio cuando le dijeron que él no requería ningún tipo de atención especial, alimentos o bebidas.
En realidad todo iba sucediendo tan de maravilla que Gregorio incluso pensaba que era cuestión de tiempo ara que algo malo sucediera. Quizá todo ello no era más que el aviso y el avión se caería o explotaría en pleno vuelo. Quizá se estaban dirigiendo hacia una trampa y todos serían asesinados brutalmente al llegar a Argentina. Si es que realmente se estaban dirigiendo hacia allá. Mas las horas pasaron y nada malo sucedió. E incluso él, con los pensamientos tan negativos, se permitió caer en un sopor que duró hasta que la azafata, amablemente, se acercó a él para preguntarle si necesitaba una almohada y una manta.
Negó la oferta.
Escuchó que los demás charlaban, vio a Martín ir y venir entre la zona en la que se encontraban ellos y la cabina del piloto. Notó que René continuaba en la misma posición desde hacía horas, y de alguna manera fue consciente de la incomodidad que estaba sintiendo. Pero como era de esperarse, Gregorio lo ignoró. Ya habría tiempo para hablar después, quizá en algún lugar menos concurrido. René aún podía soportar hasta dos días más sin necesidad de su sangre, así que esperaría a que el avión aterrizara y le diría a Miguel que hiciera lo propio (extraer algo de sangre).
Un par de horas después, el piloto habló y dijo que estaban a poco tiempo de llegar a su destino, por lo que todos debían permanecer en sus asientos. Por la ventana, todos alcanzaron a ver una pista de aterrizaje y algunas construcciones alrededor, sólo un par de edificios. La zona estaba bardeada. Alrededor no había nada más que vegetación y tierra rojiza. Descendieron lentamente hasta que el avión tocó tierra.
Martín fue el primero en quitarse el cinturón de seguridad y ponerse de pie, aun cuando el avión no se había detenido por completo. Se asomó por una de las ventanillas y frunció el ceño. Miró la hora y murmuró algo. Habían llegado con diez minutos de anticipación pero él había dejado órdenes precisas de que a su llegada hubiera un transporte esperándoles. Cuando la puerta del avión se abrió y vio que no había un alma acercándose con la escalera para ayudarles a descender, comprendió que algo andaba mal.
Cerró la puerta y los demás notaron, sin que dijera nada, que ocurría algo. Martín sacó su teléfono móvil y buscó en sus contactos. Llamó y nadie contestó. Maldijo por lo bajo y siguió intentando. Para ese momento, todos los demás se habían levantado de sus asientos. Hernández volvió a llamar por teléfono sin obtener respuesta. Marcó otros cinco números y nadie contestó. Finalmente marcó un número más y esperó a recibir respuesta.
-¿Qué está pasando y por qué no me llamaste hace una hora? -preguntó en cuanto alguien contestó, hubo una pausa-. Hijo de puta -murmuró y su repentina palidez no pasó desapercibida-. ¿Todos? Jodéte. Hijo de puta, hijo de puta -repitió caminando de un lado al otro-. ¡No, boludo! Mirá, no tenemos otra opción -una pausa larga-. No podemos, traemos a un zombi y a un infectado con nosotros, ¿sabés lo peligroso que será ir hacia allá? Si salimos vivos de esta… mierda, Sebas.
Y cortó la llamada.
Respiró profundamente antes de mirar a los demás.
-La zona está infectada -dijo con voz fúnebre-. Y con la zona quiero decir que justo en este momento estamos rodeados por una cantidad indefinida de zombis- la azafata lanzó un grito.
-Pensé que el Cono Sur era una de las zonas sin problemas -gimió Luis Ángel-. ¿Hemos venido aquí para nada?
-La zona está protegida con nuestra gente -continuó Martín-. No pudieron contactarnos antes para hacer un cambio en los planes. Necesitamos salir para que puedan dar aviso a las autoridades y se haga una limpieza de la zona.
