Personaje / Parejas: ArgChi (Argentina x Chile OC - Benjamín Alfaro - (C)
thomas_mckellen), Uruguay, Brasil, Paraguay.
Clasificación: +18. Sexo, sangre y rock n' roll (?)
Autores:
galatea_dnegro y
thomas_mckellen Advertencias: Ninguna esta vez.
Notas: Decidimos ponerle un cierre a esta historia. Muchas gracias por leerla y comentar! :D
Tabla
Cap. I: La búsqueda Cap. II: El encuentro Cap III - Parte I : La propuesta Cap III - Parte II: La propuesta Cap. IV: La insolencia Cap. V: El Pecado Cap. VI : La Gran Maquinaria Los días se sucedieron de una manera extraña. Benjamín encendió todas las noches la televisión, apenas levantado, para observar en la pantalla las anomalías que se apoderaron de la Tierra desde el día en que él se entregó sin dudas al abrazo de Martín: Tormentas furiosas, inexplicables temporadas de sol en el invierno europeo, apariciones increíbles, casi sacadas de cuentos de terror. Las criaturas salvajes, siempre escondidas en las sombras benevolentes de la noche, salieron a cometer sus atrocidades con absoluta impunidad y aterraron sin pudor a los humanos que se encontraron de pronto con una venda sobre los ojos, rasgada de golpe .
Se sintió cada día más dividido entre la felicidad y el dolor. Tenía la compañía perfecta de Martín, amoroso y dedicado, pero al mismo tiempo pensaba en su antigua misión, abandonada en un impulso de deseo. La situación se salía por completo de control y él no podía interferir más y pasaba sus días encerrado como una muñeca de aparador, alimentándose exclusivamente de Martín y de nada más.
Y cada noche transcurrió en esta tensión, una bomba a punto de explotar.
Había sido simplemente lo que parecía frente a los ojos del mundo nocturno: un capricho. Martín Hernández albergaba amor en su muerto corazón, pero ya no a la usanza humana, o con la piedad o ternura que podría imaginarse entre seres cálidos; fue casi como comprarse el ansiado juguete que esperó por muchísimos años. Y lentamente, esa realidad comenzó a ser más clara para el que alguna vez fue un cazador lleno de luz.
Aunque, a ojos del vástago, nada de malo había en los silencios o las miradas sigilosas ya puestas en la eternidad. Estaba feliz, había conseguido a quien quería para perpetuarlo a su lado hasta los días finales...
Días que estaban muy próximos, a decir verdad.
―¿Para qué te esfuerzas contemplando lo que ya no te incumbe, querido mío? ―El rubio pasó por detrás del sillón y apagó la televisión, mirándolo con una caricia suave bajo la barbilla ajena―. Vamos, estás muy pálido y debes alimentarte. Acabo de cenar para tí. ―Sonrió, con la maldad del caso.
Después de todo, ¿qué podían ofrecer los fatídicos humanos, hundidos en su inmortal patetismo? Muchos, seguramente, exageraban.
Al menos, fue lo que él quiso creer.
***
Anthelios.
Muchas veces alrededor del fuego, en casa, Daniel escuchó ese nombre bordado en los relatos de los ancianos sobre los últimos días. Eran advertencias sobre un futuro que los cachorros siempre vieron muy lejano y, por infinitas generaciones de lobos, Anthelios solamente fue un medio para infundir temor y arrebatar un gemido de miedo de las bocas de los garou. A veces, los lobos más fuertes y temerarios maldijeron sus lechos de agonía por arrebatarles la posibilidad de asistir a la gran batalla final y salvar a la Tierra, a su amada Gaia.
¿Cómo debería sentirse ahora? ¿Contento? ¿Honrado?
La verdad es que Daniel estaba muerto de miedo, aunque no había perdido una pizca de su característica fuerza para tolerar la adversidad.
Anthelios era el nombre de la gran estrella roja. La estrella roja que antes vivía en el mundo de los espíritus y que ahora estaba grande y soberbia en el cielo, como el gran ojo del mal. A los cachorros como él les enseñaron que cuando el Ojo de la Corrupción se abriera en el cielo, cerca de la amada Luna, ellos serían llamados a defender a la agónica Tierra y ninguno volvería de esa contienda final. Por eso le temieron los más inexpertos, por eso los más aguerridos maldijeron sus vidas perdidas en la espera de este momento.
Sus compañeros, sus hermanos de sangre, no comprendieron el miedo de Daniel porque no era miedo de pelear, era ese temor que engendraban los secretos: desde el día en que fue engañado en la ribera del estero no volvió a ver al cazador ni a su amigo de la infancia.
Su inquietud era que ellos hubieran prendido esta nefasta mecha de una forma misteriosa.
