Disculpandome una vez más por el retraso, aquí traigo el quinto capítulo, que es especialmente largo (he subido a ff.net y me he quedado ¿2500 palabras? No puede ser Ò___O pero es, al parecer...)
Titulo: Stokgol'mskiy Sindrom // Síndrome de Estocolmo.
Tabla y capítulos anteriores:
SádicaClaim: Rusia/Canadá.
Capítulo: 4. Intyensivnost'(Intensidad)
Prompt: 2# Tortura
Rate: M (lo subí por si acaso xD aunque este capítulo no es tan gore)
[4] Intyensivnost' // интенсивность
Intensidad
-¡¿Dónde está?! ¿Dónde está mi hermano? -grito América entrando en la sala de reuniones alarmando a todos los que estaban allí.
La primera potencia mundial había convocado una reunión para aquel día, aunque nadie sabía el motivo; por ende se había retrasado al llegar, y cuando lo hacía era dando voces. Inglaterra derramó su te accidentalmente del sobresalto y refunfuñó. Era de sus favoritos, además de que le había manchado la chaqueta. ¿A cuento de qué venían aquellos gritos?, se preguntó mientras intentaba limpiarla.
El resto de países levantaron las cabezas también, confusos, molestos y sorprendidos, cada uno en mayor medida, hasta que alguien hizo la pregunta que rondaba la mente de todos ellos:
-¿Quién?
-¡Mi hermano! -gritó de nuevo Alfred. Parecía echar chispas por los ojos, enfurecido.
Aquello no pareció aclararle nada a nadie y varios países intercambiaron miradas que decían claramente “¿Tiene un hermano?”
-¿Canadá? -apuntó Francia por confirmar. ¿Qué le había pasado a su querido hijo? Esperaba que no se hubiera cortado el pelo…
-Exacto -Jones se volvió hacia el rubio con un gesto de agradecimiento y varios soltaron risistas nerviosas por lo bajo. Se oyeron varios comentarios del tipo “Ah, si Canadá”, “Cierto, cierto, solo te tomábamos el pelo” mientras asentían. Durante esto, el americano ya se había girado hacia Rusia, alzando un edo acusador-. ¡Tú lo tienes! ¡Su desaparición es culpa tuya!
El ruso había estado todo aquel rato sentado a la mesa de reuniones, dando un par de vueltas en las manos a un vaso de vodka y ahora miró curioso y desconcertado a su enemigo.
-¿Desaparecido? -parpadeó.
-¡Si! No te hagas el tonto, maldito comunista. ¡Tú lo tienes! -repitió con fuerza golpeando con la palma abierta la mesa de madera.
Alfred parecía fuera de si pero temerosos de los derroteros que comenzaba a llevar la discusión, los otros se limitaron a mirar.
-Yo no sé nada de tu hermano, ¿Canadá? -dijo con total calma Rusia, pero eso no bastaría ni de lejos para alejar las sospechas que América tenía de él. Claro que América siempre sospechaba de él.
-¡Canadá! ¡Sí! Sé que fue a tu casa, que le enviaste una carta. ¿Para qué? -exigió saber. Había apoyado las dos manos en la madera, inclinándose sobre ella frente a Ivan que seguía sonriendo igual que siempre, como si verdaderamente no supiera nada. ¿Podría ser así? No, no lo creía.
Rusia se incorporó un poco con resignación ante la paranoia de América. Nadie intervino, cierto que a veces Alfred acudía demasiado rápido a culpar a Ivan, pero todos habían oído hablar de lo que era capaz este y a nadie le era ajeno el odio que se tenían ambos. Y si era cierto eso de que había ido a su casa… Si iba a estallar una pelea ahora, que era posible y nada raro, nadie quería estar en medio cuando ambas potencias chocaran así que se mantuvieron callados.
-Y cuando terminamos de hablar tu hermano se fue de mi casa -mintió Rusia. Su rostro no cambió un ápice, aún sonriendo y Alfred dudó-. Me rechazó -añadió más sombrío después-. Pero no importa, al final…
-¡Ni lo digas! -lo cortó América antes de que pudiera seguir-. Nadie será uno contigo, estúpido soviético. ¡Ni mi hermano ni nadie! -gritó. Su voz se oía en toda la sala, alarmante. Incluso se veía como, en una esquina, había despertado a España y Grecia que estaban echando la siesta-. Di lo que quieras, sé la verdad y eso es lo que importa. No pararé hasta recuperarlo y lo haré. Porque eso es lo que hacen los héroes. Al final siempre vencen a la oscuridad -sentenció Estados Unidos, levantándose y saliendo de la habitación dando un portazo que resonó en todo el edificio.