-¿Nos quedaremos aquí? -preguntó la azafata con voz ahogada, Martín negó con la cabeza.
-Ustedes no-respondió-. La tripulación se irá de aquí a Buenos Aires. Se está arreglando todo para que no haya problemas a su llegada.
-Just wait a minute -interrumpió Blanca-. ¿Estás diciendo que ellos se van y nosotros nos quedamos? Are you fucking insane?!
-No podemos irnos todos a Buenos Aires mientras tengamos a René y a Gregorio con nosotros -respondió Martín-. ¿Tenés idea del caos que ocasionaremos? Elegimos esta zona porque, a pesar de saber que es una zona considerada roja, llegar clandestinamente era más o menos sencillo. Todo está dispuesto para emprender la huida, sólo debemos llegar a donde esté nuestra camioneta. Además, este avión se registró para ir y venir de México sólo con cuatro tripulantes. Si falta uno será menos problemático a si de pronto hubiera siete más. Aquí tenemos armamento suficiente, y todos son expertos en esto de salvar su vida, así que… saldremos de esta.
-Oh, eso suena muy sencillo -murmuró Gregorio con sarcasmo-. Directos a la boca del lobo. Ese plan me encanta.
Escucharon que unas armas eran cargadas y todos voltearon de inmediato. Pedro y Miguel sostenían rifles en sus manos. A su lado, Itzel había sacado el machete de la maleta y se lo colgaba al cinto, de donde no debió quitarlo.
-¿Y qué estamos esperando? -preguntó la chica cuando estuvo lista.
*
Ángel no despegó la mirada del avión mientras éste se alejaba. Más de uno le escuchó sollozar, aunque cuando se giró, en su rostro no había rastros de lágrimas. Miguel le dio unas palmadas en el hombro antes de entregarle sus armas. El muchachito suspiró y se las acomodó, una colgando de su hombro y la otra en sus brazos. Llevaba algunas armas extras entre la ropa, como todos los demás. Miguel había repartido radios para todos, porque un nunca sabe lo que puede ocurrir mientras intentas salvar tu vida y más valía poder comunicarse los unos con los otros en cualquier momento.
-Son aproximadamente veinte metros de aquí al edificio más cercano -explicó Martín cargando un arma y guardándose un cuchillo en el cinto-, pero para salir debemos atravesarlo y dirigirnos a una de las cocheras, donde deben estar los vehículos. Muy probablemente con zombis cerca o con personas infectadas, agonizando.
-¿Cuántos vehículos hay? -preguntó Pedro. Martín le miró.
-Con suerte, cinco o seis. Aunque es probable que sólo haya uno. Es una regla: siempre debe haber por lo menos un vehículo -el mexicano asintió.
-¿Qué haremos si llegamos hasta los vehículos? -preguntó Efraín mientras gotas de sudor resbalaban por su frente.
-Huir lo más rápido que podamos. En estos momentos están enviando ayuda, pero no podemos contar con que lleguen a tiempo.
-¿Y no podían enviarnos un helicóptero o algo? -preguntó Luis Ángel. Martín negó.
-Hay ciertos procedimientos. El tráfico aéreo está muy vigilado, aviones, helicópteros y avionetas necesitan ser registrados ante el gobierno y sólo pueden seguir ciertas rutas. A veces se otorgan permisos especiales: para llegar aquí se tuvo que pedir un permiso. En teoría lo que descargamos en esta zona fueron autopartes.
-Eso explica el cargamento extra en el avión -murmuró Pedro, quien había presenciado cómo subían las cosas. René había estado oculto entre esas cajas de autopartes.
-Eso no tiene sentido -se quejó el menor una vez más. Blanca le dio un golpe en la cabeza.
-Con sentido o no, nos quedamos sin avión, así que la única opción que tenemos ahora es correr entre los zombis y llegar a la salida -bufó-. A piece of cake.
-¿Y no podemos correr hasta el muro y saltar al otro lado? -preguntó el menor, esperanzado mientras miraba la barrera que los mantenía alejados del exterior.
