Maribell bebería hasta delirar. Sabe que el camarero la mira nervioso, por las cantidades de licor que ha ingerido. No debería estar haciendo eso, porque aún es menor de edad, pero en este momento todo le da igual y mandaría a la mierda a cualquiera que intentase detenerla. Además, la fiesta es en su casa y su padre la observa, ¿qué importa?
Nada importa.
Porque acaba de llamar a Vincent, para preguntarle por qué no venía y le ha contestado esa enana. Sí, esa maldita petisa llamada Naima.
Éste no es día ni hora para andar haciendo de profesor, así que, ¿qué hacía ella ahí?
Otro vaso de licor bebido al seco. Ya ni siquiera sabe qué es lo que está tomando. Está empezando a perder la orientación.
Pero consumiría, hasta vomitar, hasta perder toda su belleza por lo que queda del día y bastante más, hasta olvidar quién es y por qué está así.
Porque el alcohol no causa peor efecto que sentir que se le aprieta el corazón, que la inunda la rabia.
Y ha bebido, hasta el punto en que no se da cuenta de que ha apretado el vaso tan fuerte en la mano que se ha roto, que toma aire, que le sangra la mano.
Porque saber que esa pigmea está con él y ella no, neutraliza cualquier otro dolor.
Y sólo ha bebido, incesantemente, porque el alcohol que quema en su garganta parece eliminar un poco lo fría que se ha quedado al escuchar su voz alegre al otro lado del teléfono. Al saber que está perdiendo la batalla, contra alguien que ni siquiera intenta luchar.
Maribell ha bebido muchísimo y aún así, no puede olvidar ni dejar de llorar.