Jan 26, 2016 20:56
Dime, tú que lees, ¿sabes qué es ser feliz?
La gente me lo dice mucho últimamente. Me dicen: estoy cansado. Suspiran: ojalá la jornada termine pronto. Se quejan: espero que llegue el fin de semana. Qué pena, qué pereza, qué desilusión. Dónde están todas esas cosas que soñábamos, dónde las guardamos, tan hondo y con tanta meticulosidad, que las perdimos.
"Mi sueño era..."
"Me gustaría tener tiempo para..."
Corbatas, trajes, ojos claros. Lo veo todo en la oficina y veo nuestras caras apretadas contra el ventanal, observando cómo en la calle ruedan una serie de época para Telecinco. Te preguntas: Esa chica que espera desde hace una hora, de pie, con tacones y abrigo fino, con un adornado y precioso recogido, ¿será parte de la figuración? ¿Le gustará su trabajo? ¿Querrá seguir así?
Las conversaciones en la sala de descanso son banales, tan banales que traspasan la piel y convierten en autómatas a aquellos que las hablan. Ya ni saben qué se dicen. Sus palabras caen bajo la mesa y se convierten en basura para el reciclaje. "El plástico va en ésta papelera", me dice la recepcionista. Estudió Filología Inglesa, dice que es mayor porque tiene más de treinta años pero menos de treinta y cinco, y va y viene todos los días de Ávila.
Siento que los minutos caen a cuentagotas. Siento que se nos agota la espera. Nuestras caras se deforman con las arrugas de la vejez prematura. Nuestras manos que teclean furiosas algún contrato de un artista argentino se están desencajando y cubriendo de manchas de la piel. Tenemos veinticinco años. Cuándo empezamos a morirnos.
Me gusta la sensación que da la luz del sol cuando me acerco a la ventana y cierro los ojos en el descanso de cinco minutos entre 12:00 y 12:05 que hacemos para fumar un cigarrillo y tomarnos un té.
Es de lo último. Lo traen de Pakistán.