Para:
candyskAutor:
cloe2gsTítulo: Cuando nadie la ve
Personajes/Parejas: Morgana. Apariciones de Gwen y Arthur.
Advertencias: Pre-serie
Disclaimer: Nada me pertenece… todo lo hago sin ánimo de lucro…
Palabras: Según el Word 1808
Resumen: Morgana es la perfecta doncella, la que siempre sabe cómo actuar, la educada, la hermosa muchacha que encandila hombres a su paso… Pero no es solo eso, es mucho mas y, a veces, cuando nadie la ve se escabulle para ser ella misma.
Notas: Espero que te guste mi regalo Amiga Invisible, reconozco que en escasa experiencia con el fandom nunca se me habría ocurrido escribir sobre Morgana, considero que es un personaje muy complejo y me daba un poco de miedo. Espero no haberla destrozado mucho y que te guste el regalo.
Morgana tenía diez años cuando llego a Camelot y desde entonces ese castillo, esa ciudad, esos bosques… son todo lo que conoce. No quiere más, no lo necesita. Camelot se ha convertido en su hogar y le quedan pocos recuerdos de haber vivido en algún otro lugar. Sabe que lo hizo, que su padre y su madre vivían en un hermoso castillo, que jugaba a ser el escudero de su padre, que su madre le colocaba coronas de flores en el pelo durante la primavera, que el pelo de ella era oscuro como el suyo y que las manos de él corregían su postura cuando ella empuñaba su espada de madera. A parte de eso no recuerdo mucho más de su vida antes de Camelot, de que el rey Uther la llevara sobre su caballo al que sería su nuevo hogar.
De entre todos los lugares del reino, su favorito es un claro del bosque escondido entre los árboles y de difícil acceso, el sol lo calienta entre las copas de los árboles y el lago no está a más de un par de metros. Es su lugar secreto. Su refugio. Allí no es Lady Morgana, ni la protegida de Uther, no es la hija del valiente Sir Galois, ni el vivo retrato de su madre. Allí solo es Morgana. La joven de quince años que una vez jugó con espadas de madera y con ellas había derrotado al prometedor príncipe Arthur, allí es chica que se tumba y observa las formas de las nubes, las que sueña despierta con las historias de los grandes amores que cantan los juglares, allí no tiene que ser siempre perfecta porque cuando está en ese claro, nadie espera nada de ella.
―Mi señora, ¿no cree que deberíamos volver ya?
Gwen la mira sentada sobre una roca, abrazándose las rodillas y esperando a que su señora le dé un gesto afirmativo para poder empezar a recoger las cosas que han traído. Morgana, sin embargo, no parece que la haya escuchado, y Gwen no repite su pregunta. Se guarda el suspiro de cansancio que quiere salir de su boca y ve a la otra joven moverse de un lado para otro, girando sobre si misma, haciendo arcos con la espada que lleva en la mano, dando estocadas a enemigos invisibles y forzando defensas para un ataque que solo ocurre en su mente.
Esta sudando por el calor y todo el ejercicio que está haciendo, sus músculos se sienten cansados y le dan pinchazos de dolor, no debería forzarse tanto, hasta quedar casi exhausta; pero lo hace. Se mueve, gira y ataca. Se mueve, esquiva y defiende. Una y otra vez, una y otra vez. Repite los movimientos que le ha visto a Arthur hacer desde su ventana, los movimientos que Sir Leon le enseña con paciencia, los que le harán ser un gran guerrero y algún día un gran rey; mientras que ella aprende a coser y zurcir, porque es algo que una dama de alta cuna debe saber hacer, aunque luego las criadas lo vayan a hacer por ella.
Da un giro y sus pies tropiezan tirándola al suelo. Gwen corre hacia ella preocupada de que se haya hecho daño y se arrodilla a su lado.
―¿Mi señora? ¿Estáis bien?
Morgana tiene la respiración entrecortada y no se siente capaz de forma una frase que tenga sentido; peor tiene que tranquilizar a Gwen para evitar que esta entre en pánico y corra hacia el castillo en busca de ayuda. Ya ha ocurrido y no fue bonito cuando Uther se entero, se paso dos semanas en su cuarto sin poder salir. Con esfuerzo abre los ojos y hace un amago de sonrisa, que parece tranquilizar a la otra.
―Creo que ya habéis entrenado lo suficiente por hoy ―comenta la criada poniéndose en pie.
Morgana gira la cabeza para mirarla durante unos segundos y luego vuelve a fijarla en el cielo, en las nubes que se mueven despacio por entre las copas de los arboles, y los cierra soltando un largo suspiro.
―Voy a quedarme un poco más, Gwen.
―¿Mi Lady?
―Vuelve al castillo. Seguro que tienes tareas que hacer. Yo volveré en un par de horas.
―Sabéis que no puedo dejaros aquí sola.
―Te lo ordeno, Gwen. Vuelve al castillo.
La otra quiere discutir con ella, decirle que no va a dejarla sola en un bosque que podría estar lleno de bandidos; pero no lo hace, porque la otra es su ama y ella sólo una criada. Además, si les encontraran esos bandidos ella no sería de gran ayuda, no se engaña pensando lo contrario. Tal vez sea mejor que se marche, si ocurre algo, si alguien ataca a Morgana, sabe que esta sabrá defenderse y que de estar ella allí solo sería un estorbo.
―Como queráis.
