Vamos a ponernos un poco al día xD Odio el lj-cut, de verás ¬¬
Titulo: Stokgol'mskiy Sindrom // Síndrome de Estocolmo.
Comunidad:
musa_hetaliana Tabla:
SádicaClaim: Rusia/Canadá.
Capítulo: 1. Priglashenie (Invitación)
Prompt: Sin correspondencia en la tabla.
Rate: T
Comentario: Transcurre previo al prólogo.
[1] Priglashenie // приглашение
Invitación
Había visto la carta por primera vez cerca de mediodía y en ese momento ni se había imaginado lo que aquella carta iba a suponer y lo que desencadenaría. El correo debía de haberse repartido temprano pero Canadá, acostumbrado a dormir hasta tarde, no se animó a ir al buzón a la entrada de su casa a comprobar si tenía correspondencia hasta horas más tardes. Por supuesto que la tenía, en su mayoría cartas de esas aburridas de asuntos del país. Ni siquiera alguien como él se libraba de sus tareas. Pero le sorprendió encontrar entre el correo una carta diferente. La dirección estaba escrita a máquina y cuando Canadá, curioso, la volvió para ver el remitente se encontró con que venía de la Federación de Rusia.
Preguntándose qué podría ser Canadá regresó al interior de su casa y abrió la carta nada más dejar el resto sobre la mesa, comenzando a leerla. Conforme avanzaba en su rostro se iba mostrando la extrañeza que sentía. Volvió a coger el sobre para mirar la dirección, por si la carta estaba equivocada. Parecía más lógica para su hermano y aún así… Pero no, tanto en la dirección como al comienzo de la carta ponía claramente Canadá. Pero no tenía sentido.
Canadá se quedó así, sentado en la silla de la cocina un largo rato, pensativo, hasta que finalmente se levantó y descolgó el teléfono. Tardó exactamente tres timbrazos en coger. El ruido de fondo casi lo dejó sordo.
Ø
Había visitado varias veces la casa de su hermano. Era un lugar hermoso y diverso, y allá donde mirabas encontrabas algo nuevo que o te encantaba o te desagradaba, a veces no había punto medio con él. Podían decirse muchas cosas negativas de América, pero no que no fuera diverso, y aunque para algunos era algo malo, a Canadá le parecía algo bueno y agradable.
Golpeó su puerta y su hermano tardó unos segundos en abrir, sonriendo.
-¡Good morning, Canada! -le saludó con su entusiasmo típico. Su hermano podría haberse alegrado de que recordara su nombre de no ser porque cuando le había llamado por teléfono le había costado cinco largos minutos que supiera quien era. A veces resultaba exhasperante pero Canadá era un pais paciente que sabía tomarse las cosas con calma y no alterarse.
-Hola -saludó él-. ¿Puedo pasar?
-Claro, te esperaba. He preparado tortitas para desayunar -respondió alegremente el otro rubio echándose a un lado para que entrara.
-¿Tortitas? ¿A esta hora? -incluso a Canadá le extrañaba.
-Tenía hambre.
Para América parecía completamente normal. Canadá se sentó en el salón mientras su hermano iba a la cocina. Pudo ver que tenía la televisión encendida y un partido de futbol puesto, eso explicaba el ruido cuando le había llamado, aunque ahora le había quitado el volumen. Mientras paseaba la mirada por el salón con fotografías y trofeos, entre ellos uno de mayor héroe mundial que Canadá sospechaba autootorgado, su hermano regresó con las tortitas, con sirope de chocolate y un par de tenedores.
-Entonces… ¿qué es eso de que Rusia te ha enviado una carta? -preguntó cuando ya estaban sentados ambos en el sofá, uno frente a otro, con los pies sobre el mueble y comiendo de las tortitas. El tono jovial de América había cambiado a uno más serio, preocupado y receloso, que solo adoptaba al hablar de Rusia. El cambio en él era notable.
