ai: día cuatro (ii)

Jan 09, 2012 19:57

Título: Turn around
Destinatario: zaida_weasley
Personajes/Parejas: Eduardo/Mark
Resumen: Si te caes por unas escaleras, te puede pasar cualquier cosa.
N/A: Querida amiga invisible, aunque los Mark/Eduardo no son lo mío y aunque no me haya adaptado del todo a tus peticiones (siento que no haya porno), espero que lo disfrutes. Título cutre donde los hayas. Referencias televisivas que se pueden tildar de propaganda. Los hechos aquí relatados son pura ficción, cualquier parecido con la realidad me acojonaría bastante. Cuidado con las escaleras.



Turn around
(every now and then I fall apart)

La gente no se da cuenta de lo peligrosas que son las escaleras. Las de caracol tan inclinadas que dan vértigo, las de bordes afilados, las recién fregadas que aumentan la posibilidad de que te resbales y que no tienen barandilla, incluso las enmoquetadas en tonos marrón abono.

Si te caes por unas escaleras, te puede pasar cualquier cosa. Deberías temer a las escaleras porque, o bien rezuman maldad, o el ser humano sólo está diseñado para vivir al nivel del suelo.

Sucede así:

Mark sube las escaleras de su casa con las pantuflas de tobillos descubiertos que se compró por Internet y que tienen dibujos de R2-D2. Lleva en las manos una impresora de última generación con escáner y un montón de chorradas tecnológicas que en fondo no necesita para nada. Y sujeta entre la mejilla y el hombro el teléfono por el que Dustin le está contando lo aburrida que le parece The Walking Dead, pero que sigue viendo para poder quejarse a gusto.

Es un error sin aparente importancia, llega al antepenúltimo escalón y pisa uno de los juguetes que su perro va dejando por todos los rincones de la casa. Y se resbala. Y el peso de la impresora lo empuja hacia atrás. Y la gravedad le hace caer rodando escaleras abajo.

Puede salir ileso, sin un rasguño. Puede acabar con contusiones y moratones, con un hueso roto, con varios huesos rotos, con fracturas craneales, con luxación de cadera, con amnesia retrógrada. Puede desnucarse y que su cuerpo quede mudo y retorcido en el suelo como último testimonio de que pasó por el mundo.

(Es una forma estúpida de morir, superada sólo por Plinio el Viejo, que decidió acercarse al Vesubio en erupción para estudiar el fenómeno de cerca a fondo.)

-

Es un cliché social tener alguna que otra recaída con tu ex. Eduardo y Christy tuvieron una, y nunca más. No llegaron a entenderse en la cama y el polvo fue una de esas experiencias sexuales bochornosas que prefieres achacar a un momento de locura transitoria.

Ahora que los dos viven en Singapur, se ven de vez en cuando y quedan para comer en restaurantes de comida occidental que les hagan creer que están un poco más cerca de casa. Ella chasquea mucho la lengua y él cuenta chistes malos sobre galletitas de la suerte y van cogidos de la mano a pasear por el Parque Merlion, para ver la inmensidad de la ciudad iluminada de noche y sentirse pequeños por dentro. Hay algo en esa melancolía que es adictiva.

Luego beben para demostrar que, en el fondo, les da igual.

Eduardo intenta no pensar en Mark. En que si fueran las 12 de la mañana y le llamase por teléfono (a cobro revertido, por joder) él estaría hecho un ovillo en su cama, y se despertaría de mala gana, desperezándose como un gato molesto por la interrupción de su sueño, y descolgaría con voz ronca y cansada. Es la magia de las zonas horarias. Y si fuera al contrario, y en Singapur ya fuera bien entrada la noche, él estaría comiendo un sándwich y chupándose los dedos porque ha echado, otra vez, demasiada mayonesa que se le escurriría por todas partes. Igual que en Harvard.

Sigue fracasando estrepitosamente en esa empresa, pero es fácil disimular y fingir que tiene éxito. Es fácil y no se plantea que en realidad no le ha olvidado y que le sigue queriendo por ningún motivo, o por alguno que ya ha olvidado, hasta que Christy le dice que está en coma.

- Bueno, a lo mejor en coma no, pero muy bien no está - rectifica nerviosa cuando a Eduardo se le cae la copa de vino al suelo -. Por lo que he oído, se cayó por las escaleras. Se ha roto una pierna, el fémur, la tibia y el peroné. Y tiene la cabeza partida en dos.

- ¿Por lo que has oído? - cada fibra de Eduardo tiembla, va a ponerse a hiperventilar en cualquier momento o a vomitar el bistec que tenía a medio comer.

- ¿Recuerdas a mi amiga Lea? Se lo contó Sean Parker, a quién también conoce, estaba muy afectado. Y ella me lo ha contado a mí esta mañana, por Skype. Va a ser verdad eso que dicen, que el karma es una zorra despiadada.

