"Siete caminos circulares" - Inception

Oct 26, 2010 05:53

 Vamos por partes. Cómo aclaré antes, no tengo tiempo, pero es cuando una debería estar haciendo otra cosa que surge la inspiración e ignorar a la inspiración puede traer siete años de malos fics y diosmíonolopermita. Así que me aguanté la semana pasado, pero ahora vine a vengarme.

Este fic... bueno, a mi favor puedo decir que me aparecieron mil ideas buenísimas en la cabeza sobre Inception, pero como nunca me había atrevido a escribir de esto, pues me compliqué mil y terminé haciendo cualquier cosa. Siempre me cuestan los nuevos fandoms porque me empiezo a angustiar que estoy cambiando al personaje y sobre todo sobre una película, que no hay tanto material de los personajes como en una serie o libros. Así que de todas mis ideas buenas terminé enrollándome en mí misma y mordiéndome la cola y al final terminó en esto, que bien podían ser siete drabbles sin conexión, sólo que tenía tantas ideas de momentos tan diversos, que tuve que hacer esto. Aberración o no, es mi primera incursión en Inception y se me quedaron como cinco drabbles fuera que iban por el ámbito del angst (y mi vida real ya es miserable para hacer sufrir a personajes) así que los dejé para otra, así que están advertidos: I'll be back.

Fandom: Inception
Pairing: Arthur/Eames
Resumen: Eames y Arthur trabajan juntos. Básicamente eso y mucho blablabla.
Advertencias: No hay mucho diálogo, porque, no sé, no me salían. Así que mucho blablabla. 
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Siete caminos circulares

UNO
Es una extracción común como han tenido montones. Saito les ha seguido contratando, para trabajos mucho menores que el de Fischer claro está, y ellos han terminado por consolidarse como un equipo. Eso no quita que a Arthur le moleste que, mientras él está coordinando el despertar, una vez el nuevo extractor ha declarado que tienen toda la información por la que han ido, Eames esté al lado suyo, cruzado de piernas y con la apariencia de una esplendorosa rubia.

- ¿Y, qué tal, Arthur querido?- le dice con voz seductora, inclinándose hacia Arthur que no se molesta en mirarlo, aún cuando el escote del falsificador está vergonzosamente cerca. Está invadiendo su espacio y las palabras le rozan el rostro siendo cada sílaba un hálito de aliento tibio. Arthur sospecha que sus dientes están chirriando de tanto apretarlos, pero Eames tiene aspecto de estarse divirtiendo y no lo nota.

- Señor Eames, agradecería respetara mi metro cuadrado personal, si no fuera mucha molestia…

- Faltó la palabra mágica, Arthur.- La rubia ríe a carcajadas cuando Arthur gruñe a media voz, aún revisando frenéticamente los papeles que acaban de extraer y le guiña un ojo.- Cariño, tu síndrome pre menstrual crónico me preocupa un poco. Quizá te hace falta un buen polvo…

Arthur no le mira, pero saca el revólver del bolsillo interno de la chaqueta y le dispara entre los ojos con asombrosa precisión.

DOS

- Eames, ¿usted no vive en Mombasa?- le pregunta abruptamente Arthur, aún cuando sus ojos están fijos en el papeleo.

Eames deja de balancearse en la silla y permite que ésta se apoye en el suelo con un estrepitoso golpe, mientras parece sorprendido de que sea el otro quien inicie la conversación. Le observa con una sonrisa y Arthur lamenta haber hablado.

- Ya no, no me gusta estar lejos de ti, cariño.

Arthur no responde nada y piensa algo acerca de qué tiene que ver eso con andar por su departamento con la camisa desabrochada y un cigarro bailoteándole en los labios con frecuencia. No lo dice, porque prefiere no provocar la eterna labia de Eames y permanece leyendo el caso Richards en silencio. Eames tararea bastante mal un tema de Led Zeppelin y usa de batería la mesa, en cada mano un lápiz a modo de baquetas.

- Y, por casualidad, creo recordar que paga cada mes una habitación en un hotel de la ciudad.- apunta elevando una ceja, intentando dejar en claro su punto.

- Me halaga que estés tan al tanto de mis actividades, Arthur.- Eames se levanta y sale del campo visual de Arthur, quien hace un esfuerzo sobrehumano por no girarse a mirarle, a riesgo de contraer la peor tortícolis conocida, de tan rígida que es su postura para resistir la curiosidad de saber qué hace Eames a sus espaldas.- No sabía que te preocuparas tanto por mí, cariño.