-Miden tres metros y detrás no hay ningún vehículo que nos saque de aquí -respondió Martín-. Y saben que los zombis pueden arreglárselas para saltar muros también. - No hubo más quejas.
Unos más listos que otros, y todos con el corazón latiendo rápidamente, siguieron a Martín. Había un silencio muy perturbador en aquel lugar y los edificios no hacían más que aumentar su nerviosismo. En terreno abierto tenían oportunidad de correr y maniobrar, podían ver de dónde provenían los ataques, pero una vez entraran en alguno de los edificios, los zombis podrían salir de cualquier lugar. Aquella era una misión suicida y todos lo sabían.
Una vez llegaron a la puerta del edificio, respiraron profundamente y entraron. El silencio era tan sepulcral como afuera. Avanzaron cuidadosamente, conscientes de que cualquier error en sus movimientos podría delatarlos demasiado pronto. Porque si había zombis en aquel lugar, ya sabían que se encontraban ahí. Después de avanzar por casi diez minutos sin encontrarse con zombis, comenzaron a relajarse. Era probable que la mayoría de los no-muertos se encontraran en el edifico aledaño, lo cual les proporcionaría una oportunidad para salir corriendo sin perder la vida en el intento.
René se adelantó y todo sucedió como en cámara lenta. De la nada, un zombi saltó sobre ellos y fue interceptado por el haitiano, quien de un golpe le arrancó la cabeza. Lanzó el cuerpo inerte lejos del camino y se giró a los demás.
-Puedo olerlos -les dijo-. Están cerca y no son pocos.
No necesitaron escuchar más. Martín lideró la marcha, corriendo entre los pasillos de aquel laberinto. Maldijo al arquitecto que lo había construido con tantas entradas y salidas, puertas y pasillos que siempre le habían perdido. Al cabo de unos metros, escucharon el inconfundible sonido de los muertos vivientes: el gemir y arrastrar de sus cuerpos. Más de uno sintió que se le ponían los pelos de punta. Martín se detuvo frente a una puerta e intentó abrirla, sin obtener resultados. Estaba cerrada con llave.
Pedro lo hizo a un lado y sin dudar, disparó a la cerradura, que se desprendió de la puerta con facilidad. La empujó y se hizo a un lado para que todos entraran. Escuchó el grito de sorpresa que soltó su hermana y se apresuró a entrar también. Como sucediera minutos antes, René saltó sobre el zombi y lo desmembró. Itzel se encontraba en el piso y fue Miguel quien le ayudó a ponerse de pie.
-¿Estás bien? -preguntó. Itzel asintió.
Cuando René se deshizo del cuerpo una vez más, notó que la mirada de Itzel estaba fija en él, como si no pudiera dar crédito de lo que había sucedido. Y no era para menos, pues no todos los días un zombi te rescata del ataque de otro no-muerto. No se dijeron nada y siguieron con el camino. Efraín, el menos acostumbrado de ellos a ese tipo de actividades, jadeaba de cansancio, pero no aminoró la marcha.
-¿Estamos lejos? -preguntó Blanca con voz entrecortada.
-¡Cerca! -fue lo que gritó Martín.
Escucharon disparos detrás de ellos. Cuando giraron, descubrieron que Pedro volvía a cargar su arma y disparaba contra un grupo de zombis que los iba siguiendo. No sabían exactamente cuántos eran. A los disparos de Pedro se unieron los de Miguel, e incluso Blanca disparó en un par de ocasiones. Al frente, Martín también disparó cuando un zombi salió de un pasillo aledaño y vio que Itzel le cortaba la cabeza a otro con una sorprendente maestría. A pesar de todo, continuaron corriendo. Gregorio disparó, lo mismo hizo Luis Ángel. Y René continuó desmembrando a todo zombi que se encontrara cerca de él. Era increíble la cantidad de monstruos con los que ya se habían topado. Incluso Martín se sorprendió. ¿Siempre había trabajado toda esa gente en aquel lugar?
