COLORES QAF : ROSA

Apr 27, 2016 17:33

La vie en rose



Michael y Ben caminaban cogidos de la mano por las calles de Paris. Su luna de miel, viajando por distintas ciudades europeas, les había llevado finalmente a la ciudad de la luz.

Ambos habían visitado con anterioridad la ciudad, pero por algún motivo, la veían diferente estando juntos. Especialmente Michael, que podría decirse que la estaba descubriendo porque de su visita con David solo recordaba la sensación de sentirse deslumbrado por el lujo, ya que su pareja se dedicó a pasearle por los sitios famosos, caros y exclusivos que le gustaban, hartándose de hacerse fotos y de sentirse superiores al resto de los turistas americanos que se cruzaron. Ahora, en cambio, junto a Ben la ciudad le parecía más acogedora, como si le recibiese un amigo. Inspiró satisfecho y sonrió a su pareja. También su relación con Ben le resultaba acogedora, amable y tranquila. Se sentía a gusto. Pleno. Por fin.

-¿Qué te parece? -preguntó a Ben señalando unos puestos de libros viejos y postales antiguas- ¿Compramos algo?

Ben sonrió agradecido. Los ojos se le habían ido hacia allí sin remedio, pero había intentado controlarse para no cargar a Michael con un nuevo “empacho cultural”.

-¿Qué te parece esto? -preguntó sacando una foto color sepia de Josephine Baker en Banana Dance, donde la actriz mostraba sus encantos al desnudo con una mini falda formada por plátanos.

-¿Te has vuelto hetero de golpe? -bromeó Michael.

-¡Michael! Josephine Baker debería ser un icono gay. Vivió una auténtica vida queer, créeme. Hacia falta mucho valor para hacerlo en su época. Piénsalo. Era mujer, negra, bisexual y pobre. Y a pesar de todo vivió bajo sus propias reglas haciendo lo que le daba la gana. ¿Sabes que Francia la condecoró con la Legión de Honor?

-Bueno… no lo sabía -reconoció Michael- ¡Joder! Hubiera sido la heroína de Brian!

Ben movió la cabeza. Dudaba que Brian tuviera héroes o heroínas. Eso iba más con el carácter de Michael.

-Me gustaría encontrar algo realmente parisién para llevar a Pittsburgh y que no fuera la torre Eiffel en miniatura que llevé la última vez -dijo Michael.

Ben sonrió, tendiéndole una postal de Edith Piaf, en blanco y negro y Michael la cogió sorprendido.

-¿Tu crees? -preguntó dubitativo- ¡De ésta sé menos aún que de Josephine Baker! No sé ni quien es…

-¡Claro que lo sabes! ¡Has tenido que oír sus canciones por fuerza!

Ben conectó su móvil a youtube y la música de “La vie en rose” los envolvió.

-¡Claro! -se animó Michael- ¡Es la canción perfecta para una luna de miel! ¿Sabes qué? Podemos grabar un vídeo de nosotros dos paseando por Paris con esta música de fondo y se lo enviamos a la familia. Venga, pongo el palo para selfies que nos regaló JR en mi móvil para grabar y tú pones el tuyo con la música a tope.

Ben frunció el ceño pensativo, pero el entusiasmo de Michael le pudo. Después de todo, ¿qué es una luna de miel sin ñoñerías románticas?

Ted entraba en su apartamento después de un agotador fin de semana de trabajo, aunque lo peor había sido explicarle a Blake por qué iba a dedicarse a trabajar en vez de salir juntos de viaje, como habían planeado.

Tenía mucho por lo que estar agradecido, se dijo. Emmet era incombustible, inasequible al desaliento. Tan fuerte y tan buen amigo… Se había quedado con él todo el viernes, ayudándole a enfrentar los errores cometidos, (incluso había tenido que insistir para que no le acompañara en sus reuniones con Brian, dónde pretendía estar para defenderlo) y, poco a poco, había recuperado la confianza en sí mismo, hasta el punto de atreverse a presentar propuestas a Brian y Cinthya para solucionar los problemas. Luego, Emmet le había convencido de que se explicase con Blake.

Había sido muy duro sincerarse, pero Blake había tomado el relevo de Emmet en lo de darle ánimos y al final todo aquel apoyo había surtido efecto. Sábado y domingo dedicados al trabajo de aislar los problemas más recalcitrantes y a discutir con Brian y Cinthya los pasos a seguir y ahora, por fin podía tomarse un respiro con cierta tranquilidad, sabiendo que ya había hecho todo lo posible.

-¡Hey! -saludó al entrar en la sala y Blake le interrogó con la mirada, a lo que respondió con una sonrisa tranquilizadora.

-¡Saldré de ésta! -aseguró mientras se dejaba caer en el sillón más cercano.