Siente la respiración en la nuca antes de escucharle y es como si Eames estuviera tratando de aspirarle. Le siente olfatear justo ahí donde nace el cabello oscuro y Arthur reprime a tiempo un estremecimiento que amenaza con delatar su falsa tranquilidad. Eames habla y hay algo terriblemente molesto en su acento británico y su manera de alargar las sílabas de manera descuidada que a Arthur le da muchas ganas de corregir.

- Te ves estresado, Arthur.- le susurra sobre el oído y el sonido le humedece el lóbulo.- Luces como si tu paja mañanera no te estuviera sentando nada bien…

Eames no se aleja cuando el cañón de la pistola le apunta justo entre las cejas. Sonríe y acerca una mano hacia la cabellera perfectamente peinada de Arthur, en un intento de hundir sus dedos entre los cabellos oscuros. El otro le repele con un golpe y sus ojos oscuros se entrecierran con resentimiento.

Eames se encoge de hombros y guiñándole un ojo, se rasca la barriga mientras camina hacia la terraza.

TRES

- ¿Café?

No hay respuesta. Las teclas del laptop son presionadas con un poco más de fuerza.

- ¿Té? ¿Agua? ¿Cerveza?

- Señor Eames, ¿por qué sigue aquí?- pregunta Arthur, finalmente abandonando su trabajo. Tiene la corbata chueca, pero a Eames lo que realmente le altera es que la lleve puesta a pesar de que son las cuatro de la madrugada.

-Me gusta acompañarte, querido.- replica y sonríe de lado, mientras bebe la tercera cerveza de la noche. Quizá cuando Arthur aceptó su compañía esa noche, Eames creyó que no se refería realmente a una reunión de trabajo.

Para variar un poco la historia de su vida, Arthur no le responde y vuelve a prestarle toda su atención al informe del señor Mosby. Eames le sirve un vaso de whisky a pesar de todo y pasa el resto de la madrugada acompañando a Arthur y complementando con imaginación los planes perfectamente estructurados del otro.

Cuando ya ha empezado a clarear y los pájaros trinan sus primeros cantos, Arthur cabecea casi imperceptiblemente y Eames puede ver como sus párpados caen pesados a la espera de un sueño reparador. Eames le observa en silencio y suelta el informe que ha leído la última media hora y que le suena a blablabla y que gracias al whisky le resulta extrañamente irrisorio. Le mira desde más de cerca y le ve cabecear hasta rendirse para dormitar en esa incómoda silla de escritorio en la que está, tiene pequeñas arruguitas en el ceño y Eames piensa que varias de ellas tienen su nombre escrito. No se puede resistir, así que se levanta hasta quedar al lado y poder percibir su suave respiración.

Le patea las patas traseras a la silla y Arthur emerge del sueño con sobresalto, a justo dos centímetros de estrellarse contra el suelo.

A Eames le cuesta mucho evitar que le dispare en la entrepierna y aún más aguantarse la risa, viéndole insultar tan descontrolado, tan poco Arthur.

CUATRO
Un día sucede y ambos mentirían de decir que les sorprende. De todos modos es extraño y mucho tiene que ver con que Arthur estaba tratando de leer algo -Eames sospecha que eso de estar trabajando es una mentira y se esconde revistas porno en los informes, sólo que una vez revisó y no, sólo hay trabajo en las eternas carpetas de Arthur- y Eames quería conversar, ambas actividades tan incompatibles como ellos. Arthur le ordenó que se callara, Eames le dijo “Cariño, ven a callarme tú si puedes” y Arthur le ignoró media hora más hasta que no pudo más y se levantó dispuesto a sacarlo a patadas de su departamento.

Eames había estado repitiendo de memoria los diálogos del Padrino II en voz extremadamente alta, y con el peor acento siciliano que Arthur había oído alguna vez, toda la tarde. Le había dicho tres veces que se callara y eso pareció marcar el límite de su paciencia.

Ahora estaba, manos en las caderas y el rostro más enfadado del mundo, evidentemente lamentando no estar en el mundo de sueños donde era excesivamente fácil dispararle a Eames en una pierna o en un ojo, ya que estamos en éstas.

- Cállate, maldita sea.- le pide Arthur con voz controlada pero gesto amenazante.