La sala se quedó repentinamente en silencio. Rusia seguía sonriendo tranquilo y el resto de países dejaron de mirar, lentamente, la puerta para pasar a fijarse en el ruso.
-¿Lo hiciste? ¿Tú tienes a su hermano? -preguntó alguien.
Ivan negó con la cabeza antes de levantarse y salir de allí también.
En sus labios seguía aquella sonrisa.
Ø
Le dolía menos la cabeza. Tal vez una de las peores cosas de aquel encierro era no saber qué hora era: podía haber pasado allí un día o una semana, le era imposible saberlo. Dormía cuando estaba cansado y despertaba al cabo de lo que a él le parecían apenas unos segundos pero bien podían ser largas horas. Permanecía a oscuras la mayor parte del rato salvo cuando alguien bajaba a visitarlo.
Se intentó colocar más cómodo. Antes, no sabría decir qué antes exactamente, Lituania le había bajado una manta. Según le había dicho Toris había sido orden de Rusia, y aunque no tenía ni idea de qué pasaba por la mente de su secuestrador, lo agradeció. Ahora, acurrucándose en la manta no sentía tanto el frío del suelo.
Le sacó de sus pensamientos el ruido de la puerta al abrirse y cerrarse con un golpe fuerte, y los pasos en la escalera.
-¿Q…? -fue a decir el canadiense al oír acercarse a aquel ruido, pero no pudo terminar de formular la pregunta: un objeto de metal se estrelló antes contra su cara, arrojándole contra la pared que tenía detrás.
Canadá se golpeó en las manos al alzarlas para protegerse la cara y gimió. Intentó girarse pero unos dedos se cerraron entre su cabello rubio obligándolo a levantarse, sujetándolo. Todo había ocurrido tan rápido que Matthew no había tenido tiempo de reaccionar. La tubería le golpeo el estómago cuando el otro le levantó, dejándolo sin aire. Desesperado ante tal explosión de rabia, el rubio agarró el brazo que le sostenía, firme, arañándole la piel y clavando las uñas. Rusia no pareció darse cuenta siquiera de esto.
Sus miradas se encontraron un instante. Canadá pudo ver que el ruso sonreía y un escalofrío recorrió su espina dorsal al ver aquella expresión en su rostro. Parecía desquiciado. ¿Por qué de pronto estaba así?, se preguntó. Tenía que haber ocurrido algo, un detonante, se dijo el canadiense, apretando las mandíbulas por el dolor al sentir como un borde afilado del grifo le abría una larga herida en el hombro, atravesando la piel.
Canadá solo sabía de Rusia lo que su hermano le había dicho. Lo que había oído, pues hasta aquel extraño secuestro al que no encontraba ni pies ni cabeza, no se había encontrado cara a cara con la gran potencia. Pero hasta entonces no había visto aquella expresión en su rostro cuando le había visto de lejos, ni en él ni en nadie.
Sintió miedo y tembló, encogiéndose a tiempo de que cayera sobre su pequeño cuerpo otro golpe. Uno tras otro se iban sucediendo, dolorosos. No le extrañaría que alguno le rompiera un hueso o dos. Un sollozo escapó de sus labios.
Kumajirou… cuanto le habría gustado poder abrazarlo, hundir en su pelaje suave y blanco la nariz como cuando estaba triste.
Tenía la espalda aplastada contra la pared, con la mano de Rusia sosteniéndole, apoyada entre las clavículas y le costaba respirar. No se dio cuenta de cuando sus gafas resbalaron por su nariz, pero si oyó cómo se rompieron contra el suelo. Un ruido de cristal al quebrarse.
Ya no tenía fuerzas si para gemir cuando Rusia terminó de desahogarse con él. Le soltó y cayó al suelo como un pesado fardo. Se golpeó la mejilla pero ni le molestó. Le dolía mucho más el resto del cuerpo, de hecho su cara no había salido tan mal parada. Con una mano temblorosa tanteo en busca de sus gafas; no veía nada sin ellas, tan solo distinguía una sombra borrosa encorvada de cabello claro: Ivan. Se alejó, encontrando sus gafas. Estaban rotas en un cristal, el otro se había salvado. Aún así probó a ponérselas y parpadear, tratando de enfocar en la oscuridad. Por el ojo izquierdo pudo distinguir mejor la figura de Rusia: llevaba el abrigo manchado de sangre y gotas de este preciado líquido caían del grifo. Era una imagen que le hizo retroceder. Le dolía un hombro a horrores y se sentía incapaz de levantarse tras la paliza.
