Siempre le veo de espaldas, o en el coche, o a demasiada distancia para que no parezca todo muy forzado. No es justo, porque por lo menos nos merecemos eso, un qué es de tu vida, que te vaya bien, cuídate y esas chorradas innecesarias, pero que a veces hacen tanta falta. Nunca tuvimos eso, porque tengo tendencia a hacer chistes estúpidos cuando me pongo nerviosa, y soy demasiado cobarde para hablar en serio, y perdí la oportunidad. Hoy, en mi última visita a mi ciudad antes de mudarme, he vuelto a ver sus pintas de californiano-noventero-trasnochao, su mochila zarrapastrosa y su puta sonrisa perfecta, pero, una vez más, desde el coche.
Me parece muy triste que esta sea muy probablemente la última vez que le vea, y me pregunto qué hubiera pasado si se hubiera quedado, porque lo gracioso es que nunca pasó nada para nadie. Miradas, roces, palabras con doble (o triple) sentido, medias tintas, finales abiertos, no los soporto. Mi madre me preguntó una vez, después de cruzarnos, si teníamos un lío, y por un momento no supe que contestar, pero luego recordé que no teníamos nada, y esa certeza dolió como una aguja en el oído. Necesito a mi amiga La Neuras, que siempre da en el clavo en todo lo que dice, a lo mejor por eso se come tanto la cabeza, o viceversa, pero ella ya se ha ido, y estará volviendose más esquizoide que nunca ella sola en ese piso enorme sin tele ni radio ni ordenador ni nada.
Así que mientras me iba alejando, dejándole atrás a él, a mi cafeteria favorita, a la mujer del pelo fucsia que siempre me encuentro, al cine del queme echaron aquella vez por hacer el mono con unos amigos, he pensado que el domingo me voy, porque entre Ikea, contratos, papeles, matrículas y todo ese rollo, no me había parado a pensar que me queda menos de una semana en mi pueblo, y es irónico, porque llevo toda la vida deseando salir de este agujero, y ahora que me tengo que ir, me a pena dejarlo. No volveré a vivir con mis padres, que se quedan con el nido vacío los pobrecicos, ni a tumbarme con mis mejores amigas, las tres de siempre, en el césped del río después de los exámenes para decir burradas de los profesores, ni volveré a llamar ama de casa subnormal a un ama de casa subnormal que antes me había llamado rara de los huevos, ni seré objeto de los cotilleos de mis vecinas (bueno, eso a lo mejor sí), ni volveré a ser Cruella en la cabalgata, ni volveré a entrar a ese instituto donde no entraría otra vez en la vida.
En fin, que como Heidi, echaré de menos mis montañas.