- Cállame.- le desafía Eames y mentiría si dijera que no estaba esperando que lo hiciera.

Lo ha esperado probablemente desde la primera vez que se vieron y Dom los presentó como al azar - Eames, Arthur. Arthur, Eames- y dentro de nada estaban en el sueño de un jeque árabe cuya mente estaba llena de huríes y camellos y, bueno, Eames no pudo resistirse a decir aquel chiste que escuchó una vez hace muchos años, sobre las cuatro vírgenes musulmanas en un oasis y Alí Baba y bueno, Eames se empezó a reír antes de terminar de decirlo. Desde luego la ceja finamente alzada de Arthur no es lo que se esperaba encontrar y le apagó la risa desde las entrañas, mientras observaba como Arthur observaba con expresión interrogante a Cobb como preguntando ¿De dónde sacaste a éste? Y luego con gesto serio se alejaba y le ignoraba.

Desde luego lo han esperado y probablemente Mal lo esperaba y Dom y Ariadne y hasta el señor Saito y probablemente Lily, la química nueva, lo esperaban. Todos lo esperaban, pero ninguno hubiese apostado que el que diere el paso final directamente hacia el vacío donde no había sueños de los cuales despertar, fuera Arthur. Ninguno hubiera apostado porque el que finalmente terminara de rendirse ante la evidente tensión y explotara en un centenar de fragmentos desesperados y cogiera las solapas de la chaqueta de Eames para levantarle del sofá desde donde le había fastidiado durante horas, fuera el controlado Arthur.

Tiró del otro y le besó en los labios, con furia creciente y deshaciéndole a dentelladas, lamiéndole con tanta ira que a Eames le costó reaccionar, dejándose devorar por la incipiente pasión de Arthur, que repentinamente había soltado todas las amarras de su personalidad y le estaba tragando.

No lograron llegar a una cama. Eames sintió que iba a tener un orgasmo sólo por el placer culpable de desatar la corbata perfectamente anudada y liberar el cuello extenso y pálido de Arthur, que se preocupó de morder en cada milímetro, no vaya a ser que quedara algún trocito de piel sin saborear. La camisa fue arrugada entre sus dedos apresurados y a pesar de la queja, en un tono algunos decíbeles más aguda de lo normal, de Arthur - hey, HEY, cuidado con la… joder, la camisa - arrojada sin ningún cuidado a cualquier lugar - me importa tres cojones la camisa, cariño, TRES COJONES - . Caen en el sofá, literalmente, cuando Eames le empuja sin considerar que la parte trasera de las rodillas de Arthur ya están topando con el mueble , forcejean entre ellos, insultándose entre dientes, más piernas y brazos inquietos de los que el mueble parece capaz de resistir. Parece haber más extremidades de las habituales en seres humanos y les estorban a cada momento mientras se tocan en todas direcciones, las articulaciones de Arthur parecen sobrar y Eames se las topa por todos lados hasta que termina pensando que Arthur tiene más codos que nadie, por que, en serio, es el séptimo codo que se le entierra en las costillas mientras hacen malabares para encajar y tocarse sin dar en el suelo. Hay labios en cada rinconcito y las braguetas de la ropa interior de ambos se tensan en desesperación por dejar escapar la erección que aúlla por atención dentro.

Mientras tratan de desnudarse y acomodarse en el reducido espacio, Arthur se golpea con un ruido sordo la nuca contra el reposabrazos de madera mueblehijodeputa, pero no les detiene y aunque Eames trata de aliviarle el dolor con una caricia lánguida en la base del cuello, Arthur no parece afectado y continúa en lo suyo, manos activas y fructíferas por todo el torso de Eames.

Se corren en el sofá, sin darse suficiente tiempo de sacarse toda la ropa, empujando, tocando, apretando, gimiendo y mordiéndose, los pantalones apelotonados en sus tobillos y Eames siente que la ropa interior le está cortando la circulación a la altura de las rodillas. El sofá se ha convertido en un amasijo de hormonas y sudor y Eames sospecha que Arthur lo quemará apenas puedan levantarse, pero por mientras, permanecen imposiblemente apretados y aún después de correrse, se lamen como animales todo el cuerpo.

CINCO
Arthur nunca habló de aquello y después de todo Eames no es el falsificador por excelencia por nada, así que sonríe y le dice “Cariño, tráeme una cerveza” como si nunca hubiese pasado nada, guiñándole un ojo cuando Arthur le ignora y pasa de largo del congelador. Desde luego Ariadne se huele algo raro por ahí y rueda los ojos cada vez que les mira, pero ella es demasiado lista para su propio bien y los deja hacerse los tontos.