***
Los medios masivos de la humanidad no eran la única cosa que podía informar sobre los nuevos y extraños sucesos. No cuando uno contaba con la cantidad de ojos y bocas con las que Sebastián Artigas contaba en ese momento. En realidad, no Sebastián, sino más bien Belerath.
Pero nadie conocía ese nombre. No era necesario.
Sus súbditos debieron implorar mediante rituales su presencia, ofreciendo la sangre de sus mismas venas y bailando en círculos por horas. Cuando la criatura pudo manifestarse y abrió sus ojos negros dentro el cuerpo de una de sus esclavas, el primer gesto humano que provocó en su recipiente fue un gran fruncido en sus cejas.
<<¿Todavía no han regresado?>>
―Están ya de regreso, mi señor. ―Uno de los más veteranos, con la frente en el suelo, le hablaba sin mirar el cuerpo semidesnudo de la muchacha poseída en medio del círculo―. Creen haberlo visto y están buscando sus huellas intensamente. Se hace difícil, ―Levantó un poco sus ojos temerosos― el mundo ha comenzado a caer como vaticinaste desde siempre.
<> El demonio, con su voz lacónica y carrasposa, movía los labios dormidos. <>
Parecía ser la criatura oscura de siempre, pero en el fondo ocultaba un gran resquemor por aquel a quien había querido encontrar a tiempo. No sólo se dio cuenta de que reaccionó demasiado tarde para salvar a Luciano, sino que pronto también notó que el cazador había perdido sus huellas en los hilos del destino, convirtiéndose en parte de sus augurios.
‘Otra vez te burlas de nosotros, Padre. Siempre tirando de los hilos para que hagamos lo que quieres, viejo bastardo.’
Dios ya no estaba ahí, pero sí que sabía joderlos aún.
Encontrar a Luciano Da Silva fue cuestión de un par de noches más, ya que Martín había ganado lo que necesitaba y cumplió con su palabra, en parte. Lo había devuelto a la calle, cerca de donde vivía junto a su Amo. Aunque muerto, claro. Detalles.
Lo que sí fue complicado para todos los cultistas de Belerath fue contener su tristeza traducida en una ira que eclosionó dentro de los cerebros de los que fueron por Da Silva, y lo trajeron en aquella lastimosa condición a la que fue reducido por el vampiro. Cuando los pobres infelices cayeron muertos a los costados de Luciano, este los observó con la mirada perdida y se enfocó en la muchacha de ojos negros, que estiró sus brazos hacia él.
Oh...
Sus seguidores nunca supieron si las lágrimas en su rostro fueron las de la joven sintiendo el dolor de sostener al demonio, o la pena inherente de aquel.
***
Daniel no volvió a ver a Luciano. El final le importaba muy poco, comparado con la pérdida de su amigo. Empezó entonces a tratarlo como si estuviera muerto, con todo lo que eso conllevaba: lo lloraba en silencio y recordaba a veces sus bromas, la alegría que lo movía por dentro a pesar de su gran tristeza, esa pena que solamente él conocía y siempre guardó como un gran secreto.
Y cada vez que pudo visitó un parque de juegos perdido en la ciudad, una zona peligrosa a la cual nadie se acercaba. Se conocieron en ese preciso lugar de la forma más rara: Daniel, desorientado tras una cacería, perdió el rumbo y deambuló con miedo hasta llegar a ese sitio. Apenas era un cachorro, nervioso y dispuesto a morder a cualquiera con tal de defenderse, desconocía la ciudad, los autos le aterraban y entre ese espacio hostil y depravado, un niño con el pelo alborotado le acarició el hocico y se abrazó a su cuello con una sonrisa grande y tibia.
Fue el primer humano que lo tocó, que lo trató sin miedo; incluso, le dio un nombre ridículo que a Daniel siempre le molestó. No importaba.
<>
Se sentó en uno de los columpios con los ojos húmedos y la expresión desolada de quien lo ha perdido todo, sus pies calzados con unas sandalias sueltas, sus rodillas sucias de guerra, abandonado como un niño demasiado grande, demasiado solo.
Apenas a unos metros de distancia, Sebastián observaba. Acercarse significaba recibir una agresión segura, pero al final ¡qué importaba en tiempos turbulentos como estos! Allí donde la prudencia le dictaba cuidarse de estas mutaciones de la Creación con su filosofía de proteger al mundo de la destrucción con más destrucción, decidió finalmente optar por lo menos coherente en el mundo que ya se había vuelto loco... o pronto lo haría.
―Cachorro.
Daniel no necesitó voltear o escuchar algo más. El aire se pudrió de pronto bajo su olfato y su instinto. No tuvo la rapidez de volver a su forma original, más poderosa y mejor preparada y estuvo a punto de pasar por la umbra para recibir la bendición espiritual, sino fuera porque su corazón se detuvo.