-

Le podría haber pasado cualquier cosa. Al final es un susto, un esguince de tobillo y tres costillas rotas.

La vida en el hospital es un infierno. Los médicos no paran de hacerle pruebas, análisis y radiografías para asegurarse de que está perfectamente y no se han pasado nada. Nadie quiere que Mark Zuckerberg se muera en su hospital. Le cuentan los leucocitos, le buscan tumores y analizan su orina. Gastan una cantidad obscena de dinero en pruebas, pero no importa mucho porque a Mark le sobra.

Chris, mostrando una faceta neurótica que Mark desconocía, ha ayudado a establecer ese clima de paranoia acosando y atosigando a los doctores, comprobando cada dos por tres que todo va divinamente con el aparato que monitoriza su corazón y que las vías que le han puesto por el cuerpo con sueros no se han desenganchado.

Dustin ha visto todos los episodios de Anatomía de Grey y Scrubs y cree que eso le da derecho a pasearse por el hospital como si fuera suyo. Se ha camelado a todas las enfermeras y los médicos le adoran porque no parece un desquiciado como Chris, y además se sabe todos los nombres de los pacientes de la plata de trauma y ha empezado una campaña para promover el visionado de Fringe.

- Una serie fantástica oigan, y no la nominan a los Globo de Oro. Twiteen JohnNoblesemereceunEmmy. No señora, estoy soltero y sin compromiso. Sí señora, me encantaría conocer a su nieta.

Como le han quitado el control de la morfina, Mark es incapaz de producirse una sobredosis. La cama es incómoda, el edificio entero huele a sudor y a coles de bruselas y cada día llegan visitas indeseadas y Mark no tiene nada con lo que atrancar la puerta. Al menos le permiten tener su ordenador y sigue trabajando en Facebook, de lo contrario ya habría saltado por una ventana en un intento de huida desesperada. Odia los hospitales casi tanto como odia la nueva película de Star Trekk.

- ¿Sabes qué? -le dice su hermana cuando le llama por teléfono - Es una suerte que tengas una habitación sólo para ti. Si tuvieras algún compañero ya te habría asesinado.

Mark se queja de todo, incluso de la comida que Dustin le trae de contrabando, porque la del hospital tiene una pinta sospechosa.

- Hoy toca italiano. Ya verás que raviolis de espinacas más ricos.

- ¿Es que no los había rellenos de otra cosa?

- ¡Necesitas hierro vale! ¡Tienes deficiencia! Por eso eres tan bajito y escuchimizado, ¡que lo he visto en tu historial clínico!

-

Funcionamos por impulsos, ¿quién medita realmente las cosas? Compramos por capricho, mentimos por inercia, besamos por instinto. El cerebro nos envía las órdenes sin que nos dé tiempo a que le planteemos que quizá eso no sea una buena idea. Eduardo se mueve por un impulso y no es muy consciente de que ha cogido un avión y cruzado el Pacífico hasta que el sol de California le pica en el cuello.

Eduardo es una buena persona. Eduardo nunca le ha deseado ningún mal a nadie, y mucho menos a Mark, ni siquiera cuando llevaba el 0,03 % como un estigma reciente en la piel.

Apenas se han visto en cuatro años, en las juntas o en las fiestas a las que tenía que acudir obligatoriamente, mantenía la vista fijada en cualquier punto que no estuviera cerca de Mark, dándole siempre la espalda. Y aún así, si hay una mínima posibilidad de que esté roto o enfermo, Eduardo cruza el Pacífico. Lo hubiera cruzado nadando.

Estaba enfadado. Tan enfadado que no recordaba haber sentido otra cosa. Y estuvo arrastrando el rencor y el odio durante mucho tiempo, como ocupas, como un lastre que le machacaba la espalda. Estuvo yendo a acupuntura y a un masajista porque no podía con el dolor que cargaba sobre los hombros.

Una mañana ya no estaban, se habían marchado por la puerta de atrás sin despedirse y sin dar la nueva dirección. Eso no significa que Mark no le duela, pero no está enfadado, ya no.

No estamos hechos para odiar. Puede parecerlo, pones la televisión, abres el periódico, hay gente que hace cosas horribles, hay guerras que parece que no van a acabar nunca. No estamos hechos para ello, te consume, te destroza, la vida tiene cosas realmente buenas para malgastarla odiando.

Es tu vida, puedes ser quién tú quieras, y Eduardo puede hacerlo mejor que ser miserable el resto de sus días.

Y a Eduardo siempre se le ha dado mucho mejor querer.

Palo Alto resplandece, huele a barcos anclados y a microchips recalentados, y a ese olor característico de sal y arena que acompaña a todas las ciudades costeras. Llama a Chris para preguntarle por Mark, pero este apenas le dice nada y le da la dirección del hospital. Más que andar hacia allí, se siente arrastrado. Coge un taxi, cuenta palmeras hasta que se marea de ellas. Sube las escaleras del hospital como un autómata.