En el aniversario de la muerte de Mal, ese año por primera vez Cobb puede acompañar a sus hijos a visitar la tumba blanca, siempre rodeado de pequeñas flores silvestres, pues Mal no puede dejar de ser dulce y delicada ni siquiera en la muerte. Phillipa ya no llora y se sienta tranquilamente junto a la lápida, mientras que su hermano se coge de la mano de su padre y observa distraídamente hacia un árbol. Arthur les ha acompañado aún cuando Cobb no se lo pidió: en parte porque sabía que de alguna manera le necesitaba, haciendo su eterna labor de point man, que desempeña mucho más allá de las proyecciones, estabilizando con su sempiterna calma natural el mundo a su alrededor. Por otro lado, él también quiso a Mal. Dudaba que existiera una persona que la conociera y no la quisiera, siempre entablando charlas con los taxistas sobre sus nietos o caminando como si pisara algodones en vez del áspero cemento sobre el que pisoteaban los demás.

Cobb parece calmarse ante la naturalidad que tienen Arthur y sus mismos hijos ante el cementerio y sus ojos pierden la dureza que había esgrimido para no dejarse derrotar ante lo único - aparte de los millones de recuerdos- que les quedaba de Mal. Ante la tranquilidad de Cobb, Arthur decide darles un momento a solas a la familia y camina discretamente hacia un segundo plano, las manos en los bolsillos y los labios fuertemente apretados

La figura apoyada indolentemente en un árbol no le sorprende y acepta sin cambiar de expresión el cigarro que le es ofrecido. Eames saca un mechero del bolsillo de su chaqueta y lo enciende, una llama temblorosa y deslumbrante que ilumina los rasgos parcialmente ocultos por la sombra del follaje, los rastros de barba recorriendo la mandíbula ligeramente cuadrada y los ojos grises le sonríen sin necesitar que su boca les acompañe en el gesto. Arthur se inclina un poco hacia él para poder alcanzar con su cigarrillo el fuego y mientras aspira suavemente, aguardando que se encienda, hay escasos centímetros entre su rostro y el de Eames. Se observan en absoluto silencio, la flama dándole dimensiones sobrenaturales a sus rostros. Eames se acerca suavemente y apenas alcanza a rasparle la mejilla con su barba incipiente, cuando Arthur ya ha retrocedido, expresión estoica y soltando el humo suavemente por sus labios entre abiertos.

Eames se encoge de hombros y enciende su propio cigarrillo, mientras Arthur se permite recostar en el tronco poroso de un árbol y dibuja volutas con el humo que se enroscan y se espigan hasta desaparecer.

SEIS

La segunda vez, podrían culpar al alcohol. Arthur casi nunca bebe porque no le gusta esa sensación de la embriaguez de no controlar lo que se está haciendo, pero esta vez todo partió con unas cervezas en un bar, después de una extracción particularmente dura. Continuaron con tequila y luego Arthur recordó algo de una botella de whisky de no sabe cuántos años que le había regalado no sabe quién y aparentemente invitó a Eames a degustar del regalo. Todo esta parte de la historia aparece envuelta en una rara bruma dentro de sus memorias.

Lo siguiente que ambos saben es que están contra la puerta del departamento de Arthur, mientras éste rebusca nerviosamente en sus bolsillos por las extraviadas llaves, demasiado distraído por la boca de Eames que le mordisquea el cuello en lo que claramente mañana será una notoria y vergonzosa marca. Logran entrar, con dificultad, a tropezones y, de Arthur estar en condiciones, notaría que dejó las llaves puestas en la cerradura, pero nada puede importarle menos en este momento, mientras cuela dificultosamente una mano por los pantalones del otro y aprieta una nalga consiguiendo un jadeo acelerado de Eames.

- Cu-cuarto.- gime Arthur mientras trata de forcejear con Eames quien no parece creer posible llegar hasta la habitación y se le resiste.- ¡Ahora!

Desde luego que a Eames no le sorprende que hasta cuando se están manoseando pasados de copas, Arthur le dé órdenes, así que obedece y realiza su mayor esfuerzo por no dejarse caer en la alfombra. Se arrastran mutuamente, abren la puerta a patadas, tropiezan por la fricción de la alfombra y cuando se dejan caer en la cama, tienen la mitad de las prendas con las que salieron originalmente esa tarde, mientras el resto yace como muros derrumbados tras sus pasos.

