Esta historia iba a ser para crack and roll, pero olvidé la fecha límite, más mis problemas con mi pantalla, etc. etc. Pero también tiene que ver con el hecho de que comenzó por ser una historia corta y... uhm, sí es de esos drabbles que se convierten en historias interminables.
Fandom: Assassin's Creed
Título: El brillo que no se mira
Claim: Maria Thorpe + Sibrand
Extensión: 5'367
Advertencias: Asumiendo que Sibrand de alguna manera evadiera a Altaïr.
Notas: Ella siempre había mirando hacia otro lado.
Inquieta se levantó de su asiento, observó al Maestro esperando su respuesta con impaciencia. Él fijó sus ojos en ella, con esa mirada tan extraña que le tenía reservada, Maria, a veces creía que era un buen signo, a veces lo dudaba, pero siempre solía mirarla de esa manera cuando uno de sus subordinados decía algo que le exasperaba, y esta vez Sibrand había colmado su paciencia.
-Ya sé que no he logrado detener a los asesinos -contestó Robert-, pero no creo que el que te acobardes, me sea de mucha ayuda.
-¡No me llames cobarde! -gritó Sibrand indignado-, pero ¿cómo es que mientras tú estás huyendo de un sitio a otro, nosotros tenemos que hacerle frente?
Maria se santiguó, lo que acaba de decir el germano había sido una acusación muy severa, además de que no tenía fundamentos, Robert en todo este tiempo había estado trabajando duro para detener a los asesinos, no sólo a este hombre que se movía en el anonimato, asesinando a sus compañeros entre las sombras.
-Alguien tiene que usar la cabeza -afirmó el galo con sarcasmo-. Sibrand, mi única preocupación no es este perro de Al Mualim, tengo una guerra que librar ¿lo recuerdas? Richard no se va a dar por vencido hasta derramar más sangre y Saladino no parará hasta echar a los francos de aquí, tengo que encontrar el modo en que estos dos grandísimos idiotas no destruyan todo lo que hemos construido, si tú no cooperas…
-¡Te estás escondiendo! -bramó.
-¿Esperas que deje a Richard solo? Que me vaya de su lado para enfocarme a esta molestia. ¿Tienes idea de lo que significaría el que los templarios dejáramos de apoyar a Richard? -profirió el del Temple cerrando sus puños.
-No intenté decir eso, pero… pero mientras tú tomas una copa de vino con el rey inglés, nosotros estamos muriendo -le reclamó el maestro de los teutones ligueramente avergonzado-. ¡Siete, Robert! Siete de nosotros se han ido, no tenemos seguridad…
-Y si perdemos la cabeza, menos aún ¿qué ventaja esperas tener si matas a tus propios soldados sólo porque tienen amistades en el valle de Orontes? -le reclamó sin tapujos Robert.
-¡Eran espías! Ese maldito de Phil les estaba dando información a los asesinos de mí, ellos son de ahí ¿no? El nido de esta escoria está en ese valle -masculló alterado moviendo las manos como si con ellas pudiera empalar a sus supuestos enemigos. La agitación en su pecho era visible, incluso debajo de las túnicas que portaba Maria podía ver su desesperación. Sibrand estaba perdiendo los estribos.
-Maestro, el Rey lo llama, quiere saber su opinión sobre la batalla en Arsuf -les interrumpió uno de los mensajeros, quien se retiró tras haber dicho su mensaje. Robert se levantó de la silla, Maria de inmediato fue a acomodarle la capa blanca. Dentro de la orden debía existir la humildad y la sencillez, pero Robert toda su vida había sido un noble y eso se notaba hasta en su andar. Podemos vestir con lino y algodón, Maria, pero la nobleza se lleva en la sangre, esa no se disuelve ni aún cubiertos de barro. El material era el más sencillo, pero a Robert sabía usarlo con elegancia, ella sólo ayudaba a que se mantuviera de esa manera.
-Sibrand, no puedo resolverte la vida cada vez que no sepas qué hacer -dijo Robert-, tengo mis propias batallas que librar, haz lo que creas conveniente -el germano le miró con resentimiento-, si dejas que el miedo te domine, entonces ya estás condenado. Ese al que temes, es un hombre, tan mortal como tú y como yo, recuérdalo.
El maestro de lo templarios avanzó hacia la salida de la tienda.
-Marie, no me voy a tardar mucho, quédate aquí, te necesito -le ordenó, ella solo asintió con la cabeza. Ciertamente a estas alturas de la situación, creía que no podía negarle nada a Robert, pero el que constantemente la llamara de manera diferente a su nombre, comenzaba a irritarla. Sabía que él no lo hacía con malas intenciones, pero simplemente, cada vez que le decía Marie, ella no se sentía ella.