La campanilla del móvil, avisándole de que tenía un mensaje de Ben y Michael, le distrajo un segundo. “Desde París con amor”, decía el asunto y adjuntaba un vídeo. Alzó las cejas sorprendido mientras Blake le acercaba un refresco y clikó.

Las notas de la canción les hicieron reír a ambos ¡Que más quisieran ellos que la vida fuera color de rosa! Luego se miraron a los ojos mientras Blake se sentaba en el brazo del sillón, a su lado.

- … Y sin embargo… -pensó Ted, apreciando lo mucho que tenía.

Debbie escuchó la canción con una sonrisa en los labios mientras veía pasar las imágenes que Ben y Michael habían grabado con su móvil y el palo extensible, regalo de bodas de JR (la niña estaría encantada de saber que lo estaban usando).

Se les veía tan felices...

Howarth dormitaba en el sillón, apurando los restos del fin de semana, mientras ella ojeaba revistas de moda para escoger el traje con el que se iba a casar. Debía ser serio, de color neutro y diseño formal, para nada estridente si quería que su futura hijastra les dejara pasar la boda en paz.

Se sintió llena de ternura hacia Howarth. Era un buen marido (aunque aún no estuvieran casados) y su vida con él era apacible y feliz. Pero… ¡cómo echaba de menos esa época, cuando veía la vida color de rosa! Y no porque fuera una vida maravillosa sino porque tenía fuerzas para encontrar la ilusión en todo lo que hacía. Incluso cuando la cagaba confiaba en que volvería a ser color de rosa y todo se iba a solucionar.

“Me hago vieja”, pensó. Me siento vieja. Pero por lo menos mis chicos son felices. La vida ahora es color de rosa para ellos.

Emmet escuchó el mensaje de Michael, sólo en su apartamento y, durante un segundo se sintió hundido.

Estaba sólo y, sobre todo, se sentía solo. Ted estaba con Blake en su casa, una vez superado el bache. Ben tenía a Michael, Brian a Justin, Deb a Howarth… ¿Y él? ¿A quién tenía él? No había nadie que le susurrase palabras de amor para hacerle ver la vida color de rosa, y echaba mucho de menos esa sensación. Sabía exactamente como era porque la tuvo. Una vez… ¡no! no una vez, sino dos… El pobre y querido George y… Drew.

“Me pregunto qué estará haciendo ahora Drew ¿Pensará en mí alguna vez? ¿Estará solo igual que yo? ¿Se dedicará a montar orgías en su casa para pasar la tarde del domingo o, simplemente beberà una cerveza mientras mira el canal deportivo?”

-Bueno -decidió mientras la canción seguía sonando- solo hay una forma de saberlo ¡qué demonios! La dignidad y el orgullo están sobrevalorados como dice Brian… aunque él lo dice de otras cosas… ¡Es igual! Yo, pruebo. Y si no resulta me voy a Babylon a ligar. ¡Cualquier cosa antes que seguir aquí solo comiéndome el tarro! Vale… ya sé que he dejado de ser un jovencito atractivo…, pero ahora soy un famoso madurito y eso también tiene su público… Aunque...

Cogió el teléfono y marco.

-Aunque yo preferiría… ¿Drew? ¡Hola! Soy Emmet… Emmet Honeycutt ¿te acuerdas de mí? Sí, el mismo…

-…

¿Qué es de tu vida? -preguntó con la voz alegre y el corazón encogido.

-Deja la agenda, Brian. No encontrarás más horas por mucho que las busques. Son sólo 24 horas por día. Es lo que hay. ¡Acéptalo!

Brian levantó una mirada enfurruñada de su móvil, último modelo, con intención de responder con un exabrupto, pero se detuvo, reconociendo que Justin tenía razón.

-Mañana será un día de locos -suspiró- Tengo reuniones con tres clientes para intentar convencerlos de que acepten cambios en sus contratos ya firmados ¡Cambios que no les representan beneficio directo alguno! ¡Una locura!

-Lo conseguirás -aseguró Justin tranquilamente- ¡Ya verás como sí! A ellos lo que les interesa es que Kinnetic les haga una de esas fabulosas campañas publicitarias que acostumbra y que les permita ganar dinero a montones. Y eso depende de que puedan mejorar sus relaciones contigo. Además, así pensarán que como Kinnetic está en deuda con ellos, sacarán algún tipo de ventaja en el futuro.

-Y no se equivocan -asintió Brian desganadamente- Lo que en realidad me preocupa es el contrato con Sears. Y a ellos aún no los he podido convencer de que nos reunamos para un arreglo. En realidad no se trata de que no quieran sino que no creo que puedan hacer cambios. La programación es demasiado ajustada…

Brian intentó coger de nuevo el móvil, pero Justin le detuvo.

