Muerte de Obispo Megapost: Los de la Tierra de la Luna.

Jul 29, 2012 17:55


Título:  Los de la Tierra de la Luna.
Personaje / Parejas: Martín Hernandez (Argentina) y Daniel de Irala (Paraguay)
Porque gente, hace falta más amor a la Yacyretá por acá (jasy retã= tierra de a luna)¡y en todos lados!
¿Vd que sí?
Por eso, si me dejan, comparto con ustedes los trabajos que he hecho sobre mis primos favoritos, ¿dale?
Advertencias: Alguna que otra palabrota, además de jergas paraguayas y argentinas.
Título: Miedo
Personaje / Parejas: Martín Hernandez / Daniel de Irala
Clasificación: K+ , Medio agridulce lento ;~;


A Martín no  le aterraban las películas de terror. Le eran una cagada, en general. Le era fácil adivinar el final, eran siempre asquerosamente sangrientos, y los veía más por morbo que para darse un buen susto.
Muy a diferencia de Daniel y Sebastián, que por muy duros que quieran hacerse y por muy poco que lo quieran admitir, bastaba una escena chocante para hacerlos temblar como gelatina- quizás por eso Sebastián educadamente rechazó el participar de ese Viernes de Película entre Primos, una vez se enteró de qué película verían, en un intento de mantener su orgullo.
Mas, Daniel era mucho más terco, y lo demostró cuando vino a su casa con su bolsa de pororó (que Martín corregiría, diciendo que es “pochoclo”, no “pororó”, y ellos discutirían un buen rato al respecto), a la hora indicada. Lo cual le era conveniente, porque a Martín le divertía mucho más ver la película con uno de sus primos, porque la forma en que reaccionaban era adorable.
Daniel no se inmutó durante los primeros treinta minutos, comiendo supororó- porque no pudieron ponerse de acuerdo, como si estuviese viendo el pronóstico del tiempo. Martín sonrió, sabía que eso no iba a durar mucho.
Y no lo hizo. Cuando el muñeco saltó al hombro de la mujer y la mordió en la cara, todo de repente, Martín miró de reojo a Daniel, para encontrarlo con la boca y los ojos abiertos, congelados, su mano con pochoclo cerca de la boca, tiesa.
-Dani- le llamó, abriendo un brazo, y ofreciéndole el pecho. - Vení-
Daniel le lanzó una mirada asesina.- Olúo, no soy ningún bebé’i, ¿sabés?-
-Pues parecés uno, che- Martín sonrió aún más al ver la cara de Daniel tensarse en rabia.
-Andáte a la mierda, kurepa- maldijo Daniel, y regresó su vista a la película.
Martín se alzó de hombros, pero siguió mirándolo. La cara que ponía su primo le era mucho más interesante que la película, de todas formas.
A la siguiente escena chocante, Daniel casi saltó de su silla, ahogando un gritito y abrazando su pote de palomitas al pecho.
-Vení acá, Daniel- le ofreció Martín una vez más.
-No- Daniel no despegó su vista del televisor- ya estoy grande para eso-
Con un suspiro, Martín decidió seguirle la corriente.- Ya sé que sos grande- le dijo, y Daniel lo miró, curioso. Martín aprovechó para lanzarle un pucherito.- pero dame el gusto, che, que ya estoy viejo-
Al oír eso último, Daniel pilló que el argentino le estaba haciendo teatro, mas le sonrió.- Última vez- le dijo, aceptando el abrazo de su primo y recostándose en su pecho - y no le digas a nadie o feró zape te voy a dar-
-Claaaro- rió Martín bajito, acariciando la cabeza de su primo.
Daniel miraba la tele en silencio, pero lucía más ausente. -Nde -le dijo a su primo.- tu corazón está re tranquilo, ¿a vos no te da miedo?-
Martín volvió a reír, dándole unas palmadas en la cabeza.- Obvio, ¡A mí no me da miedo nada!-
-¡Bola!-
-¡Enserio!-
Daniel le iba a responder, pero un grito vino del televisor que lo tensó enseguida, presionándose un poco más contra el cuerpo de su primo mayor. Martín le trató de calmar, acariciándole nuevamente la cabeza. Sólo que esta vez, bajó un poquito más, hasta la nuca, donde el cabello terminaba, y comenzaba la primera cicatriz: un bultito fino, largo y suave.
¿Cuánto habrá tardado en sanar?
Martín tragó saliva.
Por supuesto que Martín tenía miedo. Pero de otras cosas.
-¿Viste que sos bola?- Daniel rió contra su pecho.- Tu corazón está latiendo re fuerte ahora, mentiroso-.