Habitación 130. Está bien, pálido y más delgado de lo que recordaba y con el pelo más largo y enredado, sin peinar. Tiene una pierna vendada y lleva una bata blanca que le daría un aire angelical y sereno si no estuviera discutiendo a gritos con Dustin.

- ¡Salía en Popeye!

- ¡Se equivocaron Dustin! ¡Las espinacas son ricas en proteínas, no en hierro!

- ¡ENTONCES MI INFANCIA ES UNA SUCIA MENTIRA!

Se queda en la puerta, aferrándose al marco, sin saber muy bien si entrar o salir corriendo. Está bien y completo y no se ha muerto de hambre ni ha intentado ahorcarse con las sábanas de la cama. Nunca ha sido bueno cuidándose a sí mismo, pero todos aprendemos. Ninguno se da cuenta de que está ahí hasta que Dustin desvía la mirada, y casi se le salen los ojos de las órbitas.

- ¿Wardo?

Mark gira la cabeza tan rápido que seguro que eso le causa una contractura. Y le mira, de arriba abajo, como si fuera una aparición, con la boca abierta.

- Escuché que había, habías, tenido un accidente -Eduardo carraspea, nervioso, no se ha preparado ningún discurso y tendrá el traje todo arrugado y suicio, eso no aumenta su confianza - y, bueno, ¿cómo, cómo está?

Mark no dice una palabra y sólo le sigue taladrando con la mirada, como si todavía no se creyese que esté ahí. No parece darse cuenta de que ha volcado el plato con la pasta y la salsa bolognesa se está derramando por todo el suelo.

Como Mark no contesta y Eduardo no añade nada más, buscando en silencio por toda la habitación muestras de que Mark pueda estar más grave de lo que parece, el bendito Dustin toma el control.

- ¡Oh Dios mío! Ven aquí que te abrace, joder, ¿estás más alto? - Dustin le abraza tan fuerte que Eduardo cree perder centímetros de cintura - El paciente, aquí presente, está más sano que una manzana, pero hemos aprovechamos para hacerle un chequeo completo. Chris quería que le sacaran también el apéndice, ya sabes, por si un caso…

- Uhm vale, me voy entonces.

Es difícil desprenderse de Dustin, y apartar sus ojos de Mark, que está a punto de decir algo. Le ve articular las palabras en su boca, pero se marcha antes de saber qué es lo que quiere decir.

Premio a la retirada más patética que ha hecho en su vida.

-

Tenían un pacto tácito. Tú no me molestas, yo no te molesto. No nos miramos mal, ni nos acosamos verbalmente, y nos mantenemos a distancia considerable y no hay campo de batalla porque todo es zona neutra. Sabe que lo ha roto presentándose así, pillándole desprevenido y con la guardia baja. Espera que no lo interprete de manera equivocada. (Como una bandera blanca, una ofrenda de paz, un acto de debilidad del bando enemigo).

Aunque ni él mismo sabe cómo interpretarlo.

Detrás del impulso, Eduardo coge el avión porque quiso su fiereza y su confianza y la desapasionada mirada que le dedicaba a todo el mundo, menos a él, incluso quiso con locura las cosas malas (la ambición, la altanería, y esa admiración mezclada con envidia que Mark le tenía y que captaba por el rabillo del ojo).

Vuelve porque pensó que tal vez… tal vez podría necesitarle. Sin embargo, y siendo realistas, han pasado 4 años, probablemente ya no le necesite, ni le eche de menos.

Se registra en el primer hotel que encuentra adecuado (y cuyo principal y único requisito es estar a una gran distancia del hospital y de Mark). El jet lag le tiene mareado y se pasa el resto del día y la noche dormitando o escuchando a Bonnie Tyler en la radio o viendo Grease. No sabría decir muy bien en qué orden.

Sabe que soñó que conocía a Sandy.

- No cambies por ese gilipollas.

- Así pasa siempre ¿no? Los chicos malos nos arrastran con ellos.

Entonces Zuko vino y se la llevó con él, los dos de cuero negro y con cigarros en la boca. Pero Eduardo se quedó sólo.

Amanece y la ducha y los huevos revueltos le devuelven la cordura y empieza a preguntarse por qué coño vino en primer lugar. Hay verdades que no está dispuesto (preparado) para admitir.

-

Cuando abre la puerta, maleta en la mano, Mark está en el rellano, a punto de llamar.

Eduardo tiene un microsegundo de pánico.

- ¿Qué haces aquí? ¿Te has escapado del hospital?

- Me han dado el alta esta mañana - frunce el ceño al ver la pequeña maleta que Eduardo lleva consigo - ¿Ya te vas?

