Jun 03, 2006 00:03
Erase una vez un duende, uno como otro cualquiera, como esos que habitan
en casas abandonadas esperando a ser descubiertos. Vestia pantalones negros
y camiseta gris que relucía con la luz de las estrellas; de la espalda
le colgaba una capa escarlata, con la que le gustaba arroparse las frias
noches de invierno.
Llevaba una existencia tranquila y amenudo caminaba entre los humanos
sin que nadise se percatase de que estaba allí o que era realmente. Solo
algunas veces alguna persona se le quedaba mirando, como preguntandose
si realmente estaba viendo lo que sus ojos le mostraban o era algún tipo
de ilusión engañando sus sentidos. Era divertido ver como agitaban la
cabeza, confusos, haciendose creer que no habian visto más que imaginaciones.
En los dias de verano acostumbraba a salir a la hora del ocaso, cuando
el sol se despide del mundo incendiando el cielo con su explosión de
colores y la luna asoma timida por por el horizonte. Le encataba ese
momento y esperaba impaciente todo el día solo para verlo.
Noche tras noche se sentaba junto al mar para escuchar las historias
que las olas traian sobre sus blancas crestas. Luego la luna le contaba
historias de antaño hasta que las estrellas empezaban a desvanecerse,
cansadas, y el sol amenazaba con sus rayos prematuros.
Asi vivia el duende, feliz y despreocupado. Pero una buena noche,
mientras escribia unos versos a la luna un espiritu se le acercó y le
pregunto:
-¿Que escribes?
Sorprendido, el duende levantó la cabeza.
-Sentimiento- Respondió.
Le mostro entonces sus escritos y al mismo tiempo el espiritu dejó
su hueya en ellos. Hablaron y rieron, y el duende se sintió afortunado.
Volvieron a encontarse más veces y se alegraba de verla y escuchar
su voz. Hasta que una noche como otra cualquiera el esperitu le regaló
un beso y una sonrisa, algo mágico que tan solo después se daría cuenta de
su magnitud.
Al principio se sintió aturdido, desorientado, pero poco a poco
fue recordando como era sentirse así, algo que no sentía hace mucho tiempo.
Y se alegró de sentirlo. Ahora el duende espera cada noche con la esperanza
de volver a encontrarla y sentir otra vez el mágico regalo.