TÍTULO: Deseo y añoranza de cosas imposibles
AUTOR/A:
ladycid MITOLOGÍA PRINCIPAL: Grecorromana
PERSONAJES QUE INTERVIENEN: Zeus y Hera
CANTIDAD DE PALABRAS: 696 palabras
RATING: PG
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No había peor época que esta, decían todos los dioses. La era que estaba pasando era terrible para las antiguas divinidades. Ya no había prácticamente ningún seguidor de ellos y estaban pagando las consecuencias. Todos estaban perdiendo fuerzas, y había algunos que se resistían al cambio. Zeus estaba entre ellos.
Para el Padre de los dioses, verse disminuido en importancia era una desgracia. Maldecía a Teodosio, el emperador de Roma, por su desdicha, pero tal vez debió comprender que su caída había sido más bien culpa suya.
Ya habían pasado más de seis siglos y Zeus seguía sin aceptar alguna responsabilidad. En otros tiempos, su rayo atemorizaba. Ahora las gentes le tenían temor a Yavé, el dios de los judíos y a su hijo Jesucristo.
-¡Ya deja de quejarte, Zeus! Te adaptas o te adaptas, porque, como has visto, no eres el único en problemas aquí. ¡Todos perdimos creyentes!
-¡Pero, mira cómo está todo! Los humanos ya no nos temen. Escuchan las historias sobre nosotros y las toman como cuentos de niños. Ya no somos importantes- decía el dios con tono de niño berrinchudo. A Hera le daba risa ver como su esposo se comportaba. En ese caso, ella tenía más quejas que él, pero prefería no discutir. Había aprendido a no ser tan celosa, porque por lo que sabía, Zeus seguía siendo un seductor.
-Contigo no se puede hablar, Hera. Creo que extraño tus celos.
-Y yo amo mi tranquilidad. Anda… no vale la pena discutir sobre mi antigua fama. Es más, agradezco que nos vean como historias de niños. Me ha servido este olvido de la humanidad para liberarme de los celos.
A Zeus la sorprendió la declaración de su consorte. No podía creer que a su esposa le gustase el oscurantismo que todos los dioses estaban viviendo. ¿Acaso Hera no entendía que la pérdida de creyentes los estaba matando?
-Quita esa cara, Zeus. Lo que nos pasó ha sido culpa nuestra. En el fondo somos iguales a los humanos, solamente tenemos la inmortalidad, pero de resto, ¿qué poseemos? Las mismas cualidades que la inestable humanidad que tanto hemos criticado.
-¿Estás atreviéndote a compararnos con los mortales?- El Padre de los dioses no podía evitar sentir una ira inexplicable ante las palabras de su esposa. -Yo no me considero igual a esos inestables.
“Eres demasiado arrogante y ese podría ser tu peor error” La diosa del matrimonio no dijo nada de lo que pensó en ese instante. No encontraba manera de hacerle entender a su marido que ahora debían agradecer que algunos humanos tuvieran el valor de consagrarse a ellos.
-Tal vez la comparación no sea tan mala después de todo. Ni ellos ni nosotros somos perfectos. La mayoría de los mortales busca un modelo estable de virtud y parece que el Dios de Israel les da esa imagen. Nosotros fuimos la mayor parte de las veces, demasiado poco agradecidos con ellos. Sobre todo yo. Castigué a muchas mujeres por lo que tú hacías con ellas. Por eso ya es mejor para mí no ser celosa. No es que hayas dejado de importarme o yo haya dejado de quererte, pero ya estoy un tanto cansada de estar al pendiente de tus movimientos.
Si Zeus hubiera escuchado estas mismas palabras cuando los dioses eran todopoderosos, hubiese vuelto a castigar a Hera, pero para su desgracia, esta responsabilidad debía aceptarla. Hacía mucho que no le daba una palabra cariñosa y tenía alguna consideración con ella y si se ponía a pensarlo, si bien Hera no era la esposa perfecta, él tampoco había sido un buen marido.
-Creo, esposa mía, que tienes razón. Perdóname. Ahora valoraré a cada seguidor que tengamos. Debemos mejorar como dioses para merecerlos.
-Primer pensamiento sensato que tienes en más de cinco siglos- Dijo la diosa, sonriendo un poco. Zeus hizo cara de niño regañado, pero tenía que darle otra vez la razón a Hera.
-También mi matrimonio debe mejorar. Ahora más que nunca, los adeptos que nos quedan nos necesitan unidos. Te prometo que te seré…
Hera lo interrumpió con gesto y dijo: -No me hagas promesas, sólo quiéreme.
Zeus la abrazó, permitiéndose después de mucho tiempo, llevarse bien con su cónyuge.