Eduardo ni se molesta en contestar ni en seguir la conversación preguntándole cómo sabía en qué hotel se alojaba. Ni quiere sorprenderse en lo bien que sienta volver a hablar con él, en lo fácil que lo podrían hacer. Quiere salir de la habitación pero Mark le bloquea el camino.

- Espera.

- Tengo prisa.

Está más fuerte, Mark mira a ambos lados del pasillo y luego le coge de los hombros y le empuja dentro de la habitación. Eduardo trastabillea y está a punto de caerse al suelo. ¿Qué se pensaba? Tanto esfuerzo, tanto tiempo invertido en huir y alejarse y dejar que la distancia borrase su rastro. Y ahora vuelve y Mark es todo meteoritos de fuego y azufre que asfixian. Y se convierte por él en una estatua de sal.

- ¿Qué coño quieres Mark? - No lo dice con furia, sólo cansado.

- ¿Por qué has venido?

Mark y sus preguntas directas y sin rodeos. Mark entrando sin ser invitado, invadiendo su espacio personal sin dejarle sitio para retroceder.

- Pasaba por aquí y me dije ¿eh, por qué no saludar?

(Pero no puedes jugar a los sarcasmos con Mark, es mejor que tú)

No le satisface la respuesta, se queda ahí delante de él, mirándole, taladrándole la cabeza. Puedo ver a través de ti.

- ¿Cómo sabías que había tenido un accidente?

- Rumores, las desgracias ajenas vuelan. Aunque me habían dicho que te ibas a quedar cojo de por vida.

- ¿Estabas preocupado?

Eduardo suelta una risotada que le suena convincente, pero Mark no se deja y se acerca más a él.

- ¿Por qué no te quedas? - lo dice en voz alta y clara, y mirándole directamente a los ojos, en ningún momento le ha quitado los ojos de ecima, joder, azules y azules y en los que podrías hacer submarinismo. Hay arrecifes y fosas ahí dentro.

- ¡Crees que las cosas son así de fáciles! ¿Qué puedes pedirme eso y que haga borrón y cuenta nueva?

- ¿Y cómo son?

Le tiene muy cerca, comparten el aire durante un segundo. Eduardo siempre ha tenido una fijación por sus labios. Está demasiado cerca. Eduardo no sabe las veces que ha soñado con momentos como este, y con las cosas que nunca hizo.

Se da la vuelta.

- Yo voy a volver a Singapur y tú te quedarás aquí y nos seguiremos tratando con la cortés indiferencia que hemos mantenido hasta ahora. Así son las cosas.

No le ve, pero Mark se habrá enfadado y estará apretando los puños. Le conoce. Lo siguiente lo grita.

- ¡No soy mala persona! Pero no me arrepiento de lo que hice, porque te llamé, te pedí que vinieras y no lo hiciste. Y estoy aquí, pidiéndote que te quedes, y te estás negando.
>> Y te echo de menos.
>>¡No es eso suficiente!

Puede volverse, y ver que es mentira, que no está allí, o que está pero que sus ojos no dicen nada. Puede volverse y que la ilusión se evapore, como se evaporó Eurídice antes de que Orfeo pudiera tocarla, sólo por darse la vuelta. Puede volverse y que sea real y suficiente para perdonárselo todo.

Espera, con la vista fijada en la pared, hasta que el orgullo puede a Mark, que se marcha cerrando la habitación de un portazo, perdiéndose para siempre. Allá van las segundas oportunidades a las que nunca les dimos un intento.

Eduardo no sabría decir si eso es un alivio.

-

Tres meses después y sin prestar atención por ir leyendo las evoluciones del índice Nikkei en el periódico, Eduardo se cae por las escaleras de su oficina.

Diagnóstico: un hombro dislocado y tres puntos en la cabeza.

Se despierta en el hospital por el sonido de los anuncios en chino de megafonía y la risa histérica de una mujer que supone que será Christy. Del negro de los ojos cerrados pasa al blanco cegador y aséptico del techo de la habitación. Tiene la boca pastosa y la lengua hinchada, y le sabe un poco a sangre. Apenas siente el brazo derecho y le parece que una flecha le ha atravesado la cabeza, nota el dolor punzante y frío de una incisión por encima de su oreja.

Intenta enfocar la mirada.

Hay alguien sentado a su lado. No es su padre. No es su madre. No es su secretaria.

Mark tiene unas ojeras enormes bajo los ojos y la ropa arrugada y sudada, con aspecto de haber dormido debajo de un puente. Da un respingo cuando ve a Eduardo abrir los ojos y se incorpora hacia él.

Eduardo intenta hablar, decir algo, lo que sea.

- Accidentes por escaleras, más comunes de lo que uno cree.

- ¿Sigo teniendo todas las partes de mi cuerpo?