-Si él te dijera que saltaras en una pierna y cantaras el Ángelus lo harías con gusto ¿no?
Hubo una época en la que Sibrand podría acostarse en la tierra y dejar que Robert lo pisara por puro placer, pero ahora, tras lo de la famosa manzana, se había vuelto tan discorde.
-Soy su mayordomo, ¿a dónde más iría? -respondió y el teutón le hizo un gesto desagradable.
-La sumisión no te queda, Maria -replicó el hombre con la armadura-, dejaste a tu marido en Inglaterra, te uniste a las cruzadas como soldado ¿y ahora bajas la cabeza?
Maria no veía el problema en esperar a Robert, él se lo había pedido y ella no encontraba la razón para negárselo.
-Estás enojado con él, no conmigo.
El hombre bufó.
-No entiendo como es que una mujer como tú, lo sigue.
Ella parpadeó, sin entender a dónde quería llegar su amigo. Nunca había hablado sobre ese tema, tampoco era algo de lo que ella quisiera hablar.
-Además de darme la oportunidad de ser caballero -le recordó la mujer.
-¿Eso te es suficiente? -preguntó el teutón-, es un precio muy bajo.
Maria frunció el ceño.
-¡Hey! Los hombres pueden tenerlo fácil, pero yo…
-Lo sé, Maria, lo sé. Los hombres no aprecian tus habilidades. Es solo que me preguntaba si un título vale tanto la pena -dijo Sibrand mirando al vacío-. He conocido hombres que son caballeros, Maria, y a duras penas pueden tomar un arma.
-Sibrand…
-No sabes nada, Maria. Él puede hacerte escribir cartas, llevarte a las reuniones y todo eso -le interrumpió el caballero-, pero no te dice la verdad. -Robert tenía sus secretos, y si no quería saber la verdad sobre los templarios, se debía a que tampoco tenía muchas ganas de preguntarlo, a diferencia de Sibrand, ella no se había unido a la causa, ella estaba ahí, porque Robert estaba ahí.
-No estoy aquí por una parte del tesoro -terció la mujer sentándose en la silla que quedaba casi enfrente a Sibrand-, él es un buen hombre -el teutón rió con una risa seca-, tú sabes, Sibrand, si no fuera por él.
-¿Le amas? -la pregunta le tomó desprevenida, no era algo de lo que los templarios hablaran todos los días-. Es la única razón lógica que encuentro para que una mujer como tú le siga como perrito a todos lados.
-No me insultes -gruñó Maria-, eres tú quien está meándose del miedo por un hombre vestido como monje.
-¿Tú que sabes?
-Le haría frente -aseveró mirándolo con dureza-, me prepararía para enfrentarle, lo haría caer en mí juego y luego lo aplastaría -continuó sintiendo la adrenalina correr por sus venas, si estuviera en sus manos, ella lo buscaría en todo el Reino de Jerusalén, le haría saber que a donde sea que fuere nunca estaría en paz, si estuviera en sus manos, Maria iría tras él.
-Mujeres, creen que todo es cuestión de llevarnos a la cama -el bofetón resonó en el lugar-. La prudencia también es una cualidad importante -dijo Sibrand mientras Maria mantenía su mano alzada, lista para lanzarle otra bofetada si era necesario-, a diferencia de ti, sé mis límites, ese hombre ha penetrado en lugares imposibles.
-Tiéndele una trampa -dijo Maria-, hazle creer que serás presa fácil. ¡Él vendrá a ti, Sibrand, eso tienes que usarlo a tu favor!
-¿Acaso crees que se trata de un hombre que caerá en tus brazos, sólo porque muestras tus pechos?
-Robert, tiene razón, debes aprender a lidiar tú solo con las situaciones -replicó Maria enojada sentándose en la silla una vez más.
-Te dejará morir, le importas un carajo -afirmó el caballero germano-, cuando ya no le seas útil, te tirará…
-Eso no es... Sibrand, Al Mualim nos engañó, hemos perdido aliados, vuelve a tus sentidos para que puedas hacerle frente a la situación, no me gustaría perderte.
-¿Te importo, acaso?
Maria refunfuñó, a veces parecía un chiquillo malcriado.
-Eres mi amigo, desde luego que sí, Sibrand.
-¿Y Robert?
Ella negó con la cabeza.
-¿Qué te pasa el día de hoy? ¿Qué son todas estas preguntas sobre Robert?