Estaban cerca de la salida. Una vez llegaran al garaje, Martín tomaría las llaves de uno de los vehículos grandes y todos saldrían de ahí. Sólo debían atravesar una última zona, entrar como lo habían hecho en la que ya se encontraban: volando la cerradura. Alcanzaba a ver la puerta cerca de ellos, estaba a unos cuantos metros.
-Mierda -escuchó que decía Luis Ángel-. Mierda, mierda, mierda.
-¿De dónde salen tantos! -gritó Itzel, cortándole la cabeza a uno más.
Efraín disparó una vez más y trastabilló. Sin pensarlo dos veces, Gregorio pasó un brazo del científico sobre su hombro y le ayudó a correr. El tipo estaba demasiado cansado y en cualquier momento se desplomaría, estaba seguro.
-Oh, shit! -agregó Blanca corriendo con toda la energía que aún tenía-. Vamos a morir, vamos a morir -repitió-. ¡Soy muy joven para morir!
-¡Sigan corriendo! -llegó la voz ahogada de Pedro, quien cerraba la marcha. Le escuchaban disparar y lanzar cosas al piso en cuanto pasaba corriendo, lo que encontrara y que sirviera para que el avance de los no-muertos fuera más lento-. ¡Y no miren atrás! -sonaron disparos y el sonido de un arma al caer. De inmediato, alguien volvió a disparar. ¿Cuántas armas portaba el mexicano?
-¡Una puerta más! -exclamó el rubio y disparó a la cerradura tal y como Pedro lo hiciera antes. Tuvo que detenerse un momento al recordar que esa puerta en particular se abría hacia afuera y no hacia dentro. Los demás le empujaron al entrar y todos cayeron contra el piso.
Jadeando se puso de pie y miró a su alrededor. Lo habían logrado. Estaban en la habitación en la que vigilaban los automóviles. Ahí debería encontrar las llaves de alguno de ellos y podrían salir. Las pantallas estaban encendidas y podía ver que las cámaras seguían funcionado. Distinguió unas figuras humanas en el garaje, y no estaba seguro de si eran zombis o personas agonizantes en proceso de transformación. Las contó: eran cuatro. Si eran humanos podían pasar de ellos (o ser piadosos y librarlos del sufrimiento antes de que se transformaran por completo), y si era zombis, tenían ventaja al ser mayoría.
Abrió un cajón y buscó en él hasta dar con las llaves de una camioneta grande, para doce pasajeros. Estaba blindada y era todo terreno, así que podrían salir. Metió la mano dentro del bolsillo para buscar el teléfono móvil cuando escucharon un golpe sordo contra la puerta que los separaba de los zombis. Sobresaltado, se giró.
-Ése no es el sonido de un zombi lanzándose contra la puerta -dijo Gregorio con voz entrecortada. Todos se miraron entre sí.
-¿En dónde está mi hermano? -preguntó Itzel de pronto y se hizo el silencio.
*
Más de uno abrió los ojos con sorpresa al deducir lo ocurrido: Pedro se había quedado del otro lado de la puerta. El golpe seco se repitió. Itzel se acercó a la puerta y la empujó sin obtener resultados. Empujó con fuerza una y otra vez sin poder abrirla. Estaba atrancada. Los golpes que escucharon no fueron los de zombi lanzándose contra ella para intentar entrar: era Pedro atrancando la puerta. Martín sabía que en esa otra habitación había una mesa y varias cajas.
-¡Pedro! -gritó Itzel. Soltó el machete, que cayó con un golpe que resonó en la habitación-. ¡Pedro, cabrón, abre la puerta!
-No -fue la respuesta que llegó del otro lado.
Se hizo el silencio, apenas roto por la respiración agitada de quienes se encontraban dentro.
-¿Por qué haces esto? -preguntó Itzel después de darle una patada a la puerta, que vibró por el golpe pero no se abrió.
-Para protegerte.
