Jul 14, 2005 21:16
Enfrentarse a lo que los demás piensan de ti no es mi punto fuerte en la vida. Reconozco que no sé hacerlo, pero se debe a que a nadie le gusta tener que escuchar y comulgar con las cosas que a la gente le apetezca decir acerca de tu persona. Yo nunca hago conjeturas sobre la forma de ser de la gente.
Hablo desde mi propia experiencia, siempre; y si no conozco a alguien, me guardo de opinar. Digo que no sé, que no le conozco y que me da tal o cual impresión como mucho (buena o mala)... Pero no me cebo con ese alguien.
Luego llega una persona a quien no conoces. Ella tampoco te conoce a ti. No te cae ni bien ni mal, a ratos. Incluso te empieza a parecer que le caes bien, cuando te enteras de que va por ahí poniendote a caldo. Dándote donde más te duele. Estoy harto. Me iré a vivir a una cueva y me haré ermitaño. Y allí seré el más guapo, el más popular, el más gracioso y el único. Y no vendrá nadie a pegarme un tiro en la autoestima, que por mínima que fuese (o a lo mejor es molesta del modo en que la desarrollo, aunque sea en broma), me ha costado mi mucho tiempo y mis más lágrimas todavía trabajármela. En pasado: me había costado. Se acabó. A comenzar de nuevo; estoy muy cansado, muy harto. Sinceramente, dudo muchísimo que el resto de la gente tenga que recomponer los pedazos de su ser tan a menudo. No se me dan bien los puzzles. Estoy condenado a ser como soy, y a tener que pedir perdón por ello.