La hora de la revancha
Estamos, como todos sabemos, indefensos.
Poseemos escaso o ningún control sobre los acontecimientos que configuran nuestra vida. Nos hallamos a la merced de nuestro empleador y los caprichos de la economía.
Cada día es una lucha por sobrevivir a la paliza que llamamos vida. Nada funciona - las carreteras, los teléfonos, el servicio de correos, el servidor de internet, el seguro médico, el surtidor de gasolina de autoservicio - y lo aceptamos con resignación, como cuando tenemos que aprendernos un prefijo nuevo todos los meses.
El ordenador que te acabas de comprar ya está tan obsoleto que tu hijo de nueve años se parte de risa al ver tu birria de RAM.
Se espera de ti que estés en el trabajo antes de que salga el sol y mejor será que no salgas hasta que se haya puesto o tal vez no veas amanecer por encima de tu miserable cubículo mañana.
Ya no nos sale un humano cuando llamamos a una empresa (“Pulse 1 si desea oír una guía de lo que tiene que pulsar, pulse 2 si no le importa permanecer en espera una hora…”).
Tienes un vago recuerdo de lo que era una cuenta de “ahorros” y ya te has hecho a la idea de que el modo de salir adelante el mes que viene es firmar para que te den otra tarjeta de crédito más: la que te ha llegado hoy mismo por correo con un interés de sólo el 17%.
Tus conocidos cuarentones están encontrándose bultos en el cerebro, ¡y son ellos los que no comen carne ni productos lácteos desde hace diez años!
Los medios de comunicación te asaltan con información que no necesitas y se niegan a hablarte de lo que quieres saber. Tú calla y cómprate ese nuevo Jeep Cherokee que te encasquetan durante un tiempo muerto del partido de los Bulls: un tiempo muerto que ha pedido la cadena ¡porque no has comprado nada en los últimos seis minutos! COGE AHORA MISMO ESE TELÉFONO, SE ACEPTA VISA Y MASTERCARD.
¿No os gustaría que todos ésos probaran un poco de su propia medicina?¿No os gustaría darles su merecido sin acabar entre rejas?¿No estáis hasta los mismísimos…? […]
Este fragmento sirve como introducción para contar cómo, en el programa, se dedicaron a que grandes directivos de empresas de televenta, alarmas de coche subiditas de volumen, recogida de basuras que meten ruido de madrugada, etc., probasen un poco de su propia medicina mientras estaban cómodamente en sus mansiones.
Y, como nota ilustrativa, un fragmento de uno de sus programas, en el que demuestran cómo los taxistas de Nueva York prefieren recoger a un delincuente blanco antes que a un actor negro.
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