-Soy perfectamente capaz de cuidarme por mí misma, Pedro. Ahora abre la chingada puerta y déjame...
-¡No! -le interrumpió Pedro.
Del otro lado de la puerta, Blanca y Gregorio se miraron entre sí. René agachó el rostro, pensativo, y Miguel dio un paso hacia Itzel, aunque no se acercó a ella completamente, pues Martín lo detuvo tomándolo del brazo y negando en silencio. La mexicana dio otro golpe a la puerta, que volvió a cimbrar sin abrirse.
-Eres mi hermana y no voy a poner en riesgo tu vida -continuó Pedro. Escucharon un disparo-. No más. Sé que te puedes cuidar sola y que si te lo propusieras podrías matar tu sola a veinte putos zombis. Y seguro lo harás. No ahora. Esta vez no te dejaré pelear, ¿entiendes?
-No te perdonaré si me dejas atrás -añadió Itzel acercándose más a la puerta sin golpearla; sus manos dolían por los golpes dados anteriormente.
-Prefiero que no me perdones nunca, incluso prefiero que me odies, a que mueras por mi culpa. Eres lo único que me queda, la única razón por la que participo en esta locura de la cura para el virus. No voy a dejarte morir.
-¿Y te vas a dejar morir tú entonces? No te perdonaré jamás si mueres, ¿me entiendes? Ni siquiera me acordaré de ti el día de muertos.
-Dices. Ponme cigarros y una botella de tequila en el altar.
Otro disparo.
-¡Pedro!
-Y un plato de mole del que te queda rico. Ya sabes que me gusta un poco dulce -continuó, ignorando a su hermana completamente. Alcanzaba a escuchar pasos acercándose a él y el inconfundible sonido que emitían los zombis-. Tal vez no pueda hacer mucho pero les daré un poco de tiempo. Miguel, en cuanto salgan de aquí, háblame por el radio. Hay tres vehículos ahí dentro, alcancé a verlos cuando ustedes entraron. Intentaré alcanzarlos.
-No te perdonaré si te mueres -susurró su hermana.
-Yo sé que sí, pero no te preocupes. No me moriré.
-¿Lo prometes?
-Lo prometo.
Finalmente Miguel posó su mano en el hombro de Itzel. Cuando la chica volteó a verle esperó descubrir lágrimas en sus mejillas, en cambio se topó con la mirada decidida de la chica, el ceño ligeramente fruncido.
-Vámonos -dijo ella irguiéndose y sujetando con fuerza el machete que conservaba en su mano derecha-. ¡Ahora!
Martín asintió y tomó un juego de llaves del cajón. Abrió la puerta que daba hacia la cochera y dejó que todos pasaran, murmurándoles que estuvieran alerta. Antes salir, Itzel miró hacia atrás. No se escuchaba nada del otro lado de la puerta, pero sabía que pronto les llegaría el sonido ahogado de los disparos de su hermano. Apretó el machete con fuerza y regresó la mirada al camino. Su hermano era y había sido muchas cosas. Un delincuente, un narcotraficante, un sicario. Pero no era un mentiroso. Y si él había dicho que no iba a morir, ella le creía.
*
Pedro sujetó su rifle con fuerza y suspiró. A veces su hermana era más difícil de lo que convenía, en especial en situaciones como aquélla. Pero era fuerte, mucho más que él, era quizá la persona más fuerte que había conocido, y vaya que había conocido a mucha gente, como dirían en México, con muchos huevos.
El sonido de los zombis acercándose a él se hizo más claro y sonrió. Tenía muchos sentimientos guardados de mucho tiempo: frustración, enfado, miedo, desesperación, ira. Esos cabrones servirían como una buena terapia, además no había nada más entretenido que enfrentarse solo a una cantidad desconocida de zombis hambrientos. Sencillo. Al terminar con ellos y estar con su hermana buscaría un lugar tranquilo donde sentarse a descansar y dónde tomar café con leche.