- Todo está bien.

Y es suficiente.
Título: Turn around
Destinatario: zaida_weasley
Personajes/Parejas: Eduardo/Mark
Resumen: Si te caes por unas escaleras, te puede pasar cualquier cosa.
N/A: Querida amiga invisible, aunque los Mark/Eduardo no son lo mío y aunque no me haya adaptado del todo a tus peticiones (siento que no haya porno), espero que lo disfrutes. Título cutre donde los hayas. Referencias televisivas que se pueden tildar de propaganda. Los hechos aquí relatados son pura ficción, cualquier parecido con la realidad me acojonaría bastante. Cuidado con las escaleras.

Turn around
(every now and then I fall apart)

La gente no se da cuenta de lo peligrosas que son las escaleras. Las de caracol tan inclinadas que dan vértigo, las de bordes afilados, las recién fregadas que aumentan la posibilidad de que te resbales y que no tienen barandilla, incluso las enmoquetadas en tonos marrón abono.

Si te caes por unas escaleras, te puede pasar cualquier cosa. Deberías temer a las escaleras porque, o bien rezuman maldad, o el ser humano sólo está diseñado para vivir al nivel del suelo.

Sucede así:

Mark sube las escaleras de su casa con las pantuflas de tobillos descubiertos que se compró por Internet y que tienen dibujos de R2-D2. Lleva en las manos una impresora de última generación con escáner y un montón de chorradas tecnológicas que en fondo no necesita para nada. Y sujeta entre la mejilla y el hombro el teléfono por el que Dustin le está contando lo aburrida que le parece The Walking Dead, pero que sigue viendo para poder quejarse a gusto.

Es un error sin aparente importancia, llega al antepenúltimo escalón y pisa uno de los juguetes que su perro va dejando por todos los rincones de la casa. Y se resbala. Y el peso de la impresora lo empuja hacia atrás. Y la gravedad le hace caer rodando escaleras abajo.

Puede salir ileso, sin un rasguño. Puede acabar con contusiones y moratones, con un hueso roto, con varios huesos rotos, con fracturas craneales, con luxación de cadera, con amnesia retrógrada. Puede desnucarse y que su cuerpo quede mudo y retorcido en el suelo como último testimonio de que pasó por el mundo.

(Es una forma estúpida de morir, superada sólo por Plinio el Viejo, que decidió acercarse al Vesubio en erupción para estudiar el fenómeno de cerca a fondo.)

-

Es un cliché social tener alguna que otra recaída con tu ex. Eduardo y Christy tuvieron una, y nunca más. No llegaron a entenderse en la cama y el polvo fue una de esas experiencias sexuales bochornosas que prefieres achacar a un momento de locura transitoria.

Ahora que los dos viven en Singapur, se ven de vez en cuando y quedan para comer en restaurantes de comida occidental que les hagan creer que están un poco más cerca de casa. Ella chasquea mucho la lengua y él cuenta chistes malos sobre galletitas de la suerte y van cogidos de la mano a pasear por el Parque Merlion, para ver la inmensidad de la ciudad iluminada de noche y sentirse pequeños por dentro. Hay algo en esa melancolía que es adictiva.

Luego beben para demostrar que, en el fondo, les da igual.

Eduardo intenta no pensar en Mark. En que si fueran las 12 de la mañana y le llamase por teléfono (a cobro revertido, por joder) él estaría hecho un ovillo en su cama, y se despertaría de mala gana, desperezándose como un gato molesto por la interrupción de su sueño, y descolgaría con voz ronca y cansada. Es la magia de las zonas horarias. Y si fuera al contrario, y en Singapur ya fuera bien entrada la noche, él estaría comiendo un sándwich y chupándose los dedos porque ha echado, otra vez, demasiada mayonesa que se le escurriría por todas partes. Igual que en Harvard.

Sigue fracasando estrepitosamente en esa empresa, pero es fácil disimular y fingir que tiene éxito. Es fácil y no se plantea que en realidad no le ha olvidado y que le sigue queriendo por ningún motivo, o por alguno que ya ha olvidado, hasta que Christy le dice que está en coma.

- Bueno, a lo mejor en coma no, pero muy bien no está - rectifica nerviosa cuando a Eduardo se le cae la copa de vino al suelo -. Por lo que he oído, se cayó por las escaleras. Se ha roto una pierna, el fémur, la tibia y el peroné. Y tiene la cabeza partida en dos.

- ¿Por lo que has oído? - cada fibra de Eduardo tiembla, va a ponerse a hiperventilar en cualquier momento o a vomitar el bistec que tenía a medio comer.

- ¿Recuerdas a mi amiga Lea? Se lo contó Sean Parker, a quién también conoce, estaba muy afectado. Y ella me lo ha contado a mí esta mañana, por Skype. Va a ser verdad eso que dicen, que el karma es una zorra despiadada.

