Titulo: Envidia.
Personajes/Parejas: México y menciones de otro países
Rating: +16
Advertencia: Lenguaje vulgar, situación real (?) :3
Notas: Aquí presentando un nuevo drabble :'D fue algo que se me ocurrió y ps... aquí esta =D espero que les guste u_u y disculpen las molestías.
Envidia.
Se había despertado hacía horas, los sonidos eran atronadores en su casa. Un grito, un lamento o una suplica vaga se colaban por sus oídos, siempre de la misma forma lastimosa y escalofriante.
Debería estar acostumbrado, siempre era así…siempre había sido así. Primero las balas, después los llantos y por último el silencio.
El último siempre era el más terrible, le llenaba la cabeza de imágenes horribles y pensamientos deprimentes; para después llegar siempre a la misma conclusión: estaba totalmente solo.
No sabía cuando había empezado ni cuando se había vuelto importante, pero esa soledad le empezaba a asfixiar. El solo hecho de saber que no tenía a nadie a su lado que lo apoyará, aunque sea engañándolo o diciéndole que todo iba a pasar pronto, le daba nauseas.
-Mierda… -susurró para sí, mirando a su alrededor, todo estaba inundada por una penumbra absoluta, a tal grado que ni él mismo podía ver su cuerpo. Un miedo inexplicable empezó a llenarlo de cabeza a pies, haciéndolo temblar y sentir unas enormes ganas de llorar.
Se mordió los labios y aspiró hondo.
¿Para que llorar si no iba a servir de nada? No tenía caso comenzar a llorar por algo que ya no tenía remedio, por algo que sabía que estaba ahí y no había hecho nada por remediarlo. Apretó los labios y golpeó con su mano la cama con furia.
-Toda la culpa la tiene él… -susurró con furia, apretando las manos contra las cobijas.
Como siempre se negaba a aceptar que él también tenía culpa de lo que pasaba en su casa, siempre era más fácil echarle la culpa a los demás.
Escondió la cabeza en la almohada y dejó que su mente maquilará una y mil maneras de hacer sufrir aquel que le hacía sufrir a él.
-Siempre es igual…-susurró con voz quebrada, mientras se aferraba a la almohada.
Cerró los ojos reprimiendo las lágrimas, mientras pensaba en sus hermanos, en sus vecinos, en sus jefes y en su gente, sentía como un fuego abrazador y destructivo crecía en su interior.
Los odiaba.
Esa era la verdad, los odiaba. No era un odio fundado por sus acciones, al contrario, era totalmente irracional. Simplemente los odiaba porque eran mucho más felices que él…
O al menos en eso le gustaba pensar en esas circunstancias, siempre era agradable envidiar a la demás gente.
Por ejemplo, envidiaba a su rubio vecino. Era una potencia mundial, no tenía que preocuparse como lo veían los demás; ni siquiera tenía que preocuparse de ser reconocido.
Lo tenía todo.
Incluso se podía decir que tenia con quien pasar sus penas, o al menos el rumor de que estaba con el estirado de Inglaterra, eran bastante escuchados.
También odiaba al brasileño. Tenía buen físico, dinero y seguro compañía de sobra. No tenía que preocuparse por ocupar el primer puesto, aunque sea de Latinoamérica, porque ya lo tenía.
Él antiguamente había tenido ese nivel de poder, pero por alguna razón o muchas, ya no lo tenía. Y lo odiaba por quitarle ese poder imaginario que tenía, esa influencia que le hacía sentir mínimamente mejor a los demás países de América latina.
Odiaba de la misma manera a Argentina. Era demasiado odioso, atractivo, soberbio y en cierta manera valiente. Pero lo que más odiaba de él, era su seguridad en sí mismo. Siempre presumía que en su casa eran el granero del mundo, el de la mejor carne, el país que siempre mandaba a “la mierda” tanto como europeos, como norteamericanos poderosos y otros tantos atributos, que secretamente él deseaba.
-… -soltó un suspiro y puso la mano en su frente, repasando a todos los países que odiaba: Perú, Chile, Uruguay, Bolivia, Venezuela, Colombia... hasta que entonces término con el propio.
De pronto odiaba tanto todo lo que había en él y que decía amar.
Por un momento se le antojaba tan burdo todo. Era un país totalmente surrealista, donde había gente tan rica como un europeo y tan pobre como un africano. Todo el mundo veía con burla algunas de sus costumbres y tradiciones, como si lo hiciera para divertirlos. Siempre lo veían como un tonto…
-¿En qué mierda estaré fallando? -se preguntó a su mismo, mientras se ponía la cara en las manos, mientras sentía un camino de algo caliente escurriendo desde su nariz a su mentón. Sacó la cabeza un poco de la cobija y una tenue luz se empezaba a colar por las cortinas.
Cerró los ojos, por fin empezaba a salir el sol, por fin el martirio pasaba.
Se destapó apenas un poco y se pasó la mano por la nariz. Un rastro de sangre quedó en la palma de su mano y su rostro, mientras salía de la cama y se dirigía al baño.
Pronto sería hora de ir y saber cuantos habían muerto esta vez.
Debía fingir que no había escuchado nada y sonreír ante el mundo, para que todos creyeran en verdad, cuando les decía amigos o hermanos…