-Si, eso parece -Canadá asintió sacando del bolsillo la carta con su sobre para tendérsela a América y que él mismo la leyera.
Este dejó a un lado su plato y abrió la carta, quedando todo en silencio durante varios minutos.
-No deberías ir -dijo tajante cuando terminó de leerla, devolviéndosela-. A saber lo que tramará.
-A lo mejor es algo bueno…
-No puede ser bueno. Es Rusia, no lo olvides.
Canadá confiaba en su hermano pero no estaba seguro de que hubiera sido la mejor opción para ir a hablar. Con Rusia como tema era incapaz de razonar. En parte entendía lo que América decía, a pesar de no haber tenido excesivo trato con el otro país, pero no podía evitar pensar ¿y si los prejuicios lo cegaban? Quizá Rusia tuviera algo importante que decirle, por extraño que fuera. No sabía que hacer.
-Dice que quiere hablar conmigo antes de la próxima cumbre, a lo mejor tiene alguna idea… -intentó decir no muy seguro.
-En tal caos que la diga en la cumbre. No sé por qué está de fijo, además, no deberíamos haberle admitido -oír a América enfadado mientras comía tortitas era una imagen divertida que restaba toda seriedad al tema. Canadá sonrió un poco.
-Creo que iré -dijo en voz baja, dando un pequeño mordisco a su tardío desayuno-, no pierdo nada y dudo que Rusia quiera intentar algo.
-Siempre intenta algo.
-Agradezco tu preocupación, hermano -le aseguró Canadá-, pero…
-¡Touchdown! -de pronto América lo interrumpió, levantándose de golpe y tirando el plato al suelo sin darse aparente cuenta, volviendo a subir de golpe el sonido de la televisión.
Canadá vio todo esto con cara anonada, sin saber reaccionar unos segundos mientras a América le duraba la alegría. Finalmente suspiró. Ya decía que su hermano estaba prestando demasiada atención durante demasiado rato. Sin tenérselo mucho en cuenta se comió el final de la tortita que le quedaba y se despidió de él, que apenas le prestó atención, completamente absorbido por el partido otra vez, y se fue.
Si, definitivamente eso era lo que iba a hacer. No se le ocurría otra cosa y, a diferencia de América, no veía por qué recelar. Ciertamente Rusia a veces actuaba de forma extraña o desconcertante, pero no era para tanto.
Eso pensó.
Al final todo se había torcido.
Ø
Se había puesto un jersey de lana gorda, de esos que hacen las abuelas a sus nietos en las tardes de invierno, a mano, y encima la chaqueta para combatir el frío que hacía en Moscu en esa época. Estaba acostumbrado a la nieve y le gustaba, le gustaba ver cómo caía del cielo, mucho más suave y hermosa que la lluvia, y le gustaba ver los paisajes nevados, a los niños jugar a hacer batallas o muñecos. Pero eso no lo hacía inmune a coger un resfriado si no se abrigaba para ir a ver a Rusia.
-Me alegro de que hayas venido -sonrió Iván al abrirle la puerta. Tenía una sonrisa muy particular, tan inocente y adorable que hacía a uno preguntarse cómo podían odiarse tanto él y América; pero por otro lado Canadá siempre había pensado que había algo extraño en aquella sonrisa, algo más que no sabía qué era.
-En tu carta dijiste que querías verme antes de la cumbre -dijo el otro país devolviéndole la sonrisa mientras se quitaba las gafas para limpiarlas con la chaqueta y así quitarse la nieve de los cristales mojados.
-Así es -respondió Rusia con otra sonrisa idéntica.
Antes de que pudiera hacer nada, la oscuridad cayó sobre él como un manto cálido al tiempo que una luz blanca relumbró tras sus ojos al recibir el golpe. Canadá cayó inconsciente de inmediato sobre los brazos extendidos de Rusia que aún le miraba sonriendo, observando el rostro relajado e inocente del hermano de su enemigo.
-Me alegro de que hayas venido, Canadá -repitió de nuevo para sí mismo.