-

Le podría haber pasado cualquier cosa. Al final es un susto, un esguince de tobillo y tres costillas rotas.

La vida en el hospital es un infierno. Los médicos no paran de hacerle pruebas, análisis y radiografías para asegurarse de que está perfectamente y no se han pasado nada. Nadie quiere que Mark Zuckerberg se muera en su hospital. Le cuentan los leucocitos, le buscan tumores y analizan su orina. Gastan una cantidad obscena de dinero en pruebas, pero no importa mucho porque a Mark le sobra.

Chris, mostrando una faceta neurótica que Mark desconocía, ha ayudado a establecer ese clima de paranoia acosando y atosigando a los doctores, comprobando cada dos por tres que todo va divinamente con el aparato que monitoriza su corazón y que las vías que le han puesto por el cuerpo con sueros no se han desenganchado.

Dustin ha visto todos los episodios de Anatomía de Grey y Scrubs y cree que eso le da derecho a pasearse por el hospital como si fuera suyo. Se ha camelado a todas las enfermeras y los médicos le adoran porque no parece un desquiciado como Chris, y además se sabe todos los nombres de los pacientes de la plata de trauma y ha empezado una campaña para promover el visionado de Fringe.

- Una serie fantástica oigan, y no la nominan a los Globo de Oro. Twiteen JohnNoblesemereceunEmmy. No señora, estoy soltero y sin compromiso. Sí señora, me encantaría conocer a su nieta.

Como le han quitado el control de la morfina, Mark es incapaz de producirse una sobredosis. La cama es incómoda, el edificio entero huele a sudor y a coles de bruselas y cada día llegan visitas indeseadas y Mark no tiene nada con lo que atrancar la puerta. Al menos le permiten tener su ordenador y sigue trabajando en Facebook, de lo contrario ya habría saltado por una ventana en un intento de huida desesperada. Odia los hospitales casi tanto como odia la nueva película de Star Trekk.

- ¿Sabes qué? -le dice su hermana cuando le llama por teléfono - Es una suerte que tengas una habitación sólo para ti. Si tuvieras algún compañero ya te habría asesinado.

Mark se queja de todo, incluso de la comida que Dustin le trae de contrabando, porque la del hospital tiene una pinta sospechosa.

- Hoy toca italiano. Ya verás que raviolis de espinacas más ricos.

- ¿Es que no los había rellenos de otra cosa?

- ¡Necesitas hierro vale! ¡Tienes deficiencia! Por eso eres tan bajito y escuchimizado, ¡que lo he visto en tu historial clínico!

-

Funcionamos por impulsos, ¿quién medita realmente las cosas? Compramos por capricho, mentimos por inercia, besamos por instinto. El cerebro nos envía las órdenes sin que nos dé tiempo a que le planteemos que quizá eso no sea una buena idea. Eduardo se mueve por un impulso y no es muy consciente de que ha cogido un avión y cruzado el Pacífico hasta que el sol de California le pica en el cuello.

Eduardo es una buena persona. Eduardo nunca le ha deseado ningún mal a nadie, y mucho menos a Mark, ni siquiera cuando llevaba el 0,03 % como un estigma reciente en la piel.

Apenas se han visto en cuatro años, en las juntas o en las fiestas a las que tenía que acudir obligatoriamente, mantenía la vista fijada en cualquier punto que no estuviera cerca de Mark, dándole siempre la espalda. Y aún así, si hay una mínima posibilidad de que esté roto o enfermo, Eduardo cruza el Pacífico. Lo hubiera cruzado nadando.

Estaba enfadado. Tan enfadado que no recordaba haber sentido otra cosa. Y estuvo arrastrando el rencor y el odio durante mucho tiempo, como ocupas, como un lastre que le machacaba la espalda. Estuvo yendo a acupuntura y a un masajista porque no podía con el dolor que cargaba sobre los hombros.

Una mañana ya no estaban, se habían marchado por la puerta de atrás sin despedirse y sin dar la nueva dirección. Eso no significa que Mark no le duela, pero no está enfadado, ya no.

No estamos hechos para odiar. Puede parecerlo, pones la televisión, abres el periódico, hay gente que hace cosas horribles, hay guerras que parece que no van a acabar nunca. No estamos hechos para ello, te consume, te destroza, la vida tiene cosas realmente buenas para malgastarla odiando.

Es tu vida, puedes ser quién tú quieras, y Eduardo puede hacerlo mejor que ser miserable el resto de sus días.

Y a Eduardo siempre se le ha dado mucho mejor querer.

Palo Alto resplandece, huele a barcos anclados y a microchips recalentados, y a ese olor característico de sal y arena que acompaña a todas las ciudades costeras. Llama a Chris para preguntarle por Mark, pero este apenas le dice nada y le da la dirección del hospital. Más que andar hacia allí, se siente arrastrado. Coge un taxi, cuenta palmeras hasta que se marea de ellas. Sube las escaleras del hospital como un autómata.