- ¡Joder, así!- exclama con una voz que no es suya Eames, cuando siente a Arthur deslizando su lengua desde el cuello hasta el ombligo.

Se detiene ahí, no mucho tiempo, lo justo que demora en soltar el cinturón, el botón del pantalón y el cierre metálico, mientras ambos se cuestionan sobre porque no van por ahí en pulóver y ropa deportiva mil veces más fácil de sacar en estas situaciones. La erección salta pulsante y ya húmeda y su lengua se apresura en recoger todos los rastros preseminales, rápida y efectivamente, arrancando un grito ronco que le raspa la garganta a Eames. Arthur parece satisfecho y se llena la boca poco a poco de carne, nunca apresurando de más, a pesar de las manos desesperadas del otro que le instan a imprimir velocidad, pero Arthur continúa a un ritmo efectivo y profundo, de rodillas entre las piernas de Eames y su garganta succionando suavemente, la lengua siguiendo el camino sinuoso de una vena y lamiendo cuidadosamente la punta. Cuando le mira desde ahí abajo, con sus ojos negrísimos y ohpordiosmío el cabello convertido en una suave maraña en torno a su cabeza, un mechón atravesando la frente y sombreando la ceja derecha, Eames siente que la cabeza le da vueltas, pero esta vez el tequila no tiene nada que ver.

No dejan de mirarse a los ojos y Arthur se masturba en una asombrosa coordinación al mismo ritmo que degusta la erección palpitante, mientras que Eames no puede dejar de mirarle y de gemir bajito, frenéticamente, las manos entre los cabellos levemente rizados del otro, mientras le empuja sin ninguna fuerza másfuertecariñovamosvamosvamosvamos.

Vamosarthurvamos.

Cuando siente la electricidad en la punta de los dedos brotando justo desde los testículos hacia el resto de las terminaciones nerviosas, manotea y le aparta torpemente, pero Arthur se resiste y, bueno, Eames nunca ha sido bueno luchando contra la autoridad intrínseca de Arthur. Se corre como un desastre natural, avasallador y desenfrenado y Arthur le bebe, le devora y sigue mirándole con sus ojos insondables. A Eames le gustaría ayudarle, pero quizá está borracho y se siente como si le hubieran drenado la vida, los miembros laxos y muertos, pero desde luego que no se queja de ver a Arthur con la mano dentro de sus propios pantalones darse dos o tres tirones más justo antes de correrse ahí mismo, frente a él, regalándole un espectáculo Voyeur que tiene pensado atesorar al fondo a la derecha de su mente, en el sector “sólo para adultos” de su cerebro, a dónde recurrirá cuando sea hora de la paja mañanera.

Arthur se derrumba a su lado y si usa su brazo de almohada, Eames no se lo reclama, a pesar de que en pocos momentos siente la extremidad dormida, y se deja arrullar por la cálida respiración contra sus bíceps. Tiene la impresión de que antes de dejarse abandonar a Morfeo siente el roce de unos labios abandonando un beso tibio y fugaz contra la piel de su brazo y a pesar de no estar seguro de la veracidad de esta sensación, cierra los ojos sin poder arrancarse la sonrisa de los labios.

A la mañana siguiente desayunan juntos y ninguno menciona cosa alguna que pudiera vincularse con la noche pasada. Eames dice “Quiero huevos revueltos y tocino y tartitas, cariño” a lo que Arthur sólo replica con su tono de siempre “Hay café negro”. Si a Eames le entra la risa cuando ve la mancha morada oscura en el cuello del dueño de casa, es inevitable y nota que Arthur se tensa y casi imperceptiblemente busca con la mirada su revólver. Pero sólo se encuentra con los ojos grises de Eames y cuando se inclina a encender el cigarrillo que el otro le facilita, esta vez no se escapa de los dedos rápidos que le peinan en un movimiento suave.

SIETE

Eames no es de esas personas que pasan mucho tiempo en un lugar. Desde los dieciocho años que se considera un “pasajero” del mundo y si lleva más de un par de meses en un mismo sitio le empiezan a picar los pies y las ansias de movimiento. Donde sea. Puede jactarse de haber estado en cada continente del mundo. Tiene recuerdos de tantos lugares que le carcome la ansiedad por todos aquellos de los que se está perdiendo. Recuerda una playa en Fiji donde un niño recogía conchitas, recuerda un pueblo en el último rincón de Argentina donde compró una playera que luego perdió en Texas. Recuerda París, Tokio, Johannesburgo, Ámsterdam.