Título: Todo es culpa de Sebastián
Personaje / Parejas: Martín Hernandez y Daniel de Irala, menciones de Sebastián.
Clasificación: K+ , humor!


-Eso no se hace, señorito-
-¿A quién mierda le decís “señorito”, vos?-
- A vos, señorito-
Martín le lanzó una mirada furibunda, y alejó su mano, que sostenía un pedazo de pan, de la cacerola.- Sólo quería probar un poquito, para ver si estaba bien-
-Yo sé que está bien, - contestó Daniel, alejándose del lavaplatos y acercándose hacia su primo- Yo estoy cocinando-
Martín suspiró, su única excusa para meterle mano a la comida antes de que llegase Sebastián había fallado. Y su estómago ya le rugía, y sabía que la comida estaba lista- las salsas, al menos. El fideo Daniel lo pondría cuando Sebastián llegase- total hervirlos tomaba sólo unos minutos, porque no quería terminar de cocinar y dejar que la comida se enfríe mientras esperaban al uruguayo.
Y Dios, el olor de la salsa roja lo tentaba tanto. Y el Daniel que no le dejaba probar un poco, como si mojar un poquito de pan en la salsa iría a arruinar el almuerzo.
Y el cuerpo suyo que ya le dolía del hambre.
Todo era culpa de Sebastián, quien justo hoy tuvo su junta en el trabajo, que encima se tuvo prolongar por uno que otro asunto,  y cuando al fin salió se quedó estancado en el tráfico.
El paraguayo se ajustó el delantal, que tenía escrito “Te quiero, Che Papito” en crochet,  que le hizo su mamá, secó su cucharón, y lo golpeó contra la palma de su mano.-Dale, abríte de mi cocina-
-No quiero- Martín miró la cacerola nuevamente.- Che, -empezó- te vas a mandar otra tanda después de este, ¿verdad?-
Daniel separó su vista de la salsa de leche que estaba terminando, para mirar a Martín, los ojos y la boca abierta. -Me estás farreando- dijo con hilo de voz.
-Hablo enserio- le respondió el rubio, restándole importancia al tono de voz de su primo.- Esto sólo no va a bastar, ¡es re poco!-
Hubo un silencio tenso, en el que ambos se sostuvieron la mirada, en una pulseada bien pareja. Daniel parpadeó, y luego habló, bajito, despacito, y se las manejó, aún así, para sonar amenazante.- O te abrís de me cocina, o te echo a patadas-
El argentino sonrió, confiado.- Te quiero ver -
Daniel frunció el seño, su voz sonando mucho más firme esta vez-Te estás por quedar sin viro, por rompebola-
Y eso definitivamente funcionó para que Martín saliese de la cocina al instante.
Entró a la sala, refunfuñando, que también era el comedor. Grande y espaciosa, con paredes de un blanco opaco, con una que otra foto en blanco y negro colgada, y piso de ladrillejo prensado- porque de esas que cuando uno limpiaba su casa, tal y como lo había visto antes, simplemente pasa la manguera por todo el lugar, tira jabón y cepilla el piso con la escoba antes de repasar (lo cual parecía bastante mucho trabajo para quien no gusta mucho de limpiar, y hasta daba ganas de preguntarle por qué no le ponía la misma dedicación al resto de los quehaceres del hogar), y el piso queda limpio y frío, y el fresco se le pega a todo el ambiente, por lo que Martín se sobó los brazos para darse un poco de tibieza, una vez que dejó el calor de la cocina y entró a la sala. No había televisor (“Se descompuso otra vez” fue la excusa de Daniel), el ventilador del techo era embarazosamente viejo- y era de pura suerte que aún funcionaba sin caérsele encima a nadie.
Sólo tenía la música que sonaba desde la radio, que era al menos no tan vieja como el ventilador, para distraerlo de su tortuoso sufrir.  Y era polka en guaraní, que no entendía un huevo.
La recontra que te parió, Sebastián.
Él, que nunca llegaba tarde, justo hoy que Daniel ofreció una tarallinada en la casa. Justo hoy, Sebastián.
Se recostó en el sofá- que encima de viejo, olía a maquillaje de abuelita, dios mío, Daniel,  y alzó los pies con zapatos y todo. Qué le importaba ensuciar, el Daniel se lo merecía por amenazarle el dejarle sin un segundo plato- or tercer… o cuarto, porque la salsa enserio olía muy rico.
Y luego abrió la boca, y empezó a quejarse, porque era lo único que le quedaba por hacer. Porque no puede ser que ni el más tranquilo de sus primos, que también es el menor, no le tenga paciencia. Porque tenía hambre. Porque el todo es culpa de Sebastián. Porque Daniel no puede ser tan maleducado como para hablarle así a las visitas. Porque hace hambre, che. Porque bien podrían haber pasado la tarallinada al fin de semana y todo tranquilo, pero Sebas propuso el viernes, porque lo mejor es comer rico y casero los viernes, sobre todos después de la semana tan pesada que estaba teniendo en el trabajo. Porque Daniel se le derritió todito en lástima, y dijo que sí. Porque fue dos contra uno. Porque ellos ya estaban grandes para caer en el viejo truco de que por ser el mayor, la opinión de Martín valía por cuatro. Bueno, Daniel aún podría haber caído, de no ser por Sebastián, que le explicó que era mentira. Porque enserio todo es culpa de Sebastián. Porque nadie me quiere, todos me odian, voy a comer un gusanito- y hablando de morfar, ¡qué hambre de mierda, Dios mí-
-¡Dios mío, Martín!-
Y el rubio, sin levantarse del sofá,  giró su cabeza hacia la entrada de la cocina, donde oyó a su primo.-¿No podes pio paras con eso? Aunque sea un rato na, che ra’a-
-Tengo hambre- fue su respuesta, y un gemido cansado vino nuevamente de la cocina.
No pasó mucho antes de que Daniel entrase a la sala con algo en manos. Y Martín reconoció exactamente qué era y se sentó en el sofá, sonriente. Una mano tenía un pedazo de pan bañado en salsa roja, y la otra estaba abierta bajo la que sostenía el manjar, para evitar que se derrame.
-Abrí la boca, dale-
Y el argentino obedeció, abriendo la boca y dejando que Daniel introduzca parte del pan en ella, hasta que él mordió el pedazo y sintió la salsa derramarse por sus labios y mentón. Pronto tuvo la otra mano de Daniel bajo su mentón, impidiendo que la salsa llegue más lejos.
Estaba riquísima, algo agridulce y picante, como le gustaba- pero obvio, si él fue quien enseñó a su primito a cocinar, o eso se había convencido desde siempre.
-¿Ya estás feliz?- preguntó el paraguayo, comiendo el resto de pan con salsa que sobró.
-No, si aún tengo hambre- Martín le sonrió nuevamente.- ¿Y no dijiste que eso era de mala educación?-
-A veces debo sacrificar mis modales por vos, hincha- Daniel le sonrió un poquito, pasando su pulgar por debajo del labio inferior de su primo, limpiando la salsa que quedaba.- Basti llamó, y ya está por llegar, voy a poner los fideos. ¿Me ayudas a recalentar las salsas?-
El rubio se levantó, animado.-¿Puedo meterle más pan?-
-No- Daniel le fusiló con la mirada, mas se suavizó enseguida.- Pero podes lamer la cucharona al final-
-Hecho-
Y Martín, alegre, siguió a su primo en la cocina.
Igual, ya que comieron tarde “por culpa del Sebastián”, de castigo (o más bien por berrinche argentino) el uruguayo estuvo a cargo de lavar los platos- lo cual seguía siendo una mejor opción que dejarle sin comer, como fue la idea inicial de Martín.