Habitación 130. Está bien, pálido y más delgado de lo que recordaba y con el pelo más largo y enredado, sin peinar. Tiene una pierna vendada y lleva una bata blanca que le daría un aire angelical y sereno si no estuviera discutiendo a gritos con Dustin.

- ¡Salía en Popeye!

- ¡Se equivocaron Dustin! ¡Las espinacas son ricas en proteínas, no en hierro!

- ¡ENTONCES MI INFANCIA ES UNA SUCIA MENTIRA!

Se queda en la puerta, aferrándose al marco, sin saber muy bien si entrar o salir corriendo. Está bien y completo y no se ha muerto de hambre ni ha intentado ahorcarse con las sábanas de la cama. Nunca ha sido bueno cuidándose a sí mismo, pero todos aprendemos. Ninguno se da cuenta de que está ahí hasta que Dustin desvía la mirada, y casi se le salen los ojos de las órbitas.

- ¿Wardo?

Mark gira la cabeza tan rápido que seguro que eso le causa una contractura. Y le mira, de arriba abajo, como si fuera una aparición, con la boca abierta.

- Escuché que había, habías, tenido un accidente -Eduardo carraspea, nervioso, no se ha preparado ningún discurso y tendrá el traje todo arrugado y suicio, eso no aumenta su confianza - y, bueno, ¿cómo, cómo está?

Mark no dice una palabra y sólo le sigue taladrando con la mirada, como si todavía no se creyese que esté ahí. No parece darse cuenta de que ha volcado el plato con la pasta y la salsa bolognesa se está derramando por todo el suelo.

Como Mark no contesta y Eduardo no añade nada más, buscando en silencio por toda la habitación muestras de que Mark pueda estar más grave de lo que parece, el bendito Dustin toma el control.

- ¡Oh Dios mío! Ven aquí que te abrace, joder, ¿estás más alto? - Dustin le abraza tan fuerte que Eduardo cree perder centímetros de cintura - El paciente, aquí presente, está más sano que una manzana, pero hemos aprovechamos para hacerle un chequeo completo. Chris quería que le sacaran también el apéndice, ya sabes, por si un caso…

- Uhm vale, me voy entonces.

Es difícil desprenderse de Dustin, y apartar sus ojos de Mark, que está a punto de decir algo. Le ve articular las palabras en su boca, pero se marcha antes de saber qué es lo que quiere decir.

Premio a la retirada más patética que ha hecho en su vida.

-

Tenían un pacto tácito. Tú no me molestas, yo no te molesto. No nos miramos mal, ni nos acosamos verbalmente, y nos mantenemos a distancia considerable y no hay campo de batalla porque todo es zona neutra. Sabe que lo ha roto presentándose así, pillándole desprevenido y con la guardia baja. Espera que no lo interprete de manera equivocada. (Como una bandera blanca, una ofrenda de paz, un acto de debilidad del bando enemigo).

Aunque ni él mismo sabe cómo interpretarlo.

Detrás del impulso, Eduardo coge el avión porque quiso su fiereza y su confianza y la desapasionada mirada que le dedicaba a todo el mundo, menos a él, incluso quiso con locura las cosas malas (la ambición, la altanería, y esa admiración mezclada con envidia que Mark le tenía y que captaba por el rabillo del ojo).

Vuelve porque pensó que tal vez… tal vez podría necesitarle. Sin embargo, y siendo realistas, han pasado 4 años, probablemente ya no le necesite, ni le eche de menos.

Se registra en el primer hotel que encuentra adecuado (y cuyo principal y único requisito es estar a una gran distancia del hospital y de Mark). El jet lag le tiene mareado y se pasa el resto del día y la noche dormitando o escuchando a Bonnie Tyler en la radio o viendo Grease. No sabría decir muy bien en qué orden.

Sabe que soñó que conocía a Sandy.

- No cambies por ese gilipollas.

- Así pasa siempre ¿no? Los chicos malos nos arrastran con ellos.

Entonces Zuko vino y se la llevó con él, los dos de cuero negro y con cigarros en la boca. Pero Eduardo se quedó sólo.

Amanece y la ducha y los huevos revueltos le devuelven la cordura y empieza a preguntarse por qué coño vino en primer lugar. Hay verdades que no está dispuesto (preparado) para admitir.

-

Cuando abre la puerta, maleta en la mano, Mark está en el rellano, a punto de llamar.

Eduardo tiene un microsegundo de pánico.

- ¿Qué haces aquí? ¿Te has escapado del hospital?

- Me han dado el alta esta mañana - frunce el ceño al ver la pequeña maleta que Eduardo lleva consigo - ¿Ya te vas?