Eames es un experto en irse. Nunca se ha despedido, no recuerda haber tenido nunca de quién hacerlo o si lo hubo, no supo hacerlo. Él sólo se va y probablemente vuelva, porque tiene claro que el mundo es un enjambrado de caminos circulares y que en menos de lo que espera estará de nuevo en el comienzo. Nunca le ha dicho a nadie dónde está ese comienzo, dónde emergió Eames antes de ser un falsificador, cuando ni siquiera era Eames: no recuerda haber tenido a quién decírselo y nunca ha estado el tiempo suficiente en un lugar cómo para alcanzar a contarlo. Pero sabe que algún día volverá a sus inicios, retrocederá sobre sus pasos que se desdibujan en el pasado como huellas borrosas en la arena y, ese día de su regreso, dejara de irse.

- ¿Por qué sigues aquí?- pregunta Arthur, cigarrillo en mano y un plano de la mansión Peterson en la mesa.

Esa es una gran pregunta. Porque de pronto lleva un año en Nueva York y a pesar de la histeria que le causa que cada esquina de esa ciudad sea una sucesión de estereotipos repetidos, no se ha ido.

De pronto, ya no tiene ni idea de cómo irse, cómo era eso de tomar las maletas y apuntar un lugar cualquiera en el mapa para partir en su búsqueda. No recuerda cómo hacía para irse y empezar de nuevo centenares de veces, un millón de vidas repartidas en cada lugar que pisó, y de pronto teme que cuando decida irse, tendrá que despedirse de Arthur. Y sospecha que por mucho que ensaye delante de un espejo y por mucho que sea el mejor falsificador del mundo, modestia aparte y al diablo la modestia, no tendría la menor idea de qué decir, porque cómo hemos dicho, si hay algo en lo que no es experto es en despedirse.

Así que, por simple lógica, se queda. Deja de pagar el hotel y a pesar de las quejas de Arthur, se muda al sofá de su sala, en el cual no recuerda nunca haber dormido. Se queda y Arthur sigue ignorándole cuando trabaja pero da lo mismo, porque Eames sabe ser irritante cuándo quiere y ha convertido todos los elementos del departamento en potenciales factores de molestia para el otro. Arthur le ha amenazado media docena de veces con enterrarle un lápiz en el ojo si vuelve a decir de memoria y con voz en falsete los diálogos de Dorothy en el Mago de Oz, pero Eames continúa haciéndolo cuando comienza a sentirse excesivamente ignorado.

Y cuando Arthur le mira desde la mesa, unas arruguitas de concentración marcadas en la frente -que tiene planeado delinear con la lengua dentro de los dos segundos que se demorará en caminar hacia él- y le pregunta qué por qué sigue aquí, Eames no tiene la menor idea de cuál es la respuesta.

Pero con la sabiduría que una vida de vagabundo le ha regalado, lo toma con tranquilidad y supone que, en algún momento no muy lejano, ni hoy ni mañana ni pasado, lo sabrá.

Y por mientras, se queda

FIN.

Dejé varias ideas afuera. En general este fic no era así en mi cabeza, pero se desmadró y como quiero publicar algo antes de ponerme a estudiar, pues lo publico y qué. Hay varias cosas sospechosas: Estuve mirando fotos de Tom Hardy y creo verle los ojos pardos, pero cuando escribí me salió 'grises' y nada que hacer. Por otro lado he leído en varios lados que estos dos se conocieron en la milicia pero tampoco me salió así. Sobre porqué están viviendo con tanta estabilidad en Nueva York, no sé, quería tenerlos en un lugar fijo, y los drabbles que saqué abordaban un poco el tema más viajero.

Otra cosa, soy chilena y me cuesta bastante sacarme los chilenismos. Intentándolo, caigo en cosas peores a veces. Siempre en términos de insultos uso los españoles, que me encantan y me parecen más transversales. Pero que sepan, no tengo ni idea que significa lo de 'tres cojones' pero siempre me ha causado gracia xD.

En fin, blablabla, algún día haré algo mejor. Por ahora, les juro que mi gata me llama a dormir *amormáximo*

inception, fanfic, arthur/eames

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