-¡Vale ya! Incluso Brian Kinney tiene que descansar. ¡Llevas tres días de locura! Y encima el viaje con Gus ayer para llevarle al campamento y mañana tienes reuniones importantes y éste es tu segundo viaje a Nueva York en una semana. Vamos a descansar. ¡Venga!

-No creo que pueda dormir -confesó Brian- Estoy demasiado alterado.

-Bueno… -Justin sonrió con picardía- ¡Algo se me ocurrirá para relajarte! De momento vamos a cenar alguna cosa.

Justin se dirigió a la cocina© de su apartamento neoyorkino y encendió la luz de la encimera. ¡Le encantaba esa cocina©! Especialmente estaba orgulloso de la encimera cuyas luces cambiaban de color cada 30 segundos. Abrió decidido la nevera para descubrir unas solitarias botellas de Evian.

-¡Joder, Brian! ¡Esto está pelado! -se quejó.

-¿Qué esperabas? -se defendió Brian- No tenía pensado volver en al menos un mes, así que dejé instrucciones de que sacaran todo lo perecedero del frigo. Llama a un chino si tienes hambre.

-Mejor un indio y comemos los dos.

-Yo no…

-¡Tú sí! -interrumpió Justin con firmeza.

-Te pones muy guapo cuando estás en plan mandón -aseguró Brian con la risa bailándole en la comisura de los labios y Justin apretó los dientes para no dejar escapar una sonrisa.

El móvil sonó con un aviso de mail y, automáticamente, Brian lo cogió poniéndolo fuera del alcance de Justin que se había lanzado a impedírselo.

-Es Michael -anunció y Justin se relajó.

-“Desde París con amor” -leyó Brian en voz alta y clikó sobre el video adjunto. Las caras alegres de Ben y Michael saludaron desde el móvil mientras sonaba “La vie en rose” en francés.

-Parece que lo están pasando de miedo -comentó Justin riendo.

-Sí -asintió Brian poniendo atención a la letra de la canción y sonriendo ladinamente mientras se aproximaba al interruptor de la luz (que en ese momento era rosa) y lo apretaba para evitar que cambiase.

-Me gusta “la vie en rose” -aseguró enganchando la camiseta de Justin por el cuello, con el dedo índice, para acercarlo a él.

-¿Rosa? -preguntó Justin, bromeando- ¿No es un color demasiado cursi para ti?

-Hay montones y montones de cosas rosas que me gustan y que no considero “cursis” -rebatió Brian pasando la camiseta por la cabeza del rubio.

-¡Ya! ¡Seguro! ¡Montones y montones! -se burló el rubio y pasó a retar a su compañero mientras alzaba los brazos para colaborar en la labor de desvestirse- ¡Dime una!

-La pantera rosa.

-¡Otra! -Justin apenas pudo contener la risa al oír la respuesta, mientras se ocupaba de desabrochar los botones de la camisa de Brian y tiraba de ella para sacarla de los pantalones.

-… el mármol rosa portugués. Lo pusimos en Britin -la voz de Brian sonó aliviada de poder dar una respuesta.

-¡Otra! -las manos de cada uno sobre el botón de los pantalones del otro.

-… ¡Pink Floid! -respondió Brian tras un momento de duda, ganándose una carcajada de Justin.

-¡Otra! -exigió el rubio mientras pisaba los talones de sus deportivas para quitárselas.

Brian guiñó los ojos mirando a su rubio medio desnudo mientras buscaba una respuesta que dar.

-¡Con que montones y montones! Y solo has podido encontrar tres -se burló Justin.

-Bueno… -Brian sonrió de medio lado mientras apoyaba la lengua contra el interior de su mejilla en ese gesto tan suyo y tan travieso- hay otra que vale por montones y montones porque la he disfrutado y espero seguir disfrutándola montones y montones de veces.

Justin hizo un mohín entre incrédulo e interrogador y Brian respondió junto a su boca, ya que le había acercado la cabeza con las dos manos.

-Las enormes manchas rosas que aparecen en tu piel, por tu pecho, cuello, brazos y muslos cuando estás rabiando de deseo -respondió con una voz sugerente, ligeramente enronquecida, mientras paseaba un dedo por la piel de Justin.

-¡Te lo acabas de inventar! -se sorprendió Justin sonrojándose como un crío.

-¡Mírate! -le retó Brian mientras negaba suavemente con la cabeza y aprovechaba la momentánea distracción de Justin, mirándose los brazos, para levantarlo por la cintura hasta dejarlo sentado sobre la encimera de la isla.

-¡Eso es trampa! -se quejó Justin apoyándose en los hombros de Brian para ayudar con el impulso- La luz es rosa y por eso…

-¡Todo es rosa, sunshine! Ya lo dice la canción -respondió Brian callándole con un beso largo y caliente que cortó no solo la respiración de Justin, sino también sus ganas de protestar.