-Tú no estuviste en el templo con nosotros -dijo Sibrand desparramándose sobre la silla-, no viste lo que nosotros, si lo hubieras visto… si hubieras entrado en ese sitio. Entenderías por qué sé que hay cosas más importantes que si Robert tiene tiempo para el vino con Richard o no. Sólo tenemos esta vida, Maria y no quiero perder eso. Me niego a perderlo, sólo porque Robert está más ocupado jugando con el Rey de Inglaterra.
-¡Entonces, vive! Haz algo y vive, Sibrand -exclamó la mujer tratando de infundirle animo al hombre-. No pierdas la fe.
-No eres tan diferente de esa masa que sigue a Richard o Saladino. Robert sólo se ama a sí mismo, Maria, él no piensa en ti.
-¿Y por qué habría de hacerlo? Con todo lo que está pasando, sería extraño que lo hiciera -respondió perpleja.
-¿Por qué te cuesta tanto aceptar la verdad, Maria? -insistió el hombre con todo cansino-. Él no merece tus sentimientos -la mujer abrió la boca para protestar-, ¿por qué no te ha nombrado caballero?
-Hombres como Bouchard…
-No, Maria, él es el maestro, no tenía que decirle a todos tu condición y tú no tenías que revelar tu secreto -los ojos grises de ella se clavaron en él-, darte a conocer a los altos mandos, fue su estrategia para amarrarte. Él sabía muy bien, si los demás sabían de tu condición, nunca te dejarían lograr tu cometido.
-Eso no fue…
-En el mundo de los templarios los caballeros no serán necesarios, porque habrá paz -continuó el teutón sin darle lugar a réplica-, nunca te nombrará caballero. Sabes muy bien que lo que quiere de ti, no está en tu habilidad con la espada.
-Tiene un esposa -le interrumpió- ¡la quiere!
Sibrand rió, Maria no sabía si estaba delante de un loco o de un hombre desesperado, quizás ambos.
-Es la peor escusa que he escuchado. Robert no quiere a su esposa, ¿Qué abnegado esposo deja a su adorada esposa por una guerra en tierras áridas, con poca comida y comodidades? -la enfrentó de una manera que nunca había visto antes, como si estuviera seguro de ganas esta batalla.
-La fe…
-¿Y tú dices que yo soy el cobarde? -se burló de ella y la inglesa se encogió en su silla ¿realmente se estaba dando escusas?
Maria se levantó de su asiento indignada.
-Huyes de un hombre, Sibrand. El sirviente de Al Mualim no es más que un hombre, pero tú huyes de él como si se tratara del diablo mismo. No tienes el valor ni el coraje de enfrentarle.
-¿Qué sabes tú de él? Solo lo que te ha contado Robert, ese es tú problema, Maria, crees tanto en Robert que no puedes distinguir entre la verdad y la mentira -respondió el caballero levantándose, tratando de intimidar a la mujer con su altura-, no sabes quienes son los asesinos, no sabes nada, no te quiso llevar al templo del tesoro templario para que no abrieras los ojos. Crees que Robert te ha dado la libertad, pero sólo te ha dejado volar en los límites de su jaula.
-¡Tú no sabes nada de Robert! -explotó irguiéndose con firmeza, ella podría ser más pequeña, pero ningún hombre la intimidad.
-Yo sé que hay cosas más importantes que atender que el Rey de Inglaterra, yo sé cuales son las verdaderas intenciones de Robert y tú vas a caer en su trampa -le acusó señalándola con el dedo índice.
-Vete, Sibrand. Vete y escóndete, huye si eso es lo que quieres, pero vete, porque ya no puedo contigo.
-Me hiciste creer que las mujeres podían ser diferentes, pero al final, sólo eres otra que juega a hacerse la difícil… -el puñetazo casi lo tira de espaldas, el pómulo izquierdo le dolía, sabía que lo tendría hinchado por un par de semanas, pero eso no era lo que más le escocía.
-Largo de aquí.
«•»
Inquieta trató de levantarse pero el peso en su vientre la venció, de espaldas sobre la cama manoteó enojada, enredándose las manos con las sábanas, exasperada profirió un bufido y un gruñido que resonaron por toda la habitación.
-Eres experta en meterte en líos tú sola -dijo una voz grave.
Maria parpadeó observando su alrededor, giró la cabeza en busca de su interlocutor, pero la oscuridad del cuarto era tal que apenas si podía distinguir más allá de su nariz.
-¡Vete al diablo! -vociferó furibunda-, ¡no me toques! -el hombre rió disfrutando de su mal humor al tiempo que le quitaba las sábanas.
-Si no dejas de moverte, te vas a lastimar -le susurró.