Título: Besos
Personaje / Parejas: Martín Hernandez  y Daniel de Irala
Clasificación: K+ , fluffy


-¿Te parece simpático, imbécil?- preguntó Martín, molesto.
-Nop. Nahániri. Nop. Nop- Daniel se atragantó y tapó su boca para ahogar su risa.
Martín bufó y se sobó el chichón en su sien.- Te odio muchísimo ahora, boludo-
-Mentira- le sonrió el paraguayo.- además fue sin querer-
-¿“Sin querer”? ¿El codazo que me diste para que no te saque el control de la tele fue sin querer?- el rubio le habría alzado la única ceja que sabía levantar, si el chichón no estuviese justo sobre ella… y doliese como la madre.
-Juro- Daniel besó su puño- fue pura inercia-
-¡Andááá!- Martín le empujó un hombro.- no quiero saber nada de vos ahora-
-pero-
-calláte un rato, ¡la puta!-
Y Daniel se calló. No por obedecer al argentino, porque eso nunca haría, sino porque halló una mejor manera de disculparse. Se sentó al lado de Martín en el sofá, donde el rubio seguía sobándose el chichón, y le dio un beso en la mejilla. Martín lo miró, y frunció los labios.- Un besito no te va a redimir, pelotudo-
-Eso ya lo sé, boludo- le respondió el moreno con una sonrisa.- por eso voy a besarte hasta que me sonrías-
Esa frase ya era suficiente para que Martín le quisiese sonreír. Más no lo hizo.
Porque quería esos besos.

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