Rusia miró a Canadá. Jadeaba. Ver las heridas en su pequeño cuerpo le hizo sonreír y echar los hombros atrás, incorporándose en toda su imponente estatura.
No habían intercambiado palabras casi desde que todo aquello empezó, pero Canadá intuía, desde el suelo encogido, que algo había tenido que pasar para aumentar de tal manera la brutalidad de Rusia. Tartamudeando logró articular la pregunta, sin saber muy bien cómo:
-¿Q-qué ha… pasado? -necesitaba saberlo. ¿Y si era importante? Alfred no habría dudado en enfrentarse a Rusia por saberlo… ni siquiera habría tardado tanto. Pero él no era su hermano.
Ivan le miró, su pecho bajaba y subía con su respiración. No se oía nada, solo la sangre goteando del grifo. Plic. Plic. Plic. Creyendo que no respondería Matthew apartó la mirada de los ojos violetas del otro.
-Tu hermano -respondió Rusia después de un largo rato-. Es estúpido -Había levantado el grifo hasta apoyarlo en sus labios. Pasó la lengua oir la rosca, saboreando de nuevo la sangre del canadiense. Parecía más tranquilo, pero quizá aun más peligroso que antes.
Ya no se oía ningún goteo.
Después dio media vuelta y salió. Matthew demasiado cansado como para pensar cerró los ojos, dejando que la oscuridad se lo tragase. Prometía ser mullida y agradable, como una nube de algodón.
Ø
Despertó al volver a oír la puerta poco después, sin tener sensación de haber descansado. Al ir a moverse le dolió el hombro y se dejó caer de nuevo sobre el suelo, mirando hacia la puerta. Pero la sombra que bajaba las escaleras parecía mucho más baja y tranquila que la de Rusia, así que suspiró, relajado y se incorporó un poco, con cuidado sobre el otro codo. ¿Lituania?, aventuró. Exactamente. El báltico llegó a su lado y se agachó junto a el.
-¿Estás despierto? -preguntó con voz atenta. Llevaba una caja en las manos, la dejó a un lado.
-Yes… -respondió con algo de dificultad.
Lituania asintió, iluminando con el mismo candil de la otra vez el sótano. Canadá gimió por lo bajo: la luz tras la oscuridad le era difícil.
-¿Estás bien? -era una pregunta estúpida, lo sabía. Cuando los tres habían visto llegar como un loco enfurecido a Ivan habían temido, pero en vez de caer sobre ellos el ruso había ido directo al sótano. Insonorizado como estaba no oyeron nada, mas a ninguno le faltaba imaginación.
Matthew intento asentir. Le dolía, si, pero no quería preocupar más a Toris, tanta atención por parte del báltico le abrumada.
-¿Dónde está?
-Se encerró en su despacho -respondió el otro negando con la cabeza.
-¿Y entonces? -¿qué hacía ahí abajo? Si Rusia lo descubría seguro que no iba a ser grato para él. Lituania sonrió, aunque había tristeza en aquel gesto. Por él, comprendió Canadá y bajó la mirada.
-Él me ha ordenado que baje a curarte las heridas -explicó mientras abría la caja: un botiquín, cayó en la cuenta.
-¿Por qué? -no entendía. Primero le golpeaba y luego le mandaba curar casi como si le preocupase, pero eso era imposible. No te preocupa alguien al que maltratas.
Toris se encogió de hombros, pidiéndole que se echase hacia delante para examinar u torso, cubierto de heridas, con la camiseta desgarrada. Canadá se quedó callado, tratando de no molestar a Lituania mientras. Conforme iban pasando los minutos una idea regresó a su mente, olvidada antes por el agitado y necesitado sueño.
“Tu hermano… es un estúpido.” Su hermano. Había hecho algo. ¿Pero qué? Las ideas llegaban a él sueltas para que las montase. Se le ocurrió algo y miró a Toris. ¿Sabría él lo que había ocurrido?
-Toris -tenía que preguntar.
-¿Qué? -el lituano estaba abstraído en su tarea. Al menos, se consoló, le dolería menos que si no hiciese nada.
-¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha hecho A-Alfred? -la voz se le quebró al decir su nombre en alto. Lo echaba tan en falta.
Lituania levantó la mirada mientras sacaba el alcohol y las vendas para limpiar, desinfectar y cubrir las herids del pecho de Canadá. Con lentitud respondió:
-América… ha amenazado con la guerra a Rusia si no te devuelve.