Eduardo ni se molesta en contestar ni en seguir la conversación preguntándole cómo sabía en qué hotel se alojaba. Ni quiere sorprenderse en lo bien que sienta volver a hablar con él, en lo fácil que lo podrían hacer. Quiere salir de la habitación pero Mark le bloquea el camino.

- Espera.

- Tengo prisa.

Está más fuerte, Mark mira a ambos lados del pasillo y luego le coge de los hombros y le empuja dentro de la habitación. Eduardo trastabillea y está a punto de caerse al suelo. ¿Qué se pensaba? Tanto esfuerzo, tanto tiempo invertido en huir y alejarse y dejar que la distancia borrase su rastro. Y ahora vuelve y Mark es todo meteoritos de fuego y azufre que asfixian. Y se convierte por él en una estatua de sal.

- ¿Qué coño quieres Mark? - No lo dice con furia, sólo cansado.

- ¿Por qué has venido?

Mark y sus preguntas directas y sin rodeos. Mark entrando sin ser invitado, invadiendo su espacio personal sin dejarle sitio para retroceder.

- Pasaba por aquí y me dije ¿eh, por qué no saludar?

(Pero no puedes jugar a los sarcasmos con Mark, es mejor que tú)

No le satisface la respuesta, se queda ahí delante de él, mirándole, taladrándole la cabeza. Puedo ver a través de ti.

- ¿Cómo sabías que había tenido un accidente?

- Rumores, las desgracias ajenas vuelan. Aunque me habían dicho que te ibas a quedar cojo de por vida.

- ¿Estabas preocupado?

Eduardo suelta una risotada que le suena convincente, pero Mark no se deja y se acerca más a él.

- ¿Por qué no te quedas? - lo dice en voz alta y clara, y mirándole directamente a los ojos, en ningún momento le ha quitado los ojos de ecima, joder, azules y azules y en los que podrías hacer submarinismo. Hay arrecifes y fosas ahí dentro.

- ¡Crees que las cosas son así de fáciles! ¿Qué puedes pedirme eso y que haga borrón y cuenta nueva?

- ¿Y cómo son?

Le tiene muy cerca, comparten el aire durante un segundo. Eduardo siempre ha tenido una fijación por sus labios. Está demasiado cerca. Eduardo no sabe las veces que ha soñado con momentos como este, y con las cosas que nunca hizo.

Se da la vuelta.

- Yo voy a volver a Singapur y tú te quedarás aquí y nos seguiremos tratando con la cortés indiferencia que hemos mantenido hasta ahora. Así son las cosas.

No le ve, pero Mark se habrá enfadado y estará apretando los puños. Le conoce. Lo siguiente lo grita.

- ¡No soy mala persona! Pero no me arrepiento de lo que hice, porque te llamé, te pedí que vinieras y no lo hiciste. Y estoy aquí, pidiéndote que te quedes, y te estás negando.
>> Y te echo de menos.
>>¡No es eso suficiente!

Puede volverse, y ver que es mentira, que no está allí, o que está pero que sus ojos no dicen nada. Puede volverse y que la ilusión se evapore, como se evaporó Eurídice antes de que Orfeo pudiera tocarla, sólo por darse la vuelta. Puede volverse y que sea real y suficiente para perdonárselo todo.

Espera, con la vista fijada en la pared, hasta que el orgullo puede a Mark, que se marcha cerrando la habitación de un portazo, perdiéndose para siempre. Allá van las segundas oportunidades a las que nunca les dimos un intento.

Eduardo no sabría decir si eso es un alivio.

-

Tres meses después y sin prestar atención por ir leyendo las evoluciones del índice Nikkei en el periódico, Eduardo se cae por las escaleras de su oficina.

Diagnóstico: un hombro dislocado y tres puntos en la cabeza.

Se despierta en el hospital por el sonido de los anuncios en chino de megafonía y la risa histérica de una mujer que supone que será Christy. Del negro de los ojos cerrados pasa al blanco cegador y aséptico del techo de la habitación. Tiene la boca pastosa y la lengua hinchada, y le sabe un poco a sangre. Apenas siente el brazo derecho y le parece que una flecha le ha atravesado la cabeza, nota el dolor punzante y frío de una incisión por encima de su oreja.

Intenta enfocar la mirada.

Hay alguien sentado a su lado. No es su padre. No es su madre. No es su secretaria.

Mark tiene unas ojeras enormes bajo los ojos y la ropa arrugada y sudada, con aspecto de haber dormido debajo de un puente. Da un respingo cuando ve a Eduardo abrir los ojos y se incorpora hacia él.

Eduardo intenta hablar, decir algo, lo que sea.

- Accidentes por escaleras, más comunes de lo que uno cree.

- ¿Sigo teniendo todas las partes de mi cuerpo?

- Todo está bien.

Y es suficiente.

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