-Vaya que eres un hueso duro de roer, Alcyone de Tauro… ¿por qué siempre tienes que permanecer con esa energía?
-¿Cuál, Samuel?
-Esa energía de enojo y tristeza. Caray, relájate un poco. De acuerdo, me merecí la paliza de hace tres meses, pero siempre estás triste, mujer.
Debía darle la razón a su amigo… la alta mujer siempre estaba triste. La razón principal era su rostro, ese que tuvo que cubrir para no causar miedo, vergüenza o lástima. Odiaba la lástima, sobre todo. En cuanto a su belleza, nunca la tuvo, en su opinión. Siempre había sido mirada como un fenómeno.
-Tienes razón en ambas cosas. Sí te mereciste la golpiza y te juro que si se repite lo que hiciste esa vez, es decir, darle salto y seña al enemigo encendiendo el cosmos poniéndonos a ambos al borde de una pelea en desventaja, te vuelvo a dar una paliza peor. Segundo, sí estoy triste. No creo que tener una cicatriz en mi cara y medir casi dos metros sean cosa de risa.
Samuel rio de buena gana y le dio un golpecito en el hombro -Ánimo, amiga. Ya verás que pronto encontrarás motivo para relajarte un poco. Por lo demás, avisa si ese tal Eleazar de Dragón Marino sigue rondando por aquí. Tengo un par de verdades que cantarle a ese bribón.
El cosmos tranquilo del sagitariano se alteró ligeramente al recordar a ese General Marino y si Alcyone hubiese podido mostrar su cara, Samuel hubiera visto una ceja alzada.
-No te preocupes. Yo misma me encargo de ello. Ese tipo es demasiado insistente, pero me las apaño.
Y ahora fue el turno del compañero de sorprenderse… ¿acaso había notado una chispa de humor? Eso era raro.
-¿Qué te sucede, Samuel? Pareciera como si hubieras visto un fantasma- para hacer la escena más extraña, Alcyone movía la palma de su mano delante de los ojos de Samuel que tenía la mirada ida.
-Nada, amiga mía. No pasa absolutamente nada. ¿Nos vamos? Tenemos una misión y no creo que al Patriarca le gusten los retrasos con los informes. Ixión puede tener un temperamento más amargo que el tuyo y eso es mucho decir.
La alta Santa se encogió de hombros y se encaminó al lugar de la misión, mientras Samuel la seguía. Alcyone sería un hueso duro de roer toda su vida, pero así la apreciaba. Además, sin esa seria mujer su vida sería aburrida a más no poder.
En cuanto a la Santa, agradecía que Samuel siguiese siendo el mismo desparpajado de siempre, aunque estaba advertido… y no creo que el Santo hubiera querido otra paliza como la del mes de junio.