-No me digas que hacer -bramó golpeándolo en donde sea que sus manos tocaran-. Si se me da la gana ¡me muevo!
-Maria, piensa en el niño -terció su acompañante con paciencia.
-Sí, debí pensar en un padre menos inepto -le escuchó suspirar profundamente, a pesar de la agresividad que ella había desplegado, el hombre le acarició el rostro con suavidad, eso la hizo enojarse aún más, en vez de pelear con ella le prodigaba amor. Lo odiaba, si no peleaba con ella, Maria no podía seguir desquitándose-. Te detesto -farfulló.
-Lo sé -contestó besándole la frente. Ella soltó otro gruñido, aunque esta vez no lanzó manotazos, se limitó a hacer un mohín de enojo mientras se dejaba abrazar.
-¿Qué haces aquí? Te esperaba la próxima semana -demandó acomodándose en la cama para estar bien sentada, teniendo cuidado de no chocar su barriga con el padre de su hijo.
-Me encuentro bien, todo salió como debería, gracias por preguntar, dulce esposa -respondió sarcásticamente.
-Lo sé, soy la más dulce de las esposas para el más dulce de los esposos que le dice cosas lindas a su mujer cuando acaba de levantarse de un mal sueño, y que no puede levantarse porque tiene un monstruo en la barriga.
-¿En dónde quedó la pelea a muerte con la sábanas? ¡Auch! -se quejó-, sabes el libro ese que lees en las noches, dice algo sobre no golpear a tu esposo.
-Y también dice que los infieles deben morir, pero eso no sucede -rezongó cruzándose de brazos.
El hombre recargó su cabeza en uno de los hombros de ella.
-Por increíble que parezca, estoy feliz de que tengas tantas fuerzas a estas horas, Maria.
-No puedo hacer mucho en el día, ya sabes, pies hinchados, sobrepeso, dolor de espalda -comenzó a enumerar, sintiendo el mal humor desvanecerse. Con él siempre era así, un ir y venir de una emoción a otra, siempre sorprendiéndola, siempre contradiciéndola, siempre confundiéndola. No podía dejar que se les escapara, no quería quedarse atrás de un hombre como él, quería caminar como su igual.
-Es mejor que arqueros buscándote por toda la ciudad y mendigos bloqueándote el paso a cada dos por tres.
-No lo creo, Altaïr, al menos a ambos puedes evadirlos. No me puedo deshacer de este estado cada vez que quiera -dijo en un suspiro- ¿Por qué regresaste antes? No es que me queje, podré molestarte cada vez que me sienta mal, molestar a Malik no es lo mismo, aunque ayuda un poco.
-Me alegra ser de ayuda, Maria. Iba a ir a Jerusalén, pero me avisaron que atraparon templarios y que iban a traerlos a Masyaf.
-¿Templarios, aquí? -preguntó Maria sorprendida.
-Sí, al parecer encontraron al antiguo Maestre de la Orden de los Teutones.
-¡¿Sibrand?! ¿Tienes a Sibrand aquí? -exclamó con demasiada efusividad, aunque no sabía con exactitud por qué era eso.
-No lo sé, la última vez huyó mucho antes de que Robert o yo llegáramos a él -dijo el asesino-, pero lo interrogaremos y sabremos si esta vez es el Sibrand de verdad.
-Conozco a Sibrand, podría…
-No, Maria -le interrumpió de inmediato Altaïr-, debes descansar, ¿recuerdas? Pies hinchados, sobrepeso, dolor de espalda, molestarme cuando te sientas mal.
-Por un día…
-No -insistió el hombre con ímpetu-, no necesitas hacerlo.
-No voy ayudarles a escapar, Altaïr.
-Lo sé -gruñó el hombre-, pero sabes que no eres bienvenida entre ellos y no tienes porqué exponerte a nada, menos en tu estado.
Maria guardó silencio, si fuera cualquier otro templario le daría tan igual, pero si Sibrand estaba entre ellos, si Sibrand estaba ahí. Quería verlo. La última vez las cosas entre ellos no acabaron bien, pero, Sibrand no había sido Robert, había tratado de advertirle… quería… quería hablar con él, tal vez si le explicaba a Altaïr. ¿Y qué le iba a explicar? Ni siquiera ella misma sabía porqué quería hacerlo, sólo sabía que necesitaba hacerlo.
-Maria, por una vez podrías ser una buena esposa. -Era demasiado cuidadoso en no prohibirle algo, nunca funcionaba de esa manera con ella y él lo sabía, pero no quería que bajara a las mazmorras a ver a Sibrand, eso era lo que quería decirle.
-SOY una buena esposa.
Continuación