Se giró, visualizando a los no-muertos a unos cuantos metros suyos, arrastrándose entre los objetos que él había tirado al piso para alentar su camino. Perfecto, sólo en la primera línea veía a cinco. Respiró profundo y cargó el arma. Debía mantenerlos alejados de la puerta y si era posible, guiarles a otro lugar. Debía hacerlo rápido y sin errores: en sus manos estaba no sólo su vida, sino también la de los demás. (Y si fuera un poco cursi, diría que también la de una buena parte de la humanidad).
-Nada como matar zombis antes del desayuno -sonrió y disparó por primera vez. Aprovechó el camino abierto para pasar entre los cadáveres y regresar por el camino.
Después de casi diez minutos de disparar y correr por pasillos que no sabía a dónde le llevarían, escuchó la interferencia del radio y supo que su trabajo para distraer a los zombis había dado resultados. La señal no era muy buena pero alcanzaba a escuchar la voz entrecortada de Miguel.
-... n... tamos... tro del vehículo -dijo el peruano-. ¿Cómo e... sión...?
-¿La situación? -respondió y sonrió-. Jodida.
Disparó una vez más y maldijo por lo bajo cuando descubrió que no tenía más municiones para el rifle, que ahora era un simple trozo de metal sin mucha utilidad. Ya se había deshecho de su otro rifle antes, pero éste debía conservarlo. Como última opción aún podía dar golpes a diestra y siniestra con él. En el cinto aún tenía una pistola pero no estaba seguro de cuántas balas había dentro ni de cuántos zombis había en aquel lugar. Metió la mano en un bolsillo y sintió algo, un objeto del tamaño de una fruta. Tal vez aún había tiempo para alguna idea muy ingeniosa.
No obstante, en su correteo de un lado al otro, había perdido el sentido de la orientación y no tenía idea de hacia donde se encontraba la salida. Quizá si se aventuraba lo suficiente podría correr nuevamente y buscarla, pero no estaba seguro de cuánto tiempo le llevaría. Sin contar su falta de armamento y el cansancio. Enfrentarse solo contra tantos zombis no era sencillo.
Miró su reloj. Si continuaba dentro del lugar sólo retrasaría a sus compañeros, quienes estaban fuera esperándole. De nada habría servido quedarse como distractor. Sostenía con fuerza el radio en la mano izquierda y la pistola en la derecha, se encontraba pensando en la mejor solución para el problema, cuando de un rincón oscuro, un zombi del tamaño de un niño saltó sobre él. Soltando una maldición, Pedro le disparó entre los ojos.
*
Itzel se mordió el labio inferior y caminó de un lado al otro, mirando el edificio a ratos. En el garaje sólo habían encontrado a unos hombres agonizantes, infectados, y había sido Gregorio quien, sin pensarlos, terminó con sus vidas mientras aún conservaban su humanidad. Después de eso, Martín sacó el vehículo del edificio, recorriendo unos veinte metros hasta la salida. Todavía un par de minutos atrás había escuchado disparos, pero eran cada vez más esporádicos y lo único que Pedro había respondido por radio no ayudaba demasiado para controlar sus nervios.
Miguel le puso la mano en el hombro. Ella se sobresaltó; volteó y al notar la presencia del peruano intentó sonreírle pero sólo pudo esbozar una mueca extraña. Volvió a morderse el labio.
-Debemos irnos -dijo Efraín después de unos segundos. Todo se quedó en silencio.
Itzel apretó los puños.
-Yo me quedo -murmuró.
-Nos vamos todos -replicó Efraín-. Pedro sabía que no tenía posibilidades de ganar, no podemos...
La bofetada de Itzel le hizo ladear el rostro. Cuando Efraín levantó la mirada, se encontró con los ojos marrones de Itzel, brillando de ira. Era la primera vez en todo ese tiempo en la que la chica mostraba tan poco autocontrol. En su mano el machete desenfundado brillaba peligrosamente.
Blanca se acercó a ella pero cuando intentó tocarla, Itzel la apartó con una mirada.