Morgana no abre los ojos mientras oye el roce de las telas al rozar unas con otras o el sonido del metal cuando Gwen mete los platos en la cesta que han traído para su almuerzo. Los abre justo a tiempo para verla marchar, apenas unos segundos antes de que se escabulla entre los árboles en dirección al sendero más cercano. Con cansancio se incorpora hasta quedar sentada y con lentitud se quita la cota de malla por la cabeza hasta dejarla caer a su lado. Se pasa la mano por la cara con cansancio retirándose los mechones que habían escapado del moño que Gwen le hizo horas antes. Esta tan cansada que no solo mantenerse en esa posición ya le está pareciendo un suplicio; en parte por eso le pidió a la otra que se marchara, no le gusta mostrar debilidad ante nadie, y el sentir que no puede mover ni un musculo entra dentro de esa categoría. Coge una bocanada profunda de aire y lo suelta poco a poco, lo hace una, dos y hasta tres veces antes de ponerse en pie. Mueve la cabeza formando círculos para destensar el cuello mientras se desabrocha la tira que sujeta sus pantalones y se deshace de sus botas a punta pies. Se quita las botas justo ahí. Los pantalones un par de pasos más adelante mientras camina hacia el lago. Los calcetines un poco más adelante. Y la camisa es lo último, con el agua ya por las rodillas la lanza hacia la orilla del lago, con la precisión suficiente como para que caiga sobre una roca.
Morgana camina sobre las piedras del fondo, disfrutando de la sensación de la fría agua sobre la piel, mientras le relaja los músculos y hace que le duelan menos. Coge aire y se sumerge en el agua durante unos segundos, cuando sale a por mas aire se siente como si hubiera vuelto a nacer. Con un ágil movimiento de muñecas se quita los enganches del pelo deshaciendo el moño que lleva para entrenar y vuelve a coger aire para volver a sumergirse. Nada durante un buen rato, sintiéndose relajada y libre, hasta que ya no quiere nada más y simplemente se deja flotar en la quietud del lago, con el sol calentándole la cara.
Si Uther la viera pondría el grito en el cielo, preocupado de que se bañe desnuda en el lago, donde cualquiera podría verla y aprovecharse de ella. Morgana no puede evitar reír al imaginarse la regañina que le daría. Se lo imagina gritándola con los ojos desenfocados y agitando las manos sin parar, caminando de un lado a otro hasta terminar tirándose sobre el trono y ordenándola que se marchara a su habitación, amenazándola con no volver a dejarla salir de allí.
El tiempo parece pasar demasiado rápido. Antes de darse cuenta tiene los dedos de las manos y de los pies arrugados, señal de que debe salir ya y volver al castillo. Nada despacio hacia la orilla, donde se coloca rápidamente la camisa sobre la cabeza, dejando que le seque la piel cuando se le pega al cuerpo. Los calcetines, los pantalones, la cota de malla y las botas las lleva en la mano hasta la cesta que Gwen le ha dejado y de la que saca el vestido azul con el que salió del castillo. Por un segundo piensa en quedarse allí, sentada sobre la hierba hasta que se le seque la piel y el pelo; peor lo descarta en seguida. No sabe cuánto tiempo ha pasado desde que mando a la otra al castillo; pero si no se da prisa en volver sabe que la preocupara y le contara al rey donde está por si acaso le ha ocurrido algo.
Con el vestido ya puesto y la ropa de entrenamiento guardada y envolviendo su espada, Morgana emprende el camino de vuelta mientras se pasa los dedos por el pelo mojado como si fueran un peine, deshaciendo los nudos primero, y trenzándoselo después.
Camina tranquila por un atajo, no es el sendero oficial y no está marcado como un camino; pero Morgana sabe que es la manera más rápida de volver a Camelot. Balancea la cesta con cada paso y tararea una vieja canción que no sabe donde ha oído, aunque le gusta pensar que es un viejo recuerdo de su madre, que esta se la cantaba de niña. Es entonces cuando lo ve. Es un tenue matiz rojizo en el suelo, mezclado entre la maleza. De no haber agachado en ese momento la cabeza para esquivar una rama, lo más probable es que le hubiera pasado desapercibido; pero lo hizo, se agacho, y lo vio. Arrodilla junto al pequeño matojo no se imagina la suerte que tiene. Son fresas. Unas hermosas y grandes fresas. Morgana ríe al coger la primera de ellas y darle un mordisco. Es jugosa y le mancha los dedos; pero ella ríe mientras se pinta los labios con la otra mitad antes de comérsela y coger otra. Recuerda hacer esto de más pequeña, salir al bosque a coger fresas y pintarse los labios con ellas para poder jugar a que era una gran dama de la corte. Se enrollaba las sabanas o las cortinas alrededor del cuerpo como si fueran elegantes vestidos, fingía maquillarse con las fresas como había visto a su madre hacer con sus tinturas y luego bailaba por la habitación al ritmo de una música que solo estaba en su mente. A veces bailaba sola, otras obligaban a Arthur a bailar con ella; pero bailaba y bailaba hasta que no podía dar ni un paso más y acababa agotada sobre la alfombra.
―¿Morgana? ¿De dónde vienes?― le pregunta Arthur al verla atravesar la plaza camino al castillo.
―Estaba en el bosque ―responde ella deteniéndose en el primer escalón―. He encontrado fresas.
Arthur gime al oírla y Morgana sonríe imaginándose lo que está pensando.
―No pienso bailar ―le asegura tajantemente.
―Ya lo veremos ―responde ella sonriente y reanudando la marcha.
―¡Hablo en serio!
―Hasta luego, Arthur.