―¿Luciano?
El muchacho estaba sentado en una banqueta oscura, a unos metros de él. Tenía los ojos vidriosos y miraba hacia un costado, emitiendo sonidos guturales que, el lobo juraba, eran de dolor o de cansancio. Cuando dio un paso más, gruñó mostrando su dentadura canina porque la sombra al lado del morocho se materializó, sentándose al lado de aquel.
No fue Da Silva quién lo había llamado.
―Tú... ―gruñó al ver la figura de Sebastián corporizado nuevamente en su forma masculina―, monstruo...
―Qué cariñoso e irónico ―respondió el interpelado con acidez, mirándolo con una expresión bastante extraña. Acarició los rizos de su amado a su lado, contemplándolo con tristeza y levantándole la barbilla levemente―.Si te callas te contaré por qué estamos aquí.
―¡No quiero oirte! ―Receló más, invocando a la luna que le permitiera cambiar― ¡¡Tú le hiciste esto!!
―Es ahí donde el dolor nos une, abominación ―le dijo el demonio, severo, poniéndose de pie―. Puedes matarme, pero primero me escucharás. El causante de este dolor en nuestro corazón no fui yo, sino un hijo de Caín.
Daniel se crispó más aún, pero no invocó nuevamente su Cambio.
―¿A qué te refieres?
―Que el que lo hizo fue un vampiro... otro monstruo, como nos llamas ―añadió con un tono bajo―; el mismo que se tragó en el vacío al cazador que había ido por él, ese mismo que te cruzaste esa noche lejana...
―¿¡Cómo es qu―!?
―Ustedes se niegan a pensar que estuvimos allí cuando el universo nació, pero es cierto. Sabemos muchas cosas y tenemos muchos oídos. ―No había soberbia en sus palabras; siquiera una intención de atacar. Parecía querer sólo decirle aquellas cosas―. El único motivo por el cual estoy aquí, dándote mi valioso tiempo, es porque sé lo mucho que te quiso Luciano. Y en algún lado de él, deseaba que viniera a contarte lo que sucedió.
―¿Acaso él... ?
―No. No puede volver ―sentenció y en sus ojos humanos apareció dolor―. Lo desearía como nadie, pero su alma esta hecha jirones. No es nada más que lo que ves, apenas pude rescatar algunas de sus memorias y una de ellas fue esta. Tú.
El jovencito quedó de pie, desconcertado, con el corazón hecho un nudo y además confundido.
―Ya lo ví así ―le confesó el hombre lobo, finalmente―, no necesitaba esto de nuevo. Si lo amaste, debiste matarlo y darle fin a esto que le hicieron
―No puedo.
Se armó un gran silencio.
―¿Cómo que no?
―No tengo la fuerza suficiente. Además, es como matar a un hijo de tu sangre. ¿Podrías?
―¡Yo no... !
―Estás habituado a las muertes brutales. Tienes cómo hacerlo; deja salir tu instinto y acaba con esto de una vez.
Lo miró seriamente.
>>Estoy ofreciéndotelo a cambio de una promesa.
―No prometeré nada a un demonio.
―Hazlo por Luciano, limpia su nombre y dale un final digno, coronado por la sangre de aquel que le hizo este mal. Solo así podrá descansar en paz. ―Algo en Daniel le primó a obedecer; un impulso que hizo temblar su cuerpo y le obligó a abrazarse para refrenar el Cambio ahora ya no a voluntad. Un llamado a cumplir su deber―. Si ustedes deben combatir esta guerra y le temes a ella, he aquí tu principio ―declaró solemnemente, poniéndose de pie― . Sólo empieza lo que debes acabar.
El aullido bañado en llanto de Daniel le anunció lo inevitable. Su forma humana mutó, creció, crió garras y dientes, convirtiéndose en una máquina de matar que cumplió su cometido demasiado pronto. En pocos pasos, gruñó y ofreció a Gaia en su lengua materna la labor de limpiar esas manchas en su sagrado vientre.
Las garras alcanzaron a Sebastián primero y a Luciano después; desgarrados hasta los huesos sin resistencia, ni un grito o quejido de dolor. Era lo que debía hacerse.
Desenfrenado por su rabia de lobo y su dolor humano mezclados, Daniel corrió hacia donde el olor de los huesos de su viejo amigo le marcaron con el aroma de su cautiverio con el vampiro. Lo que no supo es que con el tiempo, el demonio volvería apenas su cuerpo se recuperara del daño.
Y lo que tampoco pudo sospechar Daniel, el hombre lobo, fue que su ira, su sed de sangre y venganza, era el último signo que necesitaba el Apocalipsis para extender sus manos sobre el mundo.
Anthelios brilló más fuerte que nunca, en el cielo.