-Váyanse ustedes -repitió-, yo me quedo. No me iré sin mi hermano.
-Itzel, sé razonable -dijo Efraín mirándole con seriedad y con preocupación mezcladas-. Si nos quedamos aquí por más tiempo, de nada servirá lo que tu hermano está haciendo.
-No estoy diciendo que se queden conmigo -insistió ella.
-Si se me permite opinar -intervino Martín-, me parece que debemos esperar sólo un par de minutos más. Es lo menos que podemos hacer por él.
Efraín suspiró.
-Dos minutos.
Itzel asintió. Y justo en ese momento el radio emitió la interferencia, la chica se acercó a Miguel y le arrebató el objeto.
-¿Pedro? -preguntó-. ¡Pedro, respóndeme!
-¿Qué onda? -dijo el mexicano. Itzel respiró con alivio-. ¿Ya están en el carro?
-Sí, pero te estamos esperando. No nos vamos a ir sin ti. Cuando pases por donde estaban los carros, encontrarás las llaves en una camioneta y la puerta abierta, aún estamos a unos cien metros de la entrada.
Silencio. Interferencia. Más silencio.
-¿Pedro?
-Voy a tardarme más.
Itzel frunció el ceño. A su alrededor, los demás se miraron entre sí.
-¿Cuánto tiempo? -preguntó la chica mirando a Efraín, quien asintió.
-No lo sé -respondió Pedro-. Algu... tos... Pero no pued... xactamente... tos.
-Pedro, te estoy perdiendo la señal.
-... se.
-Pedro, repite eso. No te copio bien.
-Váyanse.
-No -gimió ella-. No pienso irme sin ti.
-Siempre has sido bien pinche necia -se quejó su hermano-. Escúchenme bien, cabrones, más les ...le que se largue... aquí. Váyanse a toda velo… dad, sin mirar atrás. Ya veré la ma... de salir. Aún tengo u... bajo la manga per... do retenerlos ...edes.
-¡Pedro!
-Flaca, ¿cuándo… roto… promesas?
-¿Pedro? ¡Pedro, respóndeme!
No hubo respuesta.
*
Pedro dejó caer el radio junto a él. Mantener la voz en un tono constante durante esos segundos le había agotado demasiado. Se rió con ironía y miró su brazo izquierdo. El pequeño zombi hijo de puta le había dado una buena mordida antes de que le volara la cabeza con la pistola. La herida sangraba y dolía demasiado, quemaba como si le estuvieran clavando algo al rojo vivo. Qué lástima que él no era inmune al virus como Gregorio. Y qué lástima que no viviría para ver el día en que la cura existiera. Pero su hermana sí y eso era lo importante.
Respiró profundo y cerró los ojos cuando sintió que estos comenzaban a arder. Qué patético debía verse, pensó, herido, derrotado y con lágrimas en los ojos. Así que así es como iba a terminar: siendo devorado por quién sabe cuántos zombis o convirtiéndose en uno de ellos. Años y años burlándose de la muerte, arrebatando vidas y sintiéndose invencible, ¿para qué? Definitivamente la vida te daba una patada en el culo cuando menos te lo esperabas.
Aun sintiendo el dolor punzante de su brazo, se puso de pie. Si podía alejarse un poco, atraer a los zombis a él para darles algo más de tiempo a los otros, estaría perfecto. Con esfuerzo, caminó por el pasillo, con los sentidos atentos a cualquier movimiento y sonido. Dio vuelta por un recodo, encontrándose con una larga ventana desde la cual alcanzó a ver que el polvo levantado por el vehículo al pasar comenzaba a disiparse. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que habló con ellos por última vez?
Miró su reloj, sorprendiéndose al notar que no habían pasado ni cinco minutos y él sentía que llevaba horas ahí dentro. Si los demás le habían hecho caso con lo de salir a toda velocidad, para ese momento los demás deberían estar a una distancia aceptable y ello les permitiría sobrevivir. Mataría a Martín si no era así. Se rió. Claro, como si lo pudiera matar. Mejor dicho: regresaría del más allá para hacerle la vida imposible. Eso sonaba mejor.