Luego las caricias sustituyeron a las palabras y las lenguas se ocuparon de saborear una piel que, no por conocida resultaba menos deseable.

Brian no había mentido. Nunca lo hacía. El pecho de Justin, alrededor de sus pezones, estaba tan sonrojado como las mejillas del rubio. Y también la parte interna de sus brazos y muslos había subido de tono. Adoraba esas reacciones, especialmente cuando el rubio intentaba hacerse el duro después de un enfado y su cuerpo lo traicionaba enarbolando esa “bandera rosa” que anunciaba deseo. Y él se aprovechaba de la información, como buen ejecutivo que era. Saber leer en el cuerpo de Justin era todo ventajas, aunque había que reconocer que él también se traicionaba en sus miradas o en el temblor del labio inferior en los momentos de tensión. Algo que intentaba disimular mordiéndolo. Como ahora.

-“Noches de amor interminables” -tarareó al oído de Justin, traduciendo del francés la letra de la canción y aprovechando para mordisquearle el lóbulo y reseguir con la lengua la preciosa caracola de su oreja, sabiendo lo mucho que excitaba a su rubio sentir el calido aliento de su boca justo ahí.

Pero Justin distaba mucho de quedarse quieto dejándose hacer y mordió a su vez el cuello de Brian, como si fuera un vampiro. No demasiado fuerte. Sólo lo justo para hacerse notar y dejar una pequeña marca en el punto exacto en que el cuello se unía a su hombro.

Después el festival de manos acariciando, frotando, apretando y soltando para volver a empezar el juego, no se hizo esperar. Sin ropa que estorbara, las bocas se dieron un festín entre sordos gemidos de excitación. Las piernas de Justin rodearon firmemente la cintura de Brian mientras toda su piel se erizaba por el contraste entre el frío de la encimera en su espalda y el calor del resto de su cuerpo. Todo era un puro contraste, hielo y fuego, suavidad y dureza, ternura y pasión.

Querían estarse quietos y que el momento fuera eterno, inmóvil y fijo para siempre en el tiempo. Querían moverse con desesperación y alcanza el climax. Querían besarse y abrazarse y al mismo tiempo adoptar las posturas más acrobáticas que sus cuerpos les permitieran. ¡Dios! ¿Por qué no podían tenerlo todo al mismo tiempo? A Brian le encantaba sentir las piernas de Justin rodeándole en un abrazo, pero deseaba sentirlas también a lo largo de su pecho mientras entraba en él.

Justin se aferró a los lados de la encimera. En cuanto levantó las piernas para colocarlas sobre los hombros de Brian, empezó a deslizarse sobre la resbaladiza superficie. Pero rápidamente cambió sus manos de lugar, sujetándose a los brazos de Brian que ya estaban tirando de él. Con fuerza, empujando cuando él empujaba, totalmente sincronizados incluso en el latir de sus corazones. Mirándose a los ojos, sonriendo, luchando juntos por llegar, ajustando sus respiraciones a un jadeo casi angustioso.

Sus sentidos, atentos a cualquier sensación, les transmitían mensajes contradictorios y al mismo tiempo complementarios. Un canción sonando en bucle llenando sus oídos. Sólo se veían el uno al otro. Sólo sentían sus pieles ardientes en los puntos en que se tocaban, Sólo el sabor del otro se notaba en sus bocas. Olor a sexo, a ellos. Y una sacudida eléctrica, liberadora, que les atravesó al mismo tiempo dejándoles exhaustos, rota la sincronía pero no el abrazo.

Justin acercó a su boca la cabeza de Brian para darle un beso con el poco aliento que le quedaba en los pulmones y así permanecieron, quietos, callados, olvidados de todo hasta que la vida volvió con sus exigencias y Brian se apartó para retirar un condón que siempre conseguía colocarse, como por arte de magia, aún en los momentos más tórridos.

Se miraron, sonriéndose en silencio mientras se recuperaban.

-¿Otro? -peguntó finalmente Justin incorporándose con esfuerzo.

-¡Pink! La cantante -respondió Brian siguiendo con el juego.

-¡No, capullo! Digo que si echamos otr…

Justin no pudo terminar la frase. Entre carcajadas Brian tiró de él para bajarlo de la encimera y callarlo con un beso. Luego apagó las luces rosas de la encimera y avanzaron juntos, cogidos de la cintura, hacia el dormitorio, mientras canturreaban en voz baja las primeras estrofas de la canción.

“Ojos que hacen bajar los míos, una sonrisa que se pierde en su boca, éste es el retrato sin retoques del hombre al que pertenezco”

qaf 2015

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