De todas las sensaciones que la paleta de colores de tus órganos te ofrece, la peor de todas, la que más se acerca a la asunción de estar vivo, es el miedo.
Hay noches en las que quieres escribir dejando cualquier experimento o arte a un lado, egoístamente, sólo por el placer de escucharte, de vaciar los cajones y de tratar de que todo encaje de alguna manera, porque las cosas sólo se aceptan del todo cuando tienen algún sentido lógico para ti.
Como a otras víctimas del síndrome Gran Hermano de nacimiento, siempre me ha dado igual escribir para mí o para que lo lean los demás, pues "los demás" nunca se fueron del todo.
Entonces te sientas y pones tus manos sobre el teclado, como un pianista trata de sentir los hilos de la realidad invisible antes de un concierto, y el miedo te paraliza.
El depósito está demasiado lleno y la válvula que regula que las cosas pasen de cool a flipadas que asusten no parece muy de confianza esta noche. Alguien comentaba una vez que si un genio avanzaba demasiados pasos en el escenario, pasaba a ser un loco hablando sólo a un montón de gente.
Las cosas van así, si te quedas sin público te cancelan la serie.
Pero tampoco puedes venderte, vestirte con un atrezzo de recursos fáciles cara a la galería y actuar como uno de esos personajes que siempre dan buen resultado en cualquier obra coral. No sería justo, ni para ti, ni para quién te vaya a leer, ni mucho menos para la competencia. También eres muy flojo para trabajar de esa forma incluso en tu tiempo libre.
Pero probablemente ya es tarde para éso, con suerte te habrás convertido en una serie de culto, y la gente empezará a valorarte cuando ya no estés en antena. Si éso.
Ningún remedio entonces como escribir sobre por qué no puedes escribir hoy, sobre el miedo y la consciencia.
Sobre la muerte de Cernuda, y sobre la enfermedad de estar contagiado por algo tan poco práctico como haberte encabezonado en ser auténtico y un artículo atractivo en ti mismo fuera de toda corriente de producción conceptual encadenada.
Sobre como las cámaras del Gran Hermano se apagan como estrellas y tus palabras sólo empiezan a existir para serte devueltas como eco.
Para terminar, piensas alguna imagen que se adecue de alguna forma, una canción que hayas tarareado entre el sonido del teclear, y sobre si dejar abierta la actualización.
Una noche más has actualizado sin contar nada. Bien, vayamos a dormir. Mañana, mañana.