Escuchó el gemir de los zombis y se sobresaltó, llevándose la mano al cinto. Pero su pistola no le serviría de nada. Maldijo por lo bajo y siguió caminando, haciendo ruido adrede para llamar su atención. Abrió una puerta, mirando a su alrededor. Estaba en una especie de comedor de empleados, aún había platos servidos en la mesa y olía a algo echándose a perder. Entró y por un momento trastabilló, jadeando. Bajó su mano otra vez y buscó dentro de su ropa. Siempre llevaba un escapulario consigo, y aunque sabía que de existir el Cielo y el Infierno, él iría derechito al segundo, pensó que acordarse de las viejas clases de catecismo a las que lo mandó su abuelo de niño, vendría bien en aquel momento.
Entonces sintió el objeto que llevaba entre su ropa una vez más. Metió la mano hasta el fondo del bolsillo y sacó la granada. Aún había una última opción, pensó. Una que no era ni remotamente más favorable que morir devorado o convertirse en un zombi. Apretó los dientes con fuerza debido al dolor y alzo la mirada. Haciendo acopio de sus últimas fuerzas, caminó hasta la cocina, buscando la conexión de gas y sonriendo al dar con ella. Respiró profundo y usó su rifle para golpear un tubo por el que corría el gas, dejando que escapara.
Escuchó el gemir de los muertos vivientes y les miró. Ahora que ellos le habían localizado, caminaban con mayor velocidad y no faltaba mucho para que le saltaran encima. Los zombis estaban casi sobre él. Levantó la pistola y disparó una, dos, tres veces, derribando a dos de ellos. Se quedó sin balas, lanzó el arma. Tosió, el aire lleno con gas ya había entrado en sus pulmones.
-Vengan, putos -les sonrió y tosió una vez más-. Aquí hay humano fresco para todos.
Se llevó el seguro de la granada a la boca y lo jaló con los dientes, sin apartar la mirada del grupo de no-muertos. Sonrió como hacía mucho tiempo no lo hacía.
-Oye, flaca -murmuró para sí-, que conste que es la primera vez que rompo una promesa.
Mientras se alejaban en el auto a toda velocidad, los demás escucharon la detonación y recibieron el impacto de algún trozo de metal. El cristal trasero se agrietó sin llegar a romperse del todo.
Itzel no habló durante el resto del camino. Mantuvo la mirada fija en sus pies, con el machete entre las manos. Permaneció en shock por un buen rato, hasta que en algún momento de sus labios salió un gemido lastimero y Miguel la abrazó con fuerza. El resto permaneció mudo, respetando el momento de dolor de la chica mientras se alejaban. Martín apretó con fuerza el volante y pisó el acelerador, alejándose cada vez más del lugar que había visto los últimos momentos de Pedro.
Al cabo de unos minutos, pisó el freno con fuerza y maniobró para no golpear de frente con otro automóvil. Detuvo el auto por completo y suspiró. Del otro auto bajaron un par de personas y se acercaron rápidamente a ellos.
-Son conocidos -dijo por toda explicación al notar que, en el asiento del copiloto, Efraín se tensaba.
Bajó del automóvil, encontrándose con otros dos muchachos con quienes intercambió unos afectuosos saludos. Casi de inmediato llegaron otros autos, de ellos bajaron otras personas que se acercaron a los tres que recién se habían reunido. Dentro del vehículo, los demás sintieron el cansancio de la carrera contra los zombis. Escucharon que Blanca suspiraba y Luis Ángel se rió con nerviosismo. Incluso René y Gregorio se permitieron un momento de relajación, a pesar de no saber qué sucedería con ellos a partir de ese momento
Su objetivo había sido llegar hasta aquel lugar y lo consiguieron. Sólo Itzel no fue partícipe de la alegría general por haber llegado a su destino, con